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ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904

ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904 Rafael SANTOS CENOBIO * *  Catedrático e investigador de l...

domingo, 21 de agosto de 2016

DECONSTRUYENDO Y REINTERPRETANDO A KARL MARX


DECONSTRUYENDO Y REINTERPRETANDO A KARL MARX

René JIMENEZ AYALA¨

¨ Sociólogo y economista. Maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana en Ciencias Sociales (FLACSO). Estudió el Doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en la FCPyS de la UNAM. Fundador del Programa de Maestría de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa y actualmente jubilado de la institución.

Introducción

        Después del desplome de la Unión Soviética circuló alrededor del mundo el discurso que pregonaba el fin de las sociedades socialistas y, por supuesto, el de Marx y del marxismo. El capitalismo y la democracia liberal habían triunfado de una vez para siempre y, en lo sucesivo, no era necesario leer a este pensador sagaz ni a sus seguidores porque, a fin de cuentas, ya habíamos arribado al fin de la historia. Leerlo significó y significa desde entonces, para esta versión, retroceder a una era ya anulada por la historia. Sin embargo, es posible releer a Marx, replantear sus puntos de vista y pensar a través de él novedosas formas de organización social. Todavía es posible someter a una crítica profunda las bases teóricas que dan sustento a los modelos del desarrollo capitalista de nuestro tiempo.
    
        Jacques Derrida nos muestra un camino para lograrlo, pues él mismo se tomó la libertad de realizar una segunda lectura de Marx. A partir de ella logró hablar del mundo contemporáneo de una manera distinta a la convencional. Éste es el objetivo del presente ensayo: presentar una forma alterna de leer a Marx a partir de un procedimiento deconstructivo, mostrando que el discurso dominante neoliberal no es la única opción para dilucidar la problemática actual, además de que la situación de las sociedades de nuestro tiempo, tanto en los terrenos de la política como de la justicia y los media, pueden ser considerados de una manera muy diferente. Para ello habremos de seguir la pista a las mismas obras de Marx utilizadas por Derrida, permitiéndonos comparar al Marx deconstruído con el tradicional, con el predominante. Intentaremos también agudizar la mirada en la estrategia seguida por la deconstrucción, en detectar el momento de su comienzo, la actitud crítica asumida y sus consideraciones acerca de las sociedades de nuestro tiempo.

La deconstrucción

       Así como ocurre en la vida cotidiana, en los campos de la filosofía, la moral o la literatura, se producen discursos a través de los cuales se difunde la visión de la superioridad e inferioridad de las cosas en casi todos los aspectos de la existencia humana. Unas son consideradas fundamentales, mientras el resto son opacas, inferiores y desestimables, aunque su existencia es necesaria. Estas prenociones se construyen y difunden a través del lenguaje, de los mass media, de la conversación en la familia, en la escuela, y otras agencias, así como por medio de los textos morales, filosóficos y políticos. Así se van formando parejas de conceptos o términos que recorrerán el tejido social: buenos y malos; decentes e indecentes; virtuosos y libertinos; puros e impuros; héroes y villanos; cuerdos y locos. Un cierto lenguaje es permitido por la gran diversidad de entidades y grupos sociales. Se produce entonces una “forma correcta”, “decente”, “honrada” de decir las cosas. Sólo se deben pronunciar, por tanto, determinado tipo de frases y palabras. Las otras se deberán esconder, proscribir u omitir del habla normal.

        El discurso les señala a los actores sociales la forma adecuada de expresarse. Enmarca, acota las frases que deben ser pronunciadas en determinados momentos, particularizando y estigmatizando: “hablas como político”; “te expresas como cualquier maleante”; “tu lenguaje es de gente bien nacida”; “una señorita decente no se expresa de esa manera”; “la vulgaridad de tus expresiones te denigra” y así de modo sucesivo. De tal forma, los sujetos se guiarán básicamente con respecto a sus interlocutores por medio de un conjunto de representaciones sociales interiorizadas y organizadas por el grupo social o la institución dentro de la cual interactúa, comportándose con reverencias o con discriminación, dependiendo si se está frente a alguien perteneciente a las élites o a las masas.  Por ser superiores, las primeras merecen consideración mientras las segundas pueden ser discriminadas. De modo general, cuando pensamos en el bien y el mal nos damos cuenta que han sido construidos en sentidos opuestos, como elementos antagónicos. Entonces nos percatamos de la división del mundo verbal en pares opuestos de términos, siendo uno de ellos el dominante sobre el otro: el bien es superior al mal; los héroes superiores a los villanos; el cielo al infierno; los fieles a los infieles; los puros a los impuros; las élites a las masas y el capitalismo neoliberal a cualquier otra forma de organización económica.
  
