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ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904

ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904 Rafael SANTOS CENOBIO * *  Catedrático e investigador de l...

domingo, 21 de agosto de 2016

PRESENTACIÓN REVISTA 42

PRESENTACIÓN


            Involucrados y partícipes del ámbito de las ideas y de las teorías, en la observación y el estudio de ciertas facetas de la sociedad y la cultura, desde la Facultad de Ciencias Sociales algunos académicos e investigadores, pensamos en que era hora de realizar y plasmar una leve, sencilla y necesaria mirada, con sentido crítico por supuesto, a la magna dimensión y envergadura del paradigma y el fenómeno teórico, político y sociocultural que representa aún el marxismo, con sus secuelas y efectos sobre el mundo. Y también, de paso, echar un vistazo y acercarnos un tanto al ser humano, al hombre y la significación misma de la leyenda, el personaje, el icono y el símbolo llamado Karl Marx. A casi 200 años de su nacimiento (5 de mayo de 1818), las fechas serán siempre un pretexto frente a la magna presencia de su grandeza.

            En los tiempos actuales que dan precisamente la sensación de que "todo lo sólido se desvanece en el aire" y que se vive en los vaivenes y aleteos de una sociedad global sin firmezas ni certidumbres, sus efectos se perciben en las esferas sociales, económicas, políticas y culturales. Luego de la desaparición de la URSS en 1989, desde las ideologías de la derecha se sigue festejando el "fin de las ideologías" para beneplácito de los paradójicos ideólogos del sistema y de los explotadores y neoesclavistas de la humanidad. Y desde las izquierdas políticas se tiene prudencia, por no decir que hasta miedo y vergüenza de ser y mostrarse con la etiqueta de izquierdistas, y mucho menos de aparecer como marxistas. En su caso, desde la teoría y la academia, los estudios y las percepciones prosiguen también entre los enredijos de las telarañas y los jeroglíficos sociales, atizados con las novedades teórico comerciales y mercantiles y los modismos del espectáculo heurístico que en realidad significan, de muchas maneras, las ideas y nociones (que no conceptos teóricos como tales y en estrictu sensu) que tienen que ver con la muy cacaraqueada, mediática y eufemística globalización posmoderna del mundo, y que podría interpretarse, en realidad, como la máscara semántica o el luminoso disfraz apantalla incautos en que decidió vestirse esta fase superior del sistema capitalista, que otrora fuese conocida simplemente como imperialismo.

            En función de ello, en esta entrega de ARENAS, nuestra edición número 42, se plasman en relación al tema interesantes perspectivas, análisis y reflexiones. Abre la temática el sociólogo, politólogo y economista René Jiménez Ayala, ex catedrático de la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS, con una rigurosa mirada crítica, con un más allá de los niveles de la exégesis, hacia aspectos y sentidos conceptuales y epistemológicos genéricos y cruciales de la teoría marxista y en particular de varios pasajes significativos. En términos de finos y precisos hilos metodológicos, va justamente "Deconstruyendo y reinterpretando a Karl Marx".

            Luego, el doctor Arturo Lizárraga Hernández, también economista y sociólogo y ex docente e investigador de nuestra institución, discute en torno de una suerte de nexos y vasos comunicantes que se deducen de las obras de Marx y Weber. En su ejercicio intelectual y desde los fundamentos teóricos de los dos grandes pensadores alemanes, llama la atención respecto de ciertas semejanzas, con sus notorios y sutiles asegunes, entre las ideas y concepciones de teoría social de ambos. Y de ahí, pues, se deduce el atrevido título: "¿Karl Max?¿Marx Weber?" 
   
            Por demás valioso e interesante es el ensayo que borda con sólida argumentación el investigador Carlos Calderón Viedas, que de forma peculiar relaciona la temática genérica del marxismo con un entrañable personaje de la vida intelectual en la región, crucial en el territorio de las ideas y del pensamiento universitario. En su trabajo intitulado como "Un marxista en Sinaloa: El Guacho Félix", el ex catedrático de la UAS efectúa un repaso o una retrospección sobre la vida y la obra, el valor y la trascendencia de un actor social que asumió, abrasó y aprehendió los valores y las ideas esenciales del marxismo como forma de vida, acción y coherencia. Nos cuenta Calderón Viedas del papel protagónico de "El Guacho Félix" en la vida universitaria sinaloense y de cómo ejerció una notable influencia sobre el pensamiento de varias generaciones.

            En su turno, la maestra Roxana Loubet Orozco, socióloga y Doctora en Educación, advierte que aunque para el filósofo alemán el tema educacional no fue parte central de su obra, sí estableció ideas esenciales al respecto. Así, destaca que el sistema educativo posee un sentido social y es parte, siempre, de un proyecto político y económico; en cuanto proceso, tal sistema se da necesariamente en relación y en contexto. Así, la educación se distingue por su carácter dual: puede ser conservadora o revolucionaria, que genera, por ejemplo y según sea el caso, "proxenetas" del capital y del sistema hegemónico o bien agentes sociales "libres de la mente".

            Con un texto sobre la filosofía de la ciencia como pretexto para disertar sobre la necesidad de su enseñanza en los sistema educativos, el maestro Giova Camacho Castro, economista y Maestro en Ciencias Sociales, participa en el análisis y el debate y anota que con su obra, a Marx y a Friedrich Engels en realidad no les interesaba hacer ciencia en un sentido convencional y académico, sino que les interesaba sobre todo conocer a fondo a la realidad para contribuir a su transformación.

            Por su lado, Carlos Alberto Olivarría Núñez, estudiante de la Maestría en Ciencias Sociales de la UAS, en sus apuntes y notas de investigación sobre el marxismo y la flexibilidad laboral, se da a la tarea de resaltar algunas características del trabajo en la actualidad, y destaca la vigencia de la dialéctica marxista para el estudio de los problemas de la sociedad.

            Colabora en esta entrega de ARENAS, por otra parte, el comunicólogo Hugo Vargas Comsillé, editor, escritor y periodista, quien se ocupa de analizar una vieja polémica y que tiene que ver con la relación entre el periodismo y las "verdades" que los medios emiten o publican cotidianamente. Se trata de una discusión sobre el periodismo (que es una discusión obvia en las esferas de la ciencia), que se denomina "objetivo", con un observador pasivo y neutral, frente a las enfoques que advierten de la inevitable presencia de las subjetividades del observador en la trama de los sucesos.

            Dados los géneros con que se abordan en ellos las cuestiones sobre Karl Marx, incluimos tres colaboraciones especiales: un ensayo literario, un cuento y un poema. Junto con las peculiares miradas que tienen que ver con el arte, nos permitimos cerrar la presente edición, Número 42, y un ciclo de trabajo, a través de la Revista ARENAS, de la que nos hicimos responsables durante un poco más de 10 años. En tal lapso, se obtuvo el Certificado de Licitud y luego el reconocimiento ISSN: 2007-2333, que oficialmente y desde la edición Número 30 nos ha otorgado y nos sigue refrendando el Instituto Nacional de Derechos de Autor (INDA), que en Sinaloa y en la UAS sólo ha logrado la Revista ARENAS, editada desde el Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales en Mazatlán de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

            Así que el ensayo sobre "Marx: el ser humano, el filósofo, el poeta", es en realidad un texto-pretexto literario, desde las entrañas de la reflexión, la emoción y la poiesis, para explicitar y reiterar convicciones, vocación, valores, andares y fines esenciales en la vida. Enseguida el artista de la tinta, Sergio Navarro, nos sorprende de nuevo con un cuento, narración cuyo tema forja evocaciones emotivas de gestas humanas, cotidianas, laborales, políticas, y presentes en la trama, por supuesto, el comunismo y Karl Marx. Y el simbolismo del poema "Un judío alemán", del prestigiado escritor y periodista de Alemania, Hans Magnus Enzensberger, se lo debemos en realidad a un joven estudioso de las letras, oriundo de Culiacán, Adalberto García López, quien realizó la traducción.

            Las ilustraciones de esta edición son obra, claro, del artista del dibujo, nuestro amigo Sergio Navarro, consuetudinario habitante del mundo, nativo de Culiacán, donde realizó sus primeros estudios de artes plásticas, y quien una vez más nos honra con los trazos y los filamentos de su estética, fina, pulida y significativa creación. El artista estudió también arquitectura en la UNAM, en la Ciudad de México, y residió durante más de 10 años en Londres, Inglaterra. Luego de convivir un tiempo en el puerto de Mazatlán, en 2005 se fue con los aires de las buenas vibras, la vitalidad y la inspiración a vivir a Pátzcuaro, Michoacán, donde actualmente reside. Ha sido protagonista de múltiples exposiciones individuales y colectivas, así como organizador y promotor cultural. Ha recibido varios premios y reconocimientos por su trabajo artístico y literario. Es un honor y un lujo contar con su participación.


                                                                                                                      Nery Córdova 

DECONSTRUYENDO Y REINTERPRETANDO A KARL MARX


DECONSTRUYENDO Y REINTERPRETANDO A KARL MARX

René JIMENEZ AYALA¨

¨ Sociólogo y economista. Maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana en Ciencias Sociales (FLACSO). Estudió el Doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en la FCPyS de la UNAM. Fundador del Programa de Maestría de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa y actualmente jubilado de la institución.

