ESPECIAL:
ENSAYO
KARL MARX: EL SER HUMANO, EL
FILÓSOFO, EL POETA
"...las
formaciones nebulosas que se forman en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de
vida...La moral, la religión,
la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas
corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad...los hombres
que desarrollan su producción material y su intercambio
material cambian
también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la
conciencia la que determina la vida, sino la vida la que
determina la conciencia".
(Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, en
Erich Fromm, Marx y su concepto del hombre, FCE, México, 1978,
p. 206).
En los vastos y diversos escenarios de
las formaciones y esferas nebulosas e intangibles de los sueños --en cuanto
proyecciones del pensamiento utópico--, nos ubicamos casi siempre, desde los
años mozos e imberbes de la adolescencia, ante la más leve evocación del tema o
de la imagen que para nosotros ha significado el personaje llamado Karl Marx.
En otros términos, por los rumbos filosóficos e ideológicos que tienen que ver
con los ansias y los senderos de la justicia y las libertades humanas,
caminamos siempre bajo las alas, los mantos y las sombras del pensador alemán,
odiado por muchos y amado por muchísimos más. Y sí, acaso nos transformamos en
lo individual en seguidores del marxismo por las vías nada heterodoxas y nada
tangibles de las imágenes, de las figuraciones literarias y poéticas de Karl
Marx en torno a los espectros y las alucinaciones de los hombres como parte del
trabajo y de sus condiciones de existencia cotidiana, así como también por los
ideales de los paraísos imposibles, de las frecuentes traslaciones y
sublimaciones desde los territorios de la vida y al final de cuentas en
relación a lo que significa pensar sencillamente en el concepto humanidad.
Porque, ahora y más que nunca, ante la
infamia de un mundo de abigarradas e intensificadas contradicciones; de una
sociedad mundial en su mayor parte superflua y al mismo tiempo robotizada, y
con lo que constituye el terror de mirar, sentir y soportar la vida en el
contexto de un vertiginoso y voraz sistema de falsas luces con una población adocenada,
adiestrada y amaestrada, y ante la temática que en la revista ARENAS nos convoca, de verdad que
preferimos reflexionar aquí como si fuese un diálogo interior, o como si de
bohemia y acá entre nos, como si fuese en cortito y entre nosotros, como si sólo
voz de alma, espíritu, sensibilidad y poesía se tratara. En suma, como si
únicamente la poiesis importara,
como si sólo se tratara, por ejemplo, de los versos de adolescencia del propio
Marx:
"Todavía
quedará algo qué encontrar,
quien
hablará derritiendo suspiros
un
fluir de gentiles lágrimas te cegarán
a
lo largo de la luz".
Por ello, y acaso no podría ser de otra
manera en nuestro caso y en nuestra perspectiva, la imagen más que centenaria
del personaje legendario Karl Marx, de la leyenda, del símbolo y del icono de
la reivindicación social y humana de los trabajadores, obreros y campesinos del
mundo, por la misma naturaleza de lo que entrañaban sus propósitos y fines
hasta teleológicos, pareciera mantenerse en estado de vigencia o actualidad. En
tal sentido, y tras las anchos espejos de la ideología, de las penumbras del
comunismo como ideal y destino y de la estatua entusiasta, aireada y hasta
presuntuosa de la Revolución del proletariado, resurge también la nostalgia por
los sueños aplazados o incumplidos de un hombre que, sin embargo, trastornó y
transformó a la humanidad a partir del análisis y del estudio, de la
observación rigurosa y sistemática de la vida social y sus contradicciones, del
uso profundo del pensamiento y de las vastas y densas redes de la observación
participante y la sensibilidad, de un fundamentado acervo teórico y filosófico
y en particular de los recursos de la ciencia económica.
