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ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904

ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904 Rafael SANTOS CENOBIO * *  Catedrático e investigador de l...

viernes, 15 de mayo de 2015

LA ALTERIDAD INACEPTABLE, DE LUIS VILLORO, EN UN PAÍS DE VIOLENCIA, HORROR Y SOMBRAS.

LA ALTERIDAD INACEPTABLE, DE LUIS VILLORO, EN UN PAÍS DE

VIOLENCIA, HORROR Y SOMBRAS



Nino GALLEGOS¨
(NOTA: Esta es una reflexión o pensamiento íntimo en voz alta del poeta Nino Gallegos, nativo de un extraño y gélido poblado de Durango: El Paso Resbaloso, aunque mazatleco por decisión personal desde hace muchos años, en su muy particular percepción, modo y estilo, a propósito del ensayo “La alteridad inaceptable” del escritor Luis Villoro. Aprovecha la lectura para exclamar sus impresiones sobre los tiempos actuales y avienta su indignación por los hechos aciagos que viven los mexicanos, ante la vertiginosa expansión de la violencia, el narcotráfico, el crimen organizado y por el horror y el trauma de ver y sentir a un país literalmente ensangrentado, ante la incapacidad  y las fallas de un gobierno que, arguye el literato, no ha sabido o no ha podido ni hacer valer y respetar la Constitución y las leyes que de ella emanan, y menos garantizar la convivencia y la tranquilidad de la inmensa mayoría de la población).

Primera Parte
Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, se maravillaron y se horrorizaron al llegar al antiguo México. Sus miradas no podían creer lo visto: lo maravilloso y el horror. Siglos después siguen imperando lo maravilloso y el horror: la profanación de lo sagrado en los aztecas por la evangelización de los españoles.

     Todo se reeditó en el siglo XXI, a tres lustros de haber terminado el siglo XX. Escribimos aquí a partir de lo maravilloso, pero se redacta entre la angustia y la desazón, teniendo la referencia y las interrogantes en La alteridad inaceptable, de Luis Villoro:
“Una sola generación después de la llegada de Cortés, de ese mundo cuya grandeza causaba admiración y espanto, no quedaban sino ruinas. Sus majestuosas ciudades, arrasadas; sus jardines, desiertos; sus libros que guardaban su sabiduría, quemados; sus instituciones y ordenamientos, los colores de sus danzas, el esplendor de sus ritos, borrados para siempre. Los celosos sacerdotes, los nobles guerreros, los dueños de ‘la tinta y la tinta negra’ con que pintaban sus códices, los artífices del oro, los constructores de templos, toda la élite de la civilización azteca había sido aniquilada. Sobre el cuerpo descabezado de la gran cultura indígena, los antiguos dioses guardaron silencio. ¿Cómo fue eso posible? ¿Por qué los vencedores, pese a la fascinación que esa civilización les causaba, se vieron impulsados a asesinarla? ¿Porqué esa cultura, elevada y compleja, no fue capaz de detener la mano de los hombres extraños, llegados de oriente? ¿O estará la respuesta en la extrañeza misma? Pues si para los españoles el mundo azteca era lo otro por excelencia, para los indios, esos hombres poderosos y bárbaros pertenecían a un orden diferente del tiempo y del espacio. Quizás existen culturas que no pueden aceptar la presencia de lo otro”.
     La profanación de lo sagrado en los aztecas por la evangelización de los españoles. Hasta aquí Luis Villoro hace lo propio y lo extraño, poniéndonos, a los mexicanos, en el México moderno. Pero aún así, ¿qué cultura de las dos civilizaciones, no pudo aceptar a la otra, la española o la azteca, con la alteridad inaceptable? La conquista fue la destrucción, la colonización con la espada y la cruz, la refundación del antiguo México por el vencedor moderno, la sumisión a los hombres extraños, poderosos y bárbaros. ¿La corrupción, el engaño, la impunidad, el crimen, fueron los actos propicios y conscientes del poder ajeno sobre el poder propio, la corrupción y la impunidad de una cultura sobre la otra-del otro, con el silencio cómplice de los antiguos dioses y emperadores porque también ellos habían decapitado y asesinado a través del sacrificio ritual, cabezas y corazones? 