       La deconstrucción nos permite leer de modo distinto estos discursos, debiendo acercarnos a la consideración de que en el mundo puede haber algo más que duplas de términos opuestos. Nos posibilita romper con estos esquemas fundamentalistas, permitiéndonos un alejamiento del simplismo de los buenos y los malos, abriendo un camino a la diversidad de consideraciones y a lenguajes plurales y discrepantes. Las estrategias deconstructivas han sido aplicadas sobre todo en los textos filosóficos y literarios, pero es posible su aplicación en los discursos de la moral común, de los medios de información o de la política. La tarea no es simple y los obstáculos para llevarlos al terreno práctico han sido considerables desde su nacimiento. Desde el concepto mismo. Jacques Derrida, principal constructor y difusor del término se resistió a proporcionar una definición o idea contundente acerca de este asunto.

        Este tipo de análisis ha sido criticado y rechazado desde diversos ángulos. Desde su estilo hasta sus procedimientos. La dificultad, la gran dificultad para comprenderlo constituye una de las principales resistencias de los lectores. El estilo, tanto como las ausencias de una definición precisa y de una teoría establecida de modo expreso, también parece confrontar los textos deconstruidos con el lector. De hecho lo confrontan presentándole un panorama ajeno a su idiosincrasia, con un lenguaje disímbolo para el común de los individuos. Al no estar conducido por un conjunto de reglas o un método establecido, el análisis provoca un cierto malestar o dudas respecto de su uso. Sin embargo, lo anterior no implica en esta práctica ausencia de elementos teóricos. De hecho los aborda, penetra en ellos hasta su núcleo. A lo que se resiste este procedimiento es a brindar una definición o una teoría cerrada, acabada, sistematizada, mas no a teorizar o elaborar caminos adecuados.

        No obstante lo anterior, sí contamos con una noción. Pudiera pensarse, no sin cierta razón, que deconstrucción es resultado de la composición de dos conceptos: destrucción y construcción. Nos puede ser de utilidad una reflexión de Hans-Georg Gadamer (1989) sobre este particular, quien piensa en la similitud de la deconstrucción en Derrida con la destrucción en Heidegger, aunque afirma al mismo tiempo la diferencia entre ambos. De hecho, ésta parece ser la mejor forma de tener una comprensión más adecuada respecto de lo que estamos hablando.

        Derrida sí se propone, como Heidegger, destruir los conceptos de la metafísica. Sin duda hay un corte, como él mismo lo reconoce en la Gramatología, con la diferencia de que para el filósofo francés destrucción no significa tirar los conceptos por la borda, no afirma que debamos deshacernos de ellos. “No se trata naturalmente de ‘rechazar’ esas nociones: son necesarias y, al menos en la actualidad y para nosotros, nada es pensable sin ellas” (Derrida 1986, 20). Acepta que hay destrucción, mas no se la debe confundir con “la demolición sino [con] la des-sedimentación, la des-construcción de todas las significaciones que tienen su fuente en [el] logos” (Derrida 1986, 16-17).

        En la filosofía por ejemplo, la deconstrucción ha ayudado a pensar, a analizar el discurso desde los antiguos griegos, valiéndose de una perspectiva distinta a la establecida de modo formal o de acuerdo con el uso común. Esta tendencia ha verificado que la filosofía se construyó teniendo como base o principio la idea de algo fundamental, de una esencia con carácter primordial. La filosofía anterior a la deconstrucción, al menos desde Platón, es el discurso de los opuestos. Basta recordar la clásica distinción entre esencia y apariencia, o la oposición entre la idea y la materia.

