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domingo, 14 de agosto de 2016

EL MODELO TEÓRICO DEL “DIAMANTE CULTURAL” Y LA VIOLENCIA EN LA CULTURA SINALOENSE

EL MODELO TEÓRICO DEL “DIAMANTE CULTURAL” Y LA VIOLENCIA EN LA CULTURA SINALOENSE


Marco Alejandro NÚÑEZ GONZÁLEZ**Maestro en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS. Doctorante en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos
(UAEM).

                                 “Y esto es para que vayan y digan,
                                  que cuando yo tenía vida,
                                  a varios también maté.”
                                  Narcocorrido “Pedrón Ántrax”,
                                  interpretada por Tito Torbellino.

Introducción

Sinaloa ha sido visto como la meca de la industria del narcotráfico en México. Como productores o traficantes a nivel nacional e internacional, las tierras del estado al noroeste del país han sido estigmatizadas por la presencia clandestina y evidente de esta ilícita actividad durante poco más de 100 años. También es escenario de una diversa cantidad de prácticas de la llamada narcocultura que incluye música, vestimenta, religión, vehículos, sexualidad, fiestas, filantropía y otros aspectos.

     Nery Córdova (2011) sostiene que esa presencia ha ido moldeando la vida sinaloense no sólo en sus dimensiones económicas, sociales o políticas, sino también en las dinámicas culturales. Dentro de esta diversa gama de impactos, uno de los fenómenos que más ha llamado la atención es cómo la simbología del terreno sinaloense ha ido produciendo y reproduciendo construcciones provenientes o inspiradas en el campo del narcotráfico.

     Nuestro objetivo, en este ensayo, es reflexionar en torno a cómo el narcotráfico ha afectado la cultura sinaloense contemporánea y con ello entender que existen diversas posturas respecto a esta actividad ilícita y sus actores. Hemos usado los conceptos de diamante cultural, mercado lingüístico y cultura. La articulación de esos tres referentes teóricos, permitió identificar categorías de análisis para explorar sobre diversos mecanismos sociales que moldean la cultura sinaloense.

    El concepto de diamante cultural, permite entender cómo es que distintos creadores producen diversos objetos culturales que contienen varios significados sobre el “narco” y son recibidos por receptores de distintas características (Griswold, 2013). El concepto de cultura, nos brinda dos categorías que son los significados y las prácticas compartidas socialmente (Giménez, 2007). De este modo relacionamos aquí el modelo del diamante cultural al narcotráfico y la cultura sinaloense.



    La propuesta es que existen tres creadores culturales que son: 1) el Estado, 2) las industrias creativas y culturales del narcotráfico, 3) el periodismo de investigación y la academia. Estos tres actores, generan distintos objetos culturales como discursos políticos e ideológicos, canciones, obras, libros, que poseen significaciones distintas del narcotráfico. Los consumidores de cada discurso tienen distintas características socioeconómicas, las cuales fueron generadas por las estructuras sociales sinaloenses. Los elementos del diamante cultural influyen en la cultura sinaloense, pues el consumo de estos objetos culturales permite la interiorización de diversos significados de parte de la población y con ello adoptan prácticas con respecto al narcotráfico.

     Más que generar un modelo que intente determinar lo que piensan y hacen las personas a partir de las fuentes que consumen, busco entender como las personas en Sinaloa están insertas en espacios donde coexisten discursos totalmente contrapuestos sobre lo que es el narcotráfico. Esta complejidad de significados, se puede observar en las prácticas y posturas de los sinaloenses en torno al narcotráfico, donde pueden estar a favor del narcotráfico pero al mismo tiempo tener miedo, o rechazar su existencia pero agradecer el aporte a la micro-economía que esta actividad
tiene.

     El trabajo se divide en tres partes: en la primer sección se describen las características del diamante cultural: creadores, objetos culturales, características de los consumidores y también las estructuras que influyen en el consumo. En la segunda sección se muestran prácticas y significaciones que tienen los sinaloenses en su vida cotidiana con respecto al narcotráfico. En una tercera sección se reflexiona sobre la relación del diamante cultural y la cultura sinaloense.
Uno de los enfoques teóricos
enmarcados para el
estudio cultural de Sinaloa
a partir de la presencia del
“narco”, es el propuesto por
Nery Córdova (2005). El
autor retoma la idea de Gilberto
Giménez para realizar
análisis socio-culturales a
partir del diamante cultural
de Wendy Griswold (2013).
El diamante cultural posee
cuatro dimensiones: objeto
cultural, mundo social, los
productores y por último
los receptores. El esquema
busca entender cómo los
componentes se afectan entre sí. Una vez que se entienden los elementos y sus enlaces, se tiene una “comprensión sociológica de un objeto
cultural” (2013, p. 17).

    Para identificar a los creadores y sus objetos culturales, nos basamos en la investigación de Miguel Norzagaray (2010), que retoma el concepto de mercado lingüístico de Pierre Bourdieu, para proponer que en torno al narcotráfico se han generado diferentes posicionamientos discursivos que ofrecen distintas significaciones sobre el tema en cuestión. Norzagaray (2010) identifica al Estado y también a las industrias comerciales de la narcocultura. A partir del trabajo de Astorga (1996), también pude identificar a otro productor de sentidos que participa en el mercado lingüístico y es el periodismo de investigación y la academia. Norzagaray (2010) propone que esta variedad de discursos son pronunciados desde distintas posiciones de legitimidad, lo que podría llegar a generar un monopolio del sentido. 

     Antes de desarrollar las características del Estado como creador, es conveniente explicitar que para la reconstrucción de sus significados, me basé principalmente en las investigaciones de Astorga (1996) y Norzagaray (2010), pues son pocos los estudios que muestran desde una perspectiva
socio-histórica como las diferentes posturas sobre el narcotráfico han cambiado a lo largo del tiempo. Una característica de ambos estudios, es que los autores retoman declaraciones o discursos ofrecidos por los gobernantes en turno, por lo que nos gustaría señalar que los objetos culturales, aquí, están delimitados a los discursos o declaraciones del Estado y no a sus prácticas y no siempre existe congruencia entre lo que el Estado dice y hace. Pero lo que el Estado dice sobre el narcotráfico afecta las recepciones de la población, aunque las prácticas en muchas ocasiones
contradigan sus pronunciamientos.

      Para Wendy Griswold (2013, p. 11) los objetos culturales son “significados compartidos ligados a una forma audible, visible o tangible”. Sus creadores son personas que los fabrican de manera individual o colectiva.Cuando estas creaciones entran en el circuito público de la cultura y permiten ser interpretados, adquieren la categoría de objetos culturales. Por tanto, es necesario indagar sobre los actores que producen tales objetos culturales y cuáles son los significados que ellos contienen. 

