Pedro CÁZARES ABOYTES
Resumen
Este trabajo describe los cambios experimentados en las sociedades del norte de Sinaloa durante el periodo de 1880 a 1910. Se exponen algunas características de la dinámica social, como la movilidad poblacional interna y externa hacia el centro de Sinaloa, así como los cambios ocasionados por el arribo de extranjeros de la empresa colonizadora The Credit Foncier Company entre 1886 y 1896. Ciertos comportamientos culturales y de vida cotidiana de los trabajadores indígenas mayos, y las actividades productivas, oficios y profesiones en la región son también objeto de reconstrucción histórica.
Contexto porfirista en el norte de Sinaloa
Durante los primeros años del cañedismo, las haciendas agro-ganaderas en el norte de Sinaloa modificaron su dinámica tradicional como unidades productivas para transformarse paulatinamente en ingenios azucareros. Este escenario de cambio social detonó procesos de migración interna, temporal y permanente, de indígenas y mestizos hacía la parte baja del distrito de El Fuerte en busca de trabajo, principalmente hacia el valle y la franja costera.
De igual manera, el arribo de inmigrantes extranjeros diversificó la composición poblacional y racial. Un fenómeno económico coyuntural de relevancia, promovido por este grupo y los hacendados nacionales ante la necesidad de mano de obra, fue la monetización y el incremento de los salarios devengados en labores del campo. En tanto, El Fuerte creció de forma notable en el periodo de estudio. En 1873 había 23, 437 habitantes y hacia el fin de siglo se contabilizaron alrededor de 45,000. Este crecimiento demográfico trajo consigo una disminución evidente de pobladores en algunas comunidades, como se observa en los datos correspondientes a la parte alta del norte de Sinaloa:
Fuente: Eustaquio Buelna, Compendio Histórico, Geográfico y Estadístico, Culiacán, 2a. ed., 1978, p. 126; Memoria General de la Administración Pública del Estado, presentada por el Gobernador Constitucional Mariano Martínez de Castro, 1881, Culiacán, Sin., Tip. de Retes y Díaz, p.165; Memoria General presentada a la XXa Legislatura por el Gobernador Constitucional C. Gral. Francisco Cañedo que comprende de 1896 a 1902, t. II, Mazatlán, Imprenta y casa Edit. M. Retes y Cía., 1905, p. 86.
Para 1900, los poblados de Toro, Baca, Aguacaliente, Baimena, Yecorato, Bacayopa, Tehueco y Sivirijoa, contaban con menos de 500 habitantes. Grupos numerosos de indígenas mayos originarios de pueblos como Mochicahui y Sivirijoa emigraron en búsqueda de otros lugares, como la Hacienda de Pericos en el Distrito de Mocorito, propiedad de la familia Peiro. El contingente de migrantes sumaba más de 600 personas, conformado en su mayoría por familias completas.
Otros tantos se asentaron en el centro de la entidad para emplearse en el ingenio azucarero La Aurora, en Navolato, propiedad de Redo y Cía. Desde 1899, individuos como Simón Valenzuela, Guadalupe Bacacegua, Felipe Bacacegua, Jesús Ayoqui, Blas García, Nemesio Velásquez, Rómulo Valdez, Nicolás y Eduardo Valenzuela, Domingo Yocopiz, Agustín y Esteban López y Domingo Gastèlum, destacan como trabajadores trucheros y cargadores de la agroindustria referida.1
Años después, otros grupos por elección o coerción se trasladaron a otro espacio económico cercano como lo fue la Hacienda El Cubilete, en Guasave, propiedad de Blas Valenzuela quien al no encontrar condiciones para el desarrollo de sus negocios agrícolas, se movilizó a ese espacio regional llevando consigo un número considerable de trabajadores indígenas oriundos principalmente de las poblaciones El Porvenir, El Guayabo y San Miguel Zapotitlán, de donde era oriundo el propio Valenzuela.2
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1Araceli Santiago Ramírez, Trabajadores de las haciendas azucareras en Sinaloa durante el Porfiriato, Facultad de Historia-UAS, (Tesis de Maestría en Historia), Culiacán, 2010, p. 66.
2 Wilfrido Llanes Espinoza, Sociabilidad, política y agua como estrategias de dominación en el cacicazgo de Blas Valenzuela, 1922-1940, Facultad de Historia-Universidad Autónoma de Sinaloa, (tesis de maestría en Historia, inédita), Culiacán, 2006.
