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ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904

ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904 Rafael SANTOS CENOBIO * *  Catedrático e investigador de l...

domingo, 21 de agosto de 2016

ESPECIAL: ENSAYO

ESPECIAL: ENSAYO

KARL MARX: EL SER HUMANO, EL FILÓSOFO, EL POETA



                        "...las formaciones nebulosas que se forman en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida...La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad...los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia".
 (Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, en Erich Fromm, Marx y su concepto del hombre, FCE, México, 1978, p. 206).

Nery CORDOVA¨

En los vastos y diversos escenarios de las formaciones y esferas nebulosas e intangibles de los sueños --en cuanto proyecciones del pensamiento utópico--, nos ubicamos casi siempre, desde los años mozos e imberbes de la adolescencia, ante la más leve evocación del tema o de la imagen que para nosotros ha significado el personaje llamado Karl Marx. En otros términos, por los rumbos filosóficos e ideológicos que tienen que ver con los ansias y los senderos de la justicia y las libertades humanas, caminamos siempre bajo las alas, los mantos y las sombras del pensador alemán, odiado por muchos y amado por muchísimos más. Y sí, acaso nos transformamos en lo individual en seguidores del marxismo por las vías nada heterodoxas y nada tangibles de las imágenes, de las figuraciones literarias y poéticas de Karl Marx en torno a los espectros y las alucinaciones de los hombres como parte del trabajo y de sus condiciones de existencia cotidiana, así como también por los ideales de los paraísos imposibles, de las frecuentes traslaciones y sublimaciones desde los territorios de la vida y al final de cuentas en relación a lo que significa pensar sencillamente en el concepto humanidad.
Porque, ahora y más que nunca, ante la infamia de un mundo de abigarradas e intensificadas contradicciones; de una sociedad mundial en su mayor parte superflua y al mismo tiempo robotizada, y con lo que constituye el terror de mirar, sentir y soportar la vida en el contexto de un vertiginoso y voraz sistema de falsas luces con una población adocenada, adiestrada y amaestrada, y ante la temática que en la revista ARENAS nos convoca, de verdad que preferimos reflexionar aquí como si fuese un diálogo interior, o como si de bohemia y acá entre nos, como si fuese en cortito y entre nosotros, como si sólo voz de alma, espíritu, sensibilidad y poesía se tratara. En suma, como si únicamente la poiesis importara, como si sólo se tratara, por ejemplo, de los versos de adolescencia del propio Marx:
           
                                                           "Todavía quedará algo qué encontrar,
                                                                              quien hablará derritiendo suspiros
                                                                              un fluir de gentiles lágrimas te cegarán
                                                                              a lo largo de la luz".
           