Introducción

        Después del desplome de la Unión Soviética circuló alrededor del mundo el discurso que pregonaba el fin de las sociedades socialistas y, por supuesto, el de Marx y del marxismo. El capitalismo y la democracia liberal habían triunfado de una vez para siempre y, en lo sucesivo, no era necesario leer a este pensador sagaz ni a sus seguidores porque, a fin de cuentas, ya habíamos arribado al fin de la historia. Leerlo significó y significa desde entonces, para esta versión, retroceder a una era ya anulada por la historia. Sin embargo, es posible releer a Marx, replantear sus puntos de vista y pensar a través de él novedosas formas de organización social. Todavía es posible someter a una crítica profunda las bases teóricas que dan sustento a los modelos del desarrollo capitalista de nuestro tiempo.
    
        Jacques Derrida nos muestra un camino para lograrlo, pues él mismo se tomó la libertad de realizar una segunda lectura de Marx. A partir de ella logró hablar del mundo contemporáneo de una manera distinta a la convencional. Éste es el objetivo del presente ensayo: presentar una forma alterna de leer a Marx a partir de un procedimiento deconstructivo, mostrando que el discurso dominante neoliberal no es la única opción para dilucidar la problemática actual, además de que la situación de las sociedades de nuestro tiempo, tanto en los terrenos de la política como de la justicia y los media, pueden ser considerados de una manera muy diferente. Para ello habremos de seguir la pista a las mismas obras de Marx utilizadas por Derrida, permitiéndonos comparar al Marx deconstruído con el tradicional, con el predominante. Intentaremos también agudizar la mirada en la estrategia seguida por la deconstrucción, en detectar el momento de su comienzo, la actitud crítica asumida y sus consideraciones acerca de las sociedades de nuestro tiempo.

La deconstrucción

       Así como ocurre en la vida cotidiana, en los campos de la filosofía, la moral o la literatura, se producen discursos a través de los cuales se difunde la visión de la superioridad e inferioridad de las cosas en casi todos los aspectos de la existencia humana. Unas son consideradas fundamentales, mientras el resto son opacas, inferiores y desestimables, aunque su existencia es necesaria. Estas prenociones se construyen y difunden a través del lenguaje, de los mass media, de la conversación en la familia, en la escuela, y otras agencias, así como por medio de los textos morales, filosóficos y políticos. Así se van formando parejas de conceptos o términos que recorrerán el tejido social: buenos y malos; decentes e indecentes; virtuosos y libertinos; puros e impuros; héroes y villanos; cuerdos y locos. Un cierto lenguaje es permitido por la gran diversidad de entidades y grupos sociales. Se produce entonces una “forma correcta”, “decente”, “honrada” de decir las cosas. Sólo se deben pronunciar, por tanto, determinado tipo de frases y palabras. Las otras se deberán esconder, proscribir u omitir del habla normal.

        El discurso les señala a los actores sociales la forma adecuada de expresarse. Enmarca, acota las frases que deben ser pronunciadas en determinados momentos, particularizando y estigmatizando: “hablas como político”; “te expresas como cualquier maleante”; “tu lenguaje es de gente bien nacida”; “una señorita decente no se expresa de esa manera”; “la vulgaridad de tus expresiones te denigra” y así de modo sucesivo. De tal forma, los sujetos se guiarán básicamente con respecto a sus interlocutores por medio de un conjunto de representaciones sociales interiorizadas y organizadas por el grupo social o la institución dentro de la cual interactúa, comportándose con reverencias o con discriminación, dependiendo si se está frente a alguien perteneciente a las élites o a las masas.  Por ser superiores, las primeras merecen consideración mientras las segundas pueden ser discriminadas. De modo general, cuando pensamos en el bien y el mal nos damos cuenta que han sido construidos en sentidos opuestos, como elementos antagónicos. Entonces nos percatamos de la división del mundo verbal en pares opuestos de términos, siendo uno de ellos el dominante sobre el otro: el bien es superior al mal; los héroes superiores a los villanos; el cielo al infierno; los fieles a los infieles; los puros a los impuros; las élites a las masas y el capitalismo neoliberal a cualquier otra forma de organización económica.
  
       La deconstrucción nos permite leer de modo distinto estos discursos, debiendo acercarnos a la consideración de que en el mundo puede haber algo más que duplas de términos opuestos. Nos posibilita romper con estos esquemas fundamentalistas, permitiéndonos un alejamiento del simplismo de los buenos y los malos, abriendo un camino a la diversidad de consideraciones y a lenguajes plurales y discrepantes. Las estrategias deconstructivas han sido aplicadas sobre todo en los textos filosóficos y literarios, pero es posible su aplicación en los discursos de la moral común, de los medios de información o de la política. La tarea no es simple y los obstáculos para llevarlos al terreno práctico han sido considerables desde su nacimiento. Desde el concepto mismo. Jacques Derrida, principal constructor y difusor del término se resistió a proporcionar una definición o idea contundente acerca de este asunto.

        Este tipo de análisis ha sido criticado y rechazado desde diversos ángulos. Desde su estilo hasta sus procedimientos. La dificultad, la gran dificultad para comprenderlo constituye una de las principales resistencias de los lectores. El estilo, tanto como las ausencias de una definición precisa y de una teoría establecida de modo expreso, también parece confrontar los textos deconstruidos con el lector. De hecho lo confrontan presentándole un panorama ajeno a su idiosincrasia, con un lenguaje disímbolo para el común de los individuos. Al no estar conducido por un conjunto de reglas o un método establecido, el análisis provoca un cierto malestar o dudas respecto de su uso. Sin embargo, lo anterior no implica en esta práctica ausencia de elementos teóricos. De hecho los aborda, penetra en ellos hasta su núcleo. A lo que se resiste este procedimiento es a brindar una definición o una teoría cerrada, acabada, sistematizada, mas no a teorizar o elaborar caminos adecuados.

        No obstante lo anterior, sí contamos con una noción. Pudiera pensarse, no sin cierta razón, que deconstrucción es resultado de la composición de dos conceptos: destrucción y construcción. Nos puede ser de utilidad una reflexión de Hans-Georg Gadamer (1989) sobre este particular, quien piensa en la similitud de la deconstrucción en Derrida con la destrucción en Heidegger, aunque afirma al mismo tiempo la diferencia entre ambos. De hecho, ésta parece ser la mejor forma de tener una comprensión más adecuada respecto de lo que estamos hablando.

        Derrida sí se propone, como Heidegger, destruir los conceptos de la metafísica. Sin duda hay un corte, como él mismo lo reconoce en la Gramatología, con la diferencia de que para el filósofo francés destrucción no significa tirar los conceptos por la borda, no afirma que debamos deshacernos de ellos. “No se trata naturalmente de ‘rechazar’ esas nociones: son necesarias y, al menos en la actualidad y para nosotros, nada es pensable sin ellas” (Derrida 1986, 20). Acepta que hay destrucción, mas no se la debe confundir con “la demolición sino [con] la des-sedimentación, la des-construcción de todas las significaciones que tienen su fuente en [el] logos” (Derrida 1986, 16-17).

        En la filosofía por ejemplo, la deconstrucción ha ayudado a pensar, a analizar el discurso desde los antiguos griegos, valiéndose de una perspectiva distinta a la establecida de modo formal o de acuerdo con el uso común. Esta tendencia ha verificado que la filosofía se construyó teniendo como base o principio la idea de algo fundamental, de una esencia con carácter primordial. La filosofía anterior a la deconstrucción, al menos desde Platón, es el discurso de los opuestos. Basta recordar la clásica distinción entre esencia y apariencia, o la oposición entre la idea y la materia.

       El procedimiento deconstructivo camina en una dirección distinta a la de las oposiciones y contra la idea de que existe un principio, un sólo sentido, absoluto, racional, fundamental, esencial, un logos, un centro alrededor del cual giran todos los demás términos, conceptos o ideas. Leer a la filosofía, a Platón, a Hegel y a los filósofos de un modo diferente, desde la crítica a los modelos establecidos, tal y como se ofrecen, es la pretensión de esta visión. Un nutrido grupo de filósofos franceses han practicado este procedimiento, analizando las obras filosóficas desde los griegos de la Antigüedad hasta Marx, ejerciendo una crítica devastadora en contra de la idea del logocentrismo, presente en gran parte de la historia de la filosofía. Aquí se abandona la idea de dirigir la atención hacia los elementos predominantes para concentrarse en aquél aspecto que ha quedado casi en la oscuridad, formulándose preguntas acerca de éste.

La primera lectura de Marx

        Antes de examinar cómo se ha re-leeído a Marx, es necesario revisar las ideas que serán sometidas a tal procedimiento. La concepción de éste sobre las sociedades de su época, del pasado y del futuro, referidas a los momentos estructurales y coyunturales, económicos, filosóficos y políticos, se encuentran dispersos en sus diferentes textos. Desde La Ideología Alemana hasta El capital, pasando por El manifiesto del partido comunista, El 18 Brumario y algunas otras. En cada una de ellas va plasmando sus observaciones y ejecutando sus análisis críticos.

