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ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904

ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904 Rafael SANTOS CENOBIO * *  Catedrático e investigador de l...

jueves, 16 de abril de 2015

REVISTA 38







ARENAS
Revista Sinaloense de Ciencias Sociales
Número 38
Nueva época Año 15
Septiembre-Diciembre 2014






      PRESENTACIÓN


En esta edición de ARENAS (número 38), se ofrece una diversidad de miradas y de temáticas sobre cuestiones que van de los paradigmas teóricos a los cuerpos y campos disciplinarios y metodológicos del discurso de la ciencia, así como de las interpretaciones del mundo social, a asuntos de estudio particulares que tienen lugar en diferentes escenarios, como partes de las problemáticas que se observan más que visibles en estos aún primeros años del Siglo XXI. De nuevo, el análisis y la reflexión, junto a la teoría y la práctica de la investigación, resultan una combinación más que viable, sino necesaria, para el ejercicio académico y para el pensamiento crítico.

     Por iniciativa, visión y esfuerzo de Roberto A. Mendieta Vega, que realizó la traducción del catalán de un valioso ensayo sobre el pensamiento de Antonio Gramsci en torno primordialmente a la concepción sobre la hegemonía, el reconocido teórico europeo Carles Feixa Pampols, diserta precisamente sobre los alcances, las ramificaciones, las honduras y las significaciones del concepto frente a las realidades socioculturales del Siglo XXI, y hasta dónde y en qué medida en realidad se han estudiado los aportes teóricos y científicos del pensador italiano. Se trata del texto “Revisitación a Gramsci: el teatro de la hegemonía”, que resulta revelador, ilustrativo y pese a los años de su publicación original, muy actual.

      El propio Mendieta Vega, doctor en Ciencias Sociales por la UAS, dialoga con Carles Feixa en las instalaciones del Departamento de Estudios Geográficos de la Universidad de Lleida, España, y presenta una entrevista sobre las problemáticas de las juventudes (marginalidad, uniformidad sociocultural, organización, participación, violencia, etc.), y sobre sus expresiones, manifestaciones, acciones y movimientos culturales que han tenido y tienen verificativo en diversos escenarios del mundo. Resalta un reto atrevido del propio Feixa: que las juventudes reflexionen sobre qué ocurre, qué pasa o cómo se miran las mismas juventudes de la sociedad actual.

      En líneas teóricas también, el maestro Roberto Carlos López, egresado de la Maestría en Ciencias Sociales de la UAS y estudiante ahora del doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Guadalajara, presenta un trabajo analítico sobre lo que constituye e implica la llamada sociología reflexiva y en qué consisten los campos teóricos y científicos, a partir inicialmente de la conceptualización de Pierre Bourdieu y pensando en específico en los rumbos de sus intereses de investigación, que se enfila en torno a experiencias de la emigración forzada por la violencia en Sinaloa.

      En términos más de observación crítico teórica de un fenómeno que se observa harto visible en los ámbitos de la comercialización de los mass media, la doctora Norma Miriam Rodríguez Domínguez, aborda el tema de los usos o de la utilización clásica y estereotipada de las féminas en los escenarios del consumismo y las venialidades de la sociedad actual. Su trabajo versa sobre “La construcción simbólica de la mujer como estrategia del marketing”. En su turno, el maestro Pedro Humberto Rioseco va directo a uno de los temas en torno al cual ha trabajado desde hace años y que lo ha involucrado en la realización de un proyecto de investigación doctoral: el fenómeno de las tecnologías de la información y la comunicación, la ampliación y la masificación del internet y los medios digitales, y su relación con la exclusión laboral, así como lo que implican los indicadores educativos en las instituciones universitarias.

     Luego vienen cuatro colaboraciones de alumnos recién egresados de la Maestría en Ciencias Sociales de la FACISO (Generación 2012-2014), relacionados con sus proyectos de tesis. Diana Esmeralda Osuna realiza un trabajo sobre la “no ciudadanía” y la discapacidad, como expresiones de la exclusión social y la discriminación. Alma Rosa Lizárraga Ramos presenta un texto sobre los derechos humanos de los indocumentados centroamericanos en su paso por el puerto de Mazatlán, y expone las vicisitudes de quienes aspiran a obtener un trabajo de sobrevivencia en Estados Unidos. Enseguida Marco Tulio Cueva Inda escribe sobre la necesidad de un proyecto de “desarrollo endógeno” como una opción para el proyecto del Centro “Playa Espíritu”, ubicado en el municipio de Escuinapa, en el sur del estado de Sinaloa. Y Oscar Alberto Maldonado Ibarra escribe sobre las potencialidades del turismo y las dificultades que enfrentan los pobladores para participar en el desarrollo de un proyecto turístico en la población de la Bahía de Chamela, en el estado de Jalisco.

        Cerramos esta entrega con la colaboración de Joshman Gerliud Barbosa Domínguez, oriundo de Colombia y estudiante del doctorado en Economía Política del Desarrollo, de la Universidad Autónoma de Puebla, y que se refiere, en un balance sociohistórico, a los derroteros económicos, sociales, políticos y culturales de Cuba, a partir de la Revolución de 1959. Se trata de una mirada sobre los procesos en los que se involucró la población de la isla, y sobre todo al “Período especial en tiempo de paz y desarrollo humano”, plasmada metodológicamente como una reflexión crítica.

       Las ilustraciones son de la autoría del joven artista mazatleco Manuel Velázquez Carlock, que ha tenido una destacada presencia en el arte plástico mazatleco. Su pintura resalta por la innovación y la variedad de técnicas y materiales, desde collage, acrílico, carbón y grabado. A partir de 1998 ha realizado exposiciones individuales y colectivas –incluidas colectivas en espacios del DF, Ciudad Juárez, Mérida y hasta en Caracas, Venezuela-- y ha obtenido varios premios y distinciones, como el Primer Premio de Adquisición en las ediciones XVIII y XXV del Salón de la Plástica “Edgardo Coghlan”, de Los Mochis. Obtuvo la beca del FOECA en 2007-2008.
                                                                                                                      


Nery Córdova       







REVISITACIÓN A GRAMSCI: EL TEATRO DE LA HEGEMONÍA



REVISITACIÓN A GRAMSCI: EL TEATRO DE LA HEGEMONÍA 

Carles FEIXA PÀMPOLS·


En una conferencia impartida en la Universidad de Lleida, Clara Gallini recordaba la importancia que tuvo la noción de hegemonía en el proceso de convergencia entre antropología e historia, experimentado en Italia durante el periodo de posguerra.[1] Entendida en un sentido amplio, esto es, en términos culturales más que estrictamente políticos, la hegemonía indica la lucha por el "poder de palabra" (por la capacidad de expresión) de los diversos actores sociales presentes en un determinado escenario. Esta concepción orientó una determinada tradición de investigación italiana hacia el análisis de la correspondencia entre condiciones sociales y formas culturales, entre cultura hegemónica y culturas subalternas, sin menospreciar los procesos de circulación y apropiación cultural que se dan entre estas diversas esferas, concibiendo la hegemonía, por tanto, como una estrategia dinámica. El objetivo de este artículo es revisar el origen histórico del concepto, así como sondear algunas posibles aplicaciones en la investigación histórica y antropológica.[2]

