UN MARXISTA EN SINALOA:
EL GUACHO FELIX
¨ Economista. Ex catedrático e investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Fue Coordinador General de Investigación y Posgrado de la institución. Es autor de varios textos, entre ellos el libro Cultura y Desarrollo, publicado en el año 2012.
Introducción
Cuando recibí la invitación para
colaborar en un número de la revista ARENAS
en el que se abordarían temas sobre Carlos Marx o del marxismo, acepté de bote
pronto, pero después me di cuenta que desde la publicación del libro Cultura y desarrollo (Calderón, 2012),
en el que dediqué un capítulo a revisar algunos aspectos controvertidos sobre
la teoría del valor de Marx, no había regresado al estudio de esos tópicos, por
lo que no era el caso repetir lo dicho o agregar algo más dado el tiempo
perentorio que se me había dado.
Dispuesto a cumplir con el compromiso y
como tenía algunas notas de algún modo relacionadas con la temática, optamos
por trazar algunas líneas no sobre Marx o el marxismo, sino acerca de un
personaje del ambiente cultural de Sinaloa de mediados del siglo anterior:
universitario, escritor, poeta y militante de sus ideas de las que refulgían
luces liberales, humanistas y de izquierda socialista.
Me refiero a Enrique Félix Castro
(1911-1965), sinaloense nacido en Culiacán, un marxista peculiar que durante su
vida intelectual intentó armonizar lo universal con lo particular. Dialéctico
como fue, no logró, empero, llevar hasta sus últimas consecuencias las
tensiones sociales y psicológicas que atravesaban la vida en Sinaloa. Al final
prefirió la moderación, el engarce, la adaptación a la adopción, la totalidad y
la singularidad en un mismo locus de ethos
y pathos.
El Guacho Félix (1979), como también era
conocido, se echó a cuestas la tarea de cargar con sus tensiones. En eso se le
fue la vida. Murió, se puede decir, siendo joven. Mas su corta existencia fue
fructífera para la tierra que tanto amó: Sinaloa
es un milagro de luz. Algo de maravilla elemental del paraíso del Génesis
lejano, se advierte en mares y montañas (15), expresaba extasiado en
escritos y tertulias cotidianas. El amor por su terruño se equiparaba con la enorme
empatía que sentía hacia sus pobladores. Así como la vista le alcanzaba para
admirar las maravillas de la naturaleza,… Los
hijos de Sinaloa somos hijos del paisaje, igual su mirada interior
escudriñaba en los meandros del alma sinaloense. La suya y la de todos.
Nadie antes que él logró con igual
hondura conocer el curso de la sangre, los latidos del corazón y el carácter de
un conjunto humano que habitaba en un lugar pródigo y espectacularmente
maravilloso. La mirada reflexiva de Félix Castro no se quedó en el presente,
también hurgó en el breve pasado y se atrevió a atisbar hacia el porvenir.
Pueblo joven, mestizo, no podía sino recibir emocionadamente las buenas nuevas
de una alborada de novedades cuyo punto más lejano en el horizonte no era de
estas tierras.
Ideas, conocimientos, técnicas,
artefactos, necesidades y gustos, más otras costumbres, golpeaban y perturbaban
a una comunidad que tenía ya una corta pero intensa historia, trágica a veces,
heroica en otros momentos, con estallidos de emociones y no sin intermitentes
episodios de dolor. Es con esa alma agitada como Sinaloa tomó el paso de la
historia moderna, sin entenderla cabalmente, pero viviéndola emocionalmente,
más con el corazón que razonando sobre lo que estaba haciendo. A esa concepción
de la vida Félix Castro le llamó romántica, una tensión existencial en que
inteligencia y sentimientos se veían envueltos en una dinámica inestable.
Los escritores sinaloenses de mediados
del siglo pasado hicieron causa común con la tesis que sostiene el carácter
romántico con que el sinaloense medio enfrentó los cambios modernos. Talante
que muchos de los letrados de nuestro siglo de oro padecían, pero que lo
asumían con ambigüedad ya que al mismo tiempo que juzgaban con rigor racional
la actitud romántica, eran fruto de sus influencias. Y no podía ser de otra
manera puesto que Sinaloa se hizo moderna románticamente. Nada extraño si
sabemos que en Europa misma, el movimiento cultural así llamado fue una
reacción moderna -de principios-en contra del racionalismo “frío y calculador”.
En el caso nuestro, la reacción fue la respuesta sentimental que la tradición
mestiza dio al criollo portador de las pautas europeas.
Fue ese imaginario de contrastes lo que
hizo decir al Guacho Félix que el nacimiento del Liceo Rosales -luego llamado
Colegio Rosales y después Universidad de Sinaloa- en 1873, había sido un hecho
sublime del apogeo romántico de Sinaloa. Con estas palabras lo refirió: El Colegio Civil Rosales es el mejor intento
de la organización emotiva del hombre de nuestro solar (Félix Castro, 1985). Y añadió:
Nuestra máxima casa de estudios es algo más que un centro de estudios para la juventud…Es un resumen fisiognómico de lo que hemos sido, de lo que somos y de lo que debemos ser…Por el barandal romántico del Colegio desfila la vida pasional de Sinaloa. En la historia de la Universidad puede reducirse, con nitidez, la historia del carácter, del pensamiento, de la moral, de la existencia de la provincia. El alma propiamente mestiza, sinaloense, mexicana, cuya auténtica fisonomía toma sus rasgos definitivos en la etapa liberal de nuestra Patria, cristaliza en formas simples, sintéticas, claras, en todos los momentos del ámbito de la universidad (12-13).
La misión rosalina era ilustrar al
pueblo. Las ideas dominantes de la época contenían la carga de la filosofía
positivista del francés Augusto Comte, traídas a México por su discípulo Gabino
Barreda a mediados del siglo XIX; las tesis aplicadas por Barreda consideraban
a la educación un instrumento ineludible para establecer un nuevo orden social
y promover el progreso material de la sociedad. Eustaquio Buelna, fundador de
la casa de estudios, compartió plenamente ese designio. El principio de
enseñanza seguido por Barreda se podía plasmar con el lema: “saber para prever,
prever para actuar”. En letras de molde puede leerse: “Amor, orden y progreso”,
o bien, “La libertad como medio, el orden como base y el progreso como fin”. Si
se quiere hay un matiz en la redacción de los lemas, pero el primero no oculta
el sentido materialista porfiriano mientras que el segundo, citado por el
historiador Héctor R. Olea (1987:78), se acerca más a la aprehensiva visión de
Enrique Félix Castro sobre la identidad del sinaloense. Un añadido no sale
sobrando, pues en la dictadura de Porfirio Díaz, el lema quedó en “Orden y
progreso”.