     Entre los creadores de sentido sobre el narcotráfico, el primero identificado fue el Estado, entendido éste como el aparato burocrático legitimado en el país para salvaguardar el orden social de una población. Integrado por los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, se compone también por instancias de diferentes niveles geográficos como el federal, estatal y municipal. El Estado implementa políticas que se pueden entender como planes de acción que buscan resolver algún problema que afecta al conjunto social, en este caso el narcotráfico. 

      Se pueden identificar tres etapas en la postura del Estado mexicano con relación al narcotráfico. La primera consiste de 1914 a 1947 que corresponde a la prohibición del cultivo o comercialización de diferentes drogas y era correspondencia de la Secretaría de Salubridad. La segunda etapa abarca de 1947 a 1985 cuando la política antidrogas se vuelve jurisdicción de la Procuraduría General de la República y termina con el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena. La tercera ocurre con la desaparición de la Dirección Federal de Seguridad y abarca hasta nuestros días –la propuesta de Astorga se publicó en 2001, habría que ver si no ha surgido una nueva etapa a partir de la guerra del narcotráfico declarada por Felipe Calderón Hinojosa en 2006-. Las etapas y políticas antidrogas mexicanas están basadas y presionadas por el modelo estadounidense y mundial, con ello también los discursos y el sentido que le han dado al narcotráfico (Astorga, 2001). 

      En la primera etapa el discurso se enfocó en una preocupación por la salud. En 1909 en Shangai se lleva a cabo la primer reunión internacional para el control del opio y sus derivados. En 1912 en La Haya se organizó la Convención Internacional del Opio y a partir de 1914 México comenzó a regular la producción y comercio de la amapola y sus derivados. El discurso de las autoridades sanitarias –entonces eran las autorizadas de regular las drogas- eran xenofóbicas y eugenísticas al establecer “disposiciones sobre el cultivo y comercio de productos que degeneran a la raza” y también se buscaba “combatir la toxicomanía”. En 1940 se decreta que “debe conceptuarse al vicioso más como enfermo a quien hay que atender y curar, que como verdadero delincuente que debe sufrir una pena”; pero meses después se invalida tal decreto al no ser del agrado del gobierno estadunidense (Astorga, 1996, pp.27-45).

     La segunda etapa fue de 1947 a 1985. Inició cuando el Congreso estadounidense solicitó al presidente de ese país acciones concretas para limitar la producción de drogas en otros países y disminuir de este modo el consumo interno de Estados Unidos. Este país declaró la guerra al narcotráfico y presionó para que México utilizara cada vez más el ejército y defoliantes químicos en la destrucción de plantíos. Por ende, el tema de las drogas pasó a ser jurisdicción de la Procuraduría General de la República y con ello también cambió el discurso:
“Con ello, se abandona casi definitivamente la preocupación por la salud y
se concentran las acciones en la destrucción de sembradíos y la persecución
policiaca de los productores, traficantes y consumidores. Las estadísticas de
los decomisos, incineraciones y detenciones se convierten en la medida del
éxito o fracaso de las “campañas”. Para referir la acción del Estado contra
las drogas se usarán las palabras de lucha, batida, combate, cruzada, guerra
o campaña” (Astorga, 1996, p. 63).
En esta etapa, los esquemas interpretativos de la prensa y los órganos oficiales fueron impuestos por la prensa y se enfocaban en la lucha para acabar con el cultivo o la destrucción de plantíos. También había una gran censura y era difícil que se filtrara información. El nuevo sentido cambió de la salud al del combate. También, durante esta etapa y ante el aumento de los índices de homicidios, el combate al narcotráfico se justificó a partir de la problemática de la seguridad pública.

     La tercera etapa inició en 1985 con el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena (Astorga, 2001, p. 108). Miguel David Norzagaray López (2010) analizó el discurso de los presidentes mexicanos a partir de esta época1. Señala que el rol central de Estados Unidos en las políticas antidrogas provocó que las políticas mexicanas y sus discursos justificaran el combate al narcotráfico como una razón de Estado2.

Es conveniente enfatizar que el análisis de las creaciones del Estado se limitan a los discursos del gobierno.
El autor reseña que el presidente estadounidense Ronald Reagan firmó en 1986 una nueva legislación antidroga –un año después del asesinato de Camarena-, en ella se definió el tráfico de drogas como una amenaza para la seguridad nacional estadounidense y autorizó al Departamento de Defensa como facultado para realizar actividades antidrogas.

     Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari -1989 a 1994- el narcotráfico fue visto como una amenaza para la seguridad nacional porque atenta contra la estabilidad política, ante la capacidad económica que tiene para corromper y con ello pone en riesgo la solidez de las instituciones. También se vio como un riesgo latente para la salud de los mexicanos al considerarse el país como una zona de paso de las drogas. Con ello, el narcotráfico dejó de ser sólo un asunto de seguridad pública y se convirtió en un ente que podía desestabilizar al Estado.

     El discurso contra el narcotráfico en el sexenio nacional de Ernesto Zedillo Ponce de León –de 1994 a 2000- consideró al narcotráfico como la mayor o más grave amenaza a la salud, la moral y los valores de los mexicanos ante el riesgo de convertirse en un país consumidor y a la seguridad pública al poder imponer e incrementar su código de muerte, corrupción y destrucción; también a la tranquilidad, orden público y al Estado de derecho, además de ser fuente de intranquilidad, zozobra y crimen. A los narcotraficantes los dotó de capacidades y habilidades para producir, procesar y transportar la mercancía a través de cualquier frontera, lo que envidiaría cualquier emprendedor (Norzagaray, 2010). 

     El sexenio de Vicente Fox Quesada -2000 a 2006- se caracterizó por ser la alternancia del PRI al PAN. El narcotráfico se consideró un asunto de seguridad pública –más que de seguridad nacional- contra la tranquilidad de las familias y la salud de los y las niñas. Fox a diferencia de otros sexenios, enfatizó la efectividad para detener grandes capos, enormes cantidades de decomisos, exorbitantes montos de dinero que representa esta actividad y las miles de detenciones efectuadas. El narcotráfico fue dibujado en los discursos de manera austera y generalizada, en su lugar se habló de narcotraficantes como criminales desalmados, sin límites, peligrosos y corruptores, se aprovechan de la ignorancia de los campesinos para que delincan y echan a perder a la juventud (Norzagaray, 2010).