Imagen I: Arrieros en la hacienda azucarera La Florida. Fuente: California State Library
Respecto a establecimientos mercantiles e industriales donde la población se empleaba para ganarse la vida, en 1881 existían 26 trapiches registrados donde se producía panocha y un trapiche de azúcar, principalmente en molinos de madera, así como 6 vinaterías. Ahí se empleaban trabajadores de forma permanente y temporal en labores de corte de caña y leña, acarreo y como arrieros para el transporte hacia los puntos de comercialización de consumo interno. En esas fechas se registran 17 extranjeros habitando en el distrito de El Fuerte, como el húngaro Stephen Zakanay y el norteamericano William Lamphar, empleadores de la fuerza de trabajo local, el primero en su trapiche y el segundo en su vinatería. 3
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3 Memoria General de la Administración Pública del Estado, presentada por el Gobernador Constitucional Constitucional Mariano Martínez de Castro, el 15 de Septiembre de 1881, Culiacán, Sinaloa, Tip. de Retes y Díaz.
Un lustro después, en 1886, entre tendejones y comercios existían 30 establecimientos y 60 de tipo industrial. En este periodo es visible un incremento en estas empresas, lo que sugiere un aumento considerable de la mano de obra. Y poblaciones como San Miguel Zapotitlán, Mochicahui y Ahome cultivaban algodón, producto que también requería una cantidad notable de trabajadores. De la región serrana a la parte costera del distrito de El Fuerte, las poblaciones de las alcaldías de Mochicahui, San Miguel Zapotitlán, Ahome, Higuera de Zaragoza y Mavari cosecharon 65,000 fanegas de maíz, poco más del 50% de la producción del distrito. Además se cultivaba maíz, frijol y garbanzo, tanto para consumo interno como para enviar a la contra costa en la península de Baja California.4
La ganadería también destacó en ese tiempo y espacio regional. La cría de ganado vacuno representó una fuente de trabajo importante, ubicándose el distrito en el tercer lugar estatal en esa categoría, segundo lugar en la cría de caballos y tercero en la de ganado porcino. Estas actividades demandaron una buena cantidad de vaqueros. El caso de la minería fue el otro lado de la moneda; pese a existir 18 minas, apenas 3 operaban en la municipalidad de Choix y empleaban a sólo 105 trabajadores.5
Por otra parte, existían tan sólo 8 escuelas que empleaban a igual número de profesores para atender a 403 alumnos, 279 hombres y 124 mujeres. Sus salarios eran cubiertos en diversas modalidades. En El Fuerte había una escuela de hombres y una de mujeres. Por acuerdo del cabildo, los salarios de los preceptores eran cubiertos por la recaudación municipal de rentas. Sin embargo, los sueldos no eran los mismos, ya que Francisco Sosa, maestro de la escuela de varones, ganaba más que su esposa, la maestra Guadalupe Sanchez de Sosa, por el hecho de ser maestro titulado y ser hombre aunque esto no se dijera abiertamente. De igual manera, la maestra María de Jesús Ríos de la escuela de Choix, pese a tener título de preceptora de primeras letras, tenía un sueldo menor que su colega fuertense y sus honorarios eran cubiertos por las personas notables de dicha población.6
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4Memoria General de la Administración pública del Estado, presentada a la H. Legislatura del mismo por el Gobernador Constitucional C. General Francisco Cañedo, Culiacán, 1886, p. 201.
5Ibíd, p. 208.
6Ibíd, p. 256.
Imagen II: Carpinteros en Mochicahui, Distrito del Fuerte.Fuente: California State Library
Casi una década después, la composición poblacional experimentó algunas modificaciones: de los 17 extranjeros establecidos en 1881 se pasó a 110 inmigrantes para 1895, en su mayoría norteamericanos (74 en total), siendo el segundo distrito con más extranjeros y sólo detrás del de Mazatlán. Casi todos formaban parte del grupo encabezado por Albert Kimsey Owen y su proyecto colonizador llamadoThe Credit Foncier Company.
Las actividades, profesiones u oficios que desempeñaban eran25 diferentes. En el caso de la agricultura, 41 personas decían ser labradores, 3 jornaleros y 3 agricultores. Estos últimos eran personas asentadas en la región desde hacía varios años, como fue el caso de William Lamphar. En los trabajos relacionados con la construcción existían 3 ingenieros, 10 carpinteros, 1 herrero, 2 albañiles, 2 ebanistas, 1 cantero y 1 ladrillero. Destacan en otras actividades personas orientadas al trabajo industrial como 6 maquinistas, 1 hojalatero y 3 mecánicos. También había 2 cigarreros y 1 zapatero, siendo parte de los oficios con orientación intelectual 1 fotógrafo, 1 impresor, 1 traductor y 4 maestros.7
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7 Memoria General presentada a la XXa Legislatura por el Gobernador Constitucional C. Gral. Francisco Cañedo que comprende los años de 1896 a 1902, t. II, Mazatlán, Imprenta y casa editorial M. Retes y Cìa, 1905.