Si bien el Liceo Rosales nace con el
sano propósito de instruir a los hijos de Sinaloa, igual dio cobijo al sentir
emocionado de un pueblo en pos de una identidad cultural en ciernes. A esa
inquietud sirvieron las ideas liberales de la Reforma consagradas en la
Constitución de 1857. El ideario liberal proveniente de Europa trajo las
manifestaciones del espíritu iluminista de aquel lugar, desde las que concebían
al individuo como un centro aislado provisto de autonomía, ajeno a todo poder
espiritual que no fuera el que de él mismo emanara, hasta el influido por Juan
Jacobo Rousseau, que vino a dar
asideros teóricos y reciedumbre a las proclamas de soberanía popular, igualdad
y libertad, ideas que serían abrazadas por los hombres de pensamiento y acción
de nuestro país.
El Liceo e igual el Colegio Rosales
deben su nombre al general Antonio Rosales, caudillo de la Reforma en la
entidad sinaloense; eso explica que los vientos de libertad hayan entrado a las
aulas, donde el saber elaborado tomaba cuerpo en los estudiantes en búsqueda de
instrucción. Las semillas liberales junto a las del conocimiento científico
fueron simiente de lo que ahora es la Universidad Autónoma de Sinaloa.
El marxismo del Guacho Félix
Enrique Félix Castro fue un hombre de su
tiempo, lugar y circunstancias, aunque algunas coordenadas de su existencia no
pertenecieran originariamente a la tierra nativa. Ideas universales y
experiencias locales le afectaban por igual. Individuo libre y activo, gregario
y territorial, además de ser hombre de letras, se contaban entre sus atributos,
cualidades que conformaban una personalidad pensante y volcánica que muchos de
sus contemporáneos y coetáneos le reconocieron colmándolo de múltiples elogios.
Sus tiempos fueron los de la posguerra, el México posrevolucionario y un
Sinaloa con déficits de racionalidad y cultura inobjetables. En un mundo
concéntrico, las órbitas más cercanas a él fueron Sinaloa, Culiacán y la
Universidad.
Atrapado en su época, comparte las
tensiones ideológicas y políticas del plano internacional. Crece con la primera
conflagración mundial, es testigo de la segunda y sufre, a pesar de la aparente
lejanía, las secuelas de la guerra fría entre las dos grandes potencias
militares, Estados Unidos y la Unión Soviética. A las tensiones de orden
mundial agregó las nacionales y locales. Tiempos en los que las fuerzas
desatadas por la Revolución Mexicana dominaban los escenarios social,
económico, político y cultural, en los que la injusticia para los muchos y los
privilegios de los pocos eran más que visibles. Quizá a esos dos planos, el
mundial y el nacional, se deba su inclinación a tomar la bandera ideológica que
ondeaba con los vientos musicales de la Internacional, es decir, a identificarse
con las ideas socialistas de Carlos Marx.
Un buen día, nomás porque sí, salimos a la calle con pendones de coraje, gritando las palabras raras de un tal Carlos Marx. Nuestros maestros sonrieron patriarcalmente de aquel inusitado esplendor. Nos permitieron discutir con ellos las sentencias de Gabino Barreda. Nos presentaron sus renuncias. Nos dejaron aparentemente solos. Éramos los románticos retobados. Los inconformes(Félix Castro, 1985:43).
Durante el gobierno del general Lázaro
Cárdenas, el Colegio Civil Rosales vuelve a cambiar de nombre: Universidad
Socialista del Noroeste; entre sus objetivos tenía orientar a la juventud a un
socialismo organizado y creador; mejorar las condiciones económicas, sociales y
morales de la población por medio de la cultura; capacitar y tecnificar la
fuerza de trabajo, entre otros (Bastidas Morales, 1986). En plena euforia
socialista, es designado rector de la Universidad el Dr. Solón Zabre, quien
nombra secretario a Enrique Félix Castro, situación que aprovecha para poner en
práctica sus ideas y dar dirección a su activismo izquierdista (Ruiz Alba,
1979:16).
Años después, en 1949, el Guacho Félix
publica un breve texto en el que dibuja su pensamiento político. El esbozo trazado reitera su idea esencial
sobre el papel de la educación. Y escribe: Se
trata de educar al pueblo silenciosamente, profundamente, en el nuevo espíritu
de la política mexicana relacionada con la lucha económica, porque es la misión
permanente de todo partido. Si bien este texto refiere alguna tarea al partido
gobernante, el PRI, hace responsables a
los partidos Popular y Comunista de que Sinaloa se transforme o no
políticamente en esta crisis de futuro económico, de nuevos hombres en el
poder, de cambio vertical de valores…(Félix Castro, 1979:24).
Queda claro el rol determinante que
Félix Castro, como todo marxista, da a la base económica en la estructuración
de la sociedad. Sin embargo, su formación teórica fue peculiar. La adopción de
esta doctrina no se impuso plenamente sobre su talante romántico, condición que
es difícil dejar de percibir tanto por sus correrías como por su prosa clara y
rebelde, sus desplantes literarios e incluso poéticos y por la ardiente
oratoria con que capturaba a sus oyentes. A pesar de que en alguna ocasión
declaró que no era participe de esa dolencia sentimental que aquejaba al
sinaloense de sus días, tengo para mí que ambos caracteres, el rigor racional
en el análisis textual y la actitud familiar, entrañable y generosa con la que
se ocupaba de los dramas y necesidades del pueblo, se combinaron en él de un
modo especial.
Razón, magia y corazón
En una entrevista a Félix Castro,
realizada por Roberto Hernández Rodríguez (1979), publicada por la revista Resumen -fundada por el Guacho y sus
amigos cercanos-, luego reproducida por la revista Presagio en un número dedicado a él por completo, refiriéndose a la
vitalidad sinaloense, señalaba:
Sinaloa necesita una honda educación sentimental. Nuestra emoción debe estar a tono con la realidad económica, política y social. El único romanticismo saludable es aquel que nos permite cantar, pero arriba de los tractores…aquel que levanta nuestros sueños sobre la más estricta realidad (28).
La puntual respuesta en forma de
metáfora condensaba la vida tensionada que nuestro personaje llevó a lo largo
de su vida. Nos referimos a esa serie de predicamentos que le envolvieron
intelectual, social y políticamente. Tensiones que ninguna dialéctica racional
pudo resolver, provocando que su existencia estuviera todo el tiempo en los
umbrales del desgarre. Félix Castro, hijo de su tiempo y de su tierra,
ciudadano del mundo, poseedor de una brillante inteligencia y talento, no pudo
encerrar en su interior lo que le ofrecían la historia de su solar querido, el
eco de los alaridos de la Revolución, las ideas luminosas que llegaron allende
los mares, el horizonte de redención y justicia que creyó ver en las lecturas de
Marx, por lo que cayó víctima de la lucidez de su razón, del arrebato de sus
sentimientos y del hechizo de la comarca que habitaba.
