Entrada destacada

ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904

ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904 Rafael SANTOS CENOBIO * *  Catedrático e investigador de l...

domingo, 21 de agosto de 2016

LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y "LA VERDAD"

  
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y "LA VERDAD"


Hugo VARGAS COMSILLÉ·

· Comunicólogo, editor y periodista, estudió en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es autor de varios libros, entre ellos, La derecha mexicana. Historia y desafíos, Ediciones de Educación y Cultura, Puebla, 2015, y Piratas en el Caribe, CONACULTA, 2006. Participó en los libros colectivos México ante la crisis, Ed. Siglo XXI, (Pablo González Casanova y Héctor Aguilar Camín, Coords.) y La realidad alterada. Drogas, enteógenos y cultura (Julio Glockner y Enrique Soto, Coords.), Ed. Debate. 

EL PERIODISMO

     Los medios fabrican realidad. Su presencia es aplastante en todos las sociedades, marcan tendencias y orientan o desorientan. También se les ve, sobre todo en la sociedades autoritarias, pero también en algunas democracias, como responsables de crear otras realidades para favorecer intereses turbios, ocultos o de grupo.

       Sin duda algo de todo eso hay en la acción de los medios, lejos de la visión tradicional que los propios periodistas han tenido de ellos mismos, como meros gestores y transmisores de una realidad luminosamente objetiva.

       Pero si afirmamos que los medios pueden “construir una realidad” es porque poseen audiencia. No es aceptable decir que los medios por su propia naturaleza, son incapaces de ser reflejo de la verdad o al menos de algo verídico y verificable, y al mismo tiempo seguirlos y exigirles que abandonen esa tendenciosidad para convertirse en espejo puro de la verdad.

         El periodista no miente cuando reproduce una opinión, es su obligación reportarla.

      “El ser del periodismo —dice el filósofo español Vicente Parra— es, por varias razones, un ser ilustrado y que surge, al menos en parte, como la palabra del hombre frente al logos divino-real pero —tal vez por ello— es también la palabra que renuncia a la verdad como inherente al ser. A una verdad última o al menos absoluta. Por el contrario, el periodismo bebe, en primer lugar, de un ser ‘empobrecido’, al repartirse en voces corales, o mejor, diversas y plurales. Los hechos del periodismo no se identifican con lo que es en sentido de ser verdad, bello o justo, sino con lo que aparece como un hecho sin más.”

        Frente al primer Wittengstein que negaba la posibilidad de un decir acerca de lo perteneciente a la moral, la estética y la metafísica, el periodismo sí tiene palabras para estos “existentes”.

      Pero el periodismo no aborda estos tópicos como si hablara de sí mismos, describe y narra el hecho incontestable que se da en otros, que existe como inmanencia en otros (si un político importante dice “Creo en dios”, dios y su existencia se convierten en materia periodística, porque existe esa creencia, que puede ser descrita aunque no se pueda demostrar la existencia del objeto de la creencia o no le interese al periodista), y estas creencias provocan una acción del mundo al que mira el periodista. Y si esos “existentes” no mueven montañas, sí mueven gobiernos y Estados, fronteras y muchedumbres, ocios y negocios.

     La prensa describe sucesos de todo tipo: imaginables, audibles, morales y metafísicos, que para ella son simplemente reales, existen. Más tarde cuando actúa la conciencia interna o cuando los usuarios-lectores-espectadores influyen en determinado sentido, la ética, la deontología periodística pueden entrar en acción sin importar que la información como tal, en estado puro, no permita barreras ni limitaciones.

    Habrá quien se equivoque pensando que el periodismo es una ciencia, o que puede utilizar mecanismos y métodos científicos (sin duda lo puede hacer), pero no es ciencia porque no hay error que refutar o falsear en el futuro sino, acaso, realidad que ocupa el lugar de otra realidad contraria o diferente a la segunda, realidad que se acumula.

     Insisto: una realidad ocupa el lugar de otra, con carácter acumulativo, no sustitutivo, como ocurriría en la ciencia, cuando una teoría es superada. Lo propio de la ciencia –dice Popper--, lo que la convierte en racional es su posibilidad de ser superada. Cuando ello ocurre con una teoría ésta no queda reducida a las tinieblas, sólo ha sido superada por una descripción más completa, más simple o más verosímil de la realidad que intenta describir. Así se sustituye una teoría por otra. En el periodismo esto no ocurre. Una verdad descrita por un enunciado anterior no sustituye a éste, simplemente se acumula: ambos enunciados A y B pasan a formar parte de la realidad y de la verdad periodísticas.

      Por ejemplo, mañana el secretario de Trabajo anuncia: “En tres meses acabaré con el desempleo”. 

    La ciencia diría que el enunciado será verdadero si y sólo si en tres meses ha dejado de haber desempleo. El periodismo razona de otra manera: el enunciado “en tres meses acabaré con el desempleo” es verdadero si y sólo si el secretario del Trabajo dijo “en tres meses acabaré con el desempleo”.