        En El Manifiesto del partido comunista, son bien conocidos los planteamientos de Marx y Engels acerca de la historia de las sociedades, su organización económica y política, y sus transformaciones. Explican el desarrollo de la sociedad moderna, la aparición de los papeles del capitalista y el obrero, el mercado mundial y la conquista de la hegemonía del poder político por la misma clase burguesa, concluyendo en ideas que han sido consideradas fundamentales y transmitidas a través de generaciones: la historia de las sociedades no es más que la historia de la lucha de clases; y en el modo de producción capitalista el gobierno no es sino la junta administradora de los negocios de la clase burguesa, dejando asentado que las grandes transformaciones, incluyendo las ideas de una época, obedecen a factores de orden material. Hablan del papel de los comunistas y se lanzan a criticar de modo contundente algunas versiones sobre el socialismo.

        Son importantes también los prefacios de Engels posteriores a la edición de la obra, en los cuales coteja el texto original con respecto a las nuevas circunstancias por las que va atravesando el escrito. Este mismo remarca, en el Prefacio a la edición inglesa de 1888, la “tesis fundamental” de Marx: “en cada época histórica el modo predominante de producción económica y de cambio y la organización social que de él se deriva necesariamente, forman la base social sobre la cual se levanta, y la única que explica, la historia política e intelectual de dicha época; que, por tanto […] toda la historia de la humanidad ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre explotadores y explotados, entre clases dominantes y clases oprimidas…” (Marx y Engels 1971, 13-14)

       En este escrito quedaron plasmados aspectos predominantes de su visión sobre el Estado, las clases sociales y el proceso de producción. En general, quienes han escrito o hablado acerca de este texto, se han dirigido hacia estos aspectos mencionados, provocando numerosos debates acerca de la teoría del Estado y sobre la existencia o no de una sociología marxista, como ocurrió en los años setenta u ochenta del siglo pasado, durante los cuales se discutió la existencia o no en Marx de una teoría política con la misma capacidad sistemática de El Capital.

       Antes del Manifiesto, en La Ideología Alemana, examinaron el origen de las ideas y enfilaron sus armas críticas en contra de las propuestas de filósofos importantes como Max Stirner y Bruno Bauer. Ahí dejaron asentada la concepción materialista de la historia, confrontándola con lo que consideraron la filosofía idealista alemana de corte neohegeliano. Pusieron en su sitio la explicación acerca de la producción de la conciencia por medio de la interacción social, afirmando que la producción de ideas y representaciones son una “emanación directa de su comportamiento material” (Marx y Engels 1974, 25-26).

        El Capital, la obra más completa de Marx, analiza de modo profundo los fundamentos de la producción capitalista y las bases para su reproducción. Estudia la forma básica que es la mercancía y los aspectos que contiene: valor de uso y valor de cambio, además del dinero como equivalente general. Asienta que el trabajo es una actividad decisiva en las mercancías para poder intercambiarse como equivalentes en el mercado, debido a que les imprime el mismo valor; es decir, la misma cantidad de trabajo socialmente necesario para producirlas. La inmensa obra es un estudio de las estructuras del capitalismo, de la producción y distribución de las mercancías y de los medios de reproducción de éste. La mercancía es vista en principio como algo externo, como un objeto que gracias a sus propiedades es satisfactora de necesidades, debiendo considerarla en un doble aspecto: cualitativo y cuantitativo. Los valores de uso conforman la riqueza material de la sociedad y en un orden social moderno son portadores de valor de cambio (Marx 1976, 42-45). Los valores de uso, es decir los cuerpos de las mercancías, son el resultado del material natural con el que se produce y del trabajo. No parece complicado entender lo que es la mercancía a primera vista, si la pensamos como valor de uso, como satisfactor de necesidades humanas; pero si se la analiza como mercancía entonces encontramos que es un “objeto endemoniado” (Marx, 1976, 87) y misterioso.

        En el apartado sobre el fetichismo de la mercancía es analizado el proceso mediante el cual los bienes adoptan la “forma fantasmagórica”:
Por el contrario, la forma de mercancía y la relación de valor entre los productos del trabajo en que dicha forma se representa, no tienen absolutamente nada que ver con la naturaleza física de los mismos ni con las relaciones, propias de cosas, que se derivan de tal naturaleza. Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social determinada existente entre aquéllos. De ahí que para hallar una analogía pertinente debamos buscar amparo en las neblinosas comarcas del mundo religioso. En éste los productos de la mente humana parecen figuras autónomas, dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con los hombres. Otro tanto ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. A esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil.
Ese carácter fetichista del mundo de las mercancías se origina, como el análisis precedente lo ha demostrado, en la peculiar índole social del trabajo que produce mercancías (Marx 1976, 88-89).
        A diferencia de la obra anterior, en El 18 brumario de Luis Bonaparte encontramos un análisis de coyuntura en el cual se trata el golpe de Estado dado por este personaje en 1851 en Francia. Las formas de organización, las movilizaciones sociales, los factores políticos y las formas bajo las cuales esos movimientos políticos y las grandes figuras estaban conectados al final con las clases sociales que se mantienen siempre en lucha.

        Reseñado de modo breve, este es un resultado logrado a partir de una primera lectura de las obras mencionadas, de una lectura necesaria y considerada como la interpretación predominante y de circulación generalizada. Sin embargo, a partir de otra lectura que estará orientada por el procedimiento denominado deconstrucción, es posible obtener resultados distintos.

La segunda lectura de Marx

       En la primera lectura aprendemos de modo preciso la organización del texto: las unidades temáticas predominantes, los conceptos básicos, los secundarios, las metodologías utilizadas, sin caer en desvíos de ningún tipo. En la segunda[1] se está en condiciones de captar otros componentes y buscar la heterogeneidad. En la primera quedan sentadas las bases del discurso y también se le contextualiza. Pero “debe estar seguida de una lectura más ‘productiva’, detallista, claramente deconstructiva que explore las tensiones, los cabos sueltos, las pequeñas ‘aperturas’ del texto que las lecturas clásicas tienden a cerrar y a posponer como un problema para otro día” (Caputo 2009, 95); que transite por los caminos periféricos y se aventure “por regiones inexploradas” (Caputo 2009, 95). Jacques Derrida tardó tiempo en lograr esta segunda lectura del Manifiesto. Reconoce su fallo y la falta de responsabilidad teórica al no haber considerado antes el espectro, “los más manifiesto del Manifiesto”. En la relectura de este texto se da cuenta no sólo del gran valor que tienen Marx y Engels al reconocer ellos mismos el envejecimiento y la transformación que tendrán en el futuro sus propias tesis, sino la claridad que muestran en el estudio de la globalización política, acerca de la infraestructura económica, el derecho internacional y el nacionalismo, entre otros aspectos. "Ningún texto de la tradición parece tan lúcido sobre la mundialización del curso de la política, sobre la irreductibilidad de la técnica y de los media…" (Derrida 2006, 14). Afirma, sin asomo de duda, que sin Marx no hay porvenir: “sin la memoria y sin la herencia de Marx: en todo caso de un cierto Marx, de su genio, de al menos uno de sus espíritus. Pues ésta será nuestra hipótesis o más bien nuestra tendencia: hay más de uno, hay más de uno de ellos, debe haber más de uno de ellos” (Derrida 2006, 14).

       Es necesario buscar en esos distintos Marx, en sus lenguajes diversos, de modo similar a como lo hizo Maurice Blanchot, a quien el mismo Derrida cita. En Leer a Marx, Blanchot (2006, 123) advierte la presencia de una pluralidad de lenguajes, de “tres clases de palabras” que no sólo no son opuestas, sino más bien yuxtapuestas. La primera se refiere a Marx como “escritor de pensamiento”, referido a la reflexión, la segunda es el lenguaje político, mientras la tercera se refiere al discurso científico (Blanchot 2006, 124). “Marx no vive cómodamente con esta pluralidad de lenguajes que siempre chocan y se separan de él. Aun cuando esos lenguajes parecieran converger hacia el mismo fin, no podrían ser retraducidos el uno en el otro, y su heterogeneidad, la diferencia o distancia que los descentra, los vuelve no contemporáneos y tales que, produciendo un efecto de distorsión irreductible, obligan a aquellos que deben sostener la lectura (la práctica) a un reordenamiento incesante” (Blanchot 2006, 126). No podemos permitirnos pensar por tanto en “el verdadero Marx”, visto sólo desde una perspectiva, sea científica, política o filosófica, como ocurre con frecuencia. No se trata de encontrar en Marx un sentido e interpretación únicos, o intentar descubrir el mismo sentido en todos sus textos.

      En una lectura posterior es posible detenerse en aspectos que parecen divergentes o marginales respecto de los encontrados cuando se da la primera lectura. Si en ésta el lenguaje parecía ser consistente, en una posterior formas expresivas disímbolas comienzan a sobresalir. El Manifiesto nos da una muestra de ello. Al menos se perciben los juegos de lenguaje político y científico. Enunciados de distintos órdenes se encuentran y se enlazan unos con otros: la historia de las sociedades, como historia de la lucha de clases, se localiza en el mismo texto donde también tiene cabida la sentencia: “Proletarios de  todos los países, uníos”. Dos tipos de enunciados divergentes conviviendo en el mismo documento: descriptivo el de la ciencia y prescriptivo el llamado a la acción política.