     En su significación moderna, el concepto de hegemonía deriva del pensamiento de Antonio Gramsci, desarrollado durante los casi diez años de su encarcelamiento por el régimen de Mussolini, y expresado en los célebres Quaderni del carcere. Gramsci intenta describir la forma de dominación propia de las sociedades complejas, que sucede más a través del control de las ideas que mediante el uso de la fuerza.[3] En aquellos países industriales "maduros" que disponen de régimen parlamentario, el poder no suele ejercerse fundamentalmente con mecanismos coercitivos sino que está reforzado por un conjunto de actividades culturales e ideológicas, que son las que organizan el consenso popular y permiten desempeño de una dirección ético-política:
El ejercicio "normal" de la hegemonía, en el terreno convertido clásico del régimen parlamentario, se caracteriza por la combinación de la fuerza y ​​del consenso que se equilibran de formas diversas, sin que la fuerza sobrepase demasiado el consenso, incluso intentando que la fuerza aparezca apoyada sobre el consenso de la mayoría.[4]
     En el universo gramsciano, la hegemonía se opone al dominio (coacción) y se asocia al consenso (dirección intelectual y moral). Si bien la hegemonía suele ejercerse desde posiciones de dominio, también se puede elaborar desde posiciones de subalternidad: un grupo dominante puede no tener la hegemonía (puede no ser "dirigente") y verse forzado al uso de la coerción, de la fuerza; un grupo subalterno puede ser "dirigente" (y de hecho lo será) antes incluso de convertirse en dominante. De esta manera, la fórmula de Marx sobre la ideología de las clases dominantes como ideología dominante se relee de forma mucho más compleja, escindiendo el hecho de ser dominado en el plano económico o político a serlo en el plano cultural.

     Hegemonía y dominio se combinan, en cada situación histórica particular, en proporciones diversas. El dominio siempre conlleva elementos de hegemonía, y la hegemonía se basa en la capacidad real o potencial de ejercer formas de dominio más coercitivo. Por la misma naturaleza inacabada de la obra de Gramsci, el concepto tiende a ser utilizado en contextos diversos, lo que le confiere un grado excesivo de generalidad: se habla así de hegemonía política (de un partido o facción sobre otros), social (de una clase o bloque sobre otros), territorial (de una nación o región sobre otras), económica (de una fuerza económica sobre otros), ideológica (de un discurso intelectual sobre otras) cultural (de una cultura dominante sobre una subcultura), etc. Cierto, la hegemonía cultural se configura en buena medida en función de las relaciones sociales (de la hegemonía social) y de las formas de organización del estado (de la hegemonía política). No se trata, por tanto, de recrear compartimentos estancos, sino de analizar las múltiples articulaciones que se establecen, en cada momento histórico específico, entre poder político, grupos sociales y expresiones culturales.[5]

     En esta idea, el concepto de hegemonía ha sido sometido a una interpretación dogmática, sobre todo de la corriente estructuralista del marxismo, que en una lectura mecanicista de la determinación marxista base-superestructura, la concibe como una especie de autoridad social total, que vendría asegurada por los "aparatos ideológicos del Estado", y prescribiría de forma directa las formas de pensar y de vivir de los grupos subalternos, así como los límites y contenidos de sus expresiones culturales.[6]

     No es ésta, creo, la lectura que se desprende de la obra de Gramsci, que siempre subrayó el carácter histórico y dinámico de una obra hegemónica, y siempre otorgó gran atención a la autonomía relativa de las culturas subalternas (del folklore en la cultura obrera). Conviene recordar que el célebre prisionero redactaba sus cuadernos en un momento en que el fascismo se extendía por Europa. Le preocupaba entender las razones del ascenso, y el fracaso de los partidos comunistas en atraer a las masas. Una de las razones de este fracaso podía ser la falta de reflexión y de acción sobre la necesidad de llevar a cabo una reforma cultural (equiparable al que la reforma protestante había supuesto en el plano religioso). El socialismo no debía concebirse sólo como un cambio político, sino como una verdadera revolución cultural (en un sentido muy diferente, obviamente, al que tomó en los años 60 en la China maoísta).

     De hecho, el mismo Marx consideró la vinculación base-superestructura como una metáfora que tenía la función de subrayar la historicidad de las ideologías, pero que no había que tomar al pie de la letra. Es, sin duda, mucho más fecunda otra metáfora utilizada por Marx en los Grundrisse: aquella que habla de la determinación social de la conciencia como "una iluminación general en la que se mezclan los restantes colores y que modifica sus tonalidades específicas".[7]E. P. Thompson ha sugerido, releyendo esta imagen a partir de la sociedad inglesa del siglo XVIII, otra metáfora muy sugerente sobre el funcionamiento de la hegemonía cultural: más que un "dominio total" sobre los subordinados, o una batalla entre polos antagónicos irreconciliables, la hegemonía puede equipararse al funcionamiento de un "campo de fuerzas", que define los límites externos de los polos magnéticos, pero que no determina la disposición interna de los materiales atraídos:
El concepto de hegemonía es inmensamente valioso, y sin él no sabríamos entender la estructuración de relaciones del siglo XVIII. Pero mientras esta hegemonía cultural pudo definir los límites de lo posible, e inhibir el desarrollo de horizontes y expectativas alternativos, este proceso no tiene nada de determinado o automático. Una hegemonía sólo puede ser mantenida por los gobernantes mediante un constante y diestro ejercicio de teatro y concesión. En segundo lugar, la hegemonía, incluso cuando se impone con fortuna, no impone una visión de la vida totalizadora; más bien impone orejeras que impidan la visión en determinadas direcciones mientras la dejan libre en otros. Puede coexistir (como sucedió en la Inglaterra del siglo XVIII) con una cultura del pueblo vigorosa y autogenerada derivada de sus propias expectativas y recursos.[8]
     En otras palabras: la hegemonía prescribe un marco para percibir la realidad, la carcasa de una estructura de relaciones de dominio y subordinación; pero dentro de esta construcción arquitectónica pueden desarrollarse escenas y dramas diversos. Establece las "reglas del juego", pero no las estrategias ni el resultado de la contienda. Un orden cultural hegemónico intenta enmarcar todas las definiciones competidoras del mundo dentro de su alcance, proporciona el horizonte de pensamiento y acción dentro del cual los conflictos son experimentados y las respuestas son formuladas, pero no define el contenido específico de las ideas, ni las expresiones concretas de los comportamientos. De hecho, el mismo Gramsci recuerda que siempre están en juego definiciones alternativas de la realidad: "Siempre ha habido una lucha entre dos principios hegemónicos";[9] y que la hegemonía puede ser definida como un "equilibrio inestable" entre fuerzas no siempre antagónicas, pero tampoco idénticas:
(…) el grupo dominante se coordina concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal se concibe como un continuo formarse y deshacerse de equilibrios inestables (…) entre los intereses del grupo fundamental y aquellos de los grupos subordinados, equilibrios en los que los intereses del grupo dominante prevalecen, pero hasta cierto punto. En la historia real estos momentos se implican recíprocamente (…) combinándose y escindiendo en formas diversas.[10]
     La hegemonía no viene dada de una vez para siempre. Debe ser conquistada constantemente; y puede romperse cuando se fractura el equilibrio de fuerzas que la sostiene. En estas situaciones disminuye el "consenso espontáneo" y el dominio puede tomar formas coercitivas: "Tan pronto como el grupo social dominante ha agotado su función, el bloque ideológico tiende a agrietarse y entonces a la ‘espontaneidad’ puede suceder la 'constricción' en formas siempre menos encubiertas e indirectas, hasta las medidas propiamente policiales y los golpes de Estado".  La "salida autoritaria" de una crisis de hegemonía puede ser la más corriente (es lo que puede explicar, por ejemplo, la emergencia de los fascismos en la Europa de entreguerras), aunque la solución puede consistir también en un cambio en la composición del bloque hegemónico. En cualquier caso, la fractura puede adoptar la forma de una "crisis de autoridad":
El aspecto de la crisis moderna del cual uno se lamenta como "ola de materialismo" está vinculado a lo que se denomina "crisis de autoridad". Si la clase dominante ha perdido el consenso, es decir, ya no es "dirigente", sino únicamente "dominante", detentadora de la fuerza coercitiva pura, esto significa justamente que las grandes masas se han alejado de las ideologías tradicionales, ya no creen en lo que creían antes.[11]
     Mientras la obra de Gramsci ofrece un marco para analizar el contenido histórico y social del combate por la hegemonía, la comprensión de los mecanismos concretos de interiorización y legitimación de los discursos hegemónicos pueden ser iluminados mediante los conceptos elaborados por la sociología del conocimiento. En la medida en que la eficacia de un discurso hegemónico se expresa en su capacidad para hacer pensar y comportarse los grupos subalternos en el marco definido por este discurso, es crucial comprender cómo las definiciones "oficiales" de la realidad llegan constituir una "realidad en sí", vivida como tal por parte de los individuos.