Por ello, y acaso no podría ser de otra manera en nuestro caso y en nuestra perspectiva, la imagen más que centenaria del personaje legendario Karl Marx, de la leyenda, del símbolo y del icono de la reivindicación social y humana de los trabajadores, obreros y campesinos del mundo, por la misma naturaleza de lo que entrañaban sus propósitos y fines hasta teleológicos, pareciera mantenerse en estado de vigencia o actualidad. En tal sentido, y tras las anchos espejos de la ideología, de las penumbras del comunismo como ideal y destino y de la estatua entusiasta, aireada y hasta presuntuosa de la Revolución del proletariado, resurge también la nostalgia por los sueños aplazados o incumplidos de un hombre que, sin embargo, trastornó y transformó a la humanidad a partir del análisis y del estudio, de la observación rigurosa y sistemática de la vida social y sus contradicciones, del uso profundo del pensamiento y de las vastas y densas redes de la observación participante y la sensibilidad, de un fundamentado acervo teórico y filosófico y en particular de los recursos de la ciencia económica.
    Precisamente, hace ya más de un siglo que Marx se fue quedando dormido para siempre, en silencio, con leves abruptos pero sin quejarse. Con su viaje al inframundo, su herencia, el marxismo y su amplísima secuela filosófica, teórica y científica, se tradujeron teoréticamente en el estudio de la naturaleza social del hombre, y ya en los territorios políticos e ideológicos, en las múltiples vertientes conceptuales del comunismo, el socialismo y las izquierdas. Lo cierto es que tal legado o herencia, como pasado ha seguido pensando en el presente y aún incluso pensando en el futuro de la humanidad. Ese marxismo que como herencia también dividió geopolíticamente al planeta y que en sentido latente y potencial, éste, aún se mantiene en la inquietud, la incertidumbre y la zozobra y en la duda, con lo que esto último implica tanto para la ardua labor de la investigación teórica y científica como para el destino humano.
    Las escenas de las últimas horas y momentos en la vida del genial y activísimo filósofo y revolucionario alemán, imaginada y recreada de manera subjetiva y en lo que incumbe estrictamente a las percepciones individuales, sigue siendo más que una evocación dolorosa. Así se quedó: como en franco reposo, inerme, extasiado, cual escultura artística de un hombre moldeada por sí mismo, entre el espasmo final de una infatigable lucha por encontrarle sentidos y explicaciones a la existencia humana, o por lo menos a su búsqueda. Fue el acto supremo y casi final de un individuo pleno como ser "genérico", entregado a la vida y a sus mil y una batallas y que forjó esperanzas finitas e infinitas para cientos de millones de hombres y mujeres del planeta, en la idea del concepto de desarrollo humano construida por Agnes Heller en la densidad de uno de sus textos principales: el de Sociología de la vida cotidiana.        
    Sentado con placidez sobre la comodidad de un sillón, el hombre que sacudió a las economías, a la política y a la ideología, literalmente, en casi todos los países de todos los continentes, acaso aún retuvo en su aliento dificultoso y trashumante, en la simbólica y entrañable telaraña blanca de la barba, en los ojos vidriosos de la angustia y la tristeza eterna, el misterio del alma, a las sombras y los fantasmas del espíritu y la condición humana, con una sonrisa impía, amarga, socarrona, burlona, tierna y al mismo tiempo como perdida en el vacío. Se fue quedando dormido para siempre como sólo los ángeles podrían dormirse: sin aleteos, sin abruptos, sin gritos, sin llanto, sin desesperación, de manera silenciosa y hasta ecuánime. Sí. Hace ya 133 años que Marx se fue yendo de este mundo, bajo la última y lánguida luz de la mirada, con la huella mundana del éxtasis apoteósico sin tiempo ni espacio ni fronteras, guiñándole y murmurándole cosas y resentimientos y acaso cosas indecibles, a la inquietante e implacable musa y prostituta más socorrida del mágico universo de los poetas: la Muerte.

                                                           "¿Porqué deberían las palabras intentar forzarse en                                                                                                                                                                              vano,
                                                                              siendo sonido y nebuloso cansancio
                                                                              que es infinito, como el dolor anhelante
                                                                              como tú mismo y como el todo?"