Precisamente,
hace ya más de un siglo que Marx se fue quedando dormido para siempre, en
silencio, con leves abruptos pero sin quejarse. Con su viaje al inframundo, su
herencia, el marxismo y su amplísima secuela filosófica, teórica y científica,
se tradujeron teoréticamente en el estudio de la naturaleza social del hombre,
y ya en los territorios políticos e ideológicos, en las múltiples vertientes
conceptuales del comunismo, el socialismo y las izquierdas. Lo cierto es que
tal legado o herencia, como pasado ha seguido pensando en el presente y aún
incluso pensando en el futuro de la humanidad. Ese marxismo que como herencia
también dividió geopolíticamente al planeta y que en sentido latente y
potencial, éste, aún se mantiene en la inquietud, la incertidumbre y la zozobra
y en la duda, con lo que esto último implica tanto para la ardua labor de la
investigación teórica y científica como para el destino humano.
Las
escenas de las últimas horas y momentos en la vida del genial y activísimo
filósofo y revolucionario alemán, imaginada y recreada de manera subjetiva y en
lo que incumbe estrictamente a las percepciones individuales, sigue siendo más
que una evocación dolorosa. Así se quedó: como en franco reposo, inerme,
extasiado, cual escultura artística de un hombre moldeada por sí mismo, entre
el espasmo final de una infatigable lucha por encontrarle sentidos y
explicaciones a la existencia humana, o por lo menos a su búsqueda. Fue el acto
supremo y casi final de un individuo pleno como ser "genérico",
entregado a la vida y a sus mil y una batallas y que forjó esperanzas finitas e
infinitas para cientos de millones de hombres y mujeres del planeta, en la idea
del concepto de desarrollo humano construida por Agnes Heller en la densidad de
uno de sus textos principales: el de Sociología
de la vida cotidiana.
Sentado
con placidez sobre la comodidad de un sillón, el hombre que sacudió a las
economías, a la política y a la ideología, literalmente, en casi todos los
países de todos los continentes, acaso aún retuvo en su aliento dificultoso y
trashumante, en la simbólica y entrañable telaraña blanca de la barba, en los
ojos vidriosos de la angustia y la tristeza eterna, el misterio del alma, a las
sombras y los fantasmas del espíritu y la condición humana, con una sonrisa
impía, amarga, socarrona, burlona, tierna y al mismo tiempo como perdida en el
vacío. Se fue quedando dormido para siempre como sólo los ángeles podrían
dormirse: sin aleteos, sin abruptos, sin gritos, sin llanto, sin desesperación,
de manera silenciosa y hasta ecuánime. Sí. Hace ya 133 años que Marx se fue
yendo de este mundo, bajo la última y lánguida luz de la mirada, con la huella
mundana del éxtasis apoteósico sin tiempo ni espacio ni fronteras, guiñándole y
murmurándole cosas y resentimientos y acaso cosas indecibles, a la inquietante
e implacable musa y prostituta más socorrida del mágico universo de los poetas:
la Muerte.
"¿Porqué
deberían las palabras intentar forzarse en vano,
siendo
sonido y nebuloso cansancio
que
es infinito, como el dolor anhelante
como
tú mismo y como el todo?"
Karl
Heinrich Marx, que habría de ser autor de obras memorables y ya clásicas como Miseria de la Filosofía, La Sagrada Familia y Los manuscritos
económico filosófícos, entre muchos otros, expiró durante una tarde
londinense de gélidos vientos. Era un día brumoso, húmedo. Estaba por cumplir
los 65 años de una vida intensa, frenética, irreverente, pero viril, orgullosa
y candorosamente soberbia. De cualquier manera, ese 14 de marzo de 1883 ha
quedado también sellado como la fecha en que el idealista, filósofo,
economista, político, jurista, literato, revolucionario y Hombre, se reencontró
con la esencia vital o crucial que lo había impulsado fragorosa y hasta
desesperadamente, hacia el amor, la vida y la poesía: faceta ésta última que ha
sido soslayada, o más bien minimizada por la mayor parte de los biógrafos,
expertos y estudiosos de su vida y su obra. Probablemente porque una lectura o
una interpretación estética de sus esfuerzos literarios, no resisten una
comparación frente a los magnos aportes teóricos y científicos de Marx.