     Desde el caso Camarena, los traficantes de mayor escala en las organizaciones fueron descritos por el Estado como personas extraordinarias con una infinita capacidad corruptora, económica y bélica. Fue el caso de Miguel Ángel Gallardo Félix, Rafael Caro Quintero y de Ernesto Fonseca Carrillo. También después del homicidio del cardenal Jesús Posadas Ocampo, Joaquín Guzmán Loera fue descrito mediáticamente bajo estos cánones. Más que pensar si las descripciones corresponden a la realidad o no, es interesante reflexionar como la evolución del discursó cambió de culpar al narcotráfico a personalizar a estos personajes, hasta el grado de contar su biografía personal. Esta dinámica se culmina con el sexenio de Vicente Fox Quesada.

     El presidente Felipe Calderón Hinojosa -2006 a 2012- declaró que la seguridad de la ciudadanía era la principal función del Estado, pero que no iba a ser fácil o rápido y costaría mucho dinero y vidas humanas. En 2007, Calderón declaró la guerra al narcotráfico e incorporó a la Secretaría de Seguridad Pública, el Ejército Mexicano y la Secretaría de Marina a las labores de ataque frontal. Para Calderón era necesario actuar y rescatar a México o se perdería el país. El presidente definió a un enemigo que no se intimida por nada ni nadie, ni siquiera el Estado, era nuevo e insólito, un enemigo combativo y con capacidad de fuego que disputa la autoridad del Estado. Los narcotraficantes se equipararon con monstruos, tiranos o dictadores. El argumento era que el poder bélico que había alcanzado el crimen organizado desafiaba la autoridad del Estado. (Norzagaray, 2010)

     Para Griswold (2013, p. 14) “todos los objetos culturales deben de tener personas que los reciban, personas que los escuchen, lean, entiendan, piensen en ellos, promueva, interactúen con ellos y los recuerden”. La autora llama audiencia a estos receptores, señala que estos no son siempre aquellos para los que se crearon los objetos y tampoco son pasivos en el sentido que ellos pueden ser productores de sentido, independientemente del sentido que le otorga el creador del objeto cultural.

     El sentido dado por el Estado, ha tenido repercusiones entre los mexicanos. Radamanto Portilla Tinajero(2013) señala que la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón tuvo fuertes repercusiones en la prensa. Las conclusiones de Portilla son que el discurso informativo se narcotizó
y se militarizaron los encuadres de la información. Entre las consecuencias de esto, fue que los medios informativos fueron los textos educativos de la población. Entre otros hallazgos interesantes, el autor señala que la principal fuente de información en la cobertura de la guerra contra el narcotráfico
radicó en la Presidencia de la República.

     Para Portilla (2013) la importancia de estudiar la cobertura y el tratamiento informativo es la relación que tiene con la percepción ciudadana sobre la inseguridad en México. Propone que el aumento en la percepción de inseguridad se debió al aumento de los índices de violencia en el país, pero no se debe descartar la influencia que tuvo la cobertura mediática en ella, pues “las personas que ven o leen más noticias en los medios informativos presentan los más elevados porcentajes de percepción de inseguridad.” (Portilla, 2013, p. 49)

      Un mecanismo que afecta las interpretaciones de los sinaloenses sobre el narcotráfico son los medios de comunicación, que reproducen el discurso oficial de que los narcotraficantes son personas increíblemente poderosas y desalmadas. Sin embargo, esta no es la única fuente de sentido que existe en el mercado lingüístico del narcotráfico y el Estado lo disputa con otros creadores culturales.

Investigaciones periodísticas y académicas

–He leído sus libros y usted no miente–, me dice.
Detengo la mirada en el capo, los labios cerrados.
–Todos mienten, hasta Proceso. Su revista es la
primera, informa más que todos, pero también
miente.-
Entrevista de Julio Scherer a Ismael
`El Mayo´ Zambada.

Otra postura discursiva que identificamos la denomino como investigaciones periodísticas y académicas. Existen personas que analizan el narcotráfico y sus repercusiones en la sociedad, pero también su complicidad con otros personajes como el Estado o los empresarios, tratando de comprender a fondo el narcotráfico. Entre sus creadores están los y las periodistas de investigación además de los y las académicas. Como punto clave, estos creadores culturales intentan develar la complicidad que existe entre el Estado y los narcotraficantes, para el desarrollo óptimo de esta actividad. El discurso sostiene la colaboración que existe entre ambos actores y se opone al del Estado que señala que el Estado combate fehacientemente al narcotráfico.

     Si bien Portilla (2013) menciona que la prensa retoma información del Estado, no es así con toda la información y desde las primeras décadas del narcotráfico se comenzaron a establecerse algunos espacios de denuncia sobre los efectos negativos de esta actividad y también sobre la complicidad de las autoridades con este negocio. Estos espacios de denuncia divergían de la postura oficial o de la prensa reproductora del discurso del Estado, aunque al parecer fueron pocos de acuerdo a lo encontrado en la investigación de Luis Astorga (1996). Estas posturas críticas se encuentran en denuncias periodísticas y enfoques de la prensa durante las primeras dos etapas del narcotráfico señaladas por Astorga (2001); en la tercer etapa se suman investigaciones periodísticas o académicas de mayor profundidad.

     En los 40´s un periodista mazatleco mencionó las corruptelas de funcionarios que robaban parte de los decomisos y denunció que existían políticos ligados a esta actividad, además que Estados Unidos daría nombres de funcionarios y empresarios ligados a estas redes. La prensa sinaloense manifestó la impunidad con que algunos narcotraficantes vivían en Culiacán y el descaro con que se comerciaban drogas en esa ciudad. También se llego a vincular al gobernador de Sinaloa, Pablo Macías Valenzuela, con la dirigencia de bandas de traficantes (Astorga, 1996). Se puede apreciar que aunque eran pocos los espacios de denuncia, desde los primeros años se contravenía el discurso oficial y se hablaba de la complicidad e impunidad con que operaban los narcotraficantes.

      En los años 70´s la colonia Tierra Blanca fue señalada como “tierra de nadie” y se mencionó que policías y narcotraficantes compartían cerveza. A inicios de 1977 empezó en Sinaloa la Operación Cóndor, “la mas gigantesca batida contra el tráfico de drogas que se haya realizado en México, con la participación de 10,000 soldados”; la postura del gobierno era la erradicación del narcotráfico y la prensa la cuestionó. En 1978 asesinaron al periodista Roberto Martínez Montenegro, aparentemente por denuncias del campo del narcotráfico que expresó en sus artículos y sobre todo porque llegaron a medios nacionales e internacionales (Astorga, 1996).