    Karl Heinrich Marx, que habría de ser autor de obras memorables y ya clásicas como Miseria de la Filosofía, La Sagrada Familia y Los manuscritos económico filosófícos, entre muchos otros, expiró durante una tarde londinense de gélidos vientos. Era un día brumoso, húmedo. Estaba por cumplir los 65 años de una vida intensa, frenética, irreverente, pero viril, orgullosa y candorosamente soberbia. De cualquier manera, ese 14 de marzo de 1883 ha quedado también sellado como la fecha en que el idealista, filósofo, economista, político, jurista, literato, revolucionario y Hombre, se reencontró con la esencia vital o crucial que lo había impulsado fragorosa y hasta desesperadamente, hacia el amor, la vida y la poesía: faceta ésta última que ha sido soslayada, o más bien minimizada por la mayor parte de los biógrafos, expertos y estudiosos de su vida y su obra. Probablemente porque una lectura o una interpretación estética de sus esfuerzos literarios, no resisten una comparación frente a los magnos aportes teóricos y científicos de Marx.
    Sin embargo, uno de sus valores reside en los aspectos simbólicos, que requieren ser desentrañados desde una estricta hermenéutica de los signos, los símbolos y las significaciones, partiendo por supuesto de los contextos socioculturales involucrados. En lo que implica hurgar y en lo que entraña por ejemplo la misma naturaleza de la sensibilidad y de las ramificaciones y honduras de las percepciones y las interpretaciones específicas que nutren y contienen como vasos comunicantes a un discurso, en este caso el de la obra de Marx como un todo; en la ingente necesidad de hacer expresivos los sentimientos, los misterios y los silencios humanos; en los esfuerzos estéticos y artísticos, que ya de por sí dicen mucho, por hacer patentes las particulares perspectivas sobre las cosas sencillas o magnas de los individuos y del mundo; y en fin, en las ocupaciones, preocupaciones, capacidades y habilidades de un hombre que, sin duda, nos ofrecen un complejo mosaico de su personalidad y que nos permiten acercarnos un poco más a la vasta dimensión y estatura del personaje, Karl Marx, para intentar con modestia entenderlo y explicarlo, así sencillamente: en su grandeza como ser humano.
    Nótese: porque antes que nada, y dentro, y por encima de todo, Marx (que nació en Tréveris, del viejo Reino de Prusia, Alemania, el 5 de mayo de 1818), el estudioso de las contradicciones, la dialéctica, la lógica y las sustancias de la economía, el capitalismo, la plusvalía y del fetichismo y la alienación (como adoración de las cosas y los bienes materiales por encima de los valores internos, espirituales y humanos) fue, en su cotidianeidad mundana, como un ejemplo o la encarnación misma en cuanto a vida y obra --desaforada, profusa, humanista, rebelde, pasional--, de la propia poesía, en una vertiente (aunque de cierta forma y en este caso como una acción creativa no especializada y sí suplementaria si se quiere) que se acercaría a través de los tentáculos de sus raíces y limitados alcances, sobre todo, a describir las circunstancias contextuales de su tiempo y a mostrar las intensidades, peripecias y retos de sus propios sentimientos y emociones.
    Marx, sin embargo, era un ávido lector de las obras de los grandes creadores y poetas, incluidos por supuesto los griegos y romanos, probablemente siguiendo la vieja tradición que hizo suya respecto de que "Nada de lo humano me es ajeno", y de hecho estableció vínculos cercanos de amistad con varios poetas, entre ellos Enrique Heine, a quien de cierta manera terminó por influir.
    Su entrañable colega, Friedrich Engels --de quien Karl dijo en alguna ocasión que "El viejo querido Fred puede fácilmente matar a alguien de tanto amor"--, presintió durante el día que habría de ser fatal, justo en el cruce de sus miradas fijas, el inquietante, amargo y tenso dolor de los augurios o de la premonición del instante final. Apenas unos cuatro días antes, habíase albergado una incierta esperanza de sobrevivencia de Marx, debido a su buen ánimo y su agudeza mental. Incluso el día 13 (un día antes de la muerte), el visionario autor de El Capital había ingerido su acostumbrada ración de vino. Pero vanas serían en realidad las ilusiones, las especulaciones y las esperanzas que se musitaban en los rincones de la casa. Luego del fallecimiento de Jenny en 1881, Karl soportó una larga gripa de varios meses, complicada con bronquitis.
    De manera que los efectos del duelo y el desgaste que significó toda una vida de ardua y magna actividad intelectual, se manifestaron finalmente en la salud de un individuo que, por su fortaleza física, nunca le había hecho caso al cansancio. Así que ya no habría tiempo para más. Engels describiría, ante la muerte de Karl,  suma, que el ambiente de la casa de su compañero de trabajo, de intelecto y de lucha por la vida se encontraba en "lágrimas". Luego reafirmó, ya en el funeral que tuvo lugar en el Cementerio de Highgate en Londres, y al que habían asistido únicamente nueve o diez personas que, "apenas lo dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, lo encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre".  Entonces el teórico, el científico, el ideólogo, el sabio, el político, el Mito, el militante de sus propias ideas y doctrinas, empezaron a expandirse como fuego sobre un reguero de pólvora encendida por todos los rincones del mundo.
                                  