Sin
embargo, uno de sus valores reside en los aspectos simbólicos, que requieren
ser desentrañados desde una estricta hermenéutica de los signos, los símbolos y
las significaciones, partiendo por supuesto de los contextos socioculturales
involucrados. En lo que implica hurgar y en lo que entraña por ejemplo la misma
naturaleza de la sensibilidad y de las ramificaciones y honduras de las
percepciones y las interpretaciones específicas que nutren y contienen como
vasos comunicantes a un discurso, en este caso el de la obra de Marx como un
todo; en la ingente necesidad de hacer expresivos los sentimientos, los
misterios y los silencios humanos; en los esfuerzos estéticos y artísticos, que
ya de por sí dicen mucho, por hacer patentes las particulares perspectivas
sobre las cosas sencillas o magnas de los individuos y del mundo; y en fin, en
las ocupaciones, preocupaciones, capacidades y habilidades de un hombre que,
sin duda, nos ofrecen un complejo mosaico de su personalidad y que nos permiten
acercarnos un poco más a la vasta dimensión y estatura del personaje, Karl
Marx, para intentar con modestia entenderlo y explicarlo, así sencillamente: en
su grandeza como ser humano.
Nótese:
porque antes que nada, y dentro, y por encima de todo, Marx (que nació en
Tréveris, del viejo Reino de Prusia, Alemania, el 5 de mayo de 1818), el
estudioso de las contradicciones, la dialéctica, la lógica y las sustancias de
la economía, el capitalismo, la plusvalía y del fetichismo y la alienación
(como adoración de las cosas y los bienes materiales por encima de los valores
internos, espirituales y humanos) fue, en su cotidianeidad mundana, como un
ejemplo o la encarnación misma en cuanto a vida y obra --desaforada, profusa,
humanista, rebelde, pasional--, de la propia poesía, en una vertiente (aunque
de cierta forma y en este caso como una acción creativa no especializada y sí suplementaria
si se quiere) que se acercaría a través de los tentáculos de sus raíces y
limitados alcances, sobre todo, a describir las circunstancias contextuales de
su tiempo y a mostrar las intensidades, peripecias y retos de sus propios
sentimientos y emociones.
Marx,
sin embargo, era un ávido lector de las obras de los grandes creadores y
poetas, incluidos por supuesto los griegos y romanos, probablemente siguiendo
la vieja tradición que hizo suya respecto de que "Nada de lo humano me es
ajeno", y de hecho estableció vínculos cercanos de amistad con varios
poetas, entre ellos Enrique Heine, a quien de cierta manera terminó por
influir.
Su
entrañable colega, Friedrich Engels --de quien Karl dijo en alguna ocasión que
"El viejo querido Fred puede fácilmente matar a alguien de tanto
amor"--, presintió durante el día que habría de ser fatal, justo en el
cruce de sus miradas fijas, el inquietante, amargo y tenso dolor de los
augurios o de la premonición del instante final. Apenas unos cuatro días antes,
habíase albergado una incierta esperanza de sobrevivencia de Marx, debido a su
buen ánimo y su agudeza mental. Incluso el día 13 (un día antes de la muerte),
el visionario autor de El Capital
había ingerido su acostumbrada ración de vino. Pero vanas serían en realidad
las ilusiones, las especulaciones y las esperanzas que se musitaban en los
rincones de la casa. Luego del fallecimiento de Jenny en 1881, Karl soportó una
larga gripa de varios meses, complicada con bronquitis.
De
manera que los efectos del duelo y el desgaste que significó toda una vida de
ardua y magna actividad intelectual, se manifestaron finalmente en la salud de
un individuo que, por su fortaleza física, nunca le había hecho caso al
cansancio. Así que ya no habría tiempo para más. Engels describiría, ante la
muerte de Karl, suma, que el ambiente de
la casa de su compañero de trabajo, de intelecto y de lucha por la vida se
encontraba en "lágrimas". Luego reafirmó, ya en el funeral que tuvo
lugar en el Cementerio de Highgate en Londres, y al que habían asistido
únicamente nueve o diez personas que, "apenas lo dejamos dos minutos solo,
y cuando volvimos, lo encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para
siempre". Entonces el teórico, el
científico, el ideólogo, el sabio, el político, el Mito, el militante de sus
propias ideas y doctrinas, empezaron a expandirse como fuego sobre un reguero de
pólvora encendida por todos los rincones del mundo.