No era fácil encontrar una solución
conciliadora ni tampoco la supremacía de un elemento de la existencia sobre los
otros. Aun en las luchas entre contrarios si una fuerza se impone, obedece a la
debilidad de otra. Situación que no iba a suceder en el caso del Guacho, toda
vez que frente a una fría, calculadora y portentosa razón había un corazón
vibrante que no cedía terreno, que no dejaba de palpitar aceleradamente.
Las tensiones internas y externas de
Enrique Félix Castro fueron un fiel reflejo de las circunstancias en que vivió.
Los hijos de Sinaloa somos hijos del
paisaje (…) El paisaje de Sinaloa es
un paisaje sexual (…) Sinaloa vive a la seis de la tarde (…)La tierra de
Sinaloa es sustancialmente maternal, nutricia, creadora, dotada de un impulso
tremendo de fecundación(1985:26). Frases
suyas que muestran la vibrante vena sentimental vinculada al solar nativo.
Mas estas frases felices no se avienen
con la dura crítica que Félix Castro dirige a quienes ven en la naturaleza una
pieza clave para anclar desarrollos sociales, políticos e incluso artísticos y
literarios. Refiere sobre estos últimos la posibilidad de que, si sobrecargan
su inspiración en fuentes naturales, caigan en el individualismo patético de
Juan Jacobo Rousseau --considerado precursor del romanticismo europeo--,con el
que se sientan las bases de entelequias democráticas, republicanas y, más
concisamente, los valores de libertad, igualdad y soberanía. Seguramente Félix
Castro no atacaba los valores en sí, sino el hecho de estar vinculados a un
individualismo social y político que desde una posición marxista son
absolutamente rechazables.
En cuanto a la estética y la creación,
sostenía que una inclinación desmedida hacia las fuentes de inspiración
naturales, tiende hacia la intensidad interpretativa en contra de la calidad de
la obra. Al referirse a la poesía, en particular, señala que el autor atrapado
en esta tendencia abandona paulatinamente el análisis fino y correcto de la
naturaleza, para terminar cayendo en delirios y fiebres de la imaginación. Y
remata: Los románticos son los
desadaptados. Por eso el Romántico, en su intimidad, casi siempre es propicio a
la tristeza: crepúsculo, zampoñas y balar de corderos (68).
No obstante, si algo romántico enalteció
Félix Castro fue a Jesús G. Andrade, a quién llamó el poeta romántico de
Sinaloa. Genuino mensajero de su tiempo
que lleva el canto y el dolor de todos los que sienten…Su poesía es materia
social, es historia de su vida, es síntesis de un pueblo, dijo de él. Salvó
el elogio afirmando que había un romanticismo puro, diferente al que apestó el
alma de la mayoría de los hombres del siglo XIX, ese que alienta la creación de
supra formas románticas de sencillez exquisitamente provinciana, nuestra,
olorosa a mirlo, a flor que trasnochó (82).
Galería biográfica del Guacho
Félix
Enrique Félix Castro fue objeto de
abundantes comentarios sobre su vida y obra, hechos por amigos cercanos,
escritores y artistas, además de los que añadieron periodistas y académicos
interesados en glosar su trayectoria intelectual. El historiador Antonio
Nakayama (1979:38)lo describe como el
sinaloense más brillante de los últimos años, con una inteligencia fuera de
serie, de enorme talento y con una sólida cultura. Fogoso orador y polemista,
armado con la dialéctica marxista, lo
hacía un enemigo peligroso en las discusiones, y fue la corriente marxista la
que lo hizo uno de los hombres más discutidos, y blanco de calumnias (38).
No obstante que entre ambos personajes no había afinidad ideológica, compartían
el propósito de encontrar un camino hacia el bien social, misión que los llevó
a emprender proyectos culturales como la revista Resumen, en el entendido de
que en la educación y la cultura se encontraba la clave del desarrollo de
Sinaloa.
La visión política del grupo de amigos,
personales y de la palabra, la daba el Guacho Félix. En su forma de hacer
política contaban mucho los aspectos culturales. Sabía del rol estratégico del
trabajo y de la clase proletaria para cambiar de raíz las condiciones de
injusticia social que prevalecían en la mayoría de la población, pero le era
imposible no reconocer que a una población educada le es más fácil allanar los
caminos de libertad y de justicia.
Acaso esa sea la razón por la que Juan
Macedo López (1979:9), periodista y escritor, evocara al Guacho-en una epístola
imaginaria- diciendo que con visión de sociólogo preconizaba el futuro, el
destino de Sinaloa. Le recordaba el intento romántico de la Universidad de
Sinaloa cuando fue socialista, lugar en el que nuestro personaje arengaba a sus
condiscípulos a luchar por un lugar mejor para vivir. El Guacho, para Macedo
López, no pretendía borrar la vertiente indígena de la historia, tampoco
desdibujar la etapa colonial ni la de la independencia, puesto que hay puentes
que no se deben destruir porque unen,
comunican, trasvasan etapas históricas.
Enrique Félix tenía el don de la
amistad, sabía hacer amigos y hacer que lo quisieran. Eso ocurrió con Enrique
Max Gómez Blanco -que luego sería pionero de la radiodifusión en Sinaloa- con
quien trabó gran amistad. Juntos estudiaron en el Colegio Civil Rosales en 1929
y en la Escuela Nacional de Maestros en la Ciudad de México. A Max Gómez Blanco
le ganaría su pasión por la radio, en tanto que el Guacho dirigiría sus pasos
hacia la academia universitaria donde le ganaría el auge socialista que le
permitió poner en práctica las tesis marxistas con las que comulgaba. Max y su
esposa Angelina Viedas de Gómez, también normalista, nunca perderían la
estrecha relación con el Guacho y en ningún momento de los días difíciles por
los que pasó, que lo llevarían a su muerte, dejaron de ayudarlo (Ruiz Alba,
1979:18).
Jorge Medina León (1979), opinó que el
Guacho había sido el más grande prosista
y más profundo intelectual que ha tenido Sinaloa (…) nadie ha hablado en Sinaloa
tan bello como él y (…) tampoco pudo escribir una poesía tan bella como la de
él. Sinaloense sublime es uno de los
más brillantes cerebros que ha dado Sinaloa (12). El que odiaba a la
burguesía y anunciaba la revolución socialista en Sinaloa.