                                                           "Estoy sujeto a una interminable contienda
                                                                              infinito fermento, interminable sueño;
                                                                              no me puedo conformar con la vida
                                                                              no viajaré con la corriente"

    Desde niño, Karl mostró un temperamento travieso, quisquilloso, rebelde, y de fiera fortaleza anímica. Los reportes más antiguos del núcleo familiar lo ubicaban como un "niño terrible", sobre todo con sus hermanas Louise y Emilie. Sin embargo, fue a partir de los 12 años de edad, justamente en el período de su educación e instrucción humanista, cuando empezaron a bordarse los sueños y a disciplinar su fuerte personalidad, la que nunca le abandonaría durante los años más laboriosos de sus investigaciones y estudios económicos. Pero en aquéllos primeros tiempos, empezarían a forjarse también sus primeros versos, y hasta una extraña novela corta, así como los textos y pasquines insidiosos contra sus rivales de escuela o colegio y las travesuras incontables. Tanto que sus contemporáneos y condiscípulos le temían, pero le respetaban y le querían al mismo tiempo.
    Como respaldado y abrigado por un amplio manto de cultura, que le empujaba a indagar y regodearse cada vez más en los laberintos y recovecos del alma, a través de un insistente afán y perenne búsqueda, el espíritu libertario del joven soñador, antes inclusive que del idealista, fue cultivando la sensibilidad y se fue llenando y fortaleciendo de sublimaciones, de bohemia, de cultura, de arte, de lírica, de poesía. Y en ese contexto y en ese amplio escenario de juventud, se forjaría y habría de magnificarse también un avasallador, urgente y desesperado amor por una joven cuatro años mayor que él, proveniente de una familia tradicionalista, conservadora y hasta reaccionaria de su natal Tréveris, en la entonces Prusia renana, de Alemania. Se llamaba Jenny. Y he aquí uno de los múltiples sonetos, en la búsqueda metafórica afanosa de puentes y caminos de luz, que le dedicó a la musa que le cautivó y le atrapó las obsesiones para siempre:

                                                           "Tómalos, toma estos cantos
                                                                              en donde todo es melodía,
                                                                              toma este amor que a tus pies humilde se postra.
                                                                              El alma, libre se aproxima en rayos brillantes.
                                                                              ¡Oh!, si el eco del canto es tan potente:
                                                                              para moverse alargado con dulces destellos,
                                                                              para hacer latir el pulso apasionado que
                                                                              tu orgulloso corazón erguirá sublime.
                                                                              Entonces de lejos seré testigo
                                                                              cómo la victoria te conduce, a través de la luz.
                                                                              Entonces más valiente pelearé por todo
                                                                              y mi música rugirá en lo alto
                                                                              transformada mi canción sonará más libre
                                                                              y en un dulce gemido llorará mi lira".

    Conquistar, ganar el corazón de Jenny Von Westphalen, perteneciente a una aristócrata familia alemana, no fue una labor sencilla para Karl, quien además de tener diferencias de clase social, era ya desde su juventud una "fichita", un muchachuelo de comportamientos escandalosos y que ya había echado fama como un prolijo dechado de irreverencias y rebeldías estudiantiles, grupales y sociales. Las resistencias aristocráticas, medievales y dieciochescas de la familia y de ella misma gravitaban en esos aún oscurantistas tiempos de la vieja Europa. Véase, por ejemplo, este pasaje revelador e ilustrativo de una carta de Jenny a Karl:
           
                        "Desde el comienzo mismo supe que no estoy en condiciones de corresponder a tu romántico amor juvenil, y agudamente lo percibí aún antes de que lo explicaras tan fría, clara y racionalmente. Oh Karl, mi tristeza surge precisamente por el hecho de que tu bello, patético amor apasionado, tus descripciones increíblemente hermosas, las arrebatadoras imágenes que conjura tu imaginación y que llenarían de gozo a cualquier otra muchacha, sólo sirven para sentirme ansiosa, insegura. Si me entregara a semejante dicha, entonces mi destino sería de lo más horrible si tu amor llegara a morir, y te convirtieras en un ser frío y regañón...
                               "Por esto, Karl, es por lo que no soy tan agradecida ni estoy tan encantada con tu amor como debería; por esto con frecuencia me dedico a las cosas exteriores  de la vida y la realidad, en lugar de entregarme, como a ti te gustaría, al mundo del amor, perdiéndome y encontrando allí una más querida unidad espiritual, superior y contigo que hiciera posible olvidar todo lo demás".¨