"Estoy
sujeto a una interminable contienda
infinito
fermento, interminable sueño;
no
me puedo conformar con la vida
no
viajaré con la corriente"
Desde
niño, Karl mostró un temperamento travieso, quisquilloso, rebelde, y de fiera
fortaleza anímica. Los reportes más antiguos del núcleo familiar lo ubicaban
como un "niño terrible", sobre todo con sus hermanas Louise y Emilie.
Sin embargo, fue a partir de los 12 años de edad, justamente en el período de
su educación e instrucción humanista, cuando empezaron a bordarse los sueños y
a disciplinar su fuerte personalidad, la que nunca le abandonaría durante los
años más laboriosos de sus investigaciones y estudios económicos. Pero en aquéllos
primeros tiempos, empezarían a forjarse también sus primeros versos, y hasta
una extraña novela corta, así como los textos y pasquines insidiosos contra sus
rivales de escuela o colegio y las travesuras incontables. Tanto que sus
contemporáneos y condiscípulos le temían, pero le respetaban y le querían al
mismo tiempo.
Como
respaldado y abrigado por un amplio manto de cultura, que le empujaba a indagar
y regodearse cada vez más en los laberintos y recovecos del alma, a través de
un insistente afán y perenne búsqueda, el espíritu libertario del joven
soñador, antes inclusive que del idealista, fue cultivando la sensibilidad y se
fue llenando y fortaleciendo de sublimaciones, de bohemia, de cultura, de arte,
de lírica, de poesía. Y en ese contexto y en ese amplio escenario de juventud,
se forjaría y habría de magnificarse también un avasallador, urgente y
desesperado amor por una joven cuatro años mayor que él, proveniente de una
familia tradicionalista, conservadora y hasta reaccionaria de su natal Tréveris,
en la entonces Prusia renana, de Alemania. Se llamaba Jenny. Y he aquí uno de
los múltiples sonetos, en la búsqueda metafórica afanosa de puentes y caminos
de luz, que le dedicó a la musa que le cautivó y le atrapó las obsesiones para
siempre:
"Tómalos,
toma estos cantos
en
donde todo es melodía,
toma
este amor que a tus pies humilde se postra.
El
alma, libre se aproxima en rayos brillantes.
¡Oh!,
si el eco del canto es tan potente:
para
moverse alargado con dulces destellos,
para
hacer latir el pulso apasionado que
tu
orgulloso corazón erguirá sublime.
Entonces
de lejos seré testigo
cómo
la victoria te conduce, a través de la luz.
Entonces
más valiente pelearé por todo
y
mi música rugirá en lo alto
transformada
mi canción sonará más libre
y
en un dulce gemido llorará mi lira".
Conquistar,
ganar el corazón de Jenny Von Westphalen, perteneciente a una aristócrata
familia alemana, no fue una labor sencilla para Karl, quien además de tener
diferencias de clase social, era ya desde su juventud una "fichita",
un muchachuelo de comportamientos escandalosos y que ya había echado fama como
un prolijo dechado de irreverencias y rebeldías estudiantiles, grupales y
sociales. Las resistencias aristocráticas, medievales y dieciochescas de la
familia y de ella misma gravitaban en esos aún oscurantistas tiempos de la
vieja Europa. Véase, por ejemplo, este pasaje revelador e ilustrativo de una
carta de Jenny a Karl:
"Desde
el comienzo mismo supe que no estoy en condiciones de corresponder a tu romántico amor
juvenil, y agudamente lo percibí aún antes de que lo explicaras
tan fría, clara y racionalmente. Oh Karl, mi tristeza surge precisamente
por el hecho de que tu bello, patético
amor apasionado, tus descripciones
increíblemente hermosas, las arrebatadoras imágenes que conjura tu imaginación y
que llenarían de gozo a cualquier otra muchacha, sólo
sirven para sentirme ansiosa, insegura. Si me entregara a semejante dicha, entonces mi destino
sería de lo más horrible si tu amor llegara
a morir, y te convirtieras en un ser frío y regañón...