       El procedimiento deconstructivo camina en una dirección distinta a la de las oposiciones y contra la idea de que existe un principio, un sólo sentido, absoluto, racional, fundamental, esencial, un logos, un centro alrededor del cual giran todos los demás términos, conceptos o ideas. Leer a la filosofía, a Platón, a Hegel y a los filósofos de un modo diferente, desde la crítica a los modelos establecidos, tal y como se ofrecen, es la pretensión de esta visión. Un nutrido grupo de filósofos franceses han practicado este procedimiento, analizando las obras filosóficas desde los griegos de la Antigüedad hasta Marx, ejerciendo una crítica devastadora en contra de la idea del logocentrismo, presente en gran parte de la historia de la filosofía. Aquí se abandona la idea de dirigir la atención hacia los elementos predominantes para concentrarse en aquél aspecto que ha quedado casi en la oscuridad, formulándose preguntas acerca de éste.

La primera lectura de Marx

        Antes de examinar cómo se ha re-leeído a Marx, es necesario revisar las ideas que serán sometidas a tal procedimiento. La concepción de éste sobre las sociedades de su época, del pasado y del futuro, referidas a los momentos estructurales y coyunturales, económicos, filosóficos y políticos, se encuentran dispersos en sus diferentes textos. Desde La Ideología Alemana hasta El capital, pasando por El manifiesto del partido comunista, El 18 Brumario y algunas otras. En cada una de ellas va plasmando sus observaciones y ejecutando sus análisis críticos.

        En El Manifiesto del partido comunista, son bien conocidos los planteamientos de Marx y Engels acerca de la historia de las sociedades, su organización económica y política, y sus transformaciones. Explican el desarrollo de la sociedad moderna, la aparición de los papeles del capitalista y el obrero, el mercado mundial y la conquista de la hegemonía del poder político por la misma clase burguesa, concluyendo en ideas que han sido consideradas fundamentales y transmitidas a través de generaciones: la historia de las sociedades no es más que la historia de la lucha de clases; y en el modo de producción capitalista el gobierno no es sino la junta administradora de los negocios de la clase burguesa, dejando asentado que las grandes transformaciones, incluyendo las ideas de una época, obedecen a factores de orden material. Hablan del papel de los comunistas y se lanzan a criticar de modo contundente algunas versiones sobre el socialismo.

        Son importantes también los prefacios de Engels posteriores a la edición de la obra, en los cuales coteja el texto original con respecto a las nuevas circunstancias por las que va atravesando el escrito. Este mismo remarca, en el Prefacio a la edición inglesa de 1888, la “tesis fundamental” de Marx: “en cada época histórica el modo predominante de producción económica y de cambio y la organización social que de él se deriva necesariamente, forman la base social sobre la cual se levanta, y la única que explica, la historia política e intelectual de dicha época; que, por tanto […] toda la historia de la humanidad ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre explotadores y explotados, entre clases dominantes y clases oprimidas…” (Marx y Engels 1971, 13-14)

       En este escrito quedaron plasmados aspectos predominantes de su visión sobre el Estado, las clases sociales y el proceso de producción. En general, quienes han escrito o hablado acerca de este texto, se han dirigido hacia estos aspectos mencionados, provocando numerosos debates acerca de la teoría del Estado y sobre la existencia o no de una sociología marxista, como ocurrió en los años setenta u ochenta del siglo pasado, durante los cuales se discutió la existencia o no en Marx de una teoría política con la misma capacidad sistemática de El Capital.

       Antes del Manifiesto, en La Ideología Alemana, examinaron el origen de las ideas y enfilaron sus armas críticas en contra de las propuestas de filósofos importantes como Max Stirner y Bruno Bauer. Ahí dejaron asentada la concepción materialista de la historia, confrontándola con lo que consideraron la filosofía idealista alemana de corte neohegeliano. Pusieron en su sitio la explicación acerca de la producción de la conciencia por medio de la interacción social, afirmando que la producción de ideas y representaciones son una “emanación directa de su comportamiento material” (Marx y Engels 1974, 25-26).