       No considerar como el fundamento del Manifiesto los enunciados sobre el desarrollo de la burguesía y del proletariado y su necesaria existencia antagónica, le permitió a Jacques Derrida[2] concentrarse en el comienzo de la obra, en algo que Marx no vuelve a tocar en el resto de este texto, en la figura espectral, en el fantasma que recorre Europa y la forma de ser acosado por “todas las fuerzas de la vieja Europa” (Marx y Engels 1971, 31), por las élites en el poder. Pocos o nadie antes de Derrida habían concentrado su atención en el uso y en el análisis de las imágenes fantasmagóricas: “Al proponer este título, Espectros de Marx, estaba pensando inicialmente en todas las formas de un cierto asedio obsesivo que me parece organizar la influencia dominante en el discurso de hoy. En el momento en que un nuevo desorden mundial está intentando instalar su neocapitalismo y su neoliberalismo, ninguna denegación ha conseguido liberarse de todos los fantasmas de Marx. La hegemonía todavía organiza la represión y, por tanto, la confirmación de un asedio. El asedio pertenece a la estructura de toda hegemonía” (Derrida 2006, 45-46).

       Sobre un terreno de lenguajes plurales es donde Derrida sembrará su trabajo deconstructor. Antes del Manifiesto, en La Ideología Alemana, tal vez más que en otras obras, el uso del lenguaje metafórico y fantasmagórico se vuelve intenso y una gama amplia de vocablos irán apareciendo conforme la crítica se extiende sobre todo a Max Stirner: “Hasta ahora, los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o lo que debieran ser. Han ajustado sus relaciones a sus ideas acerca de Dios, del hombre normal, etcétera. Los frutos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza. Ellos, los creadores, se han rendido ante sus criaturas. Liberémoslos de los fantasmas cerebrales, de las ideas, de los dogmas, de los seres imaginarios bajo cuyo yugo degeneran” (Marx y Engels 1974, 11). El lenguaje fantasmagórico es usado sin ningún sigilo. A las ideas falsas les agregan otras expresiones como “abstracciones […] separadas de la historia real”, “reflejos ideológicos”, “formaciones nebulosas”, “pueriles fantasías”, “dogmas”, “seres imaginarios”, “espectros” y “quimeras religiosas”, entre otros.

      En el apartado de El Capital sobre el fetichismo de la mercancía, siguiendo el rastro a lo hecho antes en la ideología alemana y en el Manifiesto, se servirá de un lenguaje fantasmagórico y se referirá a la mercancía como “un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas” (Marx 1976, 87), como “cosa sensorialmente suprasensible”, con carácter “místico”, e intenta averiguar la procedencia  de este “carácter enigmático que distingue al producto del trabajo no bien asume la forma de mercancía” (Marx 1976, 88). El análisis deconstructivo revela los mecanismos por medio de los cuales un discurso otorga privilegios a un concepto en detrimento de su opuesto. Derrida encuentra que el valor de uso ayuda a orientar el análisis de la manera como lo fantasmagórico ocupa el cuerpo de la mercancía en cuanto valor de cambio, afirmando que valor de uso y valor de cambio son dos cosas distintas siempre en relación mutua.

      En El 18 Brumario se repite el mismo hecho. Aquí Marx construye el famoso enunciado de la historia hecha por los propios hombres, sólo que no a su libre albedrío, sino por la tradición que les ha sido heredada por el pasado, por “las generaciones [que oprimen] como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Marx 1973, 408). El análisis coyuntural de Marx sobre el golpe de Estado de Luis Bonaparte también incorpora una serie de términos donde los espectros, las ilusiones y la “veneración supersticiosa” ocupan su lugar en el análisis de la relación de fuerzas políticas y la lucha de clases.

      Derrida así lo considera: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte se despliega una vez más, en la misma frecuencia, como una espectropolítica y una genealogía de los fantasmas o, de modo más preciso, como una lógica patrimonial de las generaciones de fantasmas. Marx nunca deja ahí de conjurar y de exorcizar” (Derrida 2006, 133).

      El abandono del fundamentalismo deja el terreno libre para la tarea deconstructiva. ¿Qué es lo que se busca en los textos, si no es el origen o el fundamento, la homogeneidad o unidad de la obra? La respuesta es inmediata: las fisuras, las rupturas, lo heterogéneo, lo extraño –como el fantasma encontrado en el Manifiesto. Ante este primer fantasma las interrogaciones pueden comenzar a formularse a granel sobre su existencia y formas, su procedencia y efectos, apariencia y otras más. Se buscará entonces en otros textos del mismo autor -se le da seguimiento- para rastrear la presencia de espectros, de espíritus igual que de lenguajes diversos.

       Lo primero a resaltar en Derrida es su incursión por aquellas rendijas desapercibidas por la lectura común y corriente. A pesar de ello, quiere ser fiel a la visión de Marx y del marxismo, sólo que a un tipo especial, el crítico, el alejado de los aparatos, no el de la totalidad ni el institucionalizado por ningún Estado, proponiendo una lectura distinta de aquellos quienes aún se consideran marxistas modernos tanto como a sus opositores. Para este autor, se debe reconocer y proseguir la herencia crítica de Marx, aunque ello no debe entenderse como una  aceptación completa o total de su teoría, como una verificación de lo dicho por él, porque ello significaría repetir lo hecho hasta hoy, dejarlo intacto. Se trata de destruir, aislando algunos de los elementos tratados por aquél, de separarlo de algunos de sus fantasmas. Por ejemplo,
…se puede hablar de discurso dominante o de representaciones e ideas dominantes, y referirse, de esta manera, a un campo jerarquizado y conflictivo sin suscribirse necesariamente al concepto de clase social por medio del cual Marx determinó tan a menudo, de manera especial en La Ideología Alemana, las fuerzas que luchan por el control de la hegemonía. E incluso, simplemente, el Estado. Cuando, por ejemplo, al evocar la historia de las ideas, el Manifiesto declara que las ‘ideas dominantes (die berrschenden Ideen) de una época han sido siempre las ideas de la clase dominante (der herrschenden Klasse)’, no es discutible para una crítica selectiva el filtrar la herencia de este enunciado para conservar de él esto en lugar de aquello. Se puede seguir hablando de dominación en un campo de fuerzas suspendiendo no solamente la referencia a ese soporte último que sería la identidad y la autoidentidad de una clase social, sino también suspendiendo el crédito concedido a lo que Marx llama la idea, la determinación de la superestructura como idea, representación ideal o ideológica, de hecho, incluso la forma discursiva de esta representación (Derrida 2006, 69).
       Los textos de Marx pudieran tener una gran actualidad en diversos dominios si se tiene cuidado en no seguirlos al pie de la letra ni tratar de ser un marxista consumado. Por el contrario, afirma el filósofo francés, es necesario separarse tanto de las reinterpretaciones más modernas del marxismo como de las antimarxistas rescatando, como se ha insistido, el aspecto crítico. Por ejemplo, hace falta un cuestionamiento a los poderes mediáticos actuales, sobre todo a su capacidad  de poner en jaque tanto a la democracia electoral, como a la representación política. Como es el caso del debilitamiento y la pérdida de respeto actual, en un gran número de sociedades denominadas democráticas, a los políticos profesionales y a los líderes de partido, no debido por cierto a su incompetencia, sino a un poder mediático establecido. “El mismo poder mediático acusa, produce y amplifica a la vez esta incompetencia del político tradicional: por una parte, le sustrae el poder legítimo que recibía del antiguo espacio político (partido, parlamento, etc.), pero, por otra parte, le obliga a convertirse en una simple silueta, si no en una marioneta en el teatro de la retórica televisiva. Antes se le consideraba actor de la política, ahora corre a menudo el riesgo, como es bien sabido, de no ser más que actor de televisión” (Derrida, 2006, 99-100). Y del mismo modo,
sin sospechar de la idea jurídica en sí misma, uno puede todavía inspirarse en el ‘espíritu’ marxista para criticar la pretendida autonomía de lo jurídico y denunciar sin descanso la toma de control de hecho de las autoridades internacionales por potentes Estados-nación, por concentraciones de capital tecno-científico, de capital simbólico y de capital financiero, de capital del Estado y de capital privado […]En vez de cantar el advenimiento del ideal de la democracia liberal y del mercado capitalista en la euforia del fin de la historia, en vez de celebrar el ‘fin de las ideologías’ y el fin de los grandes discursos emancipatorios, no desatendamos nunca este hecho macroscópico, hecho de innumerables sufrimientos singulares: ningún grado de progreso le permite a uno ignorar que nunca antes, en cifras absolutas, nunca en la tierra tantos hombres, mujeres y niños han sido sojuzgados, conducidos al hambre o exterminados de la tierra (Derrida 2006, 105-106).
      La crítica marxista, debiendo quedar abierta a su propia reinterpretación, pudiera mantener su eficacia sólo si podemos adaptarla para poder discutir las circunstancias del mundo actual, las leyes del mercado y el capital financiero o espectral. En la esfera de lo político puede quedar referida a la democracia parlamentaria y los mecanismos de representación, a los derechos humanos tanto como a los conceptos de igualdad, libertad, fraternidad, y a las relaciones dignas del ciudadano (Derrida 2006, 108). Lo anterior requiere diferenciar este espíritu de Marx de aquellos “que lo remachan al cuerpo de una doctrina marxista, a su supuesta totalidad sistémica, metafísica u ontológica (de modo notable al ‘método dialéctico’, o a la ‘dialéctica materialista’), a sus conceptos fundamentales de trabajo, modo de producción, clase social y, por consiguiente, a la historia completa de sus aparatos (proyectados o reales: las Internacionales del movimiento obrero, la dictadura del proletariado, el partido único, el Estado y, finalmente, la monstruosidad totalitaria)” (Derrida 2006, 110-111).