"Por esto,
Karl, es por lo que no soy tan agradecida ni estoy tan encantada con tu amor como
debería; por esto con frecuencia me dedico a las cosas exteriores de la vida y la realidad, en lugar de entregarme, como a ti
te gustaría, al mundo del
amor, perdiéndome y encontrando allí una más querida unidad espiritual, superior y contigo
que hiciera posible olvidar
todo lo demás".¨
Pero
es que en realidad el comportamiento del destinatario de la misiva no resultaba
nada recomendable para la burguesía o para los convencionalismos de la época.
En la Facultad de Derecho de la Universidad de Bonn, donde estudiaba Derecho y
Literatura, Karl Marx era símbolo y esplendor, aparte de su voracidad por la
lectura, del clásico ambiente de la disipación y del flirteo adolecente. Además
de estudiar jurisprudencia y literatura, el joven --contaba con apenas 17 años
de edad-- se hizo socio numerario de un archifamoso club de desahogos lúdicos
de la ciudad: la "Taberna de Tréveris". Tanto que llegó a ser uno de
sus cinco presidentes. Por ello, y por su existencia desenfadada, bohemia y
mucho más, su padre, también llamado Heinrich Marx, le reclamaba con molesta
ironía: "Como si de oro fuese, mi señorito hijo dispone de casi 700
taleros por año, contraviniendo todo acuerdo y usanza, siendo así que el más
rico no gasta más de 500".
La
vida del estudiante era activa y vastísima: escribía apasionadamente poesía;
tenía constantes riñas por deudas monetarias con otros estudiantes; organizaba
batallas campales entre jóvenes de distintas provincias alemanas que residían
en Bonn; mantenía relaciones o contactos con clubs literarios y políticos;
sería denunciado en la Universidad por posesión de armas prohibidas en Colonia;
y, por si fuese poco, hasta llegó a estar un tiempo bajo vigilancia policiaca.
Por supuesto, bebía alcohol y vino en abundancia para rebosar el marco de su
anticonvencional existencia, estilo que jamás abandonó ni siquiera en la
víspera de su fallecimiento, en los días esos en que acostumbró a su organismo
a ingerir una botella de cognac cada cuatro días. El ritmo de una vida que se
gestaría desde sus años mozos y que sus versos reflejaban con fresco frenesí.
Escribía:
"No
puedo satisfacer plenamente
las
ansias que aletean en mi espíritu
ni
gozar del reposo y la calma
porque
se agita en mi interior un huracán".
Bonn
y Berlín habrían de ser las poblaciones clave en la vida toda del estudioso de
la dialéctica y del materialismo histórico. Ahí se forjaron o se bordaron el
científico y el hombre. Y su desenfreno. Se agigantó su ansia ilimitada por
conocer y vivir, plenamente, sin ataduras formales y sociales y de ningún tipo
o especie. Nada de restricciones amorosas ni familiares. Tampoco sociales y en
particular universitarias. Ni mucho menos limitaciones económicas, políticas,
culturales o religiosas. Más tarde Engels se encargaría de los asuntos económicos.
Mientras tanto seguía siendo una explosión de vital y perenne irreverencia. Por
ejemplo, siempre gastaba más de lo que tenía y podía en sus fiestas y
francachelas entusiastas y pasionales.
"Querría
abarcarlo todo, poseer
los
dones más hermosos de los dioses
penetrar
en los secretos de la ciencia,
disfrutar
de los arcanos de las artes"
Y
es que todo en él era pasión, entrega a sus convicciones y cuestionamiento al
mundo y a sus hábitos, costumbres, tradiciones y formalismos, así como
arrebato, fantasía, ensoñaciones, delirios y utopías. Dentro de todo ello, sin
embargo, "obra de arte alguna había tan bella como Jenny". Y en
concreto, en la vida real y no en los ensueños, habría de quedarse con esa
obra, que era, sin lugar a dudas, la Diosa intimista a la que amó para siempre
y que guiaría sus revolucionarios pasos por la vida. Y para siempre sería tal
obra para él, cuando se casó con ella en 1843.