     En las décadas de los 80´s y los 90´s aparecieron publicaciones críticas con notas y reportajes mas documentados, donde la verdad no dependía solamente de las declaraciones oficiales y se pone en tela de juicio la información de los órganos gubernamentales. Los académicos no mostraron gran interés en la problemática pero comenzaron a aparecer algunos estudios pioneros como las obras de Luis Astorga: El siglo de las Drogas, donde se analizó de manera socio-histórica la evolución del narcotráfico en México. (Astorga, 1996)

     En la primer década del 2000 y con la guerra al narcotráfico es posible ver una eclosión en libros periodísticos que documentan el tema. Periodistas a nivel nacional como Diego Enrique Osorno (2010 [2009]), Anabel Hernández (2010), Ricardo Ravelo (2010) o Héctor de Mauleón (2010) y también periodistas en Sinaloa como Javier Valdez Cárdenas (2010). Las investigaciones periodísticas documentan y triangulan documentos oficiales, declaraciones ministeriales, confesiones de narcotraficantes y filtraciones gubernamentales para criticar los efectos sociales del “narco” y la complicidad de éstos con las autoridades.

    Los receptores de los productos académicos son consumidos principalmente por otros académicos; algunos a través de una editorial comercial publican libros dirigidos al mercado de lectores de México, que compiten con los de periodistas de investigación. También con internet como plataforma de divulgación, es común encontrar que los académicos o los periodistas de investigación otorgan entrevistas que se difunden por este medio electrónico y con ello el sentido de complicidad que existe entre narcotraficantes y autoridades. Además, también cuestionan otros elementos como la influencia de Estados Unidos en las políticas antidrogas mundiales, la prohibición de las drogas y los costes sociales, los resultados deficientes de las políticas antidrogas. En resumen es un discurso que desafía el del Estado.

      Los receptores de estos trabajos, pueden ser los lectores de libros. Sin embargo, cuando se revisan las cifras sobre los lectores de estos productos, no existen muchos receptores. De acuerdo a la Encuesta Nacional De Hábitos, Prácticas Y Consumos Culturales (CONACULTA, 2010) los sinaloenses están por debajo del promedio nacional con respecto a los hábitos de lectura. Los resultados son los siguientes:
1. El 73% no leyó al menos un libro en el último año.
2. El 78% posee menos de 10 libros en su casa.
3. El 80% no asistió a una biblioteca durante el último año.
4. El 85% no compró al menos un libro durante el último año.
5. El 90% no asistió a una librería durante el último año.

     Entre los lectores del país no existen diferencias significativas entre hombres o mujeres, los jóvenes acostumbran leer más, existe una relación de mayor lectura de acuerdo al grado educativo y también al nivel socioeconómico. Sobre el tipo de libros, los de sociales y política ocupan los últimos lugares (CONACULTA, 2006).

     Como conclusión, podríamos decir que 8 de cada 10 sinaloenses no está relacionado con el hábito de la lectura y que aquellos que lo están son jóvenes, de nivel educativo y socioeconómico alto, además nada garantiza que lean los libros de investigación periodística sobre el narcotráfico pues la categoría donde se podrían agrupar estos se encuentran entre los géneros menos leídos por los mexicanos.

     Griswold (2013) señala que existe una relación entre el mundo social -es decir con las estructuras sociales, económicas, políticas y culturales en determinado tiempo y espacio- y las características de las audiencias de los objetos culturales. Para Griswold esta relación diferencia a la sociología cultural de los estudios culturales. Esto se puede apreciar cuando se mira que los bajos hábitos de lectura de los sinaloenses son similares a los de México, lo que habla de un fenómeno a nivel nacional. Las políticas e fomento a la lectura han fallado, pues las necesidades del sistema educativo público se enfocan en acciones más acuciantes (Flores, 2015). Además, la pobreza del país impide el acceso a la compra de libros y por lo tanto la lectura se asocia a las clases medias y altas, también un fenómeno cultural como que los núcleos familiares y escolares que no poseen hábitos de lectura, padres con largas jornadas de trabajo que imposibilitan inculcar el hábito a sus hijos (Mirelle, 2013).

     Por tanto, los discursos de los periodistas de investigación y la academia sobre el narcotráfico, tienen pocas posibilidades de ser consumidos en comparación a los del Estado que son difundidos por los medios masivos de comunicación. La ausencia de hábitos de lectura responden a factores estructurales como la economía y la educación de la población. Es necesario reconocer que las estructuras económicas y también las políticas educativas de México tienen deficiencias, lo que provoca que la mayoría de sus habitantes no acostumbren leer. En un sentido inverso, quienes acceden a los libros de investigación periodística o académica son las clases medias o altas, con un capital cultural alto. Sin embargo, existe otro discurso que se contrapone al del Estado y que es consumido por una gran cantidad de personas: el de las industrias culturales.

Las industrias culturales del narcotráfico: apología y legitimación

“Soy producto de la sociedad,
no nací con la maldad aunque no lo quieran creer.
Me cansé de ver el llanto de mi madre,
varias veces noches en la calle me dormí,
crecí duro, sin ayuda, sin escuela,
eso me hizo el alma negra
y a temprana edad maté.”
Narcocorrido “Producto de sociedad”,
interpretada por Juan Rivera.

Siguiendo la idea de Astorga (1996, p. 119) y Norzagaray (2010) sobre los discursos alternativos al Estado como los narcocorridos, es conveniente desarrollar la cuestión de las industrias culturales del narcotráfico como creadores de sentido. Son aquellas industrias que toman como temática principal el narco-mundo y lo dotan de un sentido apologético o legitimador del narcotráfico y del narcotraficante.

     Se puede encontrar en Sinaloa la producción, distribución y consumo de productos como narcocorridos, películas, conciertos, videoclips, páginas web, foros de internet y más. Quienes producen estos productos son músicos, cineastas, promotores musicales, video-grafos, canales de televisión e internautas que a través de la producción o promoción de estas mercancías les proporciona alguna ganancia económica. La tesis de Burgos (2012) muestra que existen corridos ficticios cuando se componen a personajes que no existen o por encargo para narcotraficantes específicos que pueden pagar o no por él, los narcotraficantes en ocasiones tienen que aprobar el contenido de la letra, lo que considero que en parte también los vuelve productores.