        El Capital, la obra más completa de Marx, analiza de modo profundo los fundamentos de la producción capitalista y las bases para su reproducción. Estudia la forma básica que es la mercancía y los aspectos que contiene: valor de uso y valor de cambio, además del dinero como equivalente general. Asienta que el trabajo es una actividad decisiva en las mercancías para poder intercambiarse como equivalentes en el mercado, debido a que les imprime el mismo valor; es decir, la misma cantidad de trabajo socialmente necesario para producirlas. La inmensa obra es un estudio de las estructuras del capitalismo, de la producción y distribución de las mercancías y de los medios de reproducción de éste. La mercancía es vista en principio como algo externo, como un objeto que gracias a sus propiedades es satisfactora de necesidades, debiendo considerarla en un doble aspecto: cualitativo y cuantitativo. Los valores de uso conforman la riqueza material de la sociedad y en un orden social moderno son portadores de valor de cambio (Marx 1976, 42-45). Los valores de uso, es decir los cuerpos de las mercancías, son el resultado del material natural con el que se produce y del trabajo. No parece complicado entender lo que es la mercancía a primera vista, si la pensamos como valor de uso, como satisfactor de necesidades humanas; pero si se la analiza como mercancía entonces encontramos que es un “objeto endemoniado” (Marx, 1976, 87) y misterioso.

        En el apartado sobre el fetichismo de la mercancía es analizado el proceso mediante el cual los bienes adoptan la “forma fantasmagórica”:
Por el contrario, la forma de mercancía y la relación de valor entre los productos del trabajo en que dicha forma se representa, no tienen absolutamente nada que ver con la naturaleza física de los mismos ni con las relaciones, propias de cosas, que se derivan de tal naturaleza. Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social determinada existente entre aquéllos. De ahí que para hallar una analogía pertinente debamos buscar amparo en las neblinosas comarcas del mundo religioso. En éste los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil.
Ese carácter fetichista del mundo de las mercancías se origina, como el análisis precedente lo ha demostrado, en la peculiar índole social del trabajo que produce mercancías (Marx 1976, 88-89).
        A diferencia de la obra anterior, en El 18 brumario de Luis Bonaparte encontramos un análisis de coyuntura en el cual se trata el golpe de Estado dado por este personaje en 1851 en Francia. Las formas de organización, las movilizaciones sociales, los factores políticos y las formas bajo las cuales esos movimientos políticos y las grandes figuras estaban conectados al final con las clases sociales que se mantienen siempre en lucha.

        Reseñado de modo breve, este es un resultado logrado a partir de una primera lectura de las obras mencionadas, de una lectura necesaria y considerada como la interpretación predominante y de circulación generalizada. Sin embargo, a partir de otra lectura que estará orientada por el procedimiento denominado deconstrucción, es posible obtener resultados distintos.

La segunda lectura de Marx

       En la primera lectura aprendemos de modo preciso la organización del texto: las unidades temáticas predominantes, los conceptos básicos, los secundarios, las metodologías utilizadas, sin caer en desvíos de ningún tipo. En la segunda[1] se está en condiciones de captar otros componentes y buscar la heterogeneidad. En la primera quedan sentadas las bases del discurso y también se le contextualiza. Pero “debe estar seguida de una lectura más ‘productiva’, detallista, claramente deconstructiva que explore las tensiones, los cabos sueltos, las pequeñas ‘aperturas’ del texto que las lecturas clásicas tienden a cerrar y a posponer como un problema para otro día” (Caputo 2009, 95); que transite por los caminos periféricos y se aventure “por regiones inexploradas” (Caputo 2009, 95). Jacques Derrida tardó tiempo en lograr esta segunda lectura del Manifiesto. Reconoce su fallo y la falta de responsabilidad teórica al no haber considerado antes el espectro, “los más manifiesto del Manifiesto”. En la relectura de este texto se da cuenta no sólo del gran valor que tienen Marx y Engels al reconocer ellos mismos el envejecimiento y la transformación que tendrán en el futuro sus propias tesis, sino la claridad que muestran en el estudio de la globalización política, acerca de la infraestructura económica, el derecho internacional y el nacionalismo, entre otros aspectos. "Ningún texto de la tradición parece tan lúcido sobre la mundialización del curso de la política, sobre la irreductibilidad de la técnica y de los media…" (Derrida 2006, 14). Afirma, sin asomo de duda, que sin Marx no hay porvenir: “sin la memoria y sin la herencia de Marx: en todo caso de un cierto Marx, de su genio, de al menos uno de sus espíritus. Pues ésta será nuestra hipótesis o más bien nuestra tendencia: hay más de uno, hay más de uno de ellos, debe haber más de uno de ellos” (Derrida 2006, 14).