    Pero es que en realidad el comportamiento del destinatario de la misiva no resultaba nada recomendable para la burguesía o para los convencionalismos de la época. En la Facultad de Derecho de la Universidad de Bonn, donde estudiaba Derecho y Literatura, Karl Marx era símbolo y esplendor, aparte de su voracidad por la lectura, del clásico ambiente de la disipación y del flirteo adolecente. Además de estudiar jurisprudencia y literatura, el joven --contaba con apenas 17 años de edad-- se hizo socio numerario de un archifamoso club de desahogos lúdicos de la ciudad: la "Taberna de Tréveris". Tanto que llegó a ser uno de sus cinco presidentes. Por ello, y por su existencia desenfadada, bohemia y mucho más, su padre, también llamado Heinrich Marx, le reclamaba con molesta ironía: "Como si de oro fuese, mi señorito hijo dispone de casi 700 taleros por año, contraviniendo todo acuerdo y usanza, siendo así que el más rico no gasta más de 500".         
    La vida del estudiante era activa y vastísima: escribía apasionadamente poesía; tenía constantes riñas por deudas monetarias con otros estudiantes; organizaba batallas campales entre jóvenes de distintas provincias alemanas que residían en Bonn; mantenía relaciones o contactos con clubs literarios y políticos; sería denunciado en la Universidad por posesión de armas prohibidas en Colonia; y, por si fuese poco, hasta llegó a estar un tiempo bajo vigilancia policiaca. Por supuesto, bebía alcohol y vino en abundancia para rebosar el marco de su anticonvencional existencia, estilo que jamás abandonó ni siquiera en la víspera de su fallecimiento, en los días esos en que acostumbró a su organismo a ingerir una botella de cognac cada cuatro días. El ritmo de una vida que se gestaría desde sus años mozos y que sus versos reflejaban con fresco frenesí. Escribía:

                                                           "No puedo satisfacer plenamente
                                                           las ansias que aletean en mi espíritu
                                                           ni gozar del reposo y la calma
                                                           porque se agita en mi interior un huracán".

    Bonn y Berlín habrían de ser las poblaciones clave en la vida toda del estudioso de la dialéctica y del materialismo histórico. Ahí se forjaron o se bordaron el científico y el hombre. Y su desenfreno. Se agigantó su ansia ilimitada por conocer y vivir, plenamente, sin ataduras formales y sociales y de ningún tipo o especie. Nada de restricciones amorosas ni familiares. Tampoco sociales y en particular universitarias. Ni mucho menos limitaciones económicas, políticas, culturales o religiosas. Más tarde Engels se encargaría de los asuntos económicos. Mientras tanto seguía siendo una explosión de vital y perenne irreverencia. Por ejemplo, siempre gastaba más de lo que tenía y podía en sus fiestas y francachelas entusiastas y pasionales.

                                                           "Querría abarcarlo todo, poseer
                                                           los dones más hermosos de los dioses
                                                           penetrar en los secretos de la ciencia,
                                                           disfrutar de los arcanos de las artes"

    Y es que todo en él era pasión, entrega a sus convicciones y cuestionamiento al mundo y a sus hábitos, costumbres, tradiciones y formalismos, así como arrebato, fantasía, ensoñaciones, delirios y utopías. Dentro de todo ello, sin embargo, "obra de arte alguna había tan bella como Jenny". Y en concreto, en la vida real y no en los ensueños, habría de quedarse con esa obra, que era, sin lugar a dudas, la Diosa intimista a la que amó para siempre y que guiaría sus revolucionarios pasos por la vida. Y para siempre sería tal obra para él, cuando se casó con ella en 1843.
    La ansiosa y agobiante labor literaria y poética desplegada por Karl en Tréveris, Bonn y Berlín (jamás publicada en algún libro durante su vida), sin embargo, fue desapareciendo entre los archivos arrumbados que iba dejando a su paso y en sus constantes viajes y mudanzas, en el transcurso de su activismo y de su agitada vida observando economías y movimientos laborales de los trabajadores en Europa. Empero, sus versos eran para él como "Mi cielo y mi arte...que se convertían en un Más Allá tan distante como mi amor". Eran sus tiempos de poesía volátil y huracanada y de amores dramáticos, y sobre todo de relaciones furtivas e inestables, como si el destino humano, incluido por supuesto el suyo, estuviese en poder de fuerzas extrañas, misteriosas, mágicas y al mismo tiempo desconocidas. La subjetividad plena echada a rodar y correr por las callejuelas de las vivencias cotidianas y sin explicaciones.