De los extranjeros, los norteamericanos destacaban como el grupo más numeroso con 40 individuos. Con menor presencia seguían los ingleses, alemanes, franceses, escoceses, irlandeses, suizos y escandinavos. Sus oficios eran muy diversos: labradores, carpinteros, cigarreros, mecánicos, canteros, ebanistas, maquinistas, ingenieros, fotógrafos, impresores, médicos, zapateros, entre otros. A simple vista se observa un grupo humano en su totalidad anglosajón y con una orientación a la autosuficiencia. Ellos y otros más, tomaron decisiones de vida muy diversas, unos se fueron y nunca volvieron al país, otros se mudaron a entidades como Sonora, Nayarit, Chihuahua y el entonces territorio de Baja California. Los que se quedaron poco a poco se emplearon en el floreciente emporio agroindustrial, que tiempo después se conocería como United Sugar Companies.
Respecto a la población nacional, en el predio Mochis y sus alrededores vivían dispersos algunos indígenas mayos, así como yoris mestizos dedicados principalmente a la ganadería y arriería. Aunque no se cuenta con evidencia archivística o hemerográfica que permita ordenar un registro numérico pormenorizado, el testimonio del danés Thomas Robertson, hijo de colonos de The Credit Foncier Company, ofrece una descripción detallada de la vida cotidiana de estos grupos.
Sus casas eran de horcones y vigas de mezquite o palo colorado, a las que se le hacían un tendido de tiras de pitahayas, encima rama gruesa, más arriba alguna paja y todo cubierto por 4 o 6 pulgadas de tierra. Las paredes eran de rama, latilla o de matas chicas, como de pulgada de grueso, usualmente emplastado de barro. Dejaban un portal amplio que servía para soportar el calor intenso del verano. Ahí también se situaban la cocina, dos hornillas atizables para cocer ollas de nixtamal, frijol o para ubicar el comal de las tortillas.8
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8 Thomas Robertson, Utopia del Sudoeste, Los Angeles, The Ward Ritchie Press, 1964, p. 152.
Los muebles de casa consistían en bancos de tablón labrado sostenidos con horquetas a los dos extremos a manera de patas, así como otros banquitos redondos con fondos de petate de carrizo. Sus camas eran tarimas con correas de cuero crudo o de correa de ixtle, o bien de una serie de palos de carrizo que se enrollaban de día y se extendían sobre los bancos referidos, para formar las bases de cama, no tan duras como la de piedra pero poco les faltaba. Sobre los carrizos se usaban para calentarse petates de palma o carrizo y con suerte un par de cobijas alternadas. Los petates también se usaban en las paredes de las casas y otros se colocaban en forma circular para servir de granero de maíz.
En general, su indumentaria era de confección casera, confeccionada con recursos proveídos por el medio así como utensilios de la vida diaria. Para peinarse las indígenas utilizaban el forro amarillo que cubre algunas frutas de espigas largas.
Quienes tenían mejores posibilidades se dedicaban a la cría de borregas, a las que trasquilaban para tejer cobijas, chalecos y fajas con bonitas figuras en blanco y negro o teñidas con colores de plantas del monte como la anilina que crece en los ríos, o la mora extraíble de la cáscara del árbol silvestre del mismo nombre. Las fajas eran de 4 pulgadas de ancho por unos 2 metros de largo, decoradas con figuras de color de gallos, venados, o bien las iniciales del portador. Si se veía un hombre arreando un burro con la mujer montada, significaba que el animal era propiedad de ella, y si era el hombre lo montaba entonces era de su propiedad.
Para “ganarse la vida” la población trabajaba en las haciendas en calidad de peones, pero como señala Thomas Robertson, “En la temporada de pitahayas nos pedían permiso los mayos para ir a con sus familias al campo, a juntar y comer de esa fruta tan sabrosa. Hacían sus canastitas de tiras del tronco de la misma planta, sujetas con ixtle de mezcal. Las llenaban de pitahayas, y con dos canastas que vendían a 50 centavos cada una, sacaban su diario".9 Esto sucedía sobre todo en la parte baja del distrito, donde había tierras abiertas y generosas a la agricultura concentrándose ahí la mayoría de las haciendas, como la azucarera El Águila, que tenía sus estrategias para retener a la mano de obra que necesitaba. Trabajadores eventuales en su mayoría, los indios mayos de Sivirijoa, Tehueco, Tetaroba y Choix, nada más llegado el mes de junio se alborotaban para regresar a sembrar a su tierra. Ross Page da testimonio de una de las medidas para retenerlos:
Eran de los mejores trabajadores y habría que hacerle frente al problema para conservarlos. Cuando llegaba el tiempo de irse, el indio iba a la oficina del auditor para gestionar un adelanto de su salario para ver si el solicitante había pagado en años anteriores. Después pedía referencias de su sobresaliente o superintendente y frecuentemente George Page o Fess Ward intercedían para que se le concediera. Estos anticipos llegaban a sumar hasta veinte mil pesos.10
Llegado el otoño el sobresaliente de El Águila, apodado Chico Espuma, recorría la comarca y las poblaciones alteñas, recordando a los trabajadores su adeudo y exigiéndoles se presentaran a trabajar. Pasado el plazo para su regreso, Chico Espuma también era el encargado de ir a buscar a los ausentes, que contra su voluntad eran traídos a pie y bien amarrados, para entregarlos a la hacienda.11 El peón y su familia estaban en las manos del patrón en materia de salud y bienestar. De madrugada se levantaban los caballerangos a traer la mulada de los potreros y las mujeres para hacer el desayuno a sus maridos.12
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9 Ibíd.