      Decimos que se trata de industrias cultural-creativas del narcotráfico con base en el sentido apologético que imprimen a sus productos, donde las construcciones reproducen la mitología del narcotráfico y del narcotraficante como el sujeto todo poderoso. Algunos aspectos de esta legitimación se dan porque, de acuerdo a la revisión del estado del arte de los estudios de narcocorrido realizado por Burgos (2012), el subgénero musical contiene legitimaciones del mundo de las drogas, los “narcos” son vistos como héroes, se elogian el valor y audacia de los protagonistas, sus desenlaces gloriosos y exitosos, se recrean la historias de personajes reales o ficticios, construyen hombres comunes en héroes e inmortales. También contiene referencias al consumo lujoso, identidad regional, la familia, amistad y paisanaje.

      Si el Estado moldea la representación de los narcotraficantes hacia una persona poderosa y desalmada, los narcocorridos la retratan también como una persona poderosa pero sus acciones son justificadas por las adversidades en las que se gestan o los efectos benévolos que éstas tienen, como ayudar a la economía, salir de la pobreza, cooperar con el pueblo, acabar con políticos y policías corruptos, defender a su familia, cuidar la seguridad de un territorio. En otras palabras intentan legitimar.

      Como se describió, los narcocorridos proceden del género del corrido mexicano y los primeros grabados se encontraron en la década de 1930, pero tuvieron éxito comercial hasta la década de 1970 con la grabación de Contrabando y Traición del grupo Los Tigres del Norte. Nos interesa ver cómo los narcocorridos se arraigaron en la población sinaloense. Primero, se deben considerar dos fenómenos culturales relacionados con la música; para los 70s ya existían dos géneros musicales arraigados entre los gustos musicales de los pobladores de Sinaloa que sirvieron de soporte a los narcocorridos: la música de tambora sinaloense y la música norteña.

      A fines de los setenta y durante los ochentas del siglo XX, el gusto por el narcocorrido fue aumentando entre el público en Culiacán y Sinaloa en general. Para los noventas los músicos expresaban las ganancias económicas que interpretar narcocorridos les dejaba al satisfacer la demanda de este gusto musical. Ya existían más artistas locales, compañías discográficas y la tecnología del audio cassete facilitó la difusión de la música local. También se dio un cambio generacional entre los músicos, lo que facilitó que comenzara una nueva camada de músicos norteños en la localidad que se enfocaron más en los narcocorridos (Fernández, 2011).

      En la primer década del 2000, la música norteña tuvo un nuevo auge. Surgió lo que se denominó movimiento alterado que era una compañía discográfica de un par de hermanos sinaloenses radicados en California, Estados Unidos llamada Twiins Enterprise. Ellos produjeron narcocorridos con artistas sinaloenses como El Komander y Los Buitres de Culiacán. También aparecieron otros grupos que no pertenecen a este sello discográfico como Gerardo Ortiz. Sin embargo, junto a este renovado ambiente musical también surgieron propuestas locales en la ciudad de Culiacán y Mazatlán que lograron trascender las fronteras del estado como Calibre 50 que llegaron a los primeros lugares de popularidad en el país. También una serie de grupos con éxito más regional como Arley Pérez, Los Nuevos Rebeldes, Jorge Santacruz, Los Hijos de Barrón, Larry Hernández, Enigma Norteño, Voz de Mando, Ariel Camacho o Remmy Valenzuela. Dentro del gremio del narcocorrido también tuvieron éxito otros que no eran sinaloenses como Alfredito Olivas, Regulo Caro y Los Traviesos de la Sierra.

     Sobre la banda de tambora sinaloense como soporte del narcocorrido, esta es herencia de indígenas y mulatos que poblaron Sinaloa tras la conquista española y se cree que sus formas culturales tuvieron impacto en el desarrollo de la cultura mazatleca como en la música, las fiestas, los carnavales y en específico para la banda y tambora. En 1800, Mazatlán ya como un puerto comercial , se establecieron familias comerciantes europeas y se cree que por la influencia de éstas, holandesas y alemanas, inspiraron a las primeras bandas de música de la localidad. Estas familias abrieron las primeras tiendas de instrumentos musicales (Martínez, 1996; Simonett, 2004).

     Los narcocorridos más famosos en las décadas de los noventas también lograron inspirar películas que se venden en videoclubes o que han sido transmitidas por televisión abierta e interpretadas por iconos tan populares como Antonio Aguilar (Wald, 2011). En la actualidad y con el boom masivo del narcocorrido alterado, surgen más películas que tienen la dinámica de convertir en filmografía los narcocorridos de más éxito como Chuy y Mauricio, El 24, El Águila Blanca, La Cheyenne Sin Placas, El Comando del Diablo, 500 balazos, Cárteles Unidos y más. Las películas están dirigidas para su venta directa al público o clubes de alquiler, pero también se pueden encontrar de manera gratuita en internet (Mondaca, 2012). El sentido de las películas no difiere de las canciones que las inspiran. Y se producen series de TV y telenovelas que se transmiten por televisión abierta o de paga.
 
     La industria cultural y creativa del narcotráfico y su discurso, ha sido desde el inicio objeto de controversia. Por un lado, el Estado y una parte de la sociedad, señalan que el narcocorrido incita a la violencia, hace apología y glorifica al crimen, además que estimula a sus escuchas a convertirse en narcotraficantes. Por el otro, los músicos y compositores señalan que su trabajo no es la causa del narcotráfico, que sólo es un producto de entretenimiento y es el propio público quien demanda la música. Mientras que los académicos se han dividido entre ambas posturas. La controversia desencadenó dos censuras oficiales en diferentes épocas: la primera fue en 1987 cuando el gobierno estatal amenazó a las radiodifusoras de la entidad con sanciones económicas si reproducían estas canciones; la segunda fue en 2011 y se añade a la prohibición la reproducción en lugares públicos como bares, discotecas, antros, cantinas, centros de baile y espectáculos; en caso de no apegarse a las disposiciones oficiales además de las multas se procedería a cancelar las licencias de alcoholes. En el trasfondo, lo que está en disputa es la supuesta corrosión del carácter de la población sinaloense, pues desde una postura de juez moral, el Estado pretende salvaguardar la integridad de los jóvenes para que en su proceso de formación no se trastoque su alma al escuchar tales letras (Mondaca, 2012; Burgos, 2012).

     Algunos rasgos de la población sinaloense son ilustrativos. Según la base de datos de la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumos Culturales (CONACULTA, 2010), los sinaloenses que asistieron a conciertos de música de banda: el 70% tiene menos de 10 libros en su casa; el 65% no leyó algún libro que no estuviera relacionados con la escuela o su profesión durante el último año y el 85% no compró libros durante ese periodo; el 60% fueron hombres y el resto mujeres; las edades de los asistentes se dividen entre los 18 a 45 años; en cuanto al nivel educativo el 38% estudió hasta la preparatoria, el 27% secundaria y el 13% primaria; es decir, casi el 80% se encuentra por debajo de la preparatoria. Esto muestra que los consumidores de música de banda y de narco-corridos, poseen un bajo capital cultural.