       Se deben reelaborar de modo crítico conceptos clave como el de Estado, soberanía nacional y ciudadanía, tarea no posible sin la referencia a la problemática marxista y a su postura “sobre el Estado, el poder del Estado y el aparato de Estado, sobre las ilusiones de su autonomía de derecho con respecto a fuerzas socio-económicas, pero también sobre las nuevas formas de una decadencia o, más bien, de una nueva inscripción, de una nueva delimitación del Estado en un espacio que ya no domina y que, además, no ha dominado nunca por sí mismo” (Derrida 2006, 117).

      A lo anterior se puede añadir que, bajo la agudización en las sociedades actuales de la crisis de representación política y de la llamada democracia electoral, del predomino de las instituciones financieras internacionales y los organismos rectores en el mundo capitalista; frente a los incrementos de las desigualdades económicas sociales y políticas; ante el escamoteo de los elementales derechos del ciudadano y la simulación democrática sobre todo en las sociedades emergentes; ante la corrupción, violencia e inseguridad que atan la vida de los individuos al temor, la deconstrucción puede ayudar con un planteamiento alterno de tal problemática. La destrucción de los esquemas, de los tradicionales términos antagónicos, y la recuperación del espíritu crítico de Marx serán de gran utilidad para poder construir caminos alternos en el mundo por venir. Existen varios mundos por deconstruir, lo mismo el de la vida cotidiana, -en la cual también está sedimentada la metafísica y una turba de fantasmas que asedian esa vida-, que el de los discursos de la clase política y de la teoría política --comenzando con el contrato social y el iusnaturalismo, siguiendo con la democracia representativa-- o el mundo de la inseguridad, de la crisis de derechos humanos, sobre todo en América Latina, y de la desigualdad en el mundo.

Conclusión

      La deconstrucción, pudiendo ser entendida como de(strucción)-construcción, se propone suspender y relevar las oposiciones metafísicas tradicionales usadas por la filosofía, desde los antiguos griegos hasta el mundo moderno. Deconstruir un discurso implica apartarse de las ideas esencialistas o fundamentalistas y de la versión dominante. Desde este punto de vista se deben realizar siempre dos lecturas. Y, aunque la primera es importante, se hace necesaria una segunda muy distinta. Es la lectura heterogénea que destruirá y reconstruirá los conceptos básicos del marxismo, en el caso aquí abordado.

       Para el modo clásico de pensar a Marx, su esencia está contenida en sus tesis más leídas, más homogeneizadas: acerca de la lucha de clases, del Estado como aparato al servicio de la clase dominante, la historia de las sociedades considerada desde la perspectiva de la concepción materialista, del modo de producción, de la oposición entre valor de uso y el valor de cambio.

        La deconstrucción abre una ruta alterna para leer las obras de éste. La segunda lectura revela y hace aparecer el lenguaje fantasmagórico del Manifiesto y de La Ideología Alemana. Pero también de El 18 Brumario y de El Capital. Si existen varios fantasmas, varios espíritus en Marx, es necesario retornar a uno de ellos para ver a través de su mirada los problemas acuciantes del capitalismo, las crisis de representación política y la simulación de la democracia; la enorme influencia de los mass media en la vida política; las desigualdades y la justicia; la crisis de los derechos humanos; la inseguridad, sobre todo en las sociedades emergentes, y el papel de los poderes internacionales predominantes.

      Pero si es necesario que el Marx por recuperar sea el del espíritu crítico, también es un requisito la crítica a los aspectos tradicionales de éste, como su adhesión a las totalidades, a la lucha de clases, la dictadura del proletariado, o al Estado como aparato de una clase para el dominio de otra. Es requisito tomar distancia del discurso que considera a la vida organizada por parejas de términos opuestos, para recuperar la pluralidad y la diferencia en las múltiples formas sociales de existencia.

[1] Hablar de dos lecturas no significa que sea suficiente con leer dos veces el mismo texto o discurso. Lo que se requiere en realidad es una gran cantidad de relecturas aunque, he aquí lo importante: de dos formas distintas.
[2] No significa que la deconstrucción descarte las ideas explícitas de Marx o las más usuales, sino que su atención se centrará más en aquel aspecto que fue menos trabajado por éste y retraducirá después las unidades consideradas antes como la centralidad del discurso.

Bibliografía

Blanchot, Maurice. 2006. Escritos políticos. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
Derrida, Jacques. 1986. De la gramatología. México:FCE.
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Derrida, Jacques y John D. Caputo. 2009.La deconstrucción en una cáscara de nuez. Buenos Aires: Prometeo.
Gadamer, Hans-Georg. 1989. Destruktion and Deconstruction. En Diane P. Michelfelder y Richard E. Palmer. Dialogue and Deconstruction: The Gadamer-Derrida Encounter. Albany, NY: State University of New York Press.
Marx, Karl. 1973. El 18 brumario de Luis Bonaparte. En C. Marx y F. Engels. Obras Escogidas T. I. Moscú: Editorial Progreso.
----- 1976. El capital, T. I, Vol. I. México: Siglo XXI.
Marx, Carlos y Federico Engels. 1971.El manifiesto del partido comunista. Pekín: Ediciones en lenguas extranjeras.
----- 1974. La ideología alemana. México: Ediciones de cultura popular.


¿KARL MAX; MARX WEBER? DOS DIMENSIONES, DOS PERSPECTIVAS

¿KARL MAX; MARX WEBER? DOS DIMENSIONES, DOS PERSPECTIVAS


Arturo LIZÁRRAGA HERNÁNDEZ¨


¨ Doctor en Antropología Social por la Universidad de Guadalajara. Ex catedrático e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales, fue coordinador de la Maestría en Ciencias Sociales y fungió también como Vice-rector de la UAS en la Zona Sur. 

Introducción

       Un tema importante de estudio ha sido la revisión crítica de las propuestas teóricas de dos grandes pensadores de lo social: Karl Marx y Max Weber. El primero, que nació y vivió en el siglo XIX, buscaba explicar los fenómenos sociales y culturales a partir de una nueva concepción de la historia, según la cual la producción de los bienes materiales, y en "última instancia", es la que determina los procesos. "El modo de producción de la vida material -dice Marx en el Prólogo de Contribución a la Crítica de la Economía Política- condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia". Este pasaje, que ha sido leído miles de veces desde que se escribió en 1859, ha servido de esquema para muchos de sus seguidores, tanto políticos como científicos.

       El segundo pensador, que nació en 1864 y falleció en 1920, consideraba, en posición aparentemente contrapuesta, que no son las fuerzas de la economía las que determinan los procesos sociales y culturales, sino que los valores le dan sentido a las acciones de los hombres, y éstas, las que hacen a los tipos de sociedad. Así, los valores culturales, en su perspectiva, juegan un papel preponderante en el desarrollo de las sociedades. En La Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo, luego de explicar cómo el ascetismo protestante influyó en el origen del capitalismo, dice: "hemos procurado poner de relieve los motivos fundamentales del hecho y el modo de su actuación en sólo un punto, el más importante ciertamente" (p.226).    

       Estas dos posiciones, presentadas aquí de forma sucinta, habían llevado a no pocos de los lectores respectivos a señalarlas como irreconciliables, como si fuesen dos concepciones del mundo totalmente excluyentes.  Por un lado, los seguidores de Marx -salvo raras excepciones- consideraban que los postulados y conceptos eran suficientes para explicar la realidad, pese a que fueron expuestos en el siglo pasado; y, por otro, los académicos seguidores de la sociología comprensiva de Max Weber, pensaban que su teoría era completa, toda vez que sus categorías y conceptos sirven para la exploración heurística de  los aspectos intangibles que componen el espíritu, mismos que habían sido olvidados por los pensadores anteriores, Marx incluido.

       Mucho de maniqueísmo estaba presente en esas posiciones. Sin embargo, en los esfuerzos por reinterpretarlos, con visión más amplia y considerando sus diferentes escritos, se ha buscado contrastar sus proposiciones y se ha llegado a la conclusión, en muchos de los casos, que las teorías no son tan lejanas ni excluyentes. Más aún, que son complementarias,y hay quienes buscan sintetizarlos en un sólo paradigma.

       Aquí, primero,buscamos contrastar las concepciones teóricas generales de los autores en función de algunas de sus obras principales; y luego, comparamos las ideas que de las clases sociales tenía cada uno, en virtud de que este concepto es de suma importancia para el análisis social. Al final, reflexionamos acerca de la pertinencia de la utilización de ambos paradigmas.

Carlos Marx
a) Perspectiva intelectual

      Durante el siglo XIX las ciencias naturales tuvieron grandes avances debido, en gran medida, a los requerimientos de tecnología que exigía la revolución industrial. La física y la biología, en sus búsquedas por encontrar explicaciones y un orden en el mundo, dieron cuenta de regularidades de fenómenos, de leyes objetivas varias, lo que influyó, tarde que temprano, en las diferentes concepciones filosóficas.

       Los grandes pensadores hicieron esfuerzos por seguir el ejemplo de aquellas ciencias, y, en el terreno del estudio de la sociedad, buscaron explicarla a partir de regularidades similares a las que se habían descubierto en la naturaleza: escudriñaron y creyeron encontrar leyes que regulan el funcionamiento de la sociedad. Esta fue la razón de Augusto Comte en Francia y de Marx en Alemania, durante el siglo pasado.