                                                           "No hay límites aún a mi osadía
                                                           que me empuja a un cansancio interminable
                                                           y detiene la apatía y el silencio
                                                           hacia el fondo del abismo de la nada".

    En el fondo de las apariencias, se podría deducir, su mensaje fundamental era la exaltación de la personalidad, del ego de un genio en ciernes, con la que se enfrentaba día a día al status quo o al stablishment de su tiempo, que para él tenía que ver con la ingente necesidad del ser humano pensante por los cambios y la transformación. ¿Hacia dónde? Eso aún estaba por verse. Mas esa personalidad, como la de los movimientos rítmicos y al mismo tiempo salvajes que pudieran manifestarse en las estruendosas olas del Océano, a las que con frecuencia recurría como metáforas de su temperamento, se ungía o transformaba en vigorosa, omnipotente y especulativa al mismo tiempo.
    En realidad se aislaba como una forma de rechazo y cuestionamiento a la sociedad, a los rancios tufos de la aristocracia, a sus modismos e hipocresías. Pero de manera  simultánea también buscaba con vehemencia, con rabiosa desesperación, a otros individuos y grupos que compartieran retos, expectativas, perspectivas y en el fondo que fueran un poquito como él. Su imaginación se desbordaba. Acaso por ello, como un reto al filo del precipicio, su afecto o sus invocaciones a la muerte se intensificaban, según puede colegirse o deducirse de sus propios versos. El misticismo y el culto consciente de "su" genialidad y de su interés y afán por la reflexión sobre la función y el papel de lo introvertido en el ser humano y en él mismo como modelo o ejemplo, se dibujaban y resaltaban en el carisma, el aura y la retadora imagen de su rostro con que estaba construyendo a su misma existencia. Y versificaba:
           
                                                                              "Estoy sujeto a una interminable contienda
                                                                              infinito fermento, interminable sueño;
                                                                              no me puedo conformar con la vida
                                                                              no viajaré con la corriente".