      Incluso, si como ocurre con frecuencia, el funcionario llama a la redacción para afirmar que no dijo lo que dijo, el periodista tomará esta información como verdadera, sin perder el prestigio de un medio veraz y sin que se viole el principio de no contradicción, más allá de que al día siguiente un articulista o editorialista del medio pueda tachar de mentiroso al político en cuestión

     El filósofo Parra compara la prensa con la reina Isabel II de Inglaterra quien lee, luego de cada elección, el discurso del nuevo ministro, sea laborista o tory, con la misma convicción. “Pues bien, dice el filósofo, el periodista juega el papel de la reina, y lleva a sus páginas con la misma aparente convicción una y otras palabras: la verdad consistente en decir, por ejemplo, que X ha afirmado que es Napoleón, y la verdad consistente en la evidencia de que X no es Napoleón, sino un concejal del ayuntamiento de Madrid, que ha perdido momentáneamente la razón”.

       El periodismo no es todo el mundo, pero crea mundo, añade mundo al mundo.

La mala imagen de los medios

     En esta era del conocimiento, la imagen ha tomado una preponderancia como nunca en la historia. Debemos decir que la imagen ha acompañado el aprendizaje del hombre, pero que desde la antigüedad ha sufrido el desdén de las elites intelectuales. La imagen es una evidencia empobrecida de la realidad, muy lejos del objeto del filósofo, sólo una sombra que entretiene al hombre ignorante.

     Apocalípticos o integrados, lo cierto es que hay argumentos de ambos lados de la polémica. No hay libertad sin imágenes, pero no todo es imagen.

    La prensa es algo más nuevo, pero las objeciones han venido desde su nacimiento. Ya Spengler se preguntaba qué es la verdad, y respondía: “Para la masa es lo que a diario lee y oye. Ya puede un pobre tonto recluirse y reunir razones para establecer ‘la verdad’: seguirá siendo simplemente su verdad. La otra, la verdad pública del momento, la única que importa en el mundo efectivo de las acciones y de los éxitos es hoy un producto de la prensa. Lo que ésta quiere es la verdad. Sus jefes producen, transforman, truecan verdades. Tres meses de labor periodística y todo el mundo ha reconocido la verdad. Sus fundamentos son irrefutables mientras haya dinero para repetirlos sin cesar.”

     Por otro lado, Barbra Phillips asegura que el periodista no puede llegar a la verdad por dos razones básicas: “Los grandes medios dependen de elites que son fuentes con autoridad; pues bien, depender de esas fuentes hace que con frecuencia no nos fiemos de las noticias”. Y: “Mientras haya periodistas que invocan la norma de la objetividad, otros prefieren no comprometerse con esa norma y se dedican a interpretar. Por tanto, la teoría profesional devela que no basta con apegarse a las puras destrezas técnicas y tiene que plantearse el problema de los valores”.

     Todo eso es endemoniadamente cierto. Pero igual se aplica a todas las esferas del conocimiento humano, la ciencia incluida, pues ésta en ocasiones necesita de financiamientos aún más fuertes que la prensa, y de todas maneras no está exenta de charlatanerías.

      Suponer, desde la ciencia social, que el periodista puede mentir o demorarse en ciertas partes de su historia es ignorar que la ciencia también se despliega en técnicas y que éstas muchas veces se ha aplicado, conscientemente, en asuntos dudosos; es ignorar que ha habido grandes fraudes científicos. Etcétera.

      No se trata, por ahora, de mostrar si hay periodistas buenos y malos, mentirosos o veraces, sino de dilucidar si en condiciones ideales la prensa puede ser parte de la verdad y es capaz de aprobar los filtros que aplicamos a cualquier otro medio de conocimiento.

     Si un terrorista coloca una bomba y ésta acaba con cientos de vidas humanas, no por ello la química es moralmente perversa, y menos aún, falsa, pues si la bomba explotó y cumplió con su cometido estaba correctamente armada. Claro que exigir una actitud ética a los periodistas es muy necesario, tan necesario como exigírselo a cualquier otra profesión, a un médico o un sacerdote, por ejemplo.

       Todo esto nos lleva al problema de la objetividad.

     La crítica recurrente a la objetividad es su imposibilidad: las personas de diferentes culturas y entornos emplean diferentes categorías y no hay modo de decidir qué marco encaja mejor en el mundo; y por otro lado la afirmación según la cual noticias y medios de comunicación particulares sirven para una función ideológica o representa el mundo de modo parcial, distorsionado o inadecuado.

      Pero estas acusaciones son incompatibles, según Judith Litchberg: “Si la objetividad es imposible no tiene sentido quejarse de que los medios son ideológicos o parciales, porque estos conceptos implican la posibilidad del contraste. E igualmente, si estamos de acuerdo en que los medios tienen funciones ideológicas o sesgos en sus visiones, aceptamos implícitamente que existen otros modos mejores o distintos o más objetivos de visión”.

     Me gusta la definición de Heinz von Foerster, un filósofo alemán para quien “la objetividad es la ilusión de que las observaciones pueden hacerse sin un observador”. Porque los periodistas se mueven en una leve esquizofrenia: entre el papel de mediadores puros de la realidad y la íntima convicción de que llevan en ella la contaminación de su mirada, como cualquier otro sujeto que observa. También en ese péndulo se mueven los lectores.

     Todo este asunto de la objetividad periodística, como saben, llevó a su negación desde el interior del género, y el surgimiento del nuevo periodismo en Estados Unidos fue la materialización de esta idea. Claro que el periodista no puede ser objetivo —decían Tom Wolfe, Terry Southern, Hunter S. Thompson y otros—, es más, la subjetividad del periodista debe estar en el centro de la historia.

0 comentarios:

Publicar un comentario