     Como dicen Berger y Luckman[12] la construcción de la realidad "objetiva", y su incorporación a la subjetividad, es un proceso social. Desde el ordenamiento más elemental de la vida diaria (percepción del espacio y del tiempo, sistemas de rol y estatus), hasta los sistemas de significación más abstractas (las cosmovisiones), la realidad social, para lograr coherencia y sentido en la mente de las personas, requiere adquirir "objetividad", ser "reificada". Este proceso de reificación se logra mediante lo que se llama "legitimación". Para apoyar la coacción y formar un consenso, las instituciones requieren una legitimación que se expresa en los universos simbólicos. Estos tienen un carácter económico u ordenador: cumplen una función integradora de los componentes heterogéneos que definen una sociedad, ordenando las expresiones compartidas de la vida colectiva, facilitando la orientación de las biografías en la cotidianidad y justificando el papel de las instituciones:
La legitimación surge inevitablemente cuando las objetivaciones del orden institucional (ahora histórico) deben transmitirse a una nueva generación. Al llegar a este punto, como hemos visto, el carácter auto-evidente de las instituciones ya no puede mantenerse mediante los propios recuerdos y hábitos del individuo. La unidad entre historia y biografía agrieta. Para restaurar y volver así inteligibles ambos aspectos, deben ofrecerse "explicaciones" y justificaciones de los elementos derivados de la tradición institucional. Este proceso de "explicar" y justificar constituye la legitimación.[13]
     Mediante los mecanismos de legitimación, algunas definiciones de la realidad, y el poder que las sustenta, pueden llegar a ser vividas como "naturales" y "espontáneas" por parte de los individuos. Pueden ser impuestas por la policía, pero en su mayor parte son ratificadas por un apoyo más social que coactivo: "las teorías son convincentes porque funcionan, o sea, porque se han vuelto conocimiento normal, establecido".[14] Ejemplos: el carácter sagrado del poder de un dictador, la inevitabilidad de la división en clases, la inmadurez natural de los jóvenes, o la inferioridad congénita de las mujeres, acaban convirtiéndose en una "evidencia colectiva" que no precisa ninguna justificación empírica. De hecho, la "construcción social de la realidad" es considerada por estos autores como la forma más sutil y penetrante de coacción de que disponen las sociedades complejas. Y uno de los indicios más visibles que ponen de manifiesto el cumplimiento de una obra hegemónica.

     Así pues, la hegemonía actúa a través de la ideología, pero no consiste (exclusivamente) en "falsas ideas": la realidad se define socialmente, pero las definiciones siempre se encarnan en individuos y grupos concretos. Volviendo de nuevo a Gramsci, propongo distinguir tres terrenos fundamentales en el seno de los cuales se desarrolla el combate por la hegemonía: las instituciones estatales, la sociedad civil y los sistemas rituales y simbólicos. Es en estos marcos donde se formulan las definiciones "oficiales" del mundo, donde la subordinación es vivida e interiorizada (pero también donde estas definiciones, y esa subordinación, pueden empezar a ser cuestionadas y combatidas). Es en estos marcos donde la hegemonía se gana y se pierde, donde actúa la "microfísica del poder".[15]

     a) Las instituciones del Estado son aquellos organismos más directamente vinculados al ejercicio del poder: órganos gubernamentales, leyes, judicatura, policía, sistema escolar, etc. Se trata de instituciones que a través de mecanismos muy pragmáticos -procedimientos burocráticos, disciplina académica, adoctrinamiento político, vigilancia policial, sentencias judiciales, etc.-definen las reglas del juego. Obviamente, el alcance de estos mecanismos dependerá de la naturaleza del estado (desde las formas "duras" del poder totalitario a los sistemas democráticos de los regímenes parlamentarios). La eficacia de la burocracia puede estar mediatizada por el funcionamiento de sistemas de "clientelismo"; la capacidad de la escuela para difundir un discurso hegemónico está en función del grado de escolarización, de la coexistencia de los sistemas públicos y privados, de las formas de control sobre el profesorado; las formas de adoctrinamiento dependen de la existencia de organismos de penetración en la sociedad (organismos de encuadramiento de jóvenes y mujeres, sindicatos verticales, servicios de bienestar y de ocio, medios de comunicación estatales); la extensión del control social sobre la población está mediatizada por los cuerpos policiales, por el grado de independencia de la justicia, por las actitudes populares hacia la ley (de la desconfianza en las campañas de "paz y orden"), etc.

     b) La sociedad civil, en sentido amplio, agrupa a todas aquellas instituciones generadas por los grupos sociales en defensa de sus intereses materiales o culturales: familia, iglesias, partidos, medios de comunicación, sindicatos, asociaciones cívicas y vecinales. En un sentido más restringido, abarca un amplio territorio entre los poderes organizados y el reducido ámbito de los grupos domésticos. Como instancias intermedias entre el poder y los grupos primarios, las agrupaciones civiles son un lugar de confluencia entre las fuerzas que vienen de "arriba" y las aspiraciones que surgen "de abajo", y configuran la especificidad de las sociedades complejas.[16]

     c) Los sistemas rituales y simbólicos, finalmente, ponen de manifiesto las múltiples vías indirectas de transmisión-y de contestación-de la ideología. En efecto, cada vez es más evidente que las luchas sociales y culturales se traducen en "luchas por signos", en luchas para producir y fijar significados: "La lucha entre discursos diferentes, entre definiciones y significados diferentes en el seno de la ideología, es siempre una lucha en torno a la significación: una lucha por la posesión del signo, que se extiende a las áreas más mundanas de la vida cotidiana".[17] Los universos rituales expresan en aquellas manifestaciones informales de la vida cotidiana, no necesariamente integradas en instituciones, que ponen implícitamente de manifiesto el conflicto entre definiciones culturales alternativas. Me estoy refiriendo a la fiesta, el lenguaje, las canciones, los chistes, la sátira, la liturgia, las ceremonias, etc. Como los antropólogos han demostrado ampliamente, los rituales son formas de exposición simbólica del orden y de los procesos culturales: tanto los rituales de orden como los rituales de contestación pueden ser considerados como "dramatizaciones" de la estructura social. Es lo que Sandro Portelli[18] ha llamado "lucha de clases mediante el ritual", y Edward P.Thompson ha descrito como "teatro de la hegemonía":
Cada sociedad tiene su propio estilo de teatro; gran parte de la vida política de nuestras sociedades puede entenderse sólo como una contienda por la autoridad simbólica (...) (En la Inglaterra del siglo XVIII) la rivalidad por la autoridad simbólica puede considerarse, no como una forma de representar ulteriores contiendas "reales", sino como una verdadera contienda en sí misma. La protesta plebeya, a veces, no tenía más objetivo que desafiar la seguridad hegemónica de la gentry, extirpar del poder sus mixtificaciones simbólicas, o incluso sólo blasfemar. Era una lucha de "apariencias", pero el resultado de la misma podía tener consecuencias materiales (…).[19]
    En estos tres marcos, las categorías consenso/disenso no se pueden considerar como polaridades antagónicas, sino como proporciones dentro de un conjunto, que se combinan en formas diversas en cada contexto social y en cada momento histórico. Es fundamental estudiar las formas no políticas de protesta y resistencia --el "combate de apariencias", en los términos de Thompson--. Así, hacemos nuestra la tesis formulada por Luisa Passerini en un estudio sobre las reacciones obreras al fascismo: "No se puede deducir el consenso de la falta de oposición política, ni se puede inferir el disenso de formas de oposición cultural".[20] Consenso y disenso deben entenderse como recursos que pueden ser utilizados en el marco de estrategias individuales o colectivas --no siempre conscientes en los actores-- que cristalizan ante situaciones concretas y que varían a lo largo del tiempo. A modo de esquema provisional, propongo diferenciar cinco grandes tipos de respuestas y estrategias: "consenso espontáneo", "aceptación pragmática", "negociación", "resistencia" y "disidencia".[21]