Empero, apuntó el periodista, el Guacho Félix está solo en la vida
intelectual y espiritual de Sinaloa…terriblemente solo (…) en su desdicha
inconmensurable y en su frustración terrible, pertenece cabalmente a la
juventud revolucionaria universitaria, cualquiera que sea su membrecía(ibíd.).En
otro lugar, don Jorge sentencia: Entonces,
este genio de la inteligencia, del idealismo y del romanticismo, de Sinaloa,
existe todavía en la universidad que un día amamos (2012:299).
Una reflexión desde la academia la ofrece
Jorge Medina Viedas (1979). El ex rector de la UAS centra su análisis en
algunos rasgos de la obra de Félix Castro, en quien ve una personalidad
obsesiva porque en la vida de Enrique
Félix todo se convierte en preocupación existencial. En general en todos sus
escritos se percibe en Enrique un torrente de pensamientos disímbolos,
atropellados, que nos hacen suponer la búsqueda permanente, la inquietante
obsesión por conocer el origen, las causas de la conducta humana(32). Sin
detenerse, con sólo apuntarlos, Medina fija dos rasgos relevantes que dan forma
a la manera cómo el Guacho Félix se relaciona con el mundo. Uno causal,
externo, de tipo mecanicista, precisamente marxista; y otro de origen interno,
psíquico, precisamente freudiano. Con todo, Medina reconoce que los primeros
esbozos de interpretación científica de la realidad social y política de
Sinaloa se deben a Enrique Félix Castro (33).
Mi intención al exponer la galería de
fotos biográficas del Guacho Félix, fue dejar marcados los principales relieves
de su personalidad como ser humano y hombre comprometido con su tiempo, lugar e
ideas que abrazó. No es desde luego la película completa, pero los perfiles
principales de su modo de ser quedan demarcados y es posible observar en esa
figura relevante de la historia cultural de Sinaloa, a una personalidad
fragmentada que se resistió a ser amoldada en una pieza única, homogénea o
unilateral. Acaso esa multiplicidad en los modos de pensar, en el plano
existencial, en los posicionamientos políticos, en sus aficiones sociales y en
los gustos hacia las actividades más sublimes del espíritu, hayan sido el
origen de que su nombre orbite en el círculo de las leyendas: ¡Enrique Félix, eres ancla y eres estrella!,
exclamaría póstumamente Antonio Nakayama (1979:39).
Los dilemas del Guacho Félix
El romanticismo que muchos vieron en el
Guacho Félix él se encargaba de rechazarlo cuando expresaba enfáticamente que
no era adherente a ese estado de ánimo ni aspiraba a tenerlo. Decía: La libertad romántica no es una realidad
científica como lo es la libertad revolucionaria (1985:84). El romántico
sentimental, según el Guacho, se queda en el deseo, en el portal de las
ilusiones, en los lindes de la ensoñación, con su mano generosa extendida. Su
vida es superficial, sin raíces, siendo la sola existencia lo que le ocupa, por
eso niega el valor moral del mundo y se aferra a ideales imposibles para
proclamar algo que no existe (85). Si el romántico quiere abandonar ese estado
de ataraxia, ha de poner su inteligencia a trabajar, atemperar sus emociones y
dejar de creer que las soluciones a los problemas de nuestra existencia deben
tomar en cuenta el supuesto estado natural en que surgieron.
Enrique Félix Castro parece seguir su
propio consejo, escribe un texto titulado Coraje
de la conciencia de la modernidad(1979:44) en el que confirma su abandono a
las tesis románticas inspiradas en el naturalismo de Rousseau y se afilia a las
verdades objetivas y a la versión de modernidad que la ciencia ofrece según lo
proclama el socialismo científico. La dialéctica materialista será el método a
través del cual el hombre moderno podrá cumplir la hazaña de dominar la
naturaleza y el cosmos.
Pero Félix Castro revela una dificultad
al señalar que el marxismo se tiró muy lejos, tan mar afuera, que el hombre revolucionario moderno -de la
posguerra- se encuentra sólo y en alta
mar…profundamente solitario (45).A ello añade que los ideales del
socialismo internacional, ya en su tiempo, no habían resistido el hierro
candente de la demoledora realidad.
Es interesante lo que el Guacho dice
porque es preámbulo de lo que habría de ocurrir décadas después, el derrumbe
del bloque socialista: El hombre moderno
sabe que vive en la cumbre y que dentro de treinta años será superado. Conoce
la verdad de su martirio y la limitación de sus fuerzas. Sin duda el Guacho
había leído el epígrafe del Manifiesto
Comunista: Todo lo sólido se desvanece en el aire.
Mucho antes de que el socialismo real
colapsara, los ideales que pregonaba se habían desvanecido. A esa soledad intelectual
se refería con su llamado a la juventud universitaria, al decir que cuando las teorías y los sistemas económicos
políticos y sociales han fracasado, algo pasa en el hombre (ibid). Su retórica emotiva buscaba persuadir
acerca de la necesidad de producir un
hombre nuevo…capaz de infundir el sentido universal de la cultura y de la
civilización en las tierras vírgenes de Sinaloa …es la hora de que nuestra
juventud se interne en todo lo que es el alma de Sinaloa con el nuevo coraje de
la conciencia moderna (ibíd.). El llamado fervoroso a la modernidad incluía
-si se esperaba que fuera un discurso frío por el propósito que contenía-
vertebrar los nuevos vientos con el trabajo productivo, las ciencias, la
técnica y con los sonidos superiores y
actuales del arte…
El impresionismo retórico de Félix
Castro fue un deleite para quienes le conocieron y no es de extrañar esa virtud
en alguien cuya vena lírica era también muy apreciada. Lo que llama la atención
es la estructura de su discurso en pro de la modernidad. Acepta que tanto
teorías como sistemas erigidos con base en ellas han caído en el fracaso.
Socialistas modernos de verdad quedaban muy pocos, residuos inconexos
sospechosos de padecer una añeja enfermedad. Para salir de ese aislamiento,
Félix Castro llama a realizar una revolución silenciosa dentro del hombre, bajo
el amparo del conocido principio del filósofo griego Protágoras: el hombre es la medida de todas las cosas,
axioma de larga data que da valor de verdad a las experiencias individuales.
En Protágoras, el hombre es la norma
verdadera de toda realidad; puede haber tantas verdades como opiniones haya. Lo
interesante en la homomensura es que
al abrir el abanico de verdades y aceptarlas como tales, deja sembrada la
oportunidad para un juego dialéctico singular, no para el rechazo de una verdad
a cargo de otra, sino para la mejoría de los juicios hacia una verdad más
firme.
Posiblemente un razonamiento parecido
llevó al Guacho Félix a tomar del pensamiento sofista, de clara orientación
subjetivista y relativista, aseveración tan categórica surgida hace dos mil 500
años y a afirmar que gozaba de actualidad. La clave de giro tan radical es que
la mejoría del juicio puede lograrse vía la educación, medio por el cual el
hombre va mejorando todo lo que le hace valer, sin menoscabo del trabajo
productivo para igual fin.