       Es necesario buscar en esos distintos Marx, en sus lenguajes diversos, de modo similar a como lo hizo Maurice Blanchot, a quien el mismo Derrida cita. En Leer a Marx, Blanchot (2006, 123) advierte la presencia de una pluralidad de lenguajes, de “tres clases de palabras” que no sólo no son opuestas, sino más bien yuxtapuestas. La primera se refiere a Marx como “escritor de pensamiento”, referido a la reflexión, la segunda es el lenguaje político, mientras la tercera se refiere al discurso científico (Blanchot 2006, 124). “Marx no vive cómodamente con esta pluralidad de lenguajes que siempre chocan y se separan de él. Aun cuando esos lenguajes parecieran converger hacia el mismo fin, no podrían ser retraducidos el uno en el otro, y su heterogeneidad, la diferencia o distancia que los descentra, los vuelve no contemporáneos y tales que, produciendo un efecto de distorsión irreductible, obligan a aquellos que deben sostener la lectura (la práctica) a un reordenamiento incesante” (Blanchot 2006, 126). No podemos permitirnos pensar por tanto en “el verdadero Marx”, visto sólo desde una perspectiva, sea científica, política o filosófica, como ocurre con frecuencia. No se trata de encontrar en Marx un sentido e interpretación únicos, o intentar descubrir el mismo sentido en todos sus textos.

      En una lectura posterior es posible detenerse en aspectos que parecen divergentes o marginales respecto de los encontrados cuando se da la primera lectura. Si en ésta el lenguaje parecía ser consistente, en una posterior formas expresivas disímbolas comienzan a sobresalir. El Manifiesto nos da una muestra de ello. Al menos se perciben los juegos de lenguaje político y científico. Enunciados de distintos órdenes se encuentran y se enlazan unos con otros: la historia de las sociedades, como historia de la lucha de clases, se localiza en el mismo texto donde también tiene cabida la sentencia: “Proletarios de  todos los países, uníos”. Dos tipos de enunciados divergentes conviviendo en el mismo documento: descriptivo el de la ciencia y prescriptivo el llamado a la acción política.

       No considerar como el fundamento del Manifiesto los enunciados sobre el desarrollo de la burguesía y del proletariado y su necesaria existencia antagónica, le permitió a Jacques Derrida[2] concentrarse en el comienzo de la obra, en algo que Marx no vuelve a tocar en el resto de este texto, en la figura espectral, en el fantasma que recorre Europa y la forma de ser acosado por “todas las fuerzas de la vieja Europa” (Marx y Engels 1971, 31), por las élites en el poder. Pocos o nadie antes de Derrida habían concentrado su atención en el uso y en el análisis de las imágenes fantasmagóricas: “Al proponer este título, Espectros de Marx, estaba pensando inicialmente en todas las formas de un cierto asedio obsesivo que me parece organizar la influencia dominante en el discurso de hoy. En el momento en que un nuevo desorden mundial está intentando instalar su neocapitalismo y su neoliberalismo, ninguna denegación ha conseguido liberarse de todos los fantasmas de Marx. La hegemonía todavía organiza la represión y, por tanto, la confirmación de un asedio. El asedio pertenece a la estructura de toda hegemonía” (Derrida 2006, 45-46).

       Sobre un terreno de lenguajes plurales es donde Derrida sembrará su trabajo deconstructor. Antes del Manifiesto, en La Ideología Alemana, tal vez más que en otras obras, el uso del lenguaje metafórico y fantasmagórico se vuelve intenso y una gama amplia de vocablos irán apareciendo conforme la crítica se extiende sobre todo a Max Stirner: “Hasta ahora, los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o lo que debieran ser. Han ajustado sus relaciones a sus ideas acerca de Dios, del hombre normal, etcétera. Los frutos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza. Ellos, los creadores, se han rendido ante sus criaturas. Liberémoslos de los fantasmas cerebrales, de las ideas, de los dogmas, de los seres imaginarios bajo cuyo yugo degeneran” (Marx y Engels 1974, 11). El lenguaje fantasmagórico es usado sin ningún sigilo. A las ideas falsas les agregan otras expresiones como “abstracciones […] separadas de la historia real”, “reflejos ideológicos”, “formaciones nebulosas”, “pueriles fantasías”, “dogmas”, “seres imaginarios”, “espectros” y “quimeras religiosas”, entre otros.