     1."Consenso espontáneo". Es la forma más articulada de adhesión al orden establecido, que conlleva tanto una aceptación de la cosmovisión ideológica que éste formula, como una participación en las instancias políticas y civiles que aseguran su hegemonía. Un "bloque histórico" cohesionado consigue incorporar a su proyecto un segmento significativo de las clases subalternas, que aparecen vulnerables, débiles y expuestas. Gramsci pone como ejemplo a la Francia “jacobina" anterior a la Primera Guerra, donde la burguesía urbana ejerce mediante el régimen parlamentario una
hegemonía permanente (…) sobre toda la población, en la forma hegeliana del gobierno con el consenso permanentemente organizado (aunque la organización del consenso se deja a la iniciativa privada, y por tanto es de carácter moral o ético, como a consenso 'voluntariamente' dado en uno u otro sentido) (…) los elementos sociales más ricos de energías de las clases inferiores ingresan en las clases dirigentes.[22]
    2. "Aceptación pragmática". El bloque en el poder no ejerce completamente la dirección ético-política de la población, pero ésta no cuestiona la legitimidad de su dominio, y se adapta día a día en toda una serie de compromisos pragmáticos. Los grupos subalternos no se incorporan a la ideología hegemónica, pero tampoco se salen de los límites impuestos por sus definiciones del mundo. Se da la situación que Passerini describe entre los obreros de Turín durante el fascismo:
Hablamos de ‘aceptación' sin incluir en el concepto elementos de adhesión, de afección o de consenso entendido en sentido psicologista. Estamos poniendo de relieve que el fascismo se adaptó a la sociedad italiana, pero también que esta se adaptó al fascismo, que los individuos respondieron, en sus elecciones cotidianas, a las reclamaciones impuestas por el régimen y por los recursos que ofrecía, valorando cada vez que era oportuno aceptar y qué no: en el seno de márgenes consentidos, ciertamente, pero con posibilidades de manipulación no indiferentes.[23]
    3."Negociación". El ejercicio de la hegemonía encuentra dificultades para desarrollarse con normalidad, pero los grupos subalternos no son todavía tan fuertes para oponer un proyecto alternativo. El resultado es un proceso de negociación para la consecución de espacios de autonomía, ejercido cotidianamente en el lugar de trabajo, el sistema escolar, las instituciones civiles, etc. Los valores hegemónicos no son del todo rechazados por las clases subalternas, pero son interpretados y codificados en función de sus propios intereses y tradiciones culturales. Sucede la situación que los autores de la Escuela de Birmingham describen para la Gran Bretaña de posguerra:
La cultura de la clase obrera ha 'ganado espacios' de una manera consistente a la cultura dominante. Algunas instituciones de la clase obrera representan los diversos resultados de este intenso sentido de 'negociación' (...) A menudo estas 'soluciones negociadas' prevalecen, no porque la clase sea pasiva o deferente hacia las ideas de la clase gobernante, sino porque sus perspectivas están ligadas a elementos prácticos inmediatos o limitados a situaciones concretas.[24]
    4."Resistencia". La hegemonía y el poder que la sustenta es cuestionada y se pone en crisis, la clase dominante ha perdido definitivamente el consenso, pero los grupos progresivos no disponen de instituciones alternativas consistentes desde las que organizar una confrontación directa. El conflicto se sitúa entonces, fundamentalmente, en el plano cultural y simbólico. Es en las instituciones intermedias de la sociedad civil, y en la vida cotidiana, donde este conflicto se expresa y se resuelve. Los valores contra-hegemónicos penetran en instituciones como la escuela, la Iglesia, los medios de comunicación, y los grupos subalternos comienzan a articular instancias propias que preservan y difunden sus formas de vida y visión del mundo. Es lo que sucede en la Cataluña de mediados de siglo XIX, con la obra claveriana que;
(…) dejaba una huella nítida en la cultura de las clases subalternas, esparciendo, popularizando unos valores ético-sociales distintos, alternativos a los de las clases dominantes, si bien a la larga sus expresiones concretas fueran hasta cierto punto asimiladas y neutralizadas.[25]
     5."Disidencia". Los grupos subalternos logran articular una fuerza de oposición sólida que suele tomar una forma explícitamente política. Aparecen formas de protesta más organizadas (huelgas, manifestaciones), que pueden combinarse y dar cabida a formas de resistencia cultural previas (himnos, canciones, rituales). En situación de disidencia, no sólo se cuestiona el "contenido" de la hegemonía, sino el "marco", las reglas del juego en el que ésta se formula. Uno de los rasgos de una situación de "disidencia" es que muchos intelectuales de la clase dominante pasan a las filas de las clases subalternas o progresistas. Los momentos previos a las revoluciones o cambios de régimen (como la Europa de entreguerras o los países del Este en 1989) son situaciones típicamente "disidentes". Como fue la irrupción de las contraculturas y los movimientos de protesta a finales de los años 60 y principios de los 70:
Las contraculturas articulan su oposición a los valores e instituciones dominantes, incluso cuando, como ocurrió a menudo, esto no tomó la forma de una respuesta política (...) Los hippies de finales de los 60 fueron la más distintiva de las contraculturas de clase media. Las instituciones alternativas del undergroundemergieron básicamente de esta matriz. Pero la subcultura hippie se fragmentó rápidamente en diversas ramas  como los heads,freaks o losstreetpeople. Las dos ramas más distintivas confluyeron, por un lado, mediante las drogas, el misticismo, la "revolución en el estilo de vida", hacia una cultura alternativa utópica; y por otra parte, mediante la acción comunitaria, el radicalismo estudiante y los objetivos libertarios, hacia el activismo político.[26]
     Estas diversas estrategias no son alternativas excluyentes sino "equilibrios inestables" en el espectro de un amplio campo de fuerzas, que combina en formas diversas el consenso y el disenso. El concepto clave es "negociación", presente en mayor o menor grado en todas las estrategias consideradas.[27] Estas describen una gradación histórica de reacciones ante un poder hegemónico, pero pueden corresponder también a la pluralidad de respuestas que en un mismo momento expresan los diversos individuos o grupos, o las distintas actitudes que manifiestan en cada una de las instituciones y áreas en las que la hegemonía se ejerce.

     En su penetración microsocial es donde las propuestas hegemónicas demuestran su eficacia. Y es en la resistencia que encuentran en este nivel donde se establecen sus límites, donde empiezan a prefigurarse alternativas. Prestar atención a la incidencia de los discursos dominantes en la vida cotidiana puede ser un antídoto eficaz contra interpretaciones unilaterales de las respuestas populares, tanto si deducen la adhesión a un régimen de la falta de oposición organizada, como si consideran potencialmente contra-hegemónicas cualquier tipo de reacción.