El salto de una forma de conocer
materialista a otra subjetivista es sorprendente. La introspección a que invita
el Guacho Félix, ese ir al interior del hombre mismo, a bajar al fondo del espíritu en un ejercicio dialéctico, recuerda
las posiciones idealistas de filósofos como Fichte que atribuyen el origen de
los conocimientos, con forma y contenido, a la pura actividad del yo. En la
dialéctica subjetivista de Fichte es esencial la autocomprensión, para luego
conocer lo demás. Dicho con sus palabras, el yo pone al no-yo. Cuando el sujeto
conoce su propio yo, ahora objetivado, le es posible conocer y relacionarse con
el resto de la realidad, también objetivada.
Pareciera que la apuesta del Guacho era
sustituir el modo específico del conocer racional dualista entre sujeto y
objeto, por medio del cual el todo se va construyendo gradualmente, por otro
vitalista en el que la totalidad precede a la razón. Un saber racional opuesto
a un saber vital, romántico. Rigurosamente no era así. El romanticismo del
Guacho no negaba la razón, le acompañaba. Mas es válido marcar un contrapunto.
La filosofía trascendental de Fichte en la que lo ideal se pega a lo real,
contrasta con la que sostiene el materialismo dialéctico de Marx. Mientras que
el idealismo subjetiva lo que es, el materialismo condiciona la objetividad.
Para Marx, toda sociedades una totalidad
estructurada en la que se distinguen partes con funciones diferentes. Una parte
material básica denominada estructura en la que se realizan las actividades
económicas que dan lugar a determinadas relaciones sociales y que luego son
ampliadas hacia la sociedad completa, y otra llamada superestructura donde se
acuerpan las instituciones jurídico políticas que conforman el aparato estatal
y se manifiesta el espíritu humano en forma de teorías, leyes, creencias y
productos estéticos. La estructura es el eje central de la sociedad y la
superestructura le queda supeditada. De modo que las manifestaciones de la espiritualidad
humana dependerán de la base económica. En el modelo marxista las relaciones de
producción se convierten en el motor de la historia, dan curso a los cambios
que en ella se registran, considerados productos sociales de un modo de
producción económico históricamente determinado. Según lo anterior, sería una
ilusión decir que la cultura es autónoma o autosuficiente, esto es, que tenga
los resortes propios como actividad individual o colectiva.
Para un “marxista incorregible” como el
Guacho Félix, desestructurar el esquema anterior era como un auto atentado. No
obstante, lo intentó, o al menos así lo pensamos debido a los giros
epistemológicos señalados. De cualquier modo, los resúmenes aparentemente
contradictorios entresacado de sus textos, la galería de estampas biográficas
sobre su vida intelectual, social y política, dan cuenta de un personaje
confuso, atrapado en sus tensiones, que no eran otra cosa más que el rebullir
de pensamientos y emociones causados por esa inclinación sentimental
insuperable que le distinguió.
Los dominios logrados desde la razón no
dejaron de sufrir los embates de la sensibilidad desbordada. Si alguien pudo
sentir a profundidad la densidad del sentimentalismo sinaloense fue él; si
alguien percibió con más claridad la luminosidad de un día a la seis de la tarde fue él; si alguien
escuchaba todavía el llanto de un infante indígena o el quejido de un mestizo
adolorido fue él, una persona de extraordinaria inteligencia y enorme
sensibilidad.
Era imposible que alguien así fuera un
simple iconoclasta, un rebelde, un fogoso orador, un joven estudioso, un
brillante maestro, un escritor, un poeta, un amante de la naturaleza, un buen
vividor, un…, era todo eso y más, es decir, no era la suma de sus partes sino
la totalidad que las contenía y que además las trascendía. Una vida así no es
sencilla.
Ahí pueden estar los motivos por los que
nuestro personaje llevó una vida conflictuada. La carencia de virtudes es mala,
como puede ser también el exceso de ellas si no se pueden encontrar los
equilibrios necesarios. Enrique Félix nunca logró esa estabilidad, pero en su
caso aprendió a vivir con plenitud junto a sus dones y defectos que no ocultaba
de ninguna manera.
El Guacho universal
Es posible establecer un parangón entre
el movimiento cultural romántico iniciado en Europa a fines del siglo XVIII, en
especial en Alemania, con el giro romántico del Guacho Félix. Una de sus
figuras descollantes, el poeta Fiedrich von Harden, mejor conocido con el
nombre de Novalis, seguidor del idealismo de Fichte y alejado por lo tanto del
pensamiento universal de la enciclopedia, escribía:
Entrar en sí significa, hacer abstracción del mundo exterior (…) La vida terrenal nace así de una reflexión original, de una introversión primitiva, de una concentración en sí misma tan libre como nuestra reflexión, y añade, …El espíritu se desarrolla nuevamente, sale de nuevo de sí mismo, se levanta, anula parte de esta reflexión y dice por primera vez: yo. Este yo, para Novalis, era la idea del pueblo, ser pueblo es ser el hombre perfecto (Novalis, 1987:23).
Lo extraordinariamente valioso de la
asimilación de las ideas románticas europeas con las del Guacho Félix, se ve
reflejado en la imagen de un tractor en la que el operador va surcando la
tierra mientras canta o en la que los muchachos estudiantes reciben las
lecciones rigurosas de sus maestros mientras sueñan hacia el porvenir con los
ojos abiertos, es decir, manteniendo la comunión del pensamiento racional universal
con el alma de cada uno. Dicho modo de ser y de pensar no deja de ser curioso y
hasta puede parecer confuso a quienes observan el curso de la vida desde una
perspectiva monocromática, mentes ordenadas y eruditas en cualquier disciplina
sin mezclar unas con otras y por lo tanto carentes de una perspectiva de
totalidad. Mas la confusión intelectual, apunta Novalis, es prueba de un exceso
de fuerza y de facultades, pero también de condiciones defectuosas (…) el confuso es progresivo, capaz de
perfeccionarse, y, en cambio el ordenado termina pronto en filisteo…(25).
La vida en fragmentos
La galería de fotos biográficas del
Guacho Félix expuesta arriba exhibe un personaje con una vida genial colmada de
tensiones, una de ellas, a mi parecer, engloba a las demás, el intento de
conciliar el plano universal de una cosmovisión o teoría con la espiritualidad
de la vida particular. Mientras que la espiritualidad de la historia y la
naturaleza del solar le animaban vivamente, las ideas modernas le exigían un
orden calculado. Félix Castro no desechó ninguna opción, por el contrario,
intentó acomodarlas. Pero no fue con el marxismo como encaró la situación.