La
ansiosa y agobiante labor literaria y poética desplegada por Karl en Tréveris,
Bonn y Berlín (jamás publicada en algún libro durante su vida), sin embargo,
fue desapareciendo entre los archivos arrumbados que iba dejando a su paso y en
sus constantes viajes y mudanzas, en el transcurso de su activismo y de su
agitada vida observando economías y movimientos laborales de los trabajadores
en Europa. Empero, sus versos eran para él como "Mi cielo y mi arte...que
se convertían en un Más Allá tan distante como mi amor". Eran sus tiempos
de poesía volátil y huracanada y de amores dramáticos, y sobre todo de
relaciones furtivas e inestables, como si el destino humano, incluido por
supuesto el suyo, estuviese en poder de fuerzas extrañas, misteriosas, mágicas
y al mismo tiempo desconocidas. La subjetividad plena echada a rodar y correr por
las callejuelas de las vivencias cotidianas y sin explicaciones.
"No
hay límites aún a mi osadía
que
me empuja a un cansancio interminable
y
detiene la apatía y el silencio
hacia
el fondo del abismo de la nada".
En
el fondo de las apariencias, se podría deducir, su mensaje fundamental era la
exaltación de la personalidad, del ego de un genio en ciernes, con la que se
enfrentaba día a día al status quo o
al stablishment de su tiempo, que
para él tenía que ver con la ingente necesidad del ser humano pensante por los
cambios y la transformación. ¿Hacia dónde? Eso aún estaba por verse. Mas esa
personalidad, como la de los movimientos rítmicos y al mismo tiempo salvajes
que pudieran manifestarse en las estruendosas olas del Océano, a las que con
frecuencia recurría como metáforas de su temperamento, se ungía o transformaba
en vigorosa, omnipotente y especulativa al mismo tiempo.
En
realidad se aislaba como una forma de rechazo y cuestionamiento a la sociedad,
a los rancios tufos de la aristocracia, a sus modismos e hipocresías. Pero de
manera simultánea también buscaba con
vehemencia, con rabiosa desesperación, a otros individuos y grupos que compartieran
retos, expectativas, perspectivas y en el fondo que fueran un poquito como él.
Su imaginación se desbordaba. Acaso por ello, como un reto al filo del
precipicio, su afecto o sus invocaciones a la muerte se intensificaban, según
puede colegirse o deducirse de sus propios versos. El misticismo y el culto
consciente de "su" genialidad y de su interés y afán por la reflexión
sobre la función y el papel de lo introvertido en el ser humano y en él mismo
como modelo o ejemplo, se dibujaban y resaltaban en el carisma, el aura y la
retadora imagen de su rostro con que estaba construyendo a su misma existencia.
Y versificaba:
"Estoy
sujeto a una interminable contienda
infinito
fermento, interminable sueño;
no
me puedo conformar con la vida
no
viajaré con la corriente".
En
este sentido, el desorden o el desenfado de su existencia, no de su obra
posterior, eran casi su sino, la forma en que se vestía el instinto o la
potencialidad de sus intuiciones en torno al espíritu del hombre y las ansias
de libertad. Pero el mismo trabajo cognoscitivo e intelectual intensivo de sus
inicios, sin método, sin técnica clara, produjo o provocó la formación
sustancial del futuro científico de quien, un poco después, habría de ser el
autor de una de las joyas o emblemas de su extensa y profunda producción
bibliográfica: los Manuscritos económico filosóficos de 1844,
donde como se sabe aborda la esencial temática de la alienación o enajenación
del hombre frente al entorno, frente al mundo y sus realidades, frente a las
cosas y los hombres que se hacen cosas y que se transforman y se fabrican a sí
mismos como simples cosas, distanciándose de sí mismos y de su propia identidad
y realidad, en el contexto del entusiasta y vigoroso auge del progreso, de las
máquinas, la tecnología y el capitalismo en Europa y otras regiones del
planeta.
Eran
una sociedad y una alienación donde, decía textualmente Marx, "el
trabajador desciende al nivel de mercancía y de una mercancía miserable".
Era, en otros términos, la efervescencia de un contexto que a la postre le
harían bordar su Contribución a la
crítica de la economía política, donde relaciona los estrechos nexos de la
estructura económica de la sociedad y la política, y lo que a la postre sería
el estudio en torno a los enfrentamientos sociales por la justicia, el derecho
y las libertades humanas, el estudio de las relaciones y acciones dialécticas y
estructurales de los hombres y que ha sido en realidad el motor de la historia
de la humanidad, conocido en términos sociológicos como la teoría del conflicto.