    ¿Es legítimo hablar, hoy, de hegemonía cultural? Como ha observado Clara Gallini,[28] el fin de la antigua preponderancia de la iglesia católica, con su mensaje totalizado, ha supuesto el surgimiento de formas pluralistas de gestión de los bienes culturales. Y también ha cambiado la composición interna de los grupos subalternos: a los agricultores y la clase obrera tradicional, hay que añadir nuevos sectores del proletariado urbano, movimientos femeniles, masas juveniles, etc. Las formas y los caracteres de las nuevas marginalidades culturales se configuran de forma muy diferente al pasado. Hay mayor proximidad respecto de las centrales de producción de la cultura, que mediante los mass media elaboran mensajes que llegan a todos los estratos sociales y la marginación se mide no tanto respecto al grado de recepción del mensaje, sino respecto a la posibilidad de control de la producción del mismo.

    Hay una gran fluidez de actitudes respecto a obra cultural, que resulta menos estática y más maleable en relación a la uniformidad de los "tiempos largos" de la cultura popular tradicional. Y se han multiplicado los centros de producción de formas no hegemónicas, lo que tiende a hacer más compleja su articulación de clase:
A una hegemonía que cada vez encuentra más dificultades para elaborar una propuesta unitaria propia, se contrapone la multiplicación paralela de una serie de nuevas propuestas culturales (...) La crisis del tradicional "bloque histórico" conlleva una necesidad de revisión, por parte de los nuevos sectores dominantes, de una política cultural que para afirmar una propia "modernidad" lucha para eliminar centros y contenidos culturales presentados como viejos, tradicionales, superados. Por otra parte, los nuevos sujetos sociales emergentes-sobre todo las mujeres y los jóvenes-expresan necesidades antagónicas respecto del marco propuesto por la ideología hegemónica, o por decirlo mejor, por los diversos sectores competidores entre los que se articula la cultura de las clases en el poder. Las salidas pueden ser diversas, como se ha podido ver desde los años de la contestación caliente del 68 hasta estos inicios de los años 80,un tanto problemáticos para muchos jóvenes.[29]
     Un terreno cada vez más central en la reproducción ideológica de las sociedades modernas son los medios de comunicación de masas (cuyo alcance en el combate por la hegemonía ya fue intuido por Gramsci). Los mass media han convertido en una de las instancias más notables de control ideológico, por su función de canalización y transmisión de la información:
Los media sirven, en sociedades como la nuestra, para cumplir incesantemente la obra ideológica y crítica de "clasificación del mundo" en el seno del "discurso de las ideologías dominantes". Esto sucede mediante la continua separación de las líneas divisorias entre las lecturas "favoritas" y "excluidas", entre el significativo y lo insignificante, entre lo normal y lo desviado.[30]
      Sin embargo, conviene no caer en la trampa de identificar los mensajes transmitidos con los significados percibidos por los actores sociales: éstos no son receptores pasivos, sino que pueden manipular y apropiarse de las formas y contenidos de la cultura de masas. Tampoco en este terreno, pues, el combate por la hegemonía se juega de manera unívoca. En realidad, la comunicación simbólica configura sistemas simbólicos parciales, que son la expresión contemporánea del combate por la hegemonía, el universo fragmentario donde se configuran y contestan las visiones del mundo hegemónicas. Que en la cultura moderna-o postmoderna-no exista el viejo combate entre corpus ideológicos antagónicos no significa que el discurso hegemónico "vencedor" haya impuesto completamente su lógica unívoca y uniformadora. La "cultura del consumo" no necesariamente encomienda un conformismo pasivo; más bien educa a los individuos a "leer las diferencias de los signos", a decodificar en las minucias del vestido, la música y la imagen, diferencias en las identidades de clase, fracción de clase, subcultura, género, edad o etnia.[31]

     Los nuevos sujetos sociales pueden desafiar los discursos del poder, o al menos conquistar espacios; pueden apropiarse de los canales culturales dominantes, dando voz a las propias necesidades expresivas. Pero el poder puede también hacer propia la voz de la contestación, adaptando y remodelando el propio lenguaje en un sentido que incluya, para adaptar o neutralizar, las propuestas que provienen de la "periferia". Eso ha sucedido con ciertas formas del feminismo o las contraculturas.

     Sea como sea, la hegemonía cultural ha dejado de ser la imposición de una propuesta más o menos unitaria, para aparecer como un proceso dinámico de adaptaciones entre varios discursos. Lo cual no significa, obviamente, que los antagonismos culturales-y las estratificaciones sociales en que se basan-hayan desaparecido, sino que han cambiado las formas en que se plantean y se resuelven.

   En Cataluña, la utilización del concepto de hegemonía ha sido muy escasa y en general reduccionista. En el campo de la historia y de la sociología ha predominado una lectura política del término, basada más en Lenin que en Gramsci. Sólo hay que seguir, por ejemplo, todo el debate en torno al régimen franquista para constatar una visión de la hegemonía como dominación autoritaria, centrada en las estructuras del estado, los partidos y los grupos más organizados.[32]

     En el campo de la antropología, la influencia de la tradición gramsciana se puede seguir en algunos estudios sobre las culturas populares; pero en general los modelos sobre hegemonía y desniveles culturales han sido fragmentarios, y no se han aplicado a contextos urbano-industriales.[33] Comprender las viejas y nuevas formas de la hegemonía cultural es uno de los retos pendientes de la antropología y la historia.[34]






LAS JUVENTUDES ANTE LOS “ESPEJOS”CONVULSOS DEL SIGLO XXI

Entrevista con Carles Feixa
LAS JUVENTUDES ANTE LOS “ESPEJOS”CONVULSOS
 DEL SIGLO XXI¨


Roberto A. MENDIETA VEGA¨

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“La juventud es un espejo deformante de su realidad social”.
Carles Feixa
Los espejos convulsos del siglo XXI
La obra científica de Carles Feixa Pàmpols es única y fundamental para comprender el problema de las generaciones y los ciclos de vida en Iberoamérica. Durante más de 30 años, el antropólogo catalán ha tomado la tarea de investigar con miradas antropológicas, históricas y sociológicas, la puesta en escena de las generaciones en el “teatro de la hegemonía” en las sociedades modernas; del estudio de historia oral de las distintas generaciones de su ciudad natal Lleida, pasando por las etnografías de los punks y chavos banda de Nezahualcóyotl o las culturas juveniles de fin de siglo, hasta las pandillas trasnacionales como los Latin Kings en Barcelona, la Generación@ o los novísimos movimiento sociales de la generación indignada en toda Europa.

     Desde México, internet se ha vuelto medio y espacio privilegiado para conocer sus numerosas investigaciones; desde libros, capítulos de libros, artículos de investigación, proyectos de intervención social, colaboraciones de prensa, videos, películas, entrevistas, donde es posible vislumbrar su amplio e incesante interés científico en temáticas sociales como las relaciones generacionales, culturas juveniles, violencias y migraciones juveniles, bandas latinas y sus organizaciones culturales, las nuevas tecnologías o los nuevos movimientos sociales.

     Durante la década de 1990 rescató la añeja idea de “la juventud como metáfora del cambio social” desarrollada por el grupo intelectual de filiación marxista aglutinado en la llamada Escuela de Birmingham, al igual que los usos del concepto de hegemonía propios de la antropología italiana y la historiografía inglesa. Esta perspectiva ofreció a la investigación en juventud de aquellos años un cambio en la “manera de mirar” el problema, que transfirió el énfasis de la marginación a las identidades, de las apariencias a las estrategias, de lo espectacular a la vida cotidiana, de la delincuencia al ocio, de las imágenes a los actores (Feixa y Porzio, 2004).