       El filósofo alemán, en su búsqueda incesante de las causas del cambio social, abrevó de tres fuentes teóricas para elaborar su propuesta metodológica: la Economía Política, el Socialismo Utópico y el Materialismo Filosófico. Y aprendió que para interpretar el mundo -lo social-, es necesario buscar las causas en el mismo mundo, no en voluntades divinas ni en las ideas de los hombres, tratase de quienes se tratase.

      Observó que es el modo como el hombre produce y reproduce su vida social -el mundo de la economía- lo que permite que, el mismo hombre, construya formas políticas, culturales e ideológicas y que permite, también,  que se lleven a cabo la evolución y el cambio social. Se trata de una de las críticas más reiteradas, que se le hacen al pensamiento marxista.Esta crítica consiste, grosso modo, en señalar a este paradigma como monocausalista, dada la excesiva importancia que, según los impugnadores, le da al aspecto económico. Y es que, dicen, la historia y su curso son más complejos en su explicación que sólo como producto del ejercicio de las vastas fuerzas impersonales que son las fuerzas productivas; intervienen, además, la política, la cultura, la ideología, las voluntades de los actores sociales.

        La crítica tiene explicaciones. Si se leen, aislados, algunos de sus escritos -como el Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política- se puede concluir que, en efecto, es el aspecto económico el que determina todo aquello que se conoce como superestructura de la sociedad, y que comprende lo político, lo ideológico y, lo que es más importante para nosotros, lo cultural. De este escrito recuerdan los críticos especialmente aquello de que "el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual" (p.182).

       No sólo los críticos del marxismo se regodean con este pasaje. Es que muchos de los seguidores, ante cualquier fenómeno o hecho social, intentan explicarlos a partir del esquema. Y toman a pie juntillas aquellode que: "El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social" (p.182). El modelo ha sido usado hasta la vulgarización, y el aburrimiento, desde que por primera vez fue publicado, allá en 1859.

       Sin embargo, ni en Marx ni siquiera en Federico Engels privaba tal espíritu. En diversas ocasiones se revelaron contra esta interpretación que de sus escritos hicieron sus seguidores. Así, por ejemplo, no dejan de reprochar a muchos "marxistas" la tergiversación que hicieron de las tesis fundamentales de su método: "Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda", le escribía Engels a Joseph Bloch en 1890 (Engels, 1977:717), algunos años después de la muerte de su compañero de luchas teóricas, ideológicas y políticas.

      En la carta, Engels remarca el espíritu del Prólogo... y dice: "según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real" (idem:717). Y dice que, al contrario de lo que señalaban críticos y seguidores, en la concepción materialista de la historia se le otorga un papel importante a las condiciones políticas, a las voluntades individuales y "hasta a la tradición que merodea como un duende en las cabezas de los hombres" (idem:718). Y considera que "la historia se hace de tal modo que el resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales" (idem:718).

       Son diversas las obras de Marx donde, si se miran con cuidado, se observa cómo los aspectos superestructurales (por utilizar su figura) son tratados en una dimensión que parecería contradecir la tesis del Prólogo... En efecto, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte se observa nítidamente el papel que desempeñan las luchas y los acontecimientos políticos, las personalidades, las tradiciones. En El Capital, Capítulo VIII, Tomo I, muestra cómo la legislación ejerce una influencia tajante, de la misma manera que en el capítulo XXIX ("La acumulación originaria de Capital") dedicado a la historia de la burguesía, se puede ver cómo lo político, lo legal y lo ideológico están presentes haciendo la historia.

     El 18 Brumario...es un estudio de coyuntura. Contempla la articulación de múltiples factores y cómo influyeron unos en otros en aquel momento histórico y que hicieron posible la asunción violenta del poder del sobrino de Napoleón: el Golpe de Estado de Luis Bonaparte a la República francesa en 1851. se analizan las condiciones económicas, políticas y sociales como psicológicas y hasta meteorológicas. Quizá más que eso. Habría que añadir el azar. Como dice Marx, "La historia mundial tendría un carácter muy místico si no hubiese en ella lugar para el azar". Y "este mismo azar se convierte naturalmente en parte de la línea general de desarrollo y viene compensado por otras formas de azar" (Marx, en Carr, Edwars, 1961:136).

       Vale reconocer que el marxismo, en sus fuentes originales, considera las voluntades individuales -o la suma de ellas, que lo acercaría a Weber- pues, como dice Engels, acerca del hecho histórico: "es el resultado final (que) siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales, a su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones especiales de vida (op cit: 717).

       De esto puede surgir una primer idea: para Marx, el acontecimiento histórico no está predeterminado, sino que puede tomar diferentes cauces dependiendo de qué elementos se hagan presentes y de cómo se articulen con otros. Una segunda idea sería que los individuos, con su voluntad, cuentan en el hacer historia, aunque su papel esté condicionado por <múltiples determinaciones>.

      Estas dos ideas son confirmadas por él mismo, al rebelarse, por un lado, contra la explicación (la de Víctor Hugo) que hizo, de aquel golpe de estado, "un acto de fuerza de un solo individuo... al atribuirle un poder personal de iniciativa que no tenía paralelo en la historia universal"; y, por otro lado, al cuestionar la explicación (la de Proudhon) que presenta "el golpe de estado como resultado de un desarrollo histórico anterior" (Marx, 1978:2) en la que el individuo es sólo objeto de la historia. Para Marx, entonces, si bien Luis Bonaparte no es el sujeto que hace la historia, tampoco es el objeto inerte de ella, producto de condiciones materiales.

       Otra de las obras donde se puede observar una multitud de factores es en otra obra donde se hace análisis de coyuntura y que es La Guerra de los Campesinos en Francia. De la lectura de ellas se puede concluir que  el marxismo no es lo que dicen sus vulgarizadores o sus críticos, una teoría en la que la monocausalidad es su  rasgo característico. Nuestro autor dice, como para reafirmar su consideración por las múltiples determinaciones: junto a las condiciones externas a los individuos, en ellos "al mismo tiempo había recuerdos, enemistades personales, temores y esperanzas, prejuicios e ilusiones, simpatías y antipatías, convicciones, artículos de fe y principios que los mantenían unidos a una dinastía, ¿quién lo niega?" (p. 117).

       Llegado este punto, surgen otras ideas: Marx se mueve en estas obras con mucha más libertad que en el esquema del Prólogo...: no es sólo la estructura económica la que determina la superestructura, o mejor dicho las determinaciones no van en una sola dirección y con escasos elementos: son muchos los factores y éstos lo hacen en variadas direcciones. Lo económico juega un papel importante sólo en ciertas circunstancias políticas y sociales. Y el proceso histórico no se desarrolla de manera lineal, ni mecánica, sino como un proceso complejo en el que cada uno de los niveles del todo social se desarrolla a través de rupturas y continuidades que le son propias. No es Carlos Marx, por tanto, un monocausalista.

b) Clases y grupos sociales

      Entre los conceptos que utilizan estos autores (Marx y Weber) se encuentran algunos que son de particular importancia para el análisis social. El de clases sociales es uno de ellos. Este es clave  para Marx; a través de él analiza lo que considera es el motor de la historia: la lucha de clases. En efecto, el concepto está presente, de una o de otra manera, en todos los escritos y es de primordial importancia para el análisis de todas las formaciones sociales que, a su juicio, han existido en la historia de la humanidad, a excepción de la comunidad primitiva, la que no estaba dividida en clases por desconocer la propiedad privada.

       La idea de clase social más difundida entre los seguidores del marxismo (sobre todo, en la izquierda tradicional), la proporciona Lenin en Una gran Iniciativa y que dice: "Las clases sociales son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran frente a los medios de producción (...), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y la proporción en que perciben la parte de la riqueza social de que disponen" (1973:479).

      En esta definición, sin embargo, se observa que los tres elementos se pueden reducir a uno solo (el factor económico) en tanto que están determinados, a fin de cuentas, por la propiedad o no de los medios de producción. Estamos hablando, específicamente, de la relación frente a los medios de producción, del papel en la organización y la parte de riqueza de que disponen, mismos que son derivaciones de la propiedad de los medios de producción. Esta definición, por muchos años, estuvo presente y considerada como un dogma entre los marxistas . 

       Pero tal definición está muy lejos de la concepción de Marx, y que se deduce de la lectura directa de sus obras. En El Capital, en el capítulo sobre clases sociales ensaya una idea y reflexiona. Se pregunta: "¿qué es una clase? La contestación a esta pregunta se desprende enseguida de la contestación que demos a esta otra: ¿qué es lo que convierte a los obreros asalariados, a los capitalistas y a los terratenientes en factores de las tres grandes clases sociales?". Por desgracia, el escrito queda interrumpido, según una nota de Engels a la primera edición de este libro, y la pregunta se queda sin respuesta  (Marx, 1975, III:818). Para responderla es necesario buscar en otras obras donde se refiere a las clases, a veces de manera tangencial.

      Por ejemplo, otra vez, en El 18 brumario... ofrece un intento de definición, en la que considera otros elementos aparte de los estrictamente económicos mencionados por Lenin y que hemos citado arriba: "En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquellas forman una clase" (p.171).