10 Ross L. Page, Remembranzas de Ross Page sobre los orígenes de las compañías azucareras Águila – Sinaloa conocidas después como United Sugar Companies y posteriormente como Compañía Azucarera de Los Mochis, S.A., fotocopia. p. 13.
11 Ibíd... p. 14.
12 Thomas Robertson, Op. Cit. p. 143.
Pautas y nivel de vida en el norte de Sinaloa.
Hacer referencia al nivel de vida de la población, traerá una serie adicional de dificultades debido a que este término conduce desde los datos susceptibles de medición estadística (salarios o artículos de consumo) hacia aquellas satisfacciones de las necesidades que los estadísticos describen a veces como imponderables. De la alimentación se pasa a las viviendas, de las viviendas a la salud, de la salud a la vida familiar, y de aquí al ocio, a la disciplina del trabajo, etc. De un estándar de vida pasamos a un modo de vida, siendo dos caras de una misma moneda. La primera es una medición de cantidades, la segunda es una descripción (y a veces una valoración) de calidades.13 Mientras que los datos estadísticos son apropiados para la primera, en cuanto a la segunda debemos apoyarnos lo mayor posible en testimonios literarios, que desgraciadamente en nuestro caso carecemos de ellos.
En lo referente a la alimentación, los ejes básicos eran maíz y fríjol cocinados con manteca de puerco y picante para acompañarlos. La gente se daba a la tarea de tener alguna vaca que proveyera de leche, queso, suero y asaderas, aunado a la cría de gallinas que proporcionaba huevos y carne como variante de su dieta cotidiana. En las casas se contaba con huertas familiares donde sembraban sandía, mango, plátano, papaya, naranjas, limones, guayabas, camotes, zapotes, ciruelas y algunas hortalizas como la papa, que iniciaba para entonces su arraigo entre la población.14
La cacería de animales silvestres era otra forma de proveerse de carne. Venados, jabalíes, conejos, liebres, palomas, así como la caza de la iguana en los campamentos de leñadores, a la cual primero se le rompía la quijada para después ser amarrada con ixtle y ser llevada hasta el campamento para asarla a las brasas, era considerado todo un manjar. Si se corría con suerte se podía encontrar alguna penca de miel de abeja convirtiéndose en un rico postre. Estos casos eran, sin duda, una variante a la monotonía de la ración diaria de pozole con maíz, fríjol y carne acompañados de café, servidos en los campamentos. Mención aparte merece la caza del caimán, que en aquellos años se encontraba en abundancia en la desembocadura del río Fuerte, sirviendo su carne de sustento alimenticio entre las poblaciones ribereñas y sus pieles como una fuente de ingresos. Estas, probablemente vía los hacendados, eran colocaban en los mercados extranjeros donde eran muy apreciadas.15
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13 Edward P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Crítica, 1989, t. I, p. 221.
14 Thomas Robertson, Op. Cit .p. 14.
15 John R. Southworth, Sinaloa Ilustrado: El Estado de Sinaloa, sus industrias comerciales, mineras y manufactureras, Culiacán, Ed. Gobierno del Estado de Sinaloa, 1980, p. 43.
En las regiones costeras del distrito existían comunidades de indígenas mayos como el poblado de Ohuira, donde se asentaban alrededor de 10 familias cuyos hijos eran los encargados del pastoreo de algunas chivas y cabezas de ganado. Aunque la mayoría de sus actividades dependían de la explotación de los recursos del mar, como la pesca de lisa, pargo, curvina, ostión, almeja o camarón, siendo la caguama la especie más deseada al tener un mercado regional que iba desde Topolobampo y con la construcción de las líneas férreas llegaba hasta Los Mochis y San Blas.