Miraba
y escudriñaba los escenarios de cierta forma novedosos con el ascenso y
crecimiento de la burguesía europea que se había empoderado en el capitalismo,
así como los estertores de la vieja y rancia aristocracia de siglos del
feudalismo que fenecía o se apagaba, asimilaba experiencias y devoraba libros y
leía acá, allá, escribía esto, lo otro y aquello. Poesía, filosofía,
antropología, derecho, sociología, política, economía, historia, periodismo,
vida cotidiana, eran como las carreteras rumbo a los atrios del entendimiento y
la explicación en las que viajaba frenéticamente.
Lo
cierto es que devoraba información, datos, percepciones, interpretaciones y
conocimiento. Era una avalancha, un maremagnum o bien una vorágine en su aprendizaje, intentando captar,
interiorizar, introyectar, asimilar y y luego destilar formas, métodos,
sustancia, esencias, entre los caminos y los destinos posibles del conocimiento
de la realidad social y humana. A fines de 1839, con un poco más de 21 años de
edad, leía al mismo tiempo a autores como Hegel, Aristóteles, Liebniz, Hume,
Kant, Sócrates, Platón, Epicuro, Demócrito, además de los poetas europeos y
hasta buena parte de las complejidades líricas de Goethe.
Pero
ya el tiempo de esa formación se le estaba agotando a quien habría de mirar más
tarde a las cosas y los fenómenos de las transacciones e intercambios del
comercio y a los mecanismos de funcionamiento de la economía, y en general a
las materialidades del hombre y la civilización en un sentido dialéctico, donde
las causas inciden sobre los efectos y éstos sobre las causas, así como desde
la perspectiva, siempre, del materialismo histórico, que consiste, en parte, en
mirar a las hechos como obras fundamentalmente sociales y humanas.
Entre
la insociabilidad y la soledad, de frente al vigor y la enjundia con que se
trepaba a los andenes del conocimiento, la cultura y el arte y la vorágine de
las lecturas de las varias y diversificados géneros bajo la luz de las velas,
las candelas y los candelabros de los sórdidos cuartos de estudio tenían que
irse al carajo, junto con su última asociación de soberbios bohemios de la
existencia, el conocimiento y el intelecto que se tragaban los fuegos, los
humos y los jugos ambarinos y etílicos a bocanadas y que fue, en Berlín y en
ese tiempo, el muy famoso Club de los Doctores. Claro, esto lo habría de hacer
un poco después de 1841, año en que se doctoró, cuando apenas había cumplido, a
plenitud, los 23 años de edad.
La
duda mística, el existencialismo, los gozos cotidianos, el desmadre social y
los afanes poéticos, el sentimiento abrasador y podría decirse que casi
absoluto por Jenny, salvo por los decires, rumores y chismes que circulaban en
el contexto de su fama creciente en torno al desenfreno y la bohemia por la
existencia y sus misterios, tenían que canalizarse hacia las concreciones de la
vida. No bastaba la sensibilidad. No eran suficientes genialidad, intuición, percepciones,
lucidez, inteligencia y visión filosófica. No bastaban el ánimo y el entusiasmo
enfebrecido ni la protesta o la crítica irónica, sarcástica y mordaz.
De
manera que los juveniles aires del romanticismo, como expresión acaso del
idealismo "puro", se fueron diluyendo, o mejor dicho, se dirigieron y
canalizaron hacia otras formas del pensamiento, hacia los planteamientos
filosóficos de la racionalidad y la dialéctica del conocimiento y de la
realidad. Pero la simiente de la libertad y de las utopías se fortaleció, se
fue necesariamente ampliando mientras físicamente recorría países
representativos de la diversidad de Europa (como Bélgica, Francia, el Reino
Unido) y quedó, el ensueño de la libertad, para siempre instalado en el
espíritu teórico y científico de Karl Heinrich Marx, que se invistió en un
símbolo de esperanza para los cientos de millones de pobres, desposeídos,
marginados, excluidos y explotados, a quienes había convocado, junto a Friedrich
Engels, desde el Manifiesto del Partido
Comunista con la célebre arenga, reivindicativa de los jodidos del mundo
por vez primera en la historia de la humanidad, que entrañó la frase de
"proletarios de todos los países, uníos".