    Además del bajo capital cultural de los consumidores de banda, otra característica es las raíces rurales que conforman los primeros consumidores de estas músicas. Por ejemplo, en los 60s y 70s el grueso de los consumidores eran los pobladores de los ranchos o serranías, que compraban “corridos, banda, música de conjunto o campirana de guitarras”. En la década de los 70s y 80s los narcocorridos tuvieron demanda en complacencias de la radio en la ciudad como el de Contrabando y Traición o el corrido de Lamberto Quintero. Pero, aunque el narcocorrido se popularizó en la ciudad, es herencia del gusto por la música ranchera con el que llegaron los migrantes rurales a la urbanidad (Fernández, 2011).

Reflexiones sobre el diamante cultural y el narcotráfico

Los sinaloenses se encuentran insertos en un mercado lingüístico de varios actores con diferentes jerarquías y alcances. Por un lado está el Estado, que difunde la idea de que los narcotraficantes son personas muy poderosas y desalmadas; también están los periodistas de investigación y los académicos que intentan mostrar que el poder del narcotráfico se basa en la complicidad que teje con las autoridades; por último, las industrias creativas tratan de legitimar las acciones del narcotraficante. Esto supone un escenario complejo, pero los discursos se ven fuertemente limitados por factores estructurales como la economía o el capital cultural.

     En cuanto a los niveles de consumo, el más difundido es el del Estado pues utiliza los medios masivos de comunicación y le permite llegar a una gran cantidad de población televisión, radio o el periódico. El segundo más socializado es el de las industrias creativas y culturales del narcotráfico, su principal soporte son los narco-corridos que utilizan la música de tambora sinaloense y también la norteña que ya están arraigadas en el gusto musical e identitario de la población, las características de los consumidores es que poseen niveles educativos limitados. Los significados de las investigaciones periodísticas y académicas son los objetos culturales que menos se consumen, esto por los bajos niveles de lectura que existen en el país y que se pueden explicar por los fracasos en las políticas de educación.

    Ante esto, se puede pensar que el mercado lingüistico puede generar monopolios del sentido (Norzagaray, 2010). Si el consumo de los discursos se ve limitado por las condiciones de educación de la población, algunos son más consumidos que otros y ello moldea las representaciones sobre el narcotráfico, por lo que estos mecanismos pueden moldear las significaciones y prácticas de la cultura de los sinaloenses en la vida cotidiana, mismas que se analizan en el siguiente apartado.


Significaciones y prácticas

Conocer las características del diamante cultural sobre la producción de sentido del narcotráfico permite pensar e identificar algunos mecanismos mediante los cuales los sinaloenses se informan sobre le narcotráfico y a partir de ello interiorizan diferentes significados sobre esta actividad. Sin embargo, el objetivo del capítulo es entender como la cultura sinaloense se ha modificado a partir de la presencia histórica de esta industria ilegal.

Es conveniente explicitar el concepto de cultura:
La cultura es la organización social de significados, interiorizados de modo relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones compartidas, y objetivados en formas simbólicas, todo ello en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados (Giménez,2007, p. 39).
Es pertinente introducir una distinción estratégica que muchos debates sobre la cultura pasan inexplicablemente por alto. Se trata de la distinción entre formas interiorizadas y formas objetivadas de la cultura. O en palabras de Bourdieu (1985: 91), entre “formas simbólica” y estructuras mentales interiorizadas, por un lado, y símbolos objetivados bajo forma de prácticas rituales y de objetos cotidianos, religiosos, artísticos, etc. por otro
(Giménez, 2007, p. 44).

      La cultura subjetiva se constituye por “las representaciones sociales, los esquemas cognitivos, las ideologías, las mentalidades, las actitudes, las creencias y el stock de conocimientos propios de un grupo determinado” (Abric, 1994; citado por Giménez, 2007: 46) en cambio la cultura objetiva de los grupos está constituida por prácticas, rituales, vestimenta, gestos, señas, etc.

    La cultura son las prácticas y significados interiorizados que comparten las personas de determinado espacio social. Caben las preguntas: ¿cómo son los hábitos peculiares de los sinaloenses, hoy? ¿Cómo la población ha cambiado en el contexto de la violencia?. En el libro Cuando llegaron los bárbaros… Vida cotidiana y narcotráfico de Magali Tercero (2011), la cronista y periodista cultural hace una serie de viajes a Sinaloa entre los años 2009 y 2011, y recopiló testimonios de los pobladores sinaloenses sobre cómo viven su cotidianeidad en torno al narcotráfico.

     Si los significados que difunden los creadores de objetos culturales son disímiles entre sí, también lo son las posturas de los sinaloenses con respecto al tema3. Entre las posturas que encontramos están aquellas que rechazan el narcotráfico y también las que están a favor. Otros deciden mantenerse al margen y algunos reconocen que es tanta la cercanía que es difícil mantenerse alejados de la denominada cultura buchona. La cotidianidad ha acostumbrado a los pobladores sobre estos hechos, pero también les hace sentir miedo, los dota de conocimiento e información y los hace tomar medidas preventivas. Enseguida planteamos cada una de las categorías mencionadas. Las prácticas y posturas que se presentan privilegian un orden cualitativo y no cuantitativo y muestran la convergencia de diferentes formas de vivir y pensar de esta sociedad frente al delito y el tráfico de drogas.

    En jolgorios públicos, entre alcohol y en plena zona turística se puede ver cómo un hombre reacomoda su pistola antes de orinar en la calle u observar cómo un jeep de reciente modelo se estaciona en el corazón de la principal avenida de la ciudad y al ser increpado por una patrulla de tránsito, el joven conductor de huaraches cruzados, pantalón de mezclilla y camiseta de resaque4 despreocupado dialoga por quince segundos con el oficial en turno y éste se retira sin aplicar sanción alguna, sin prepotencia o angustia del trasgresor ni amenaza o corrupción. Existen tantas y singulares estampas como la de una camioneta llena de jóvenes saliendo lentamente de una gasolinera cuando uno de ellos grita al vacío: ¡que siga la mata dando plebes!, haciendo referencia a la fortuna que conlleva el cultivo de amapola y mariguana. Las anécdotas pueden continuar y por acciones como las anteriores, Nery Córdova (2011) indica que Sinaloa es un museo vivo de la narcocultura.