      He allí, sobre el cuerpo descabezado de la gran cultura indígena, la espada y la cruz, la corrupción y la impunidad, los criollos y los mestizos, los antiguos mexicanos con los mexicanos modernos, decapitando y lanzando las cabezas de los mismos o de los otros mexicanos a las calles para mirarnos hasta dónde hemos llegado.

    Del año 2000 al 2015, las fuerzas se fueron dispersando y acomodando en plazas y ciudades. Luego la guerra, la dispersión y el reacomodo de las fuerzas, pasando de los desaparecidos a los ejecutados, a sangre y fuego, sin tregua. Ningún sollozo con el decapitamiento. Corre la sangre como la corrupción en arroyos de impunidad en las calles y en las instituciones: los hombres y las mujeres, los políticos y los empresarios, los militares y los narcotraficantes con los sicarios: guerra sin cuartel contra los cárteles y poniéndolos en las cárceles: renovadas cabezas al frente decapitan las mismas cabezas de siempre, los desaparecidos se van hacinado en las fosas clandestinas.

     Llega quien llegó con el lastre a rastras de doce años de servilismo y de autoritarismo, reformando lo imposible porque la corrupción y la impunidad se agitan con la voz, el cuerpo y las manos de la simulación. Otra vez, y para qué, las promesas incumplidas. Hay quienes se imaginan -ociosa y estúpidamente- un Camelot, a la mexicana, y todo a la mexicana. Es una copia de segunda mano, de trasmano a traspatio en 2015: un país de y en sombras espectrales con un gobierno de la República lastrado, desde siempre, por la corrupción. Una nación, una sociedad y un pueblo separados por lo transnacional y lo transcultural, transexenalmente, en la transición-transada corrupta, impune e inatacable, pero, perforada por todos lados y por todas partes.

     El “de todos modos” de las clases políticas y partidarias, cómplices del Dios del dinero en sus conductas y prácticas miserables. La ética y la moral como simulación de lo políticamente correcto, es la especulación inmobiliaria del confort en el estatus quo económico y social: no se sirve a la nación; se sirven de la nación, por herencia y por donación. Nadie tiene casas, departamentos, condominios ni aviones en ninguna parte del mundo: nomás, en Estados Unidos. Hay malentendidos, malas interpretaciones, malas leches, ganas de chingar el erario nacional del país con los ricos cuando los pobres son los culpables, y no hay qué pedir perdón por la situación en que viven. Uno de esos grandes personajes dio en el clavo cuando al exclamar que Perú estaba jodido, dijo que estaba pensando en México, por lo de la dictadura perfecta, como novela peliculesca, saga criminal de todos los posibles y seriales crímenes de Estado.

     No se sabe si México es un Estado-nación o un Estado-fragmentación. Y da para un Estado-desmembrado y decapitado, fallido y desaparecido, ejecutado por el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Más Estado-urgente y luego Estado-emergente por tanto ejecutado-enfosado emergiendo de todas partes y de todos lados: lo que hay que saber para ignorarlo, lo sabe y lo dice la simulación del siniestro simulacro. Lo maravilloso de la muerte es el horror de la vida, porque no consta en actas de defunción en hospitales, en cementerios, en fosas y en hornos crematorios. Todo está quedando en, mientras que el país maravilloso es la nación del horror, y lo que viene con más es la cargada nacional y paisajística, en full color, del “peorvenir” en un país de sombras espectrales, donde las nuevas élites seguirán en el trance del cómplice silencio.

    ¿Qué-es-eso de la alteridad inaceptable de los mexicanos en un país de sombras espectrales, cuando la identidad y la pertenencia nos viene por la vía sanguínea del engaño que es la corrupción y la suplantación de la sangre indígena por la sangre española, herencia y donación de la sangre mezclada, en dos culturas, que chocan en la posesión del amasiato forzado a la colonización de los genes, teniendo que cohabitar en lo sagrado-profanado por lo evangelizado de la espada y la cruz, poderosas y bárbaras?

