¿AL ESTILO CULIACÁN? DEL IMAGINARIO DE LA
NARCOCULTURA A LA “CANCIÓN” GRUPERA
Bastante se ha dicho del Movimiento Alterado,[1] la
corriente musical dedicada a cantar elegías del narcotráfico, identificada por
la violencia explícita y la crudeza en sus letras, que narran hasta el estilo
de vida opulento de sus personajes. No obstante, aquí nos centramos en un
ángulo o aspecto de tal producción musical: las llamadas “canciones” dentro del
gusto popular del noroeste y en el género “grupero” para el resto del país, o “regional
mexicano” en Estados Unidos.
Por canciones, los seguidores de este
tipo de música y los mismos cantantes se refieren a las composiciones que
hablan de temas que no son drogas y violencia --al menos no física-- sino de
fiesta, “relajo”, amor, desamor; es una forma de distinguirlas de los corridos
de narcotráfico.
Un seguimiento del llamado Movimiento
Alterado nos ilustra que, aun con esta supuesta distinción, el imaginario narco
y la cultura interiorizada[2]
sustentan y dan sentido a estas “canciones” que han logrado instalarse en el
gusto popular --con o sin censura de por medio-- y marcar la pauta en la música
grupera, abonando a la denominada institucionalización de la narcocultura[3].
A partir de la evolución del fenómeno
del tráfico de drogas y su manifestación en la narcocultura, podemos comprender
el proceso de institucionalización desde cuatro mecanismos, que de alguna forma
se encuentran representados en los corridos y canciones del Movimiento
Alterado.
1. El
traslado del narcotraficante y sus hábitos de la sierra a las ciudades.
2. Las
condiciones de marginación socioeconómicas de la mayoría de la población de
Sinaloa.
3. La
corrupción en el combate al tráfico de drogas.
4. La representación
del narco como nuevo bandolero social.
De la sierra a las ciudades
Para la década de los 70, tras cuarenta
años de la expulsión de la estigmatizada comunidad china, el negocio de la
droga logra consolidarse económicamente, en gran parte gracias al aumento del
consumo en Estados Unidos y la incorporación de los narcotraficantes mexicanos
a las redes mundiales del contrabando, sobre todo de cocaína en detrimento de
la producción de goma de opio derivado de la llamada Operación Cóndor,
estrategia militar que al incursionar en la sierra sinaloense provocó también
la migración de la población rural hacia las ciudades y la de los grandes
traficantes y sus operaciones a Guadalajara, como menciona Luis Astorga (2005).
Este florecimiento vino a la par de un
auge simbólico: los hábitos y manifestaciones culturales de esta actividad
salieron de la sierra de Sinaloa para manifestarse en ciudades de la periferia,
haciendo visible toda una subcultura, hasta ese momento perteneciente sólo a un
sector de la sociedad relacionado con esa actividad, notoriedad a la que también
colaboraron los mass media, al
incorporar a la industria del entretenimiento los corridos de traficantes y sus
primeras películas.
Respecto a los hábitos de un grupo, Berger y Luckmann (1968, 76) lo consideran el
inicio de la gestación de toda institución social, en coincidencia con Pratt
(1997) que los define como “actitud adquirida o tendencia a actuar de una
manera determinada que ha llegado a ser en cierta medida inconsciente y
automática”, de tal suerte que “a veces la costumbre es entendida como el
hábito de grupo”.
Berger y Luckman (1968, 76) establecen
en su teoría que la habituación[4]
antecede a toda institucionalización, pues ésta “aparece cada vez que se da una
tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores”; por
tanto, toda tipificación de esa clase es una institución.
Ambos señalan que habituaciones y
tipificaciones se convierten en instituciones históricas, historicidad que les
da el carácter de objetivas. Las instituciones que todo grupo social ha
consolidado (por ejemplo, la paternidad, el derecho consuetudinario), son
experimentadas como algo existente por encima y más allá de quienes la encaran
en ese momento. Se presentan como algo con una realidad propia, como un hecho
externo y también coercitivo. Sin
embargo, el individuo logra asimilar, mediante esta objetivación del mundo,
“internalizar”, estas pautas y ponerlas en juego en su relación con otros
agentes.
