LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN Y "LA VERDAD"
· Comunicólogo, editor y periodista, estudió en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Es autor de varios libros, entre ellos, La derecha mexicana. Historia y desafíos, Ediciones de Educación y Cultura, Puebla, 2015, y Piratas en el Caribe, CONACULTA, 2006. Participó en los libros colectivos México ante la crisis, Ed. Siglo XXI, (Pablo González Casanova y Héctor Aguilar Camín, Coords.) y La realidad alterada. Drogas, enteógenos y cultura (Julio Glockner y Enrique Soto, Coords.), Ed. Debate.
EL
PERIODISMO
Los medios fabrican
realidad. Su presencia es aplastante en todos las sociedades, marcan tendencias
y orientan o desorientan. También se les ve, sobre todo en la sociedades
autoritarias, pero también en algunas democracias, como responsables de crear
otras realidades para favorecer intereses turbios, ocultos o de grupo.
Sin duda algo de todo
eso hay en la acción de los medios, lejos de la visión tradicional que los
propios periodistas han tenido de ellos mismos, como meros gestores y
transmisores de una realidad luminosamente objetiva.
Pero si afirmamos que
los medios pueden “construir una realidad” es porque poseen audiencia. No es
aceptable decir que los medios por su propia naturaleza, son incapaces de ser
reflejo de la verdad o al menos de algo verídico y verificable, y al mismo
tiempo seguirlos y exigirles que abandonen esa tendenciosidad para convertirse
en espejo puro de la verdad.
El periodista no
miente cuando reproduce una opinión, es su obligación reportarla.
“El ser del
periodismo —dice el filósofo español Vicente Parra— es, por varias razones, un
ser ilustrado y que surge, al menos en parte, como la palabra del hombre frente
al logos divino-real pero —tal vez por ello— es también la palabra que renuncia
a la verdad como inherente al ser. A una verdad última o al menos absoluta. Por
el contrario, el periodismo bebe, en primer lugar, de un ser ‘empobrecido’, al
repartirse en voces corales, o mejor, diversas y plurales. Los hechos del
periodismo no se identifican con lo que es
en sentido de ser verdad, bello o
justo, sino con lo que aparece como un hecho sin más.”
Frente al primer
Wittengstein que negaba la posibilidad de un decir acerca de lo perteneciente a
la moral, la estética y la metafísica, el periodismo sí tiene palabras para
estos “existentes”.
Pero el periodismo no
aborda estos tópicos como si hablara de sí mismos, describe y narra el hecho
incontestable que se da en otros, que existe como inmanencia en otros (si un
político importante dice “Creo en dios”, dios y su existencia se convierten en
materia periodística, porque existe esa creencia, que puede ser descrita aunque
no se pueda demostrar la existencia del objeto de la creencia o no le interese
al periodista), y estas creencias provocan una acción del mundo al que mira el
periodista. Y si esos “existentes” no mueven montañas, sí mueven gobiernos y
Estados, fronteras y muchedumbres, ocios y negocios.
La prensa describe
sucesos de todo tipo: imaginables, audibles, morales y metafísicos, que para
ella son simplemente reales, existen. Más tarde cuando actúa la conciencia
interna o cuando los usuarios-lectores-espectadores influyen en determinado
sentido, la ética, la deontología periodística pueden entrar en acción sin
importar que la información como tal, en estado puro, no permita barreras ni
limitaciones.
Habrá quien se
equivoque pensando que el periodismo es una ciencia, o que puede utilizar
mecanismos y métodos científicos (sin duda lo puede hacer), pero no es ciencia
porque no hay error que refutar o falsear en el futuro sino, acaso, realidad
que ocupa el lugar de otra realidad contraria o diferente a la segunda,
realidad que se acumula.
Insisto: una realidad
ocupa el lugar de otra, con carácter acumulativo, no sustitutivo, como
ocurriría en la ciencia, cuando una teoría es superada. Lo propio de la ciencia
–dice Popper--, lo que la convierte en racional es su posibilidad de ser
superada. Cuando ello ocurre con una teoría ésta no queda reducida a las
tinieblas, sólo ha sido superada por una descripción más completa, más simple o
más verosímil de la realidad que intenta describir. Así se sustituye una teoría
por otra. En el periodismo esto no ocurre. Una verdad descrita por un enunciado
anterior no sustituye a éste, simplemente se acumula: ambos enunciados A y B
pasan a formar parte de la realidad y de la verdad periodísticas.
Por ejemplo, mañana
el secretario de Trabajo anuncia: “En tres meses acabaré con el desempleo”.
La
ciencia diría que el enunciado será verdadero si y sólo si en tres meses ha
dejado de haber desempleo. El periodismo razona de otra manera: el enunciado
“en tres meses acabaré con el desempleo” es verdadero si y sólo si el
secretario del Trabajo dijo “en tres meses acabaré con el desempleo”.
Incluso, si como
ocurre con frecuencia, el funcionario llama a la redacción para afirmar que no
dijo lo que dijo, el periodista tomará esta información como verdadera, sin
perder el prestigio de un medio veraz y sin que se viole el principio de no
contradicción, más allá de que al día siguiente un articulista o editorialista
del medio pueda tachar de mentiroso al político en cuestión
El filósofo Parra
compara la prensa con la reina Isabel II de Inglaterra quien lee, luego de cada
elección, el discurso del nuevo ministro, sea laborista o tory, con la misma
convicción. “Pues bien, dice el filósofo, el periodista juega el papel de la
reina, y lleva a sus páginas con la misma aparente convicción una y otras
palabras: la verdad consistente en decir, por ejemplo, que X ha afirmado que es
Napoleón, y la verdad consistente en la evidencia de que X no es Napoleón, sino
un concejal del ayuntamiento de Madrid, que ha perdido momentáneamente la
razón”.