      Ninguna versión real como la visión de los vencidos por la fatalidad y la tragedia de los antiguos mexicanos a los mexicanos modernos, tan dados y tan vencidos de nosotros mismos, sacando de nuestras verijas el machismo del cuchillo o la pistola fálica, tan propio de lo español llorándole a la Madre Patria del viejo mundo, lo cual en lo mexicano es la devoción a la Virgen de Guadalupe y a la Santa Muerte con los arrestos de lo deprimido, lo reprimido y lo oprimido; las caminatas por las mandas y las ofrendas por sobrevivir a las enfermedades de los milagros recibidos en vida, así como en la vida los encaminamientos a las fosas clandestinas de los ejecutados y desaparecidos, no salvándolos nadie más que el milagro de la muerte, también ejecutada y desaparecida.

    En el México moderno existe un constante transmigrar hacia ninguna parte en el país de las sombras espectrales, por más que se vaya al norte, seco, insolado y ahogado. Del sur vienen los que no habrán de llegar a ninguna parte por más que, a La Bestia sobre rieles, se le ondule y se le pandeé el lomo metálico, el destino es un paradero y un descarriladero de seres ahumados por el sol y aireados por el viento. Más adelante, donde unas mujeres solidarias dan de comer a los viandantes-viajantes, un párroco de iglesia y un asistente de casa dan la bendición a la fe de la incertidumbre y al cansancio de la desesperanza: todos esos que han llegado como cuando los españoles llegaron a México, les esplende lo maravilloso y los atenaza el horror de lo que somos.  

     Sobre los templos de lo sagrado, las iglesias de la profanación, los corazones y las cabezas, el largo ceremonial sangriento, las largas marchas de las enfermedades y el hambre, el centro y la periferia, el calpulli azteca y el barrial español donde la riqueza y la pobreza, lo más lejos y no tan cerca, el amo y los perros del amo, la espada ensangrentada y la cruz bañada en oro, la visión de los vencidos es la renovada visión del catecismo, la buena nueva de la mala vieja, el ancestro imperial despojado por el ancestro monárquico, el virrey provincial y el rey presidencial, las casas que no dejan ver el bosque de la corrupción, los mexicanos en el conflicto de intereses con los españoles: pinches gachupines, igual de corruptos que los mexicanos, les dijeron a los de Repsol y de Santander, pero, ¿quién corrompió a quién con la cruz y las cuentas de vidrio, con la espada y las piezas de oro, con la sangre y el fuego, mientras La Malinche fornicaba con Hernán Cortés?

      La alteridad inaceptable fue, siguió y sigue siendo un conflicto hasta en los días y en las noches en este presente del “peorvenir”, y que del futuro se encarguen y se lo carguen los futuristas, porque entre la credibilidad y la confiabilidad de hoy, no creer y no confiar es más un tema creído y confiado a los que creen y a los que confían, dejando de lado lo que se hace y lo que se pasa a los inveterados y cascados asuntos públicos y problemas sociales, no siendo posible más que la imposibilidad de que este país en sombras espectaculares, si llegase a cambiar no sería mediante y mediáticamente por una huelga nacional, porque el proceso electoral nacional coarta cualquier actividad radical (de y para) las armas. Y además, la alteridad inaceptable no debe ser y hacerse desde una análisis integral, antropológico, filosófico, cultural, y menos, sociológico, dejándolo a la lógica y a la logística del capitalismo curricular de la inteligencia mexicana, la liviandad de la gravedad nacional con las estadistificaciones de los que desaparecen y de los que mueren, pero que al tiempo y al cabo de unos años, atando cabos, sean los del Gobierno de la República, la Gobernanza de los estados, la Municipalidad de los Alcaldes.