Ninguna solución dialéctica pudo Félix
Castro haber obtenido de esos encuentros, no al menos como había leído en Hegel
o seguido con Carlos Marx en los que las contradicciones se dan entre cosas de
sustancia comparable (de la tesis sale la antítesis). En esto coincide con los
románticos europeos a pesar del siglo de distancia que los separan. En ambos
hubo oposición a que fuera la razón la única vía para aprehender la vida
humana. La concepción racionalista finca en el logos el fundamento de las relaciones del hombre con el mundo, supone una ética que orienta la
voluntad hacia la moderación de los instintos, encamina al hombre en la ruta
del progreso y le conduce hacia cierto orden social. Sin embargo, el hombre no
es solamente un ser que sigue sus instintos naturales y participa en la vida
guiado por la razón, sino otro que construye su existencia en el mundo de las cosas,
en relación con semejantes, que vive en comunidad, capaz de sentir curiosidad,
asombro, emociones, fijar metas, elegir medios y tener voluntad para
alcanzarlas; este hombre no se encuentra atado a ideas fijas y no es,
sumariamente, un ser definitivo, la único definitivo que tiene es estar
cambiando siempre, construyéndose permanentemente.
Si cabe alguna dialéctica en un fenómeno
tan complejo, sería aquella que lograra sintetizar todos los detalles de la
vida humana en un solo aspecto. Lo cual fuera posible si se acepta que: El hecho fundamental de la existencia humana
es el hombre con el hombre. Lo que ocurre entre ser y ser algo, en una
dialógica, en cuyo “estar-dos-en-recíproca-presencia” se realiza y se reconoce
cada vez “uno” con el “otro” (Buber, 2012: 151).
La salida del Guacho al dilema de
conciliar lo universal con lo particular fue subir a un tractor. La solución al
drama existencial no consistió en elegir una opción por otra, sino intentar
armonizarlas. Félix Castro no abandonó las posturas racionales, pero tampoco
hizo a un lado las fugas emocionales.
La crisis es una forma de vida
Aun dentro de la brevedad del presente
texto sobre la vida intelectual de Enrique Félix Castro, cabe insistir en un
tema que me parece fundamental en el análisis de los desequilibrios de la vida
causados por las relaciones entre los niveles social e individual. Situaciones
críticas que en la era moderna cobraron relevancia, fuera en sistemas
capitalistas o socialistas con regímenes económicos pretendidamente modernos
por igual. En general se acepta que los dos niveles se encuentran vinculados en
la realidad y sólo visiones extremas y dogmáticas consideran que no hay
conexión entre ellos. Margaret Tatcher, ícono de la ideología neoliberal, llegó
a decir que la sociedad no existía; aunque, vale recordar, a los políticos no
hay que exigirles demasiado rigor en su modo de pensar.
Ahora bien, no sólo en mentes ligeras es
posible observar que la oscilación del péndulo se detenga en uno de sus
extremos. Hegel e igual Marx cerraron sus sistemas filosóficos y teóricos
desvaneciendo al individuo en totalidades sesgadas hacia una sola de las
características esenciales del ser humano; el espíritu absoluto -la razón- una
vez que cobra conciencia de sí después de que todo individuo es poseído por esa
misma conciencia haciendo indistintos unos de otros, en al caso del primero; y
la praxis social dominante perfectamente consciente de su unicidad que vuelve
innecesario cualquier medio de control puesto que todos y cada uno de los
miembros de esa única clase desempeñan la misma función social, que no técnica.
El otro extremo del péndulo lo detienen los teóricos del individualismo
metodológico, al colocar al individuo como causa y efecto de una formación
social en la que el beneficio personal pauta los procesos económico, social y
político.
Las dos grandes corrientes clásicas del
pensamiento racional, la idealista y la materialista, reconocen, con sus
respectivos enfoques y acentos, esa relación en el plano filosófico y en
diversos códigos de la teoría social. Pero es en la realidad en donde se puede
verificar que dicha reciprocidad existe.
Con base en lo anterior y con el riesgo
de caer en una generalización insustancial, es posible construir una serie de
pares afines cuyas partes mantengan una similar contradicción entre sí,
comenzando con la dualidad matriz: universalidad-particularidad,
socialismo-individualismo, modernidad-tradición, globalidad-localidad,
totalidad-fragmentación en el hombre, y demás que puedan engarzarse. El listado
forma una familia de pares contradictorios que guardan una mínima coherencia,
permite cierta perspectiva y puede servir de marco para el estudio de
cualquiera de ellos.
La multicitada metáfora del tractor nos
ha permitido resumir de un solo golpe la vida de tensiones de un caso
particular, pero igual puede ser un referente para describir una situación más
general. Los tirones del Guacho Félix eran muchos, pero había un deslinde
esencial, la dualidad contradictoria entre lo universal y lo particular. Problemática
que en cada lugar donde se escenifica toma ramificaciones singulares. Por
ejemplo, las ideas ilustradas con las que nace la civilización moderna y que
fueron introducidas a México en diferentes etapas, chocaron con las culturas
locales que encontraron. Del modo como se dio el encuentro nació el
romanticismo en Sinaloa, es decir, el talante romántico de nuestra modernidad
que el Guacho no pudo eludir.
La implantación de la modernidad en el
estado se valió de adopciones y adaptaciones. Leyes, teorías, artefactos,
costumbres y demás que la modernidad trajo consigo, se replicaban o sufrían
adecuaciones propias del lugar. La economía política, el materialismo histórico
y el dialectico fue aceptado tal cual, y no podía ser de otra manera dada su
pretendida universalidad. Tiene sentido y veces es lógico replicar teorías si
estas tratan con cosas inconscientes de la naturaleza o del cosmos, pero no es
igual si en los temas a estudiar se encuentra el hombre, un ser con mayor
complejidad que una simple cosa. La supuesta universalidad del marxismo no
armoniza con los asuntos del hombre, si éste es portador de historia e
identidad propias que lo hacen diferente a otros entes de la misma especie.
Hemos tratado de explicar la fuga del
Guacho hacia el idealismo desde esa contradicción, a través de la dualidad
conflictiva entre una visión cosmopolita de la vida, desde la modernidad en la
perspectiva marxista, y los reclamos existenciales de una realidad resistente a
la transformación. El desencanto de nuestro personaje hacia uno de los polos
encontró refugio en el que continuaba vigente, el local, lo que vino a
agregarse a la serie de contradicciones que atravesaban su conducta.
Un mundo alienado
Las contradicciones de la vida pueden
ser registradas según se manifiestan con los fenómenos que les dan forma. La
calca puede ser lo más fiel que se quiera a las cosas observadas, pero el
resultado dista de revelar la verdadera realidad de lo que son, presentada bajo
una piel que oculta las relaciones esenciales que la hacen objetivamente real.