El periodismo no es
todo el mundo, pero crea mundo, añade mundo al mundo.
La mala
imagen de los medios
En esta era del
conocimiento, la imagen ha tomado una preponderancia como nunca en la historia.
Debemos decir que la imagen ha acompañado el aprendizaje del hombre, pero que
desde la antigüedad ha sufrido el desdén de las elites intelectuales. La imagen
es una evidencia empobrecida de la realidad, muy lejos del objeto del filósofo,
sólo una sombra que entretiene al hombre ignorante.
Apocalípticos o
integrados, lo cierto es que hay argumentos de ambos lados de la polémica. No
hay libertad sin imágenes, pero no todo es imagen.
La prensa es algo más
nuevo, pero las objeciones han venido desde su nacimiento. Ya Spengler se
preguntaba qué es la verdad, y respondía: “Para la masa es lo que a diario lee
y oye. Ya puede un pobre tonto recluirse y reunir razones para establecer ‘la
verdad’: seguirá siendo simplemente su verdad. La otra, la verdad pública del
momento, la única que importa en el mundo efectivo de las acciones y de los
éxitos es hoy un producto de la prensa. Lo que ésta quiere es la verdad. Sus
jefes producen, transforman, truecan verdades. Tres meses de labor periodística
y todo el mundo ha reconocido la verdad. Sus fundamentos son irrefutables
mientras haya dinero para repetirlos sin cesar.”
Por otro lado, Barbra
Phillips asegura que el periodista no puede llegar a la verdad por dos razones
básicas: “Los grandes medios dependen de elites que son fuentes con autoridad;
pues bien, depender de esas fuentes hace que con frecuencia no nos fiemos de
las noticias”. Y: “Mientras haya periodistas que invocan la norma de la objetividad,
otros prefieren no comprometerse con esa norma y se dedican a interpretar. Por
tanto, la teoría profesional devela que no basta con apegarse a las puras
destrezas técnicas y tiene que plantearse el problema de los valores”.
Todo eso es endemoniadamente
cierto. Pero igual se aplica a todas las esferas del conocimiento humano, la
ciencia incluida, pues ésta en ocasiones necesita de financiamientos aún más
fuertes que la prensa, y de todas maneras no está exenta de charlatanerías.
Suponer, desde la
ciencia social, que el periodista puede mentir o demorarse en ciertas partes de
su historia es ignorar que la ciencia también se despliega en técnicas y que
éstas muchas veces se ha aplicado, conscientemente, en asuntos dudosos; es
ignorar que ha habido grandes fraudes científicos. Etcétera.
No se trata, por
ahora, de mostrar si hay periodistas buenos y malos, mentirosos o veraces, sino
de dilucidar si en condiciones ideales la prensa puede ser parte de la verdad y
es capaz de aprobar los filtros que aplicamos a cualquier otro medio de
conocimiento.
Si un terrorista
coloca una bomba y ésta acaba con cientos de vidas humanas, no por ello la
química es moralmente perversa, y menos aún, falsa, pues si la bomba explotó y
cumplió con su cometido estaba correctamente armada. Claro que exigir una
actitud ética a los periodistas es muy necesario, tan necesario como exigírselo
a cualquier otra profesión, a un médico o un sacerdote, por ejemplo.
Todo esto nos lleva
al problema de la objetividad.
La crítica recurrente
a la objetividad es su imposibilidad: las personas de diferentes culturas y
entornos emplean diferentes categorías y no hay modo de decidir qué marco
encaja mejor en el mundo; y por otro lado la afirmación según la cual noticias
y medios de comunicación particulares sirven para una función ideológica o
representa el mundo de modo parcial, distorsionado o inadecuado.
Pero estas
acusaciones son incompatibles, según Judith Litchberg: “Si la objetividad es
imposible no tiene sentido quejarse de que los medios son ideológicos o
parciales, porque estos conceptos implican la posibilidad del contraste. E
igualmente, si estamos de acuerdo en que los medios tienen funciones
ideológicas o sesgos en sus visiones, aceptamos implícitamente que existen
otros modos mejores o distintos o más objetivos de visión”.
Me gusta la
definición de Heinz von Foerster, un filósofo alemán para quien “la objetividad
es la ilusión de que las observaciones pueden hacerse sin un observador”.
Porque los periodistas se mueven en una leve esquizofrenia: entre el papel de
mediadores puros de la realidad y la íntima convicción de que llevan en ella la
contaminación de su mirada, como cualquier otro sujeto que observa. También en
ese péndulo se mueven los lectores.
Todo este asunto de
la objetividad periodística, como saben, llevó a su negación desde el interior
del género, y el surgimiento del nuevo
periodismo en Estados Unidos fue la materialización de esta idea. Claro que
el periodista no puede ser objetivo —decían Tom Wolfe, Terry Southern, Hunter
S. Thompson y otros—, es más, la subjetividad del periodista debe estar en el
centro de la historia.
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