3 Sin duda se podría pensar que existe una relación entre los discursos sobre el narcotráfico y las posturas de los sinaloenses, pero también se debe reconocer que tal cuestión corresponde a una investigación donde se analice la socialización de los sinaloenses con mayor profundidad. Lo que aquí se enfatiza es la coexistencia de diferentes posturas discursivas con respecto al “narco” y prácticas y significados interiorizados contrapuestos entre la población.
4 Ismael Alvarado(2012) refiere que junto a los buchones conviven los cheros, es decir, sujetos procedentes de la ruralidad dedicados al narcotráfico que portan la estética ranchera.

     La población sinaloense convive con los actores del narcotráfico y la narco-cultura en el día a día. Esto se puede experimentar en primera persona y los comportamientos frente a ellos varían. Primero, no se puede hablar de la sociedad sinaloense como un todo, sino una masa de diversos sectores, género, edad, nivel educativo, contextos y más. Sin embargo, parece que se podrían encontrar agregados de comportamientos sociales similares. A continuación se presenta una serie de ellos.

Cercanía

Una de las cualidades de más peso es que la población sinaloense está en gran cercanía con los narcotraficantes. En ciudades donde existen muchos de ellos, viven con sus familias, transitan en la ciudad, se vuelven sus vecinos o simplemente se los encuentran en el tránsito vial y pueden ser reconocidos por los afiches “narcos” que portan. Amigos de la infancia entran en el narcotráfico y comienzan a prosperar de manera evidente a partir de esta actividad. En los poblados sembradores, es una actividad cotidiana y también resulta normal que se tenga algún tipo de relación social o familiar con ellos. No son algo lejanos o ajenos a la comunidad.

Rechazo

Una de las posturas principales es el rechazo al tráfico de drogas y sus consecuencias como la violencia, impunidad y la corrupción. Señalan que ahora los homicidios no solo ocurren contra traficantes, sino también contra víctimas inocentes a causa de balas perdidas en tiroteos que ocurren en la ciudad. Desde una perspectiva de valores algunos no comprenden porque delinquen, asesinan, decapitan o descuartizan y los consideran psicópatas o locos. Rechazan el hecho de que cuando la violencia disminuye o se generan operativos masivos, disminuye el trabajo para los sicarios y éstos se dedican a robar o asaltar.

    Les produce ira la impunidad que existe en torno a los narcotraficantes, lamentan el hecho de que no se les revisa en los retenes y las autoridades los dejan actuar aunque los tengan identificados, que hagan fiestas y coopten la libertad de tránsito o de tranquilidad. Además argumentan que los operativos sirven para detener a los de más abajo en la estructura organizacional. Aplauden las detenciones y los operativos en contra de esta industria ilegal. Lamentan que el poder de la ciudad sea de los grupos de trafico de drogas o señalan que no existe la ley. Además, señalan que el narcotráfico está infiltrado en los órganos de gobierno.

     También se encuentra el rechazo a que los narcotraficantes se relacionen con la sociedad de manera más amplia que en el pasado, como ejemplo señalan que ya se encuentran en todos los lugares o ya viven en diversas zonas de la ciudad. Ven como lamentable que se establezcan relaciones sociales con ellos. Se rechaza la narco-cultura y sus elementos, en la estética tratan de diferenciarse y los narcocorridos son considerados música infame. Están en contra de que se admire a los narcotraficantes y algunos tratan de lanzar iniciativas para contrarrestar los efectos de la narco-cultura, pero son muy pocos. Se considera que la sociedad está pervertida, en decadencia, descomposición o es caso perdido. Señalan como un espacio no deseado para habitar por sus hijos. Les molesta la fama negativa que se genera en torno a Sinaloa y el tráfico de drogas. Aunque algunos protestan públicamente, son pocos los que lo hacen por miedo a las represalias e intimidaciones que ocurren al hacerlo.

    En la cuestión económica señalan que el lavado de dinero produce atraso y también que en los negocios nuevos existe un punto en el que los habitantes acuden a él, después lo frecuentan los narcotraficantes y la población deja de ir a estos sitios.

Miedo y dolor

El narcotráfico y sus derivados no solo provoca rechazo, sino también miedo. Existe miedo a ser víctima de la violencia que conlleva esta actividad. Morir por alguna bala perdida de algún enfrentamiento armado. Ser víctima de un robo de automóvil a mano armada porque es una vía que utiliza el narcotráfico para hacerse de vehículos. Evitan espacios donde se conoce acostumbran ir los narcotraficantes, se alejan de ellos y de sus simbolismos, se resguardan de la ciudad. Se teme la impulsividad, la prepotencia, la violencia, la ira, la rabia que se asocia a los narcotraficantes y que se puede desencadenar a partir de una mirada, un rebase en automóvil, una confrontación que los haga molestar o sonarles el claxon.

    Se evita platicar con desconocidos sobre el tema o hacerlo en voz baja de manera sigilosa en lugares públicos, aún con personas conocidas; eluden registros como grabaciones, fotografías e incluso apuntes. El miedo a hablar de más, a denunciar o protestar, “te cuidas de todos, por todos, hasta de ti, por ti” porque no hacerlo puede generar represalias, amenazas, intimidación. Los medios publican poco o una mínima información. Es conveniente considerar que otro de los impactos que se han generado en Sinaloa es el dolor en los cercanos a las ya miles de personas asesinadas, involucradas o no en el tráfico.

Al margen

Otra postura es aquella que se sintetiza en la frase “no pasa nada si uno no se mete”. Algunos deciden quedarse al margen. La cuestión es no meterse en problema, señalan. Miran y callan. No afectarlos, no denunciarlos, no criticarlos, no preguntar. Como una ley informal del silencio.

Medidas preventivas

Otra serie de acciones que se han generado a partir de la relación del “narco” y la población es un conjunto de prácticas preventivas como evitar los espacios públicos ante el miedo a la violencia, protocolos de evacuación en las escuelas en caso de enfrentamientos armados, evitar ir a lugares peligrosos, mostrar opulencia o solvencia económica ante la posibilidad de ser víctima de otros delitos como el robo. Se suspenden eventos como fiestas comunales o masivas por temor. Algunos padres deciden enviar a vivir o estudiar fuera a sus hijos o hijas o cuando alguna mujer es pretendida por algún narcotraficante los padres deciden.

Conocimiento

Otra de las cualidades que se han generado es que en diferentes grados y capas de población se conocen y difunden informaciones relacionadas en torno al narcotráfico. Se cuentan historias de narcotráfico en diversos ámbitos como la escuela o la familia; Howard Campbell (2007) señala que en la frontera de México y Estados Unidos esto también ocurre y lo hacen de manera sigilosa y con cierto dejo de admiración. Saben cómo distinguir a narcotraficantes de acuerdo a ciertos rasgos de la narcocultura. Conocen lugares, casas, colonias, tiraderos de cuerpos. Anajilda Mondaca (2012) señala que en Culiacán existen espacios urbanos que de manera sociohistórica se han relacionado de facto y simbólicamente con el narcotráfico y la narcocultura; esto se conoce de manera popular.