     Estas “vidas ocultas” son uno de los supuestos teóricos principales en la definición queFeixa plantea sobre las culturas juveniles, respecto de que éstas se crean y reproducen en espacios, prácticas y representaciones paralelas al mundo institucional, en los intersticios que el mundo adulto deja al joven fuera de su control, de su mirada, de su juicio, ya sea familiar o escolar. Esto no significa que no exista interacción entre ambos “mundos”.

    Las crisis recurrentes de todo tipo y los cambios súbitos que experimentan las sociedades occidentalizadas contemporáneas, esto es, el movimiento dialéctico entre los procesos hegemónicos globales y los locales que dejan al sujeto y grupos sociales frente a frente con lo intercultural, lo intersubjetivo, y por si fuera poco a lo virtual, ponen de manifiesto que ya no es posible ni correcto caer en discursos y explicaciones metafísica que atribuyen a la “mano invisible” del mercado el producir o generar directamente las culturas juveniles.

     Ni las nuevas tecnologías de comunicación, ni el internet o el consumismo posmoderno han creado por si solos a las culturas juveniles. Pensarlo así sería “disculpar”, borrando el contexto histórico-social donde estas emergen, olvidando las relaciones sociales cristalizadas y naturalizadas de exclusión, desigualdad, subalteridad, insatisfacción, desesperanza, invisibilidad, que las caracterizan.

     En los albores convulsos del siglo XXI, donde las juventudes han emergido de nueva cuenta como un sujeto social primordial para comprender el presente y futuro de nuestras sociedades, el reconocimiento del trabajo científico del Carles Feixa es de relevancia si se quiere ir más allá de postulados teóricos y lógicos abstractos, hasta llegar a los contextos concretos que vuelvan visibles las relaciones sociales que sirven de base sociocultural a los comportamientos y representaciones de las juventudes. Esto no es de menor importancia, ya que como dice Feixa, hoy el estudio de las juventudes es una de las formas más fecundas para seguir el ritmo de la evolución social.