       En esta parte se observa que lo que define a las clases sociales no es sólo lo que dice el líder de la revolución rusa, sino que intervienen otros elementos además de los económicos, a saber: la acción política y, lo que nos interesa destacar, la cultura. La acción política, por cierto, debe ser  un elemento importante en la estructuración de las clases sociales, lo que se desprende de la referencia que hace Marx de los "campesinos parcelarios" de Francia, que forman una masa inmensa, y cuyos integrantes viven una idéntica situación social y económica. Estos términos serían como una definición en negativo: "Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una clase" (idem:171).

       Luego agrega: "Son, por tanto, incapaces de hacer valer su interés de clase en su propio nombre, ya sea por medio de un parlamento o por medio de una Convención" (p.171-72). Se puede deducir que, para Marx, una clase social es un grupo de hombres identificados por sus intereses económicos, su posesión o no de medios de producción, su cultura y su acción política, y no sólo por el factor económico, como dijo Lenin.

       Ha sido común afirmar, con ligereza, que las sociedades han estado divididas en dos grandes grupos: explotados y explotadores. Se dice en el mismoManifiesto Comunista: "Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado" (Marx y Engels, 1977:33).

       La proposición, sin embargo, hace esquemática la explicación de la sociedad contemporánea, al reducir los gruposdel sistema capitalista sólo en burgueses y proletarios. En aquella obra se dice también que "Hombres libres y esclavos, patricios y  plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra opresores y oprimidos se enfrentaron entre sí (Marx y Engels, 1977:33). De aquí se deduce con facilidad que burgueses y proletarios son las clases únicas de la sociedad moderna.

       Sin embargo, al analizar la obra de aquellos autores, nos damos cuenta que en ellos no está presente ese esquematismo, sino que tal es producto de interpretaciones más o menos equivocadas. Y resulta que, para Carlos Marx, ni siquiera la sociedad contemporánea está dividida en solamente dos clases, sino tan sólo que hacia allá tiende. Por lo menos, es lo que debemos entender de la parte "toda la sociedad va dividiéndose cada vez más...", y que hemos mencionado arriba.

       Pudiera pensarse que la existencia de más clases es propia de las formaciones sociales, y que en el modelo teórico (modo de producción) se encuentran sólo las clases de referencia, y que son burguesía y proletariado. Pero no es así. Para darnos cuenta de que no lo contempla así, basta con revisar someramente el capítulo citado de El Capital: "Los propietarios de su fuerza de trabajo, los propietarios de capital y los propietarios de la tierra, cuyas respectivas fuentes de ingresos son el salario, la ganancia y la renta del suelo es decir los obreros asalariados, los capitalistas y los terratenientes, forman las tres grandes clases de la sociedad moderna, basada en el régimen de producción" (Marx, 1975,III:817).

       Aún más. Cuando en El capital analiza las sociedades capitalistas concretas, da cuenta de otras clases sociales, además de las de su modelo teórico. Y en El 18 Brumario..., ya citado, habla de "grandes propietarios de tierras", "grandes industriales", de "proletarios", de la "clase media", mismas que, debido a sus intereses específicos, se enfrentan entre sí propiciando la coyuntura del golpe de estado por el sobrino de Napoleón (Marx, op, cit:110). Y se refiere a grupos sociales aliados para que venciese la "república burguesa": "a su lado estaban la burguesía financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses (...), el lumpen proletariado". Quiere decir, entonces, que no son sólo dos clases las existentes en el capitalismo, ni siquiera tres, como en su modelo teórico, sino que pueden variar, según la sociedad concreta de que se trate, es decir según la formación social particular.

       Las clases sociales no son un todo homogéneo. Al contrario, la unidad en la acción política parece más bien el producto de circunstancias coyunturales que cualidad intrínseca de los grupos. Marx tiene presente el concepto  "formación de clase", para referirse a los componentes grupales que pueden actuar defendiendo sus intereses más particulares. En El dieciocho Brumario... se hace referencia a ello: "La fracción burguesa republicana..." (101); más adelante habla de otra fracción burguesa: "pero esta masa burguesa era realista. Una parte de ella, los grandes propietarios de tierras, habían dominado bajo la restauración. La otra parte, los aristócratas financieros y los grandes industriales, habían dominado bajo la monarquía de julio, y era por tanto, orleanista". Pasajes como éstos se encuentran a lo largo de la obra, como este: "La historia de la asamblea nacional constituyente desde las jornadas de junio, es la historia de la fracción burguesa republicana" (p.103).

      Por otro lado, y en contra del lugar común, Marx reconoce la existencia de estamentos. En El manifiesto... hay una clara alusión: "En las anteriores épocas históricas encontramos casi siempre, por todas parte, una completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma encontramos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos", y, además, agrega, "en casi todas estas clases encontramos gradaciones especiales (p.33).

Max Weber

a) Perspectiva intelectual

      La perspectiva intelectual de Weber es conocida como historicista: hay que revisar todas las condiciones específicas que propician los fenómenos.

      La fuente de donde nutre su concepción del mundo es del neokantismo: no podemos conocer plenamente la realidad, pues estamos limitados por los sentidos. La búsqueda de leyes universales es  un ideal cognoscitivo inalcanzable. Tanto más para la aprehensión de la realidad social, puesto que, en ella, interviene un factor inexistente en el mundo de la naturaleza y que es la subjetividad de los individuos.  Es conveniente hacer una distinción entre ciencias de la naturaleza (que buscan regularidades, leyes universales) y ciencias del espíritu o humanidades que deben buscar, antes que nada, la comprensión de las motivaciones que le dan sentido a las acciones de los actores sociales; luego, a partir de ahí, explicar los hechos sociales.

      En otras palabras, para las ciencias humanas o del espíritu, en tanto que la acción de los actores sociales hacen referencia a valores (y éstos son históricos, es decir circunstanciales), no es posible formular leyes sociales generalizadoras que expliquen cualquier tipo de sociedad: es necesario establecer el conocimiento histórico, específico, individual, extraordinario, de cada sociedad de acuerdo con su tiempo y su contexto. Además, para Weber, la subjetividad de los actores impone a las ciencias humanas la utilización de un método diferente. Propone uno que sirve captar la intención de los actores sociales orientada por aquellos valores: es importante, entonces, la comprensión (verstehen) de éstos últimos para captar el sentido de la acción de los actores; su propuesta, ya en el terreno exclusivo del análisis de la estructuras sociales,  se llama, por ello, sociología comprensiva.

       Una de sus obras principales, La Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo, se propone, de acuerdo con ese historicismo, demostrar cómo la presencia de los valores éticos protestantes dieron sentido a las acciones del conjunto de actores, en las circunstancias de la Europa de la Reforma y que culminó con la aparición del capitalismo . Pone de relieve la profunda vinculación existente entre los orígenes del capitalismo europeo y la presencia de formas religiosas ascéticas, representadas particularmente por el calvinismo y el puritanismo. Desde el punto de vista de Weber, el significado histórico de este protestantismo fue el de crear una fuerza impulsora de un peculiar desarrollo económico: el capitalismo.

       La ética, de la que el espíritu del capitalismo "encarna cualidades específicas", determina la influencia de ciertos ideales religiosos en la formación de una mentalidad económica, de un ethos económico, fijándose en el caso concreto de las conexiones de la ética económica moderna con la ética racional del protestantismo ascético (según Weber, engloba el calvinismo, pietismo, metodismo y movimientos bautistas).

      Pero no aborda sólo los factores subjetivos. Es importante remarcarlo, aunque no son su objeto de estudio. Para empezar, en la primera parte, construye un tipo ideal de lo que es el capitalismo , y, contrariamente a lo esperado por muchos, considera los factores económicos y, lo que lo acercaría a Marx, la lucha de clases: "Siempre ha habido <lucha de clases> entre deudores y acreedores, entre latifundistas y desposeídos, entre el siervo de la gleba y el señor de la tierra, entre el comerciante y el consumidor o el terrateniente; pero la lucha tan característica de la Edad Media occidental entre los trabajadores a domicilio y los explotadores de su trabajo, apenas si ha sido presentida en todas partes. Y sólo en occidente se da la moderna oposición entre el empresario en grande y el jornalero libre"  (Weber: 1984:31).

       Luego, al hacer el recuento de las características del capitalismo, se observa que considera al mercado libre de trabajo (p.31), la comercialización de la economía (p30), la participación del estado como regulador (P.25) y, además,  otros elementos como la vida urbana, la ciencia y la técnica racionales (p.23). Vale decir, para ir diluyendo las interpretaciones erróneas, que Weber no señala que sean sólo los valores éticos los que provocan la aparición de los fenómenos sociales, sino que la constelación de diversos factores los determinan. Es claro (que no es tan obvio en Marx) que la multicausalidad es un rasgo distintivo de Weber. Y como dice al final de La Etica...
"Hemos procurado poner de relieve los motivos fundamentales del hecho y el modo de su actuación en sólo un punto, el más importante ciertamente. Por lo mismo, ahora debería investigarse la manera como el ascetismo protestante fue influencia a su vez en su desenvolvimiento y características fundamentales por la totalidad de las condiciones culturales y sociales, singularmente económicas, en cuyo seno nació. Pues reconociendo que, en general, el hombre moderno  aún con su mejor voluntad, no es capaz de representarse toda la efectiva magnitud del influjo que las ideas religiosas han tenido sobre  la conducta en la vida, la civilización y el carácter nacional, nuestra intención no es tampoco sustituir una concepción unilateralmente <materialista> de la cultura y de la historia por una concepción contraria de unilateral causalismo espiritualista. Materialismo y espiritualismo son interpretaciones igualmente posibles, pero como trabajo preliminar; si por el contrario, pretenden constituir el término de la investigación, ambas son igualmente inadecuadas para servir la verdad histórica" (p.227).
       Weber jamás aceptó -hay que decirlo y no ser complacientes-, fue que la religión, como componente esencial de la ideología de una sociedad, formara parte de una superestructura susceptible de ser construida desde las bases económicas de esa misma sociedad. Lo ideológico tenía, para él, una autonomía suficiente como para producir transformaciones de la estructura social, más allá de la economía y la lucha de clases.

b) Clases y Grupos Sociales

       El libro Economía y Sociedad contiene dos secciones que tratan de "clases" y "estamentos", pero igual que en Marx, no existe una definición acabada ni tampoco de sus relaciones con otras bases de la sociedad. Empero, se concluye que el término "clase" designa cualquier grupo de personas con las mismas oportunidades típicas con respecto a provisión de bienes, condiciones externas de vida y experiencias vitales de carácter personal. Dichas oportunidades están determinadas por disponer de bienes o habilidades en consideración al ingreso, dentro de determinado orden económico.