A favor

Una postura totalmente distinta es aquella que está a favor del narcotráfico, narcotraficantes y la narco-cultura. Entre los principales argumentos está que el dinero del narcotráfico estimula la economía en Sinaloa y señalan que cuando existe confrontación a este fenómeno, el circulante del dinero disminuye y esto afecta a la economía de la población. Piensan que el gobierno debe llegar a un acuerdo y se privilegie el aspecto económico ante el de la legalidad y seguridad.

     De igual manera, se señala que el narcotráfico cuida a la población a través de lo que se denominó en la narco-cultura como narcolimosnas, en tanto apoyan en la construcción de carreteras, escuelas, iglesias y otras dádivas. También se aprecia que su presencia contribuye a la seguridad pública en tanto se dice que vigilan que no se den otros delitos como los secuestros, asaltos, robos de autos. De tal forma que el aporte a la economía, infraestructura y la seguridad convierte al narcotráfico en una especie de gobierno paralelo en tanto se hace cargo de tales cuestiones.

    Se llega a considerar a los narcotraficantes como buenas personas y benéficos para el conjunto social; su estabilidad representa estabilidad para la población. Y se justifica la ilegalidad por ser una vía de ascenso económico ante la pobreza. Catherine Heau (2010, p. 110) señala que en algunos comentarios en internet se puede encontrar una relación cuasi-feudal y de lealtad hacia los señores de la droga, sus organizaciones delictivas y territorios:“la falta de claridad política es aprovechada por los traficantes para reforzar la dependencia feudal y el control de “sus” territorios”. 

     El tiempo ha acostumbrado y normalizado el narcotráfico y sus efectos en Sinaloa. Las personas se acostumbran a vivir con miedo, a las balaceras, a la vecindad con los traficantes, a la impunidad, a la prepotencia, a callar, a los asesinatos sin culpables, al mutis institucional, al dinero turbio. Siguen con su vida cotidiana. A escuchar y contar historias de “narco”, a los levantones, a los convoy policiales. A los narcocorridos, a los buchones, a la cultura buchona. Se acostumbran a la carencia de indignación, a los cenotafios, al ascenso social de las transgresiones, a la convivencia mutua y a que es probable que sea un fenómeno que difícilmente se vaya a erradicar.

La cultura buchona

     Algunos pobladores adoptan elementos de la narcocultura en su vida cotidiana como escuchar narcocorridos, encomendarse a sus figuras religiosas o imitar otros aspectos como los vehículos, estética, lenguaje, bebidas, historias y más. Y unos más consideran que existe admiración e idolatría y que se ha generado un modelo a seguir en torno a la figura del narcotraficante y la narco-cultura.

     La tesis de Juan A. Fernández (2011) permite observar que en la ciudad de Culiacán la adopción de los narcocorridos por parte de la población fue paulatina y su auge sucedió en la década de los ochenta. Y señala que en torno a los narcocorridos los consumidores pueden gritar, chiflar, mostrar gozo y euforia, y generan emociones y sentimientos como alegría, dolor, tragedia.

     Burgos (2012) señala que las personas que consumen este tipo de mercancías culturales se les denomina buchón o buchona y menciona que se pueden clasificar en los que son narcotraficantes, los que quieren serlo y los que parecen serlo. Mondaca (2012) indica que lo buchón es posible rastrearlo en la vestimenta, accesorios, vehículos, formas de entretenimiento y la religiosidad. La tesis de la autora propone que en Culiacán partes de la ciudad se han convertido en espacios de expresión de la narcocultura y son frecuentados por narcotraficantes o la población general.

     Otro aspecto a considerar es que algunas personas entablan relaciones personales con los narcotraficantes. Entre las distintas formas de relacionarse está la amistad, el noviazgo, amor, romances, sexo, fiestas o relaciones virtuales a través de internet. De esta manera, propongo que en la cotidianeidad algunas personas o grupos de ellas se relacionan de manera personal con actores del narcotráfico dando pie a un conjunto de prácticas y significaciones compartidas en espacios comunes que denominamos como cultura buchona. Desde una óptica bourdiana es un campo que conlleva una construcción sociohistórica de manera conjunta entre narcotraficantes y no narcotraficantes, de un conjunto de hábitus, capitales, intercambios y jerarquías.

  La investigación nos ha permitido observar que ante el narcotráfico existen diversos posicionamientos. En cuanto a discursos, por un lado, el Estado que demoniza la actividad y a sus trabajadores. La academia y el periodismo crítico tiene una retórica que intenta mostrar los diversos aspectos que influyen en el narcotráfico. Por último, ciertas industrias culturales pretenden legitimar la actividad del narcotráfico. Los discursos predominantes son los del Estado, después los de las industrias culturales, y por último los de la academia y el periodismo crítico.

    La serie de significados que los tres creadores de objetos culturales difunden en la esfera pública, influyen en la manera en que los sinaloenses viven. El efecto de la significación del narcotraficante como alguien poderoso, se puede apreciar en el miedo y la posición de mantenerse al margen del narcotráfico. Pero también el de las industrias culturales y creativas se refleja en estar a favor del narcotráfico, mantener una cercanía a ellos, la costumbre o normalización o la creación de una cultura buchona. Ante esta serie de posibles ideas relativas al modelo del diamante cultural y la cultura sinaloense, existe sin duda una amplia veta de investigación.

     Los objetos culturales y sus significados se pueden asociar a prácticas y significados interiorizados por los sinaloenses. El hecho de que existan diversas fuentes de significado sobre esta actividad ilícita, influye en que la cultura sinaloense frente al narcotráfico se presente de maneras contradictorias. Si algo hay que destacar es que es posible encontrar dos polos opuestos entre los sinaloenses, donde unos prefieren mantenerse al margen del narco-mundo y en contraste otros deciden involucrarse en relaciones personales con sus actores. Para algunos, entrar en contacto con el fenómeno del “narco” les genera miedo, pero a otros les produce placer.

     Algo destacable es que los hechos sociales y el narcotráfico, han generado espacios de convivencia social y cultural impregnados de símbolos de la narcocultura. En materia de investigación, desde una perspectiva científica, teórica, conceptual y empírica, el “campo buchón” sinaloense es aún un territorio amplísimo de estudio, valoración e interpretación.

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