La vida humana no puede entenderse completamente si no se toman en cuenta lo
externo e interno de la existencia. Claro que hay posturas diferentes acerca de
la manera de abordar esta dualidad, unas que dan a las externalidades la primacía
de la relación, en tanto que otras ponen el principal resorte de la vida en el
interior del hombre. No viene al caso revisar todas las opciones, pero una de
ellas, la marxista, parece pertinente para el tema que nos ocupa.
Encontramos en Theodor W. Adorno
(2004:17) reflexiones interesantes sobre la verdad de la vida del hombre, un
tema olvidado por la filosofía y caído en manos de los buscan sacar mero
provecho de ella. Adorno rechaza el método que se ocupa de la inmediatez de lo
inmediato si de conocer la verdad sobre la vida se trata. El filósofo alemán,
fundador con Max Hokheimer de la ya legendaria Escuela de Frankfurt desde el
Instituto de Investigación social, que diera impulso a una teoría crítica de la
sociedad capitalista, conjunta las tesis socioeconómicas de Marx con el
psicoanálisis derivado de Sigmund Freud, para concluir que lo correcto -y
obligado- si de conocer la verdad sobre la vida se trata, es estudiarla en su
forma alienada, en sus crisis, durante sus cambios, ir más allá del fenómeno
tal como se presenta frente a nosotros, con el fin de encontrar los poderes
objetivos -detrás de las apariencias- que determinan la existencia individual
hasta en sus zonas más ocultas.
No es normal estudiar lo anormal como si
fuera normal. Es una postura equivocada que no conduce a ninguna verdad. Al
individuo en la sociedad capitalista hay que estudiarlo en su condición
alienada, como un ente manipulado por un sistema en el que las actividades
económicas son determinantes. Marx estudió el mecanismo a través del cual el
capital supedita a los individuos a sus exigencias, el acento del análisis lo
puso en los trabajadores, pero lo cierto es que los dueños del capital también
tienen que acatar las reglas económicas del sistema so pena de perecer como tales
si no lo hacen. Adorno explica cómo la individualidad del hombre se fue
perdiendo a causa de la avasalladora objetividad que capitalismo impone a todos
y cada uno de los miembros de la sociedad, hasta lograr la disolución del
sujeto. Lo que queda, enseña Adorno, son seres enajenados, fragmentados en
partes que componen algo sin organicidad alguna.
La objetivación de las relaciones
humanas causada por la actividad económica, dicho en categorías marxianas, por
las relaciones sociales de producción en las que una clase social domina a otra
y bajo ese dominio reproduce el sistema en su conjunto, esto es, las relaciones
materiales de producción, distribución y consumo, junto a la mentalidad
alienada de los individuos a los que adicionalmente se les imponen normas
sociales y políticas, Adorno la explica a través del vínculo que se establece
entre el ámbito general de la economía, con el nivel individual del hombre.
Adorno recuerda que el capitalismo ha
producido al trabajador mismo y lo ha hecho conforme a las reglas del sistema,
con la apariencia necesaria para que el proceso de acumulación de capital siga
su curso creciente, y significa que la composición orgánica del capital -la
relación que guarda el capital físico con el capital variable- se incremente en
condiciones favorables. Para Adorno, la acumulación de capital es el crecimiento en la masa de los medios de
producción comparado con la masa, que les da vida, de la fuerza de trabajo.
Como los sujetos son determinados en el contexto de la producción material, el
cambio en el nivel técnico induce un cambio en la psicología del trabajador, de
donde se deduce que la composición orgánica -interna-del hombre se amplía en
igual sentido, se cosifica. Los sujetos son ahora determinados en sí mismos
como medios de producción, ya no como fines vivientes.
Aclaración: La composición orgánica del
hombre no se refiere sólo a las capacidades técnicas, también a lo opuesto a
ellas, es decir, a las capacidades del espíritu; abarca además a los momentos
de lo natural, que indudablemente se originaron ya en la dialéctica social y
que ahora quedan a merced de la tecno ideología. Lo que en el hombre difiere de
la técnica es incorporado como una especie de lubricante de la técnica. No
sobra decir que esta tesis marxista no es aceptada por la crítica que se
resiste a considerar que las expresiones de la alta cultura, por ejemplo,
tengan en la economía un referente ineludible (238).
Una lección del argumento de Adorno es
que el cambio social implica cambios en el individuo. La “mecanización” del
hombre no proviene de una metafísica fatal contra lo humano, tampoco de un
designio ultramundano inescapable; la sociedad genera los cambios individuales,
para bien o para mal. Adorno no duda que ese cambio es una deformación, por lo
que acusa a la sociedad -capitalista- de engendrar hijos con taras de
nacimiento (Ibid).
En una sociedad en la que sus miembros
han sido fragmentados y son manipulados sistémicamente, cuyas vidas personales
han sido cosificadas, en la que uno y otro se ponen como cosas frente a si en
la economía, donde la conservación ha sustituido a la auto conservación y en la
que conocimientos, actitudes y fines son mediados por la gran idea utilitarista
del capitalismo, no se puede soslayar la creciente desintegración del hombre,
la escisión patológica que sufre. Tal es la patogénesis social de la
esquizofrenia (240).
La dialéctica de lo imposible
El talante revolucionario del Guacho
Félix le mantuvo inmune contra la enfermedad de la alienación. A eso debió
haber contribuido también el amor que sentía por la tierra que le vio nacer.
Fueron esas dos condiciones las que le salvaron de quedar atrapado en las
entelequias de una teoría que no había resistido el cimbrar de los hechos de la
historia. El ideal, la promesa, en las que siguió creyendo, le condujeron a
mirar otros rumbos, a buscar otros caminos y fue la fuerza de ese destino lo
que le llevaría a volver su mirada hacia sí.
La protección que encontró quiso
llevarla a otros, de ahí el multicitado llamado a los estudiantes cuando les
dice que en sus manos estaba la salida de las crisis causadas por la
enajenación, la enfermedad mental que escinde las sociedades modernas y
desgarra al hombre, que no permite la vida plena de nadie ni siquiera de los
más privilegiados en la escala social.
La propuesta de nuestro personaje no
puede negar el numen romántico que la inspira, una curiosa combinación de
desesperación y esperanza, estado de inquietud que se padece cuando se cree
haber perdido el rumbo y se lucha para encontrarlo. Encrucijada del hombre
moderno que Henri Lefebvre (2012)analiza y encuentra que son precisamente en
esos vacíos espirituales, de confusión, donde se pueden dar los puntos de
quiebre, las salidas enérgicas hacia misiones que se antojan imposibles pero que
prometen ser posibles si una condición esencial se cumple, el auto
convencimiento. Una situación así, apunta Lefebvre, puede servir de hilo conductor para organizar, a través de la
conciencia crítica (y la palabra crítica designa aquí el momento de la crisis y
de la superación en la conciencia) a la vez problemática profundizada del
presente y el tipo de la individualidad (54).