Otro producto muy vendido por los pescadores indios y de Topolobampo eran los huevos de los patos buzos del mar, que se podían localizar en las isletas de la bahía de Ohuira. La explotación de la sal fue otra fuente de ingresos antes de que personas acaudaladas del distrito las monopolizaran, desplazando a los beneficiarios nativos. Tanto la sal como el pescado, fuera salado y seco, eran llevados en sus burritos para venderlos en Los Mochis y los ranchitos enclavados en la margen izquierda del Río Fuerte.16
Entre las formas de esparcimiento y diversión populares en el distrito se encontraban asistir a las corridas de toros, las peleas de gallos y los muy comunes bailes en las rancherías. Eventos que atraía gente de otros poblados lo que de vez en cuando ocasionaba problemas. Robertson señaló que tanto yoris como mayos, tenían arraigado el hábito de tomar bebidas embriagantes, mezcal principalmente, bebida del agrado de la gente y accesible a sus bolsillos. Todos los fines de semana después de rayar, se juntaban a tomar hasta quedar sin sentido. Las indias cuando hallaban con quien dejar a sus criaturas seguían a sus maridos con el fin de cuidarlos, y que no fueran asaltados o golpeados. En no pocas ocasiones, algunos hombres estaban imposibilitados para ir a trabajar el día lunes, y sus mujeres seguían cuidándolos sin más comida que un pan o una tortilla.
Otras veces peleaban y eran encarcelados donde se les imponían multas o se les conmutaban por días de trabajo en mejoras públicas.17 Los registros históricos tienen algunas anécdotas sobre pleitos o abusos de sujetos en estado de ebriedad. En una ocasión en el pueblo de Mochicahui, un tipo muy bravo y abusón, que por sus comportamientos se había ganado enemistad entre el grueso de los asistentes a dichas fiestas, fue asesinado de un tiro por un sujeto víctima de sus vejaciones. Al realizarse Las investigaciones y abrirse juicio, las autoridades citaron a una parte de los asistentes al baile en calidad de testigos, preguntándosele uno a uno si vieron a quien disparo el arma. La respuesta colectiva fue un no, quedando de esa forma cerrado el caso.18
Respecto a prácticas familiares, los indios mayos preferían vivir en grupo de casas aisladas. Por las noches se hacían lumbres en los portales de las casitas de los yoris (así llamaban los mayos a los mexicanos o mestizos, en tanto que ellos se autonombraban yoremes) y las personas se juntaban alrededor de ellas. Lo mismo hacían los mayos pero alejados de los yoris. Cada grupo cantaba sus canciones, los yoris sus corridos en español y los mayos cantaban sus canciones en su lengua.
Los mayos encontraban en la música un gran agrado y descanso, ejecutándola con gran destreza. Gastaban sus centavos en comprar una armónica de la marca alemana Honner, de las mejores por aquellos años, y pasaban horas tocando a un lado de las fogatas. El gusto por la música se ejemplifica en otra anécdota respecto a un indio mayo que con tal de hacerse de algún instrumento, invirtió gran tiempo en labores del campo desmontando 4 hectáreas de terreno a cambio de un acordeón viejo de Louis Robertson, colono norteamericano.19 Vivían los mayos una vida aparte, eran muy religiosos y fieles en celebrar sus días festivos en las antiguas misiones de Tehueco, Sivirijoa, Charay, Mochicahui, San Miguel y Ahome.
Frente a las edificaciones de las antiguas misiones coloniales, construían sus enramadas y allí se juntaban las mujeres vestidas de enaguas y blusa de colores vivos, una blusa de otro color y rebozo, casi siempre de color azul entreverado con rayas blancas. Las fiestas de Semana Santa eran las más importantes para los mayos. Como en la actualidad, desde los días de cuaresma se dejaban ver grupos de indios mayos disfrazados con máscaras confeccionadas por ellos con piel de venado, jabalí o coyote, dejando en ocasiones la cabeza completa del animal. Cada año ofrecían mandas de diversa índole por favores recibidos en su persona o en alguien de su familia.
Respecto al matrimonio, al ser muy costoso casarse, en muchas ocasiones se recurría a la prácticade “robarse” a la muchacha, costumbre que no impedía que la nueva pareja se mantuviera unida toda una vida, tal cual se hubiesen casado formalmente. Los padres de familia tenían mucho que ver en resolver con quien se casaban sus vástagos, aunque eran muy celosos en casar a sus hijas por la iglesia. Menos responsables, según Robertson, fueron los yoris para quienes no era mal visto después de vivir unos años con una mujer, casarse con otra. Las casadas sentían cierta superioridad y seguridad sobre las otras. Los indios no juntaban sus propiedades al casarse; las borregas, cabras y sus crías posteriores, seguían siendo del dueño original.