Sin
embargo, con un socarrón sentimiento de irremediable marxista "pequeño
burgués", en nosotros sigue gravitando, impactando y pesando en el recuerdo,
o más bien en la saudade (como una especie de nostalgia por lo que nunca se ha
tenido, que nunca se ha vivido o que nunca se ha sido), esa evocación del
cansancio de su rostro, bajo el peso, los sofocos y el ahogo de la larga y dura
gripe que fue minando sus resistencias hasta llegar a la imagen del día de su
muerte (apenas a los 65 años de edad), con acaso esa sorna o satisfacción de la
sonrisa de orgullo y reclamo que, en su caso y a nivel simbólico, con su obra,
su vida y su congruencia, acompañado siempre por el sentimiento absoluto hacia
su esposa Jenny, desbordaría y derrotaría al paso de los años, del tiempo, al
olvido, a la mediocridad y a la Muerte, aunque no se debiera ello precisamente
y en particular a las características y valores estéticos de la obra literaria
o por culpa de sus intentonas en torno al arte poético.
Aunque
esto último, y al margen de que en los instantes finales de su fructífera y
productiva existencia, su muy real e inmensurable amor por Jenny Von Westphalen
(que podría también interpretarse en la proyección como un sentimiento sublime por
la humanidad), no pudiese devolverle un poco más de energía y salud para retenerlo
o retornarlo a la vida. Aunque fuese tan sólo por unos cuantos instantes más de
luz hacia sus chocarreros y vandálicos episodios de juventud y entre los
francos y vibrantes territorios de sus ensueños, aspiraciones y utopías. Como
cuando se sumergía en el abismo que era él mismo, se hundía y se transformaba
en versos, bajo la mortecina y olorosa iluminación de las velas y los
candelabros, entre el vino, la tinta china y las hojas blancas, y escribía, versificaba,
ensayaba, intentaba y volvía a ensayar los intensos sonetos por la amada.
"¡Mira!
un millar de volúmenes podría llenar
escribiendo
solamente "Jenny" en cada línea.
Y
aún ellas podrían ocultar un mundo de pensamiento.
Hazaña
eterna e interminable.
Dulces
versos que se anhelan dulces todavía,
todo
el fulgor y todo el resplandor del éter,
angustiada
pena y dolor y gozo divino,
toda
la vida y todo mi conocimiento
puedo
leerlo en las estrellas rutilantes
desde
el Céfiro que retorna hacia mí
hasta el
ser del trueno de las olas salvajes.
Sinceramente
escribiría como refrán,
para
ser visto en los siglos venideros:
AMOR
ES JENNY, JENNY ES NOMBRE DE AMOR.
BIBLIOGRAFÍA
Georg Luckacs, El alma y las formas, Grijalbo, México, 1970.
Erich Fromm, Marx y su concepto del hombre, FCE, México, 1978.
Henrich Gemkow, Karl Marx, Cartago, Buenos Aires, 1975.
Agnes Heller, Sociología de la vida cotidiana, Península, Barcelona, 1998.
Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica del iluminismo,
Sudamericana, Buenos Aires, 1987.
Karl Marx y Federico Engels, Manifiesto del Partido Comunista, en Obras Escogidas, Progreso, Moscú, 1980.
Karl Marx, Miseria de la filosofía, Siglo XXI, México, 1987.
Karl Marx, Poemas, El Viejo Topo, España, 2000.
Circulodepoesía.com/2015/04//poesia-fama-y-poder-karl-marx/.
https://sites.google.com/site/256carlosmarx/poemas-de-marx-a-su-padre
¨ Comunicólogo, poeta,
ensayista, catedrático e investigador de la UAS. Es autor de varios libros,
entre ellos El ensayo: centauro de los
géneros y La narcocultura:
simbología de la transgresión, el poder y la muerte, ambos editados por la
UAS.
¨ Véase a Henrich Gemkow, Karl
Marx, Edit Cartago, Buenos Aires, 1975, y la página
cïrculodepoesía.com/2015/04/poesía-fama-y-poder-karl-marx/
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