    En este sentido, el desorden o el desenfado de su existencia, no de su obra posterior, eran casi su sino, la forma en que se vestía el instinto o la potencialidad de sus intuiciones en torno al espíritu del hombre y las ansias de libertad. Pero el mismo trabajo cognoscitivo e intelectual intensivo de sus inicios, sin método, sin técnica clara, produjo o provocó la formación sustancial del futuro científico de quien, un poco después, habría de ser el autor de una de las joyas o emblemas de su extensa y profunda producción bibliográfica: los Manuscritos económico filosóficos de 1844, donde como se sabe aborda la esencial temática de la alienación o enajenación del hombre frente al entorno, frente al mundo y sus realidades, frente a las cosas y los hombres que se hacen cosas y que se transforman y se fabrican a sí mismos como simples cosas, distanciándose de sí mismos y de su propia identidad y realidad, en el contexto del entusiasta y vigoroso auge del progreso, de las máquinas, la tecnología y el capitalismo en Europa y otras regiones del planeta.
    Eran una sociedad y una alienación donde, decía textualmente Marx, "el trabajador desciende al nivel de mercancía y de una mercancía miserable". Era, en otros términos, la efervescencia de un contexto que a la postre le harían bordar su Contribución a la crítica de la economía política, donde relaciona los estrechos nexos de la estructura económica de la sociedad y la política, y lo que a la postre sería el estudio en torno a los enfrentamientos sociales por la justicia, el derecho y las libertades humanas, el estudio de las relaciones y acciones dialécticas y estructurales de los hombres y que ha sido en realidad el motor de la historia de la humanidad, conocido en términos sociológicos como la teoría del conflicto.
    Miraba y escudriñaba los escenarios de cierta forma novedosos con el ascenso y crecimiento de la burguesía europea que se había empoderado en el capitalismo, así como los estertores de la vieja y rancia aristocracia de siglos del feudalismo que fenecía o se apagaba, asimilaba experiencias y devoraba libros y leía acá, allá, escribía esto, lo otro y aquello. Poesía, filosofía, antropología, derecho, sociología, política, economía, historia, periodismo, vida cotidiana, eran como las carreteras rumbo a los atrios del entendimiento y la explicación en las que viajaba frenéticamente.
    Lo cierto es que devoraba información, datos, percepciones, interpretaciones y conocimiento. Era una avalancha, un maremagnum o bien una vorágine  en su aprendizaje, intentando captar, interiorizar, introyectar, asimilar y y luego destilar formas, métodos, sustancia, esencias, entre los caminos y los destinos posibles del conocimiento de la realidad social y humana. A fines de 1839, con un poco más de 21 años de edad, leía al mismo tiempo a autores como Hegel, Aristóteles, Liebniz, Hume, Kant, Sócrates, Platón, Epicuro, Demócrito, además de los poetas europeos y hasta buena parte de las complejidades líricas de Goethe.
    Pero ya el tiempo de esa formación se le estaba agotando a quien habría de mirar más tarde a las cosas y los fenómenos de las transacciones e intercambios del comercio y a los mecanismos de funcionamiento de la economía, y en general a las materialidades del hombre y la civilización en un sentido dialéctico, donde las causas inciden sobre los efectos y éstos sobre las causas, así como desde la perspectiva, siempre, del materialismo histórico, que consiste, en parte, en mirar a las hechos como obras fundamentalmente sociales y humanas.
    Entre la insociabilidad y la soledad, de frente al vigor y la enjundia con que se trepaba a los andenes del conocimiento, la cultura y el arte y la vorágine de las lecturas de las varias y diversificados géneros bajo la luz de las velas, las candelas y los candelabros de los sórdidos cuartos de estudio tenían que irse al carajo, junto con su última asociación de soberbios bohemios de la existencia, el conocimiento y el intelecto que se tragaban los fuegos, los humos y los jugos ambarinos y etílicos a bocanadas y que fue, en Berlín y en ese tiempo, el muy famoso Club de los Doctores. Claro, esto lo habría de hacer un poco después de 1841, año en que se doctoró, cuando apenas había cumplido, a plenitud, los 23 años de edad.
    La duda mística, el existencialismo, los gozos cotidianos, el desmadre social y los afanes poéticos, el sentimiento abrasador y podría decirse que casi absoluto por Jenny, salvo por los decires, rumores y chismes que circulaban en el contexto de su fama creciente en torno al desenfreno y la bohemia por la existencia y sus misterios, tenían que canalizarse hacia las concreciones de la vida. No bastaba la sensibilidad. No eran suficientes genialidad, intuición, percepciones, lucidez, inteligencia y visión filosófica. No bastaban el ánimo y el entusiasmo enfebrecido ni la protesta o la crítica irónica, sarcástica y mordaz.
    De manera que los juveniles aires del romanticismo, como expresión acaso del idealismo "puro", se fueron diluyendo, o mejor dicho, se dirigieron y canalizaron hacia otras formas del pensamiento, hacia los planteamientos filosóficos de la racionalidad y la dialéctica del conocimiento y de la realidad. Pero la simiente de la libertad y de las utopías se fortaleció, se fue necesariamente ampliando mientras físicamente recorría países representativos de la diversidad de Europa (como Bélgica, Francia, el Reino Unido) y quedó, el ensueño de la libertad, para siempre instalado en el espíritu teórico y científico de Karl Heinrich Marx, que se invistió en un símbolo de esperanza para los cientos de millones de pobres, desposeídos, marginados, excluidos y explotados, a quienes había convocado, junto a Friedrich Engels, desde el Manifiesto del Partido Comunista con la célebre arenga, reivindicativa de los jodidos del mundo por vez primera en la historia de la humanidad, que entrañó la frase de "proletarios de todos los países, uníos".
    Sin embargo, con un socarrón sentimiento de irremediable marxista "pequeño burgués", en nosotros sigue gravitando, impactando y pesando en el recuerdo, o más bien en la saudade (como una especie de nostalgia por lo que nunca se ha tenido, que nunca se ha vivido o que nunca se ha sido), esa evocación del cansancio de su rostro, bajo el peso, los sofocos y el ahogo de la larga y dura gripe que fue minando sus resistencias hasta llegar a la imagen del día de su muerte (apenas a los 65 años de edad), con acaso esa sorna o satisfacción de la sonrisa de orgullo y reclamo que, en su caso y a nivel simbólico, con su obra, su vida y su congruencia, acompañado siempre por el sentimiento absoluto hacia su esposa Jenny, desbordaría y derrotaría al paso de los años, del tiempo, al olvido, a la mediocridad y a la Muerte, aunque no se debiera ello precisamente y en particular a las características y valores estéticos de la obra literaria o por culpa de sus intentonas en torno al arte poético.
    Aunque esto último, y al margen de que en los instantes finales de su fructífera y productiva existencia, su muy real e inmensurable amor por Jenny Von Westphalen (que podría también interpretarse en la proyección como un sentimiento sublime por la humanidad), no pudiese devolverle un poco más de energía y salud para retenerlo o retornarlo a la vida. Aunque fuese tan sólo por unos cuantos instantes más de luz hacia sus chocarreros y vandálicos episodios de juventud y entre los francos y vibrantes territorios de sus ensueños, aspiraciones y utopías. Como cuando se sumergía en el abismo que era él mismo, se hundía y se transformaba en versos, bajo la mortecina y olorosa iluminación de las velas y los candelabros, entre el vino, la tinta china y las hojas blancas, y escribía, versificaba, ensayaba, intentaba y volvía a ensayar los intensos sonetos por la amada.