Por otra parte, al ser buenos cazadores de venado, jabalí y cuanto animal o ave chica se encontrasen, no necesitaban sacrificar su ganado muy seguido. Algunos poseían un viejo rifle aunque la mayoría cazaba con arco y flecha. La piel del venado la trataban con una mezcla de semillas de calabaza, sesos del mismo venado y ceniza, le quitaban el pelo raspándolo con un hueso filoso o un cuchillo, luego tallaban hora tras hora el cuero con una cuña de madera dura hasta ablandarla y convertirla en gamuza. Con ella elaboraban chaparreras de vaquero y cueras, una especie de saco largo partido a la cintura para quedar por ambos lados del caballo.20 Las chaparreras las adornaban en forma muy vistosa con correas a los lados, las cueras con piezas de la misma gamuza prendidas a la altura del hombro a los costados, que se levantaban como par de pequeñas alas al galope del animal.
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16 Ibíd.
17 Thomas Robertson, Op. Cit. p.144.
18 Ibíd., p. 147.
19 Ibíd., p. 127. 20 Ibíd., p. 152.
20 Ibíd., p. 152.
Con los carrizos que crecían a las orillas del río hacían petates, al igual que los hacían con palma los mayos que habitaban la parte serrana. Del ixtle obtenido de las pencas del maguey creaban una variedad de artículos como sogas, sudaderos para sillas, morrales, escobetas para peinar los caballos, hamacas teñidas en vistosos colores. De la región de San Blas traían a vender canastos chicos y grandes de palma.
Respecto a la infraestructura habitacional en el Distrito del Fuerte, la situación era la siguiente. Para el año de 1900 existían 6,180 casas de un piso, estas últimas con 6,843 habitaciones, habitadas por 6 personas en promedio; ocho casas de dos pisos casi todas localizadas en El Fuerte; 2,186 chozas o jacales donde vivían 2,170 familias de 6 o más personas. También por esos años se encontraban en construcción 39 casas, existía un solo hotel para hospedar 12 personas y únicamente había 3 posadas.21 En términos de infraestructura las casas habitación eran de una sola pieza y las familias estaban compuestas por una pareja con un promedio de 4 hijos.
Hasta el año de 1902, el distrito de El Fuerte carecía de hospitales públicos o privados, casas de beneficencia o asilos de ancianos, y las autoridades argumentaban que era prácticamente imposible emprender obras públicas o de beneficencia ante la falta de recursos en el erario público. Las pocas obras de esta índole se circunscribían a la cabecera de distrito y se realizaban mediante el trabajo de presos. Al no haber instituciones de esta índole, la presencia de profesionistas dedicados a estas actividades no era habitual. En el periodo de estudio tan sólo se registran 6 médicos, 3 farmacéuticos y 37 parteras,22 diseminados a lo largo y ancho del distrito, siendo estas últimas las encargadas de asumir la función de traer criaturas al mundo y los dos primeros de atender a toda la población. Sin duda tarea bastante difícil, a lo que se sumaban algunos curanderos y sobadores que suministraban remedios caseros para combatir los males comunes que aquejaban a la población, usanza muy acorde con los años en turno para suplir estas carencias.
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21 Memoria General, 1905, p 120.
22 Ibíd.. p. 118.
Dos casos de curanderos muy renombrados, uno de familia de indios mayos curanderos del poblado de Tehueco, se dedicaban a la cura de la rabia, enfermedad muy común por la enorme cantidad de perros y coyotes existentes que se “cruzaban” entre ellos, contagiándose los primeros que a su vez llevaban la enfermedad a sus poblados de originarios. Tenían gran fama de ser tan buenos para curar ese mal que hasta personas del sur de Sonora les buscaban con frecuencia. El método para erradicarla consistía en aislar al enfermo en una casita propiedad del curandero, quien mandaba quitar y quemar la ropa para después bañarles con un líquido preparado para la ocasión. Si tenían heridas les aplicaba un polvo también de su elaboración, y posteriormente les daba a tomar un líquido de color amarillo el cual los hacía vomitar, esto seguido de un baño sauna en un temascal donde sudaban a chorros.
El tratamiento tenía una duración de 3 días y al finalizarlo el curandero daba una botella de un líquido para que siguiera el tratamiento en casa hasta erradicarlo por completo. El curandero de Tehueco trabajó varias temporadas en el ingenio de Los Mochis, realizando labores de truchero en el corte de caña, muy probablemente varias veces se convirtió en una alternativa de auxilio para los trabajadores de dicha factoría. Hubo un caso de una india curandera indígena, que sanaba el envenenamiento urémico haciendo tomar al paciente un clavo de ajo por cada comida durante dos semanas, y una cucharada de aceite de caguama hasta acabar con un galón y medio.23
Con la emergencia histórica de los ingenios azucareros necesitados de trabajo temporal y mano de obra abundante,24 se estableció la modalidad de pagar en efectivo y un poco mejor remunerados que las haciendas. Los ingenios también adoptaron el sistema de adelantos en efectivo a sus peones eventuales comprometiéndolos a volver a la zafra del año entrante. Y al igual que en las haciendas, cuando los trabajadores no se presentaban a tiempo los ingenios usaron la figura del sobresaliente, quien era el encargado de recorrer toda la comarca o hasta el lejano Choix en la parte del Distrito de El Fuerte, para obligar a los morosos a volver al trabajo en la factoría.