Atendiendo este proceso de habituación
es que autores como Alan Sánchez (2009) mencionan que una vez instalado el
narcotraficante en la periferia de la ciudad, junto con sus hábitos, supo
gestar poco a poco mediante diversos mecanismos de legitimación, un ethos de significados compartidos, ya no
sólo por su sector urbano sino por el citadino, trasmutando así el estigma con
el que arribó a la ciudad, en un emblema.
Algunos rasgos que por tradición se han
identificado como esas pautas de la cultura del narco a raíz del análisis de
sus manifestaciones simbólicas son el culto a la muerte, la resignación a la
misma mediante la idea de ser inherente a la actividad delictiva, la valentía,
el machismo, la lealtad al grupo, el uso y justificación de la violencia en defensa
de los intereses grupales y la objetivación negativa del gobierno y sus
representantes, rasgos que se convertirían en el mundo objetivado, realidad
predispuesta, con poca resistencia, de gran parte de la sociedad sinaloense.
Marginación socioeconómica
No obstante, y aquí vale la pena
recuperar el concepto de habitus[5]
de Bourdieu (1987, 83), para que esta asimilación de los hábitos del
narcotraficante por parte de la sociedad citadina empezara a gestarse, debió
encontrar un punto de convergencia con la realidad de ésta, un principio
generador de prácticas características de la llamada narcocultura y comunes a
ambos sectores sociales; esto aunado a las condiciones de vida marginales en
muchas de las regiones de Sinaloa, contexto que describe detalladamente Nery
Córdova (2011).
Al respecto Sánchez afirma que a partir
de este posicionamiento de la ruralidad representada por el narcotraficante en
el imaginario de la ciudad, “el abanico social fue incluyendo no sólo a los
narcos sino a una considerable cantidad de clases populares que se
identificaban en cuanto a sus anhelos, prácticas, gustos y valores [habitus diríamos]”, que veían en ellos
“a los mesías carismáticos que les permitirían salir del extremo olvido por
parte de las autoridades”, de tal suerte que este carácter de exclusión y
resistencia se convertiría en su vínculo simbólico y principio generador, o habitus, para enfrentar al Estado. Baste
recordar que, como ilustra Córdova (2011), la sierra de Sinaloa,
particularmente Badiraguato y San Ignacio, ha vivido en la pobreza y marginación
político-social, lo mismo que la entonces naciente periferia citadina.
En este contexto puede mirarse a la
aceptación de esta objetivación de la realidad propuesta por la narcocultura a
la cultura de la ciudad, al grado que las hazañas del traficante contra la
autoridad llegan a convertirse en motivo de orgullo y defensa para una parte de
la sociedad.
Si señor
yo soy de rancho/soy de botas y a caballo/soy nacido y criado en el monte/en
barrancos y brechas me la he navegado/el olor a ganado/costales de yerba/el
cantar de los gallos… Pero también me gustan las marcas/vestirme a la
moda/comprar buenos carros/y aunque mi dinero sea ranchero/aquí vale lo
mismo/no me lo he robado/los cerros forrados de la yerba en greña/costales
llenando…
(Soy de
rancho, El Komander)
La corrupción en el combate
contra las drogas
Otro elemento que jugó un rol
fundamental en la expansión del tráfico de drogas y sus hábitos, manifestados a
través de producciones simbólicas y prácticas cotidianas en gran parte del
noroeste, ha sido la corrupción al
interior de las instituciones encargadas de combatirlo. No obstante, la
práctica del soborno a la autoridad no surge en el periodo de auge del
narcotráfico. El mismo Astorga (1995, 61, 62) ofrece testimonios que datan de
1950, los cuales revelan las concesiones otorgadas por parte de elementos del
ejército y diversos cuerpos policiales a los sembradores de amapola y mariguana
a cambio de dinero.
Por su parte, Córdova (2011, 112, 165)
ofrece testimonios que revelan la persistencia