    La simplicidad de la alteridad inaceptable siempre fue, es y seguirá siendo lo que para Luis Villoro es al final de la lectura, las palabras y las cosas, entrecruzadas con Michel Foucault: “La aniquilación de las grandes culturas americanas era el resultado inevitable de la imposibilidad de una cultura de aceptar la alteridad. Fue una hazaña de la mentalidad moderna”, a lo que para Foucault es “a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena”, no habiendo más reserva que la corrupción y la impunidad de cualquier sistema de poder sustentado por el hombre: he aquí la gran hazaña de la mentalidad moderna que ha depredado siempre a través de la historia, en tanto una voz en escena clama: “Los pueblos indígenas deben seguir exigiendo sus derechos porque se quiere engañar a los pueblos dándoles espejitos a cambio de que se establezcan los proyectos mineros, lo que únicamente traerá muerte para el ser humano”, evidenciándose que es el capital inversor extractivo y socavador el que siempre ha explotado a la naturaleza y corrompido al ser humano de todas las maneras: impune, salvaje, barbárica, cruel y civilizada.

    Sí, es en la alteridad inaceptable, lo que para el moderno mexicano no es aceptable ninguna otra alteridad y menos la del mexicano antiguo, existiendo un reductivo integrismo social como rezago social, los usos y las costumbres de una cosmo(a)gonía aparte, a la que la indiferencia y la indolencia sociales, la ha dejado en la marginación social. La que desde el año 1994 se alzó el “¡Ya Basta!” Indígena-Campesino Zapatista, la refundación y la reconstrucción autónomas y sociales con Los Caracoles, el devenir integral de la ancestralidad y la alteridad propias, de aceptarse como iguales en la justicia de ser y de hacer. Lo que para adentro es el México profundo, rebelde y revelador de su condición humana como seres humanos, quedando afuera la explotación y la marginación de la mentalidad moderna en los paisajes mexicanos de la corrupción y la impunidad, a sangre y fuego, a la no transparencia y a la rendición de cuentas con fraudes nacionales.   

Segunda Parte
Ha sido más posible que imposible con la alteridad inaceptable, vista y sentida, a quince años del Siglo XX en el Siglo XXI, México, en la totalidad y en la territorialidad nacionales, separado y focalizado, por la causa perdida, de la guerra contra el narco-tráfico con el consabido Estado fallido, y si no, pues sí, con lo de los estados ingobernables por fallidos. Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Michoacán, por sus características ancestrales, indígenas-campesinas, están en conflicto con el Estado mexicano, vulnerados por la imposición caciquil de los gobiernos estatales y la presencia policiaca-militar, la represión y los crímenes contra líderes sociales desde hace tiempo y que se han transformado en historias políticas y sociales aparte, reempiezan-a-reconsiderar la identidad y la pertenencia como partes de la alteridad inaceptable que les han impuesto, en acuerdo o en desacuerdo, en integrismos socioculturales de proyectos nacionales de progreso y modernidad.

    Chiapas, con el “¡Ya Basta!” indígena-campesino zapatista, en el primer día del año 1994, se levantó en armas y se negó a los espejitos del primer mundo porque bien valía morir y sobrevivir a lo que Luis Villoro sintetizaría posterior y textualmente: “En la persistencia de un pasado propio pretende un pueblo verse a sí mismo”. No habiendo otra vía más que la armada, el EZLN fue el reservorio ancestral y cosmogónico de las palabras que luego sustituyeron las armas para una defensa a reserva para lo que aun hoy es la guerra de baja intensidad en Los Caracoles Zapatistas.

    En lo que corresponde a la inaceptable alteridad, el Estado mexicano siempre ha gobernado autoritaria y paternalmente, y la inaceptable alteridad nunca ha podido ser coherente, congruente y consecuente con el antiguo mexicano ante el moderno mexicano por la vía de la gringo-globalización y la multiculturización, que habiendo influenciado desde la clase media a la clase alta, pareciera que las clases sociales, of second hand, flotaran sobre la pobreza y se mantuvieran sometidas a la riqueza de unos pocos contra los demasiados frustrados que no hallan dónde la pertenencia y la identidad, no faltando los desadaptados sociales porque se han transformado en desempleados laborables.