A diferencia del romanticismo
secuestrado por el pasado, rechazado por el Guacho, de lo que se trata ahora es
de ver hacia el futuro, mirar lo que es dable realizar, teniendo en cuenta el
conjunto de síntomas sociales, éticos y culturales, y asumiendo una actitud
revolucionaria y humanista para enfrentar lo existente de modo radical en
nombre de lo posible. El nuevo romanticismo no pierde la vena íntima, el sueño
y la magia le siguen perturbando, pero ahora es más preciso, firme y abierto,
deslinda contornos, da contenidos e imprime sentido con el fin de formar un
todo integral y coherente (57). La clave del romanticismo revolucionario es
constituir al individuo presa de lo posible.
Lefebvre aborda lo que el Guacho Félix
había recomendado a sus coterráneos diez años antes, en 1947, la necesidad de buscar alternativa a la vaciedad espiritual con que se encaraban los problemas de la
vida, fueran individuales o sociales, éticos o políticos, para los cuales los
sistemas vigentes no ofrecían soluciones. Ni el capitalista o el comunista
mostraban intenciones de buscar soluciones integrales a esa problemática, por
lo que la escisión y los desgarres individuales eran la tesitura normal del
tiempo moderno. Mientras que un sistema buscaba privatizar todo, otro trataba
de colectivizar todo.
La bipolaridad ideológica y política
cruzó casi todo el siglo XX y hacia fines de la centuria, al derrumbarse el
llamado socialismo real, el otro de los polos permaneció vigente. Entre las
múltiples causas que provocaron la caída de la alternativa socialista, una de
ellas, básica, la refiere Lefebvre:
El marxismo se equivocó hasta aquí en querer constituir una individualidad nueva por la vía ideológica, cuando en realidad se trata de una unidad y de una totalidad concreta nuevas, en formación, ya virtuales. Lo que cuenta no es una totalidad ideológica o teórica, es la totalidad concreta de los posibles, en tanto exigen la negación primero y luego la reconstitución de los tipos de conciencia y de individualidad (55).
El ser romántico
Carl Schmitt (2005:11) estudia con mayor
profundidad el fenómeno histórico cultural del romanticismo, el modo romántico
de posicionarse ante las cosas, en específico el de carácter político, dado que
este medio es la piedra de toque de una cultura. Puntualizamos algunos aspectos
de la tesis de Schmitt con el fin de precisar conceptualmente la condición de
las posiciones románticas de Félix Castro.
No obstante que el movimiento cultural
romántico se presentó a través de una amplia diversidad de rostros, Schmitt
busca el enunciado constitutivo que lo defina. Aclara que elucidar el término
romántico no es un asunto menor debido a su condición evasiva, aun cuando sea
sencillo encontrar los ámbitos dónde deja su huella. El problema no es percibir
sus rasgos, sus expresiones históricas, las actitudes que prohíja, los campos
en que se mete, sino explicar la esencia que no se encuentra en los predicados
sino en el sujeto que actúa. Esto llevó a Schmitt a decir que el movimiento
cultural romántico es inefable, mas no el individuo que lo protagoniza.
Subyace en todo fenómeno cultural un
principio metafísico que lo define específicamente. Nadie puede escapar a su
metafísica, a su condición de ser, es parte del hombre, de su pensamiento y
sentimientos (58). Bajo estas condiciones se erige lo que Schmitt llama
“estructura del espíritu romántico”, sobre la que descansa la productividad
material y espiritual que realiza.
La clave de la productividad romántica
es el ocasionalismo, condición esencial con la que el sujeto romántico se
comunica con el mundo. Tal fundamento proviene del “giro copernicano” que
coloca al hombre en el centro del universo, momento en el que las antiguas
creencias dejaron de conformar los órdenes de la vida de los individuos. El yo
vuelto demiurgo, que al igual que otros espíritus soberanos, se auto considera
incausado, ajeno a toda ley, a cualquier proceso. Es con la casualidad como
deja ver su obra, no mediante lo causal. El ocasionalismo rompe con el orden
racional, ninguna cadena causa-efecto es posible trazar en el mundo romántico.
La historia deja de ser un proceso y se convierte en un museo de oportunidades,
todas probables.
He ahí la razón por la que el hecho
romántico es inicio de todo, de una novela dijo Novalis. Detrás de ese inicio
no existe nada, es la causa final de Aristóteles. Comparar al sujeto romántico
con el absoluto parece descabellado, pero tiene más de un sentido, o uno
principal del que derivan otros. El sujeto romántico es un individuo integral,
libre y autónomo, que pone en juego las facultades que la naturaleza le proveyó
para vivir su existencia. De un ser así no se puede esperar que no se considere
el inicio de todo. Ésta sería la plataforma filosófica del romanticismo
dilucidada por Fichte al postular que el yo pone al no yo. Introvertirse para
salir al exterior es de uno y de todos, y las reglas de la comunicación externa
ya son otras. Es decir, al acto subjetivo le sigue la acción objetiva, con un
fin determinado. Justo lo que hizo el Guacho Félix al combinar la subjetividad
espiritual con la materialidad marxista.
Como vemos, la definición del
romanticismo no es posible por los adjetivos que le cuelgan, sino por las
características esenciales del sujeto que actúa en determinadas circunstancias
históricas mediante una estructura espiritual en que basa su productividad,
estética o de otra naturaleza. El romanticismo del Guacho Félix así quedaría
explicado, creemos. Un sujeto que tuvo que dejar el orden causal para salir del
atolladero teórico existencial en que se encontraba. Fue un giro político, toda
vez que lo animaba la necesidad de hacer cambios en la sociedad a favor de
causas justas.
Enrique Félix no dejó de ser romántico
ningún instante de su vida consciente, ni cuando miraba la historia llena de
vida o cuando él, lleno de vida, oteaba al futuro, y menos durante su tiempo
presente. Fue también un revolucionario integral y coherente. Cuando observa la
lejanía del marxismo, no se echa en brazos del enemigo histórico, el
capitalismo, sino que busca inspiración y claridad intelectual dentro de sí, la
fuente de energía primaria más poderosa que pueda haber, condición
imprescindible si de lo que se trataba es arrancar a lo imposible todo lo que
sea posible.
Fue la vida lo que más le interesaba al
Guacho Félix. La vivió intensamente y se le agotó pronto. No por satisfacer el
ego, sino por amor a lo demás, a lo que consideraba verdadero, justo, bello y
digno.
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