       Como se ve, la concepción de clase parte del análisis generalizado de la acción económica en el mercado. La condición fundamental de la "clase" consiste en la desigual distribución del poder económico y, en consecuencia, de las oportunidades. En otra obra, remarcando el factor económico, Weber dice que las clases
"no son comunidades; sólo representan posibles y frecuentes bases deacción comunal. Podemos hablar de una clase cuando un número de personas posee un componente causal específico de sus oportunidades de vida en común,en la medida en que este componente está representado exclusivamente por intereses económicos y la posesión de bienes y oportunidades de ingresos, está representado bajo las condiciones de mercados de productos o de trabajo" (Weber,1986:147). 
       Otro elemento en la determinación de la pertenencia de clase es la "situación de clase", y entendida como "significación de mercado". Y se puede "expresar más sucintamente como la típica oportunidad para un suministro de bienes, condiciones de vida externa y experiencias personales vividas, en la medida en que esta oportunidad viene determinada por la cantidad y tipo de poder que se posee, para disponer de bienes y habilidades en vista de obtener en un orden económico dado " (idem:147).

       Para el autor son varias las clases en las distintas sociedades. En Economía y  Sociedad considera tres: Clase Propietaria, Clase Lucrativa y Clase Social. Estas, a su vez, tienen una serie de subdivisiones. Por ejemplo, la clase propietaria está constituida por "rentistas de esclavos", de "tierras de minas", de "instalaciones de barcos", "acreedores", "rentistas de valores", etc. Todos estos son integrantes de la clase propietaria "positivamente privilegiada" (Weber, 1983:243).

       La clase lucrativa también se compone de varios elementos, divididos entre los "positivamente privilegiados" y los "negativamente privilegiados". Los primeros son comerciantes, armadores, industriales, empresarios, agrarios, banqueros y financieros, profesionistas liberales y trabajadores con cualidades monopólicas; los segundos son los trabajadores calificados, semicalificados y los no calificados o braceros. Esto hace pensar que en este autor, como en Marx, la posesión y la no posesión de propiedad es la base más importante de la división de clases en un mercado competitivo.

      Para Weber, desde luego, existen estamentos sociales, y estos existen cuando "una situación está fundada en el modo de vida y, en consecuencia, en maneras formales de educación, mismas que pueden ser empíricas o con una doctrina racional y posesión de vida correspondientes" (1983:245). Situación estamental es "todo componente típico del destino humano, determinado por una específica estimación social, positiva o negativa, del honor (...). En sustancia, el honor estamental se expresa normalmente por el hecho de que puede presumirse un estilo de vida específico en todos los que deseen pertenecer al círculo " (245).

       Una vez conocida la división en clases que hace Weber, se observan tantas divisiones y subdivisiones que da la primera impresión de que podría desaparecer el conflicto entre los diferentes grupos. Sin embargo, no niega la posibilidad de ese enfrentamiento, lo que se puede deducir de la parte en que habla de "conductas homogéneas", mismas que se pueden dar con cierta facilidad entre las que tienen diferentes intereses, v.g. entre proletarios y empresarios" (1983:345).

       Pero tal acción de clases no es un fenómeno universal. Dice que "por distintas que sean las oportunidades de vida, según toda nuestra experiencia, este hecho en sí, no origina en modo alguno una "acción de clase" (acción comunal por parte de los miembros de una clase). Es preciso que puedan identificarse claramente el hecho del condicionamiento y los resultados de la situación de clase" (1986:150).

       Los paradigmas revisados aquí, los que más han sido utilizados en las ciencias sociales, ponen su atención en diferentes dimensiones de la vida social: uno, en la dimensión material, otro en la espiritual. Esto no quiere decir, de acuerdo con las palabras de los autores, que cada uno descarte la existencia del otro aspecto; en todo caso, significa que no lo tenían planteado en su tema ni en sus preguntas de investigación. Y ambos coinciden en que, para analizar sociedades o fenómenos concretos, es conveniente considerar gran variedad de determinaciones, como la economía, la política, la cultura y las formas de ser de los actores sociales, tanto individuales como colectivos.

      En cuanto a la consideración de los grupos sociales, al hacer la clasificación Weber parece estar discutiendo con Carlos Marx. Por lo menos en dos cuestiones: quiénes integran las clases y cómo se constituyen y, por otro lado, sobre el concepto "lucha de clases", que si bien Weber  no niega, tampoco acepta su existencia en los términos marxistas. Esta idea se confirma cuando leemos, en Historia Económica General, el pasaje siguiente: "El final interrumpido de El Capital de Marx, quería ocuparse notoriamente a pesar de la diferencia cualitativa de la unidad de clase del proletariado a pesar de la diferencia cualitativa" (Weber, 1983:244).

       Weber y Marx, entienden que clases y grupos de "status" aparecen en situaciones económicas, aunque aquél las llame "situaciones de mercado", estando de acuerdo con Marx en que las categorías básicas son dueños y no dueños de propiedad. Uno y otro reconocen la existencia de los estamentos sociales en diferentes tipos de sociedades.

        Estos elementos y otros, han llevado a considerar a Weber como el "Marx burgués". Las coincidencias, en efecto, apuntan hacia allá, pero conviene señalar que, después de todo, ambos son dos científicos que buscan explicar la realidad social y ésta es solamente una, aunque compuesta de diferentes dimensiones. Quizá, también, podamos decir que, a esa realidad se le puede ver desde diferentes puntos de observación: "soy un miembro de la clase burguesa", decía Weber en el discurso que inauguraba su cátedra de Economía Política en la Universidad de Friburgo; "nuestro punto de vista es el del proletariado", pudo haber respondido Carlos Marx. 

Conclusiones

      Podría pensarse que Marx y Weber, al hacer hincapié en aspectos diferentes de la vida social, son complementarios. Pensamos que el concepto es inadecuado pues con tal aseveración parecería que juntos forman una unidad, idéntica, y que bastaría con utilizar a uno u otro de los autores para dar cuenta de sus interpretaciones de la realidad. El concepto complementariedad, lo consideramos incorrecto. En lugar de ello, proponemos el concepto intersección de paradigmas.

      Veamos: hasta hoy los científicos sociales han hecho hincapié en algunos de los componentes de la sociedad. Unos, en los factores naturales (biológicos, geográficos); otros en los componentes sociales (económicos, de estructura social, culturales); y otros en factores de carácter subjetivo o, mejor, inherentes a las ideas y aspiraciones de los individuos, a los valores. Lo que deberían tratar las ciencias sociales es captar la multitud de dimensiones que constituyen a la sociedad.  Los diferentes paradigmas se han encargado sólo de algunos: el marxismo, hace hincapié en los materiales; y la sociología comprensiva iniciada por Weber, lo hace en los valores culturales.

       Según se puede resumir, las posiciones no son excluyentes: para el primer autor, es importante la consideración de los componentes subjetivos, aunque no ponga una gran atención en ellos; para el segundo, lo más importante son éstos últimos, pero de ninguna manera desdeña las condiciones económicas, materiales. 

      Cada uno de esos paradigmas tiene sus propios presupuestos, categorías y conceptos y si bien son éstos diferentes, es conveniente considerarlos en sus semejanzas y coincidencias, ya que no difieren del todo. Dicho de otra manera: cada uno de los paradigmas contiene su propio conjunto de conceptos, y entre éstos, aunque en su mayoría puedan ser diferentes, hay algunos que son, básicamente, iguales: clase social, estamentos, cultura, acción política, podrían ser algunos. Dicho en corto: es en estos conceptos en lo que los conjuntos teóricos se intersectan. Ello puede ayudar a comprender y explicar la realidad social, sin maniqueismo, sin dogmatismos. Después de todo, son sugerentes las palabras con que Weber cierra La Etica Protestante y anota que su intención no era sustituir una concepción
   "unilateralmente <materialista>de la cultura y de la historia por unaconcepción contraria de unilateral causalismo espiritualista. Materialismo y espiritualismo son interpretaciones igualmente posibles, pero como trabajo preliminar; si por el contrario pretenden constituir el término de la investigación, ambassonigualmente inadecuadas   para servir la verdad histórica" (Weber, 1984:227).

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