     Lo que confirma la inaceptable alteridad es que de la manera en que se quiera imponer no da más que para la gringoglobalización, cuando existe en el mexicano moderno una confusión solamente satisfecha con lo que tiene y no con lo que es y en donde, la antropología cultural y la psicología social, no alcanzan para ver la pertenencia y la identidad y enseñando el cobre la raza de bronce con sus espejitos de teléfonos celulares cuando viajan, de noche, en el transporte público y se alumbran con la luz de las pantallas, no sin antes hacer filas en los Oxxo por veinte pesos, pudiéndose exagerar en decir que los Oxxo son los soles cósmicos donde el mexicano moderno se carga y se recarga de energía portátil, viajante y caminante, además, de ser y hacerse un ente iluminado y solitariamente incomunicado.

     La alteridad inaceptable de los mexicanos, en el país de sombras espectrales, sin dejar el pasado tiene(n) ante sí mismo(s) una doble significación en el presente: la negación y la confirmación de la alteridad como algo inaceptable y aceptable, principalmente, en lo sociocultural, que no es privativo de los mexicanos y es evidente en los europeos cuando los emigrantes latinoamericanos en España, los árabes en Francia y los sudafricanos en Italia: las-hordas de los-otros siempre han sido los bárbaros tercermundistas versus los civilizados primermundistas, imponiéndose la alteridad inaceptable como ayuda en crisis humanitarias, haciendo de los éxodos campos de reservación o de concentración, para que no se altere la inaceptable alteridad de los-otros que vienen de afuera hacia los-nosotros de adentro.

     La inaceptable alteridad sí funciona en el ente de hacer mas no en el ente de ser, porque hay una pertenencia y una identidad que se resisten socioculturalmente, y cuando las situaciones no son favorables las imposiciones del integrismo sociocultural actúan con los persuasores de lo que se transmite en lo inaceptable y en lo aceptable de la alteridad sociocultural: los mexicanos no somos ciudadanos del mundo, porque escasa y socialmente los somos en el nuestro. La autonomía es posible en el antiguo mexicano actual, que la autonomía en el moderno mexicano contemporáneo. En tanto, la inaceptable alteridad es más impuesta al segundo que al primero porque en la primigeneidad del primero no se ha roto la ancestralidad y en el segundo hace tiempo que se rompió la ancestralidad por la modernidad; mientras que para el primero es la actualidad del pasado en el presente y en el segundo es la contemporaneidad del presente hacia el futuro. El antiguo mexicano actual ha recobrado su pasado, el moderno mexicano lo ha extraviado en el presente.

     La modernidad, como la inaceptable alteridad, funciona en el presente como un dispositivo que al ser oprimido, detona a la tecnociencia, con los instrumentos para transformar a la realidad en la virtualidad, estando al alcance del moderno mexicano y no para el mexicano antiguo, el cual no teniendo más que las artes y las herramientas las ha utilizado para transformar la realidad en un entorno natural, comunitario y social, donde la alteridad es connatural, espiritual-intangible y material-tangible. Si no se confundiera tanto la alteridad con la modernidad…La modernidad jerarquiza los perfiles y los roles sociales hoy más que nunca con el individualismo, y en la alteridad se definen los perfiles y los roles sociales comunitarios del colectivismo. Pero la modernidad ha de-venido atentando contra el entorno de la naturaleza, como homogeneidad y uniformidad a la orden en catálogos de conductas y modas, y el pensamiento único en las palabras, los actos y los hechos humanos.