Como se apuntó, en el ingenio El Águila era Chico Espuma quien desempeñaba ese rol. La ley no decía nada respecto a estas prácticas pues los hacendados contaban con el aval del gobierno. Otros factores ajenos a este régimen de explotación laboral, ocasionaron reales problemas para contratar mano de obra para los ingenios El Águila y el nuevo ingenio Los Mochis, en proceso de construcción y acondicionamiento de las tierras del predio Los Mochis para echarlas andar en el cultivo de la caña. Destaca el hecho que por esos mismos años la compañía que construía el ferrocarril Kansas City México y Oriente le pagaba un peso diario y comida a sus peones en los trabajos de terraplén. Ante esto los negocios agrícolas fueron quedándose desolados.25
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23 Ibíd.. p. 187.
24 Un claro ejemplo de esta cuestión lo fue el ingenio La Florida. Esta empresa ocupaba regularmente a 100 trabajadores en tiempo muerto, y durante la zafra incrementaba su nómina a 350 trabajadores, al respecto véase Gustavo Aguilar Aguilar, Sinaloa, la industria del azúcar. Los casos de La Primavera y El Dorado (1890-1910), DIFOCUR, Culiacán, 1993, p. 29.
25 Carlos Borboa, La industria azucarera en el valle del Fuerte (1880-1913), Facultad de Historia, UAS, (tesis de maestría en historia regional, inédita), Culiacán, 1997, p. 150.
Respecto a los trabajadores del ingenio El Águila, quienes se desempeñaban en puestos de mando, administración y los responsables de cuestiones técnicas de la maquinaria eran en su mayoría norteamericanos. Por ejemplo, en una ocasión hubo problemas con el departamento de mecánica e ingeniería; Johnston trajo de Louisiana a personal especializado para las reparaciones;26 pocos eran los trabajadores que desempeñaban algún puesto de responsabilidad. En sus primeros años, este ingenio no contaba con dispositivo mecánico para alimentar de caña al molino, lo cual se realizaba manualmente. Como las carretas iban descargando la caña a montones en los patios, la materia prima iba quedando cada vez más y más retirada, aproximadamente hasta los 200 pies, necesitándose entre 100 a 150 hombres para movilizarla.
Para salvar esta situación se contrató un grupo de 40 chinos de Guaymas, Sonora, a quienes se les pagaba un salario 1.25 de jornal.27 Esto aminoró temporalmente la falta de brazos en el ingenio El Águila respecto a los trabajos de carga de las faenas agrícolas. Los chinos fueron alojados en la vieja panochería de Zacarías Ochoa. En sus momentos de descanso jugaban y fumaban opio la mayor parte de la noche. Cierta mañana encontraron a uno de ellos muerto flotando bocabajo en un charco cercano a donde se alojaban. Se hizo una investigación y no se encontró culpable a nadie, aún así una buena parte de los sospechosos estuvieron un tiempo encarcelados.28
Durante las primeras zafras la empresa prefirió embarcar su producción desde Topolobampo en lugar de los esteros utilizados por los demás hacendados, ya que en el puerto atracaban barcos de vapor. Pero al no contar en el muelle con una bodega adecuada para almacenar la carga, los carros de carga comenzaban a acarrear el azúcar amontonándola a un costado de un cerro a 200 pies del muelle, que permanecía tapada con lonas hasta el arribo del barco de vapor. Cuando ya se conocía la fecha de arribo, entre 100 y 150 indios mayos (según el tamaño del barco) recorrían a trote 25 millas en 3 ó 4 horas, desde El Águila hasta el puerto de Topolobampo.
Al no contar con dispositivos mecánicos para cargar el embarque o carretillas para acercar el azúcar a un costado del buque, todo se reducía a fuerza de brazos y piernas. Los indios más corpulentos se paraban junto al montón de sacos y formando una cadena, aventaban los primeros un saco o caja mientras el siguiente se colocaba abajo y la recibía en sus hombros y trotaba hacia el muelle, subía por el tablón y entraba al barco. Si había demasiados hombres se formaba otra cadena, empezándola otro par de indios fuertes para aventar la carga a los hombros de los otros.