SEIS PREGUNTAS URGENTES
RAMV: Una de las tesis principales de sus trabajos antropológicos sobre juventudes, es que estas son un “espejo deformante de la realidad social”. Partiendo de esta idea germinal, ¿qué características tiene la imagen que proyecta el espejo del siglo XXI en las sociedades occidentales?¿Sus contornos son definidos más por las nuevas tecnologías de la comunicación o por las desiguales sociales contemporáneas?
CFP:   La juventud sigue siendo espejo. Y espejo deformante en algunos momentos y lugares. Pero se ha ampliado mucho el foco de posibilidades de juegos de hegemonías y contrahegemonías, de alternativas donde la juventud se ve implicada. Es decir, cuando elaboramos la noción de la juventud como metáfora en los años ochentas, había un catálogo de maneras de ser joven. En realidad, desde los años sesentas hasta los ochentas las culturas juveniles tenían un catálogo de posibilidades delimitadas, con etiquetas, nombres, coyunturas, de presencia pública, concretas y visibles.
     Pero desde fines de los años noventas, básicamente con todas las consecuencias de la globalización y sobre todo del impacto de las ciberculturas, las posibilidades de ser joven se han ampliado al infinito; el catálogo de las llamada tribus urbanas ha pasado de ser un “comercio de barrio” al “hipermercado” donde las marcas, las variedades y las modalidades son muy numerosas. El “espejo” refleja no sólo las contradicciones y los conflictos como antes, sino que también puede reflejar muchas situaciones ambiguas o intermedias; cuestiones de adaptación, de consumismo, de cooptación, de sinergia, de intercambio, lo que por una parte hace más atractiva la investigación, pero por otra parte, complica la compresión de los códigos para interpretar las manifestaciones juveniles. Ya que hoy son mucho más herméticos, más complejos, no hay algunos pocos idiomas, si no que es la torre de Babel.
     Vivimos en una juventud donde la torre de Babel se multiplica y donde el investigador debe estar atento para captar las distintas modalidades que van surgiendo. Los momentos de crisis como la actual, la crisis financiera internacional que en Europa es más latente que en México o en otros lugares, resitúa la edad juvenil en un nuevo contexto; la juventud vuelve  a ser signo de contradicción en parte por el problema flagrante del paro juvenil y de los nuevos movimientos sociales que han emergido. Pero al mismo tiempo hace más difícil interpretar el sentir de los códigos de conducta juveniles, que no son unívocos ni cuando protestan ni cuando están pasivas, la juventud es sólo una metáfora unidireccional, sino que suele ser multidireccional.
RAMV: ¿Tiene la mirada teórica contemporánea de Feixa un mapa donde ubicar las diversas maneras en que se presenta la condición juvenil en las distintas regiones del mundo, como  la Comunidad Europea, Medio Oriente, Asia, o Latinoamérica? En este sentido, ¿se debe pensar las diversas temáticas de juventud desde contextos de globalidad, localidad o de la llamada glocalidad en estas sociedades?
CFP: Mi impresión es que la diversidad geográfica, en cuanto afecta a la cultura juvenil, hoy es menos relevante que otras diversidades que atraviesan los espacios, lo geográfico o el lugar. El lugar es cada vez menos, no desaparece del todo, que al igual que el concepto de clase sigue siendo fundamental para entender las diferencias, pero en el estudio de campo, en el estudio etnográfico, la localidad deja de tener un papel central como lo había tenido en el pasado, y la mayoría de las culturas juveniles contemporáneas son culturas glocales desde su origen.
     Es decir, aunque aparezcan inicialmente en algún lugar del globo, el origen condiciona menos su destino que en el pasado. En el pasado los rockers y los mods siempre tuvieron un sello británico muy marcado, los beatniks y los hippies siempre tuvieron un sello californiano también muy marcado. Hoy si acaso la novedad es que los “focos de infección”, como decía mi viejo amigo y colega mexicano, Elitio Baco, un intelectual orgánico de los Mierdas Punks[1]  tristemente fallecido, los focos de infección de la cultura juvenil ya no son centrales, no son anglosajones en su origen, sino que son profundamente internacionales. En realidad, los focos principales hoy vienen de Asia, vienen del sudeste asiático, y vienen a veces de zonas marginales.
     Por ejemplo, algunas zonas de alta conflictividad social y criminal en México y Colombia, desde el punto de vista de la creatividad musical y cultural son focos que contaminan en el buen y en el mal sentido todo el planeta. Ya no digamos de la cultura manga o de la cultura de las novísimas tecnologías, que más que en San Francisco o en California, se producen y se inventan en Hong Kong, en Corea o en Dakar a veces, en los lugares más alejados del planeta. Pero en parte debido a la movilidad física de la mayoría de los jóvenes por razones de migración económica, de movilidad estudiantil y sobre todo a la movilidad virtual de los jóvenes del planeta; estas identidades geográficas se hibridan desde su origen.
RAMV: Desde los últimos treinta años el modelo sociocultural neoliberal dirige de forma consensuada o no, tanto los programas políticos-económicos como todo un sentido común y una visión del mundo en diversas regiones del mundo. Con distintas intensidades se ha hecho la hegemonía cultural, aún las dantescas experiencias de desigualdad social que provoca. Considerando sus ideas sobre este pasado inmediato, bajo el tema de los “Indignados” españoles o la Generación @,  ¿qué presente y futuro observas en las juventudes que viven bajo esta forma de sociedad?
CFP: De entrada no me gusta hablar de neoliberalismo, puesto que una cosa que ya existe de cuando menos 35 años ya no es tan neo, no tiene nada de nuevo. Es algo retrogrado, es el viejo liberalismo. No el viejísimo, no el liberalismo de Adam Smith que por cierto, es un liberalismo que yo admiro y que en buena parte comparto, sino que es un liberalismo ultra económico que surge en la era reaganeana y thatcheriana de los años ochentas, posterior a la anterior crisis y que fue una salida ultraconservadora a la reestructuración anterior del sistema económico. Pero que en realidad yo creo que acabó después del ochenta y nueve con la caída del Muro de Berlín. Se acabó el enemigo y este neoliberalismo dejó de ser neo y pasó a ser la conservación del sistema imperante, que en el fondo tenía muy poco de liberal.
     Por ejemplo, como el Partido Popular en España aplicó estas políticas neoliberales, de liberal tuvo muy poco, porque supuso una recentralización del Estado, una vuelta a un tipo de estructura política muy conservadora y muy establecida; en el caso de Cataluña ha tenido un efecto dispersor del movimiento independentista que pese a que no se entienda desde fuera o que se vea como un movimiento nacionalista clásico, tiene mucho de contestación a una forma de estatalización y de centralismo que no es nada moderno. Pero más que de neoliberalismo prefiero hablar de ultraliberalismo o hiperliberalismo, que se convierte en una religión en la cual uno debe creer. Nada se pone en cuestión. El Estado se pone al servicio de los intereses de un gobierno mundial de transnacionales, en el que con la creencia de que la competencia da buenos frutos, en realidad se está legitimando el gobierno de unos pocos sobre la totalidad de la población.
     Contra ello, las armas clásicas del comunismo, del marxismo decimonónico, tampoco son útiles puesto que suponían una contestación intelectual y social a un tipo de capitalismo que ya no existe. Tampoco podemos confiar las fuerzas en la dispersión de movimientos sociales contemporáneos, la extrema heterogeneidad de muchos de estos movimientos que pueden tener un sentido muy preciso en su contexto local o en su objetivo específico, pero que tienen dificultades para convertirse en una alternativa al ultraliberalismo.
     Desde el punto de vista intelectual, entiendo que es necesario recuperar, volver a los clásicos, del mismo modo que los liberales deberían volver a Adam Smith o a los clásicos del liberalismo, sacarse la intoxicación que supuso su simplificación en el siglo XX; del mismo modo el pensamiento crítico debe volver a algunos textos de Marx y de Engels. Pero yo creo que también Gramsci es un autor que debe ser recuperado, que ha pasado a ser olvidado y los investigadores en ciencias sociales no leen a Marcel Mauss, no leen a Marx y no leen a Gramsci, y en cambio se quedan con los últimos autores posmodernos o con Foucault. Leer Foucault sin haber leído a los anteriores es empezar la casa por el tejado.
     Mi aproximación a Gramsci se centra en el concepto de hegemonía cultural, porque no es sólo hegemonía política sino que su gran aportación es entender la forma de vida, el folclor como el refiere sobre el sur de Italia, el folclor como condensación de la cultura y para cambiar la estructura social en una sociedad uno debe no sólo hacer un cambio en las relaciones de poder, sino proponer un cambio en la dinámica cultural. En la era digital esto es más necesario que nunca, puesto que las desigualdades que emergen son más lacerantes y a las desigualdades de clase del obrero y del burgués de siempre, hoy se añaden otras muchas desigualdades producto de las movilidades, de las migraciones forzadas como una nueva forma de esclavitud, que no se ve como esclavitud sino que como una búsqueda de caminos económicos, y que es quizá una de las más importantes del siglo XXI: la desigualdad generacional.
     Es decir, la falta de equidad generacional es una desigualdad que atraviesa al resto, y que a diferencia del pasado que podíamos decir que era una desigualdad que se moría con el tiempo, era una enfermedad que desaparecía con el tiempo para algunas clases, es decir, para los jóvenes de los sectores privilegiados, de las clases medias o de occidente, hoy en cambio incluso los jóvenes occidentales de clase media padecen una situaciones de explotación, de exclusión, de falta de acceso al mercado laboral, al poder político, que los convierte en sujetos disponibles para promover no una revolución, puesto que ya no estamos en tiempos de grande revoluciones, sino en todo caso una revolución cultural, no en el sentido maoísta sino en el sentido digital.
      Internet de tercera generación que es a donde estamos yendo,  la Generación @ es la internet 1.0,  la Generación hashtag es  la internet 2.0 de las redes sociales, y ahora están empezando a construirse los albores de un internet 3.0 que no sé cómo se denominará ni como lo conoceremos, pero que permitirá, entiendo yo, o al menos es mi intuición como investigador social, la hibridación entre hombre y máquina. Y la hibridación entre hombre y máquina puede convertirnos en esclavos. Esta conexión entre cultura y tecnología la protagonizarán esos jóvenes excluidos del sistema, que no pueden integrarse con el mercado laboral que a veces se les llama los Ninis como en España y México, pero que son los sujetos, no el nuevo lumpen proletariado del que Marx pensaba cuando era un sujeto revolucionario, sino cuando forman la nueva clase obrera. Una nueva clase obrera que no produce, que no trabaja, bueno, que sí trabaja, pero que no produce beneficios para el sistema, pero que del mismo modo puede imaginar otro mundo en el cual la vieja utopía “a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades”, sea sino posible al menos imaginable.