                                                           "¡Mira! un millar de volúmenes podría llenar
                                                                              escribiendo solamente "Jenny" en cada línea.
                                                                              Y aún ellas podrían ocultar un mundo de pensamiento.
                                                                              Hazaña eterna e interminable.
                                                                              Dulces versos que se anhelan dulces todavía,
                                                                              todo el fulgor y todo el resplandor del éter,
                                                                              angustiada pena y dolor y gozo divino,
                                                                              toda la vida y todo mi conocimiento
                                                                              puedo leerlo en las estrellas rutilantes
                                                                              desde el Céfiro que retorna hacia mí            
                                                                              hasta el ser del trueno de las olas salvajes.
                                                                              Sinceramente escribiría como refrán,
                                                                              para ser visto en los siglos venideros:
                                                                              AMOR ES JENNY, JENNY ES NOMBRE DE AMOR.
                                                          

BIBLIOGRAFÍA

Georg Luckacs, El alma y las formas, Grijalbo, México, 1970.
Erich Fromm, Marx y su concepto del hombre, FCE, México, 1978.
Henrich Gemkow, Karl Marx, Cartago, Buenos Aires, 1975.
Agnes Heller, Sociología de la vida cotidiana, Península, Barcelona, 1998. 
Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica del iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires, 1987.
Karl Marx y Federico Engels, Manifiesto del Partido Comunista, en Obras Escogidas, Progreso, Moscú, 1980.
Karl Marx, Miseria de la filosofía, Siglo XXI, México, 1987.
Karl Marx, Poemas, El Viejo Topo, España, 2000.
Circulodepoesía.com/2015/04//poesia-fama-y-poder-karl-marx/.
https://sites.google.com/site/256carlosmarx/poemas-de-marx-a-su-padre



¨ Comunicólogo, poeta, ensayista, catedrático e investigador de la UAS. Es autor de varios libros, entre ellos El ensayo: centauro de los géneros y La narcocultura: simbología de la transgresión, el poder y la muerte, ambos editados por la UAS.
¨ Véase a Henrich Gemkow, Karl Marx, Edit Cartago, Buenos Aires, 1975, y la página
cïrculodepoesía.com/2015/04/poesía-fama-y-poder-karl-marx/

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