      En el apartado de El Capital sobre el fetichismo de la mercancía, siguiendo el rastro a lo hecho antes en la ideología alemana y en el Manifiesto, se servirá de un lenguaje fantasmagórico y se referirá a la mercancía como “un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas” (Marx 1976, 87), como “cosa sensorialmente suprasensible”, con carácter “místico”, e intenta averiguar la procedencia  de este “carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía” (Marx 1976, 88). El análisis deconstructivo revela los mecanismos por medio de los cuales un discurso otorga privilegios a un concepto en detrimento de su opuesto. Derrida encuentra que el valor de uso ayuda a orientar el análisis de la manera como lo fantasmagórico ocupa el cuerpo de la mercancía en cuanto valor de cambio, afirmando que valor de uso y valor de cambio son dos cosas distintas siempre en relación mutua.

      En El 18 Brumario se repite el mismo hecho. Aquí Marx construye el famoso enunciado de la historia hecha por los propios hombres, sólo que no a su libre albedrío, sino por la tradición que les ha sido heredada por el pasado, por “las generaciones [que oprimen] como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Marx 1973, 408). El análisis coyuntural de Marx sobre el golpe de Estado de Luis Bonaparte también incorpora una serie de términos donde los espectros, las ilusiones y la “veneración supersticiosa” ocupan su lugar en el análisis de la relación de fuerzas políticas y la lucha de clases.

      Derrida así lo considera: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte se despliega una vez más, en la misma frecuencia, como una espectropolítica y una genealogía de los fantasmas o, de modo más preciso, como una lógica patrimonial de las generaciones de fantasmas. Marx nunca deja ahí de conjurar y de exorcizar” (Derrida 2006, 133).

      El abandono del fundamentalismo deja el terreno libre para la tarea deconstructiva. ¿Qué es lo que se busca en los textos, si no es el origen o el fundamento, la homogeneidad o unidad de la obra? La respuesta es inmediata: las fisuras, las rupturas, lo heterogéneo, lo extraño –como el fantasma encontrado en el Manifiesto. Ante este primer fantasma las interrogaciones pueden comenzar a formularse a granel sobre su existencia y formas, su procedencia y efectos, apariencia y otras más. Se buscará entonces en otros textos del mismo autor -se le da seguimiento- para rastrear la presencia de espectros, de espíritus igual que de lenguajes diversos.

       Lo primero a resaltar en Derrida es su incursión por aquellas rendijas desapercibidas por la lectura común y corriente. A pesar de ello, quiere ser fiel a la visión de Marx y del marxismo, sólo que a un tipo especial, el crítico, el alejado de los aparatos, no el de la totalidad ni el institucionalizado por ningún Estado, proponiendo una lectura distinta de aquellos quienes aún se consideran marxistas modernos tanto como a sus opositores. Para este autor, se debe reconocer y proseguir la herencia crítica de Marx, aunque ello no debe entenderse como una  aceptación completa o total de su teoría, como una verificación de lo dicho por él, porque ello significaría repetir lo hecho hasta hoy, dejarlo intacto. Se trata de destruir, aislando algunos de los elementos tratados por aquél, de separarlo de algunos de sus fantasmas. Por ejemplo,
…se puede hablar de discurso dominante o de representaciones e ideas dominantes, y referirse, de esta manera, a un campo jerarquizado y conflictivo sin suscribirse necesariamente al concepto de clase social por medio del cual Marx determinó tan a menudo, de manera especial en La Ideología Alemana, las fuerzas que luchan por el control de la hegemonía. E incluso, simplemente, el Estado. Cuando, por ejemplo, al evocar la historia de las ideas, el Manifiesto declara que las ‘ideas dominantes (die berrschenden Ideen) de una época han sido siempre las ideas de la clase dominante (der herrschenden Klasse)’, no es discutible para una crítica selectiva el filtrar la herencia de este enunciado para conservar de él esto en lugar de aquello. Se puede seguir hablando de dominación en un campo de fuerzas suspendiendo no solamente la referencia a ese soporte último que sería la identidad y la autoidentidad de una clase social, sino también suspendiendo el crédito concedido a lo que Marx llama la idea, la determinación de la superestructura como idea, representación ideal o ideológica, de hecho, incluso la forma discursiva de esta representación (Derrida 2006, 69).
       Los textos de Marx pudieran tener una gran actualidad en diversos dominios si se tiene cuidado en no seguirlos al pie de la letra ni tratar de ser un marxista consumado. Por el contrario, afirma el filósofo francés, es necesario separarse tanto de las reinterpretaciones más modernas del marxismo como de las antimarxistas rescatando, como se ha insistido, el aspecto crítico. Por ejemplo, hace falta un cuestionamiento a los poderes mediáticos actuales, sobre todo a su capacidad  de poner en jaque tanto a la democracia electoral, como a la representación política. Como es el caso del debilitamiento y la pérdida de respeto actual, en un gran número de sociedades denominadas democráticas, a los políticos profesionales y a los líderes de partido, no debido por cierto a su incompetencia, sino a un poder mediático establecido. “El mismo poder mediático acusa, produce y amplifica a la vez esta incompetencia del político tradicional: por una parte, le sustrae el poder legítimo que recibía del antiguo espacio político (partido, parlamento, etc.), pero, por otra parte, le obliga a convertirse en una simple silueta, si no en una marioneta en el teatro de la retórica televisiva. Antes se le consideraba actor de la política, ahora corre a menudo el riesgo, como es bien sabido, de no ser más que actor de televisión” (Derrida, 2006, 99-100). Y del mismo modo,
sin sospechar de la idea jurídica en sí misma, uno puede todavía inspirarse en el ‘espíritu’ marxista para criticar la pretendida autonomía de lo jurídico y denunciar sin descanso la toma de control de hecho de las autoridades internacionales por potentes Estados-nación, por concentraciones de capital tecno-científico, de capital simbólico y de capital financiero, de capital del Estado y de capital privado […]En vez de cantar el advenimiento del ideal de la democracia liberal y del mercado capitalista en la euforia del fin de la historia, en vez de celebrar el ‘fin de las ideologías’ y el fin de los grandes discursos emancipatorios, no desatendamos nunca este hecho macroscópico, hecho de innumerables sufrimientos singulares: ningún grado de progreso le permite a uno ignorar que nunca antes, en cifras absolutas, nunca en la tierra tantos hombres, mujeres y niños han sido sojuzgados, conducidos al hambre o exterminados de la tierra (Derrida 2006, 105-106).
      La crítica marxista, debiendo quedar abierta a su propia reinterpretación, pudiera mantener su eficacia sólo si podemos adaptarla para poder discutir las circunstancias del mundo actual, las leyes del mercado y el capital financiero o espectral. En la esfera de lo político puede quedar referida a la democracia parlamentaria y los mecanismos de representación, a los derechos humanos tanto como a los conceptos de igualdad, libertad, fraternidad, y a las relaciones dignas del ciudadano (Derrida 2006, 108). Lo anterior requiere diferenciar este espíritu de Marx de aquellos “que lo remachan al cuerpo de una doctrina marxista, a su supuesta totalidad sistémica, metafísica u ontológica (de modo notable al ‘método dialéctico’, o a la ‘dialéctica materialista’), a sus conceptos fundamentales de trabajo, modo de producción, clase social y, por consiguiente, a la historia completa de sus aparatos (proyectados o reales: las Internacionales del movimiento obrero, la dictadura del proletariado, el partido único, el Estado y, finalmente, la monstruosidad totalitaria)” (Derrida 2006, 110-111).

       Se deben reelaborar de modo crítico conceptos clave como el de Estado, soberanía nacional y ciudadanía, tarea no posible sin la referencia a la problemática marxista y a su postura “sobre el Estado, el poder del Estado y el aparato de Estado, sobre las ilusiones de su autonomía de derecho con respecto a fuerzas socio-económicas, pero también sobre las nuevas formas de una decadencia o, más bien, de una nueva inscripción, de una nueva delimitación del Estado en un espacio que ya no domina y que, además, no ha dominado nunca por sí mismo” (Derrida 2006, 117).

      A lo anterior se puede añadir que, bajo la agudización en las sociedades actuales de la crisis de representación política y de la llamada democracia electoral, del predomino de las instituciones financieras internacionales y los organismos rectores en el mundo capitalista; frente a los incrementos de las desigualdades económicas sociales y políticas; ante el escamoteo de los elementales derechos del ciudadano y la simulación democrática sobre todo en las sociedades emergentes; ante la corrupción, violencia e inseguridad que atan la vida de los individuos al temor, la deconstrucción puede ayudar con un planteamiento alterno de tal problemática. La destrucción de los esquemas, de los tradicionales términos antagónicos, y la recuperación del espíritu crítico de Marx serán de gran utilidad para poder construir caminos alternos en el mundo por venir. Existen varios mundos por deconstruir, lo mismo el de la vida cotidiana, -en la cual también está sedimentada la metafísica y una turba de fantasmas que asedian esa vida-, que el de los discursos de la clase política y de la teoría política --comenzando con el contrato social y el iusnaturalismo, siguiendo con la democracia representativa-- o el mundo de la inseguridad, de la crisis de derechos humanos, sobre todo en América Latina, y de la desigualdad en el mundo.

Conclusión

      La deconstrucción, pudiendo ser entendida como de(strucción)-construcción, se propone suspender y relevar las oposiciones metafísicas tradicionales usadas por la filosofía, desde los antiguos griegos hasta el mundo moderno. Deconstruir un discurso implica apartarse de las ideas esencialistas o fundamentalistas y de la versión dominante. Desde este punto de vista se deben realizar siempre dos lecturas. Y, aunque la primera es importante, se hace necesaria una segunda muy distinta. Es la lectura heterogénea que destruirá y reconstruirá los conceptos básicos del marxismo, en el caso aquí abordado.

       Para el modo clásico de pensar a Marx, su esencia está contenida en sus tesis más leídas, más homogeneizadas: acerca de la lucha de clases, del Estado como aparato al servicio de la clase dominante, la historia de las sociedades considerada desde la perspectiva de la concepción materialista, del modo de producción, de la oposición entre valor de uso y el valor de cambio.

        La deconstrucción abre una ruta alterna para leer las obras de éste. La segunda lectura revela y hace aparecer el lenguaje fantasmagórico del Manifiesto y de La Ideología Alemana. Pero también de El 18 Brumario y de El Capital. Si existen varios fantasmas, varios espíritus en Marx, es necesario retornar a uno de ellos para ver a través de su mirada los problemas acuciantes del capitalismo, las crisis de representación política y la simulación de la democracia; la enorme influencia de los mass media en la vida política; las desigualdades y la justicia; la crisis de los derechos humanos; la inseguridad, sobre todo en las sociedades emergentes, y el papel de los poderes internacionales predominantes.

      Pero si es necesario que el Marx por recuperar sea el del espíritu crítico, también es un requisito la crítica a los aspectos tradicionales de éste, como su adhesión a las totalidades, a la lucha de clases, la dictadura del proletariado, o al Estado como aparato de una clase para el dominio de otra. Es requisito tomar distancia del discurso que considera a la vida organizada por parejas de términos opuestos, para recuperar la pluralidad y la diferencia en las múltiples formas sociales de existencia.

[1] Hablar de dos lecturas no significa que sea suficiente con leer dos veces el mismo texto o discurso. Lo que se requiere en realidad es una gran cantidad de relecturas aunque, he aquí lo importante: de dos formas distintas.
[2] No significa que la deconstrucción descarte las ideas explícitas de Marx o las más usuales, sino que su atención se centrará más en aquel aspecto que fue menos trabajado por éste y retraducirá después las unidades consideradas antes como la centralidad del discurso.

Bibliografía

Blanchot, Maurice. 2006. Escritos políticos. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
Derrida, Jacques. 1986. De la gramatología. México:FCE.
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