RAMV: Ampliando la pregunta anterior, si definimos sucintamente la noción de hegemonía como un proceso consensual de  dominación simbólica en un tiempo y un espacio, ¿qué posición y qué papel desempeñan actualmente en esa diputa las juventudes como sujeto subalterno? ¿Comparten esta condición con el obrero o el migrante? ¿Y cómo se ubican en las teorizaciones sociales contemporáneas sobre agencia, estructura, dominación, emancipación, hegemonía y contrahegemonía?
CFP: La hegemonía según Gramsci era un sistema de dominación no a través de la fuerza o de la política o de la economía, de lo material, sino a través de las ideas, a través de lo cultural. La gran intuición de Gramsci es concebir el poder de la cultura para adormecer pero también para despertar, para resistir, para cambiar las situaciones sociales. Obviamente él escribía en los años treinta en la cárcel, y se publica en los años cuarenta, cuando no se había producido todavía la revolución de los medios de comunicación de masas, ni se podía imaginar lo que implicaría la revolución digital. Si había aparecido ya una cierta cultura de masas, unos medios de comunicación potentes que para Gramsci eran un poderoso espacio de lucha simbólica y cultural.
     En el siglo XXI la noción de hegemonía sigue siendo válida pero debe de actualizarse para adaptarse, responder, a la infraestructura y a la superestructura del siglo de la sociedad red. En una sociedad red en la que sigue habiendo una relación Norte-Sur, dominación y subalternidad vigente, pero en que las líneas de cruce son mucho más oblicuas, siguiendo la categorización de García Canclini en “culturas híbridas”. Y ahí es donde los jóvenes tienen un papel fundamental como “espejo”, como antes decíamos, pero también  como reflector, como caleidoscopio, en el cual la luz, los haces de luz de la dominación cultural se exponen bajo otros colores y bajo otras perspectivas; se descomponen, se deconstruyen , en términos neoestructuralistas, para armar otras miradas y otros contornos. Unos contornos que por una parte son utópicos, puesto que imaginan otros tipos de sociedad. Pueden ser también escapistas, huyen de lo negativo y se refugian en paraísos artificiales, pero también pueden ser pequeños microcosmos que nos ayuden a entender el porvenir. Y el porvenir es la proyección hacia el futuro, es la única manera de comprender el presente y el pasado.
      Para ello, el reto de los investigadores sociales del presente es actualizar la noción de hegemonía que ya no sólo puede adscribirse a los aparatos del Estado, el viejo concepto de Althusser, ni tampoco al mercado sino que los poderes hoy son poderes dispersos pero no inexistentes. De manera que la relación entre estos poderes hegemónicos y los grupos subalternos, en este caso los grupos juveniles, deben estudiarse sobre el terreno y este es mi interés ahora. Desde hace tiempo estudio a grupos juveniles de todo tipo, desde bandas latinas hasta movimientos indignados, de composición de clase muy distinta, con este objetivo de ver qué tienen de común, de diferente. Y hay un concepto, una categoría que se está expandiendo como clave de interpretación de esta realidad, es la categoría del nuevo precariado. La idea de Guy Standing viene a ser, si no se utiliza de manera simplista, una categoría que puede dar luz a este tipo de desigualdades que surgen en la era digital.
RAMV: Situándonos en un contexto local, en la región del noroeste de México, en particular en Sinaloa y sobre todo en mi ciudad Culiacán, el tráfico de drogas a creado una subcultura que disputa en muchos sentidos la hegemonía simbólica a las instituciones nacionales. ¿Cuál es su reflexión sobre la influencia que la violencia y este tipo de cultura tiene actualmente en las juventudes?
CFP: La visión clásica para comprender las violencias sociales, incluidas las del narcotráfico y las de la narcocultura, es la llamada cultura de la violencia. En México es un concepto que evoca la famosa categoría de cultura de la pobreza de Oscar Lewis, que se criticó por culpar a los pobres de su pobreza y por reificar o por “culturificar” las condiciones de vida subalternas. En el caso colombiano la cultura de la violencia bebe de un arraigo en el tiempo, en la historia, de formas de violencias cotidianas asumidas por las poblaciones en un contexto bélico de una guerra interminable; de hecho ahora se acaba, esperemos,  pero lleva ya más de medio siglo.
     En cambio yo prefiero utilizar otro concepto que es el de violencias de la cultura. Es decir, no tanto enfatizar como la violencia se expresa en rituales, símbolos y formas de vida, sino como cada estructura cultural, y que depende de la hegemonía que se dé en ese momento, construye un tipo de interacciones humanas, entre los hechos, entre las edades, entre las clases, entre los países, donde la imposición, la dominación y la violencia física y simbólica, más simbólica que física, porque la violencia simbólica del Estado siempre es mucho más potente que la violencia física de los individuos, se juega y se expresa.
     Yo no he investigado el narcotráfico ni la narcocultura, ni siquiera soy especialista en drogas aunque me toca a menudo “jugar con la más fea”, pero entiendo que debe estudiarse el narcotráfico no sólo como un mercado, no sólo como una estructura criminal o cuestión política, sino sobre todo como un campo de hegemonía cultural, como una lucha por la hegemonía cultural. Cuando el Estado falla, o tiene sus lagunas, se infiltra unos poderes que inicialmente son contrahegemónicos pero que acaban convirtiéndose en pequeñas hegemonías dentro de un territorio, se empoderan, es como un reino de taifas en la península Ibérica. Yo acabo de hacer un viaje por Andalucía que en la península Ibérica, tras la caída del Califato de Córdova que dominaba toda la península, se dio una serie de fragmentación política de reinos de taifas, donde en cada localidad, provincia o región, había un señor que dominaba, que fue la base para el fin de un sistema como al-Ándalus en la España musulmana, que era el más avanzado de su tiempo. Era el país más desarrollado en términos agrícolas, comerciales y culturales de esa época, y el fin de al-Ándalus en parte vino por ese Reino de Taifas que supuso la fragmentación del sistema político.
     El narcotráfico en el fondo nos indica también que las estructuras estatales del siglo XX, al menos en América Latina o en partes de Asia, pero también en el centro del imperio en Estados Unidos, se han fragmentado, hay alianzas y contraalianza entre distintos poderes hegemónicos. Y eso puede ser un síntoma de la descomposición del sistema pero también un síntoma que nos mueve a imaginar otro tipo de estructuras políticas menos verticales, más horizontales, y también la necesidad de establecer formas de gobierno mundial democráticas, puesto que ahora las que existen no lo son.
RAMV: Dos preguntas en una para terminar. Desde su experiencia y reconocimiento como antropólogo en las temáticas de las generaciones, ¿qué relevancia para la sociedad y las ciencias sociales tiene investigar e  invertir en el estudio de las juventudes contemporáneas?; y ¿cuál sería su “ABC” teórico y metodológico que recomienda no olvidar a los interesados en estas temáticas de estudio?
CFP: Mi “ABC” teórico y metodológico es volver a los clásicos. Es decir, leer a Ortega y Gasset, a Stanley Hall, a Stuar Hall que acaba de morir, a Karl Mannheim, a Parsons, puesto que estas lecturas sobre las teorías de la juventud emergente cuando se empieza a construir la categoría social de juventud, nos sirven para reconceptualizar la juventud contemporánea; les seguimos denominando “la juventud” pero es algo muy distinto. Esas teorías surgieron en unos momentos en que el tránsito a la vida adulta era muy rápido, y la juventud era una categoría política claramente delimitada.
     Hoy, cuando ser joven dura más que ser adulto, y la ambigüedad de ser joven y la globalidad de ser joven es algo evidente, es más necesario que nunca estudiar a la juventud. Por eso hoy nadie discute que sea una prioridad. De hecho en la reunión que acabamos de tener con mi grupo de investigación para un proyecto europeo, Europa ha diseñado cinco líneas prioritarias de investigación social y una es sobre juventud. Es un tema clave y central, en Europa por supuesto, porque es un continente que envejece en términos demográficos, pero que tiene una juventud muy potente y muy preparada que no se le da el papel que requiere.
     Por eso la llamada juvenología debe renovarse no de la mano de una revolución generacional, en el sentido de que los jóvenes investigadores como tú nos echéis del campo a los ya viejitos, puesto que empezamos a estudiar a los jóvenes cuando éramos jóvenes, hace ya tiempo y ahora ya no lo somos, sino en un cambio en la hegemonía cultural de la academia intelectual. Es decir, debe haber jóvenes investigadores que teoricen, no sólo que investiguen, sino que teoricen sobre lo que está emergiendo en el mundo de la juventud, y que entren en diálogo con algunos de los que estudiamos a la juventud hace treinta años y que seguimos haciéndolo, y de ese intercambio puede surgir una nueva manera de mirar el ciclo de la vida. Porque aunque hablamos de estudios o de sociología de la juventud, en el fondo lo que estamos realizando es sociología y antropología de estudios sobre el ciclo vital, sobre la biografía contemporánea, sobre las nuevas formas de crecer y de vivir en el mundo actual.





¨ Entrevista realizada  a Feixa en abril de 2014, en el Departamento de Estudios Geográficos de la Universidad de Lleida, España, como un producto académico resultante de la Beca Mixta otorgada por CONACYT, y como psrte de la estancia de investigación en España durante la primavera de este año.
¨ Oriundo de Culiacán, Sinaloa, México. Doctor en Ciencias Sociales, Maestro en Historia y Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Sinaloa.
[1] Una estancia de investigación a México a inicios de la década de 1990, llevó a Feixa a realizar etnografías sobre las bandas punks de la ciudad de México, siendo algunos de sus informantes claves los integrantes del grupo de punk los Mierdas Punks. Este trabajo antropológico quedó registrado en uno de sus principales obras sobre el estudio de juventud en Iberoamérica: Feixa, C. (1999). De jóvenes, bandas y tribus. España: Ariel.