     La alteridad y la identidad son dos gramáticas en la condición humana, y lo que las articula es la conciencia y el lenguaje del conocimiento y el saber, siempre en la dualidad y en la ambigüedad de ser y de hacer con la condición social de la pertenencia, como un arraigo y un desarraigo: cuando se trata de España (españoles-conquistadores) y México (aztecas-conquistados). Y el otro ejemplo tan antiguo como moderno: Palestina-árabes e Israel-judíos, donde el origen es desarraigado mediante la partición-separación de la alteridad colonizante y la identidad-colonizada, territorial y religiosamente, a fuego y sangre, por aquello de “la tierra prometida”. Luis Villoro, sobre la identidad de los pueblos, expone:
“La búsqueda de la propia identidad abre una alternativa: Una opción es el retorno a una tradición propia, el repudio del cambio, el refugio en el inmovilismo, la renovación de los valores antiguos, el rechazo de la ‘modernidad’: es la solución los movimientos ‘integristas’ o ‘tradicionalistas’. La otra alternativa es la construcción de una nueva construcción de una nueva representación de sí mismo, en que pudiera integrarse lo que una comunidad ha sido con lo que proyecta ser. En este segundo caso, la elección de cambio exige, con mayor urgencia aun, la definición de una identidad propia. En la primera opción la imagen de sí mismo representa un haber fijo, heredado de los antepasados; en la segunda trata, trata de descubrirse en una integración de lo que somos con lo que proyectamos ser. Una y otra opción corresponden a dos vías diferentes de enfrentar el problema de la identidad.”
    La alteridad, a solas, y aceptable a todo modo es pasar del rancho al internet, del campo a la ciudad, del orden al caos, de lo analógico a lo digital, del alfabeto orgánico al internet digital, del analfabetismo funcional al analfabetismo digital, de lo orgánico a lo transgénico, del cambio climático a la climatización de las zonas de confort, de la industrialización a la serialización de la tecnociencia portátil de la obsolescencia. Y que, para la milagrería de la alteridad consumista, deberá estar la inteligencia artificial y no la inteligencia orgánica. La alteridad, si no es la opción y la sombra, y la alternancia que tanto se publipropagandiza desde el poder político y económico, sea de un gobierno y de una iniciativa privada, los cuales tienen que ver con eso de un proyecto de nación por sexenio, cada vez que el partido político preponderante es sustituido por otro partido. El alternante y la alternancia son partes de una visión de la alteridad inaceptable de la hegemonía social, de la globalización económica y la ignominia humana.

    La alteridad inaceptable, la modernidad y la identidad es posible que no funcionen. O que sí funcionen de otra manera para El capitalismo de lujo de Gilles Lipovetsky y para El capitalismo funeral de Vicente Verdú, y lo que para Luis Villoro es adentrarse en el “Estado plural y en la pluralidad cultural” en un país de y en sombras espectrales, donde aún el yelmo y el penacho sobre las cabezas pesan lo que las baratijas y las piezas de oro pesen desde la prehispanidad hasta la actualidad. Los Zetas decapitaron cabezas a diestra y siniestramente, Los Caballeros Templarios asolaron los corazones de las plazas públicas, y Los guerreros Unidos enfosaron las memorias de los muertos y los desaparecidos, mientras que el Estado mexicano, forjado desde las escalinatas de las pirámides, desde los escalones de los palacios y de los elevadores de la modernidad, sigue sólo mirando que en las grutas, en las catacumbas y en los sótanos pervive la alteridad inaceptable en un inframundo que es la mundanidad de la muerte y la impunidad en medio del cielo y sobre la tierra.



  Para cita del artículo: 
 Gallegos. N. (2015). LA ALTERIDAD INACEPTABLE, DE LUIS VILLORO, EN UN  PAÍS DE VIOLENCIA, HORROR Y SOMBRAS (U. A. Sinaloa, Ed.) ARENAS 39(39), 136-148.      




¨ Poeta, promotor cultural, tallerista de literatura y profesor de Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS. Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos, Agua que se está haciendo tarde, tarde que se está haciendo agua (UAS, 1997); (De la) Piel de húmedos vientos trópicos (y la) Tristeza silenciosa en barcos vacíos, Ed. DIFOCUR, Culiacán, Sinaloa, 1989, y antes participó como coautor del libro colectivo 5 X 3 = 8, proa mar adentro, Ed. DIFOCUR, Culiacán, Sinaloa.

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