En general llevaban el azúcar a bordo tan aprisa como las plumas podían bajarla a las bodegas. Cuando la mercancía estaba a bordo emprendían la marcha de regreso a El Águila sin acusar un cansancio evidente. Ross Page comenta el final de esta jornada de trabajo y algunos rasgos de la idiosincrasia de los indios mayos: “Ciertamente les sacaban todo el jugo a esos indios, pero eran muy resistentes y durante toda la faena no cesaban de reír, cantar, jugarse bromas y gritar. El indio Mayo es uno de los mejores de la raza india. Con su gran capacidad para trabajar, su amigable temperamento y su carácter jovial, podría hacer más llevadera sus años de servidumbre.29 Los adjetivos benévolos de parte de Page pretenden ocultar el nivel de explotación de la empresa hacia sus trabajadores, como ha analizado E. P. Thompson:
La ascensión de una clase de patronos que no tenía autoridad tradicional ni obligaciones, la creciente distancia entre el patrono y el hombre, la transparencia de la explotación es el origen de su nueva riqueza y poder, el empeoramiento de la condición del trabajador y sobre todo su pérdida de independencia, su reducción a la dependencia total con respecto a los instrumentos de producción del patrono, la parcialidad de la ley, la descomposición de la economía familiar tradicional, la disciplina, la monotonía, las horas y las condiciones de trabajo, la pérdida del tiempo libre y de distracciones, la reducción del hombre a la categoría de un instrumento.30
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26 Ross L. Page, Op. Cit. p. 21.
27 Filiberto Leandro Quintero, Historia Integral de la región de la región del Río Fuerte, Ed. El Debate, Los Mochis, 1978, p. 551.
28 Ross L. Page, Op. Cit. p. 8.
29 Ibíd., p. 12.
30 Edward P. Thompson, Op. Cit. p. 212.
Conclusiones
Los cambios en las comunidades indígenas y no indígenas durante el porfiriato, como el lento pero visible despoblamiento y su reubicación en otros poblados dentro y fuera del mismo distrito, destacan como transformaciones sociales de relevancia en este proceso histórico. De igual manera, el arribo de contingentes de inmigrantes extranjeros con el fin de asentarse y explotar los recursos de la región, las condiciones en que nacieron dichos proyectos y su desarrollo con un sin fin de penurias, agregaron otros elementos que modificaron las relaciones laborales tradicionales. Si bien en el distrito de El Fuerte se experimentó un crecimiento económico considerable, esto no se tradujo en una mejora de las condiciones de vida del grueso de la clase trabajadora o en una distribución equitativa de esta riqueza. Ya que como señala Eric Hobsbawm;
No hay ninguna razón a priori para que el nivel de vida haya tenido que elevarse (…) Es casi seguro que se produjo una elevación inicial por causas demográficas, pero la misma debió ser muy leve en realidad y no se mantuvo necesariamente una vez establecido el nuevo ritmo de aumento de la población (…) Esto sucede cuando no existen mecanismos igualitarios y efectivos de distribución de la riqueza. (Eric Hobsbawm, Trabajadores: Estudios de la Clase Obrera, Barcelona, Critica, 1979, p. 85.)
En las comunidades del norte de Sinaloa se vivió un proceso de reubicación poblacional con flujos dentro y fuera del mismo distrito, ya que al privarse a los indígenas mayos de sus tierras donde araban y cazaban, al perder también el acceso a talar árboles para tener leña o para hacer carbón y venderlo, al quitarles el derecho a pastorear su ganado, hacer uso de los caminos y al no poder echar mano todos estos recursos, se aceleró la ruptura del tegumento de las costumbres de las comunidades indígenas. Estos detalles que pudieran parecer insignificantes en el curso del desarrollo económico, vinieron a socavar las relaciones tradicionales de los hombres con su entorno y sus medios de producción.
Bibliografía
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Hobsbawm Eric, Trabajadores: Estudios de la Clase Obrera, Barcelona, Critica, 1979.
Leandro Quintero Filiberto, Historia Integral de la Región del Valle del Fuerte, Los Mochis, Ed. El Debate, 1978.
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Fuentes
California State Library
Archivo del Congreso del Estado de Sinaloa
Memoria General de la Administración Pública del Estado, presentada por el Gobernador Constitucional Mariano Martínez de Castro, el 15 de Septiembre de 1881, Culiacán, Sinaloa, Tip. de Retes y Díaz.
Memoria General de la Administración pública del Estado, presentada a la H. Legislatura del mismo por el Gobernador Constitucional C. General Francisco Cañedo, Culiacán, 1886.
Memoria General, presentada a la 17ª legislatura por el Gobernador Constitucional C. Gral Francisco Cañedo, el 16 de Marzo de 1895, Culiacán, Imprenta de Retes y Díaz, 1896.
Memoria General presentada a la XXa Legislatura por el Gobernador Constitucional C. Gral. Francisco Cañedo que comprende los años de 1896 a 1902, t. II, Mazatlán, Imprenta y casa editorial M. Retes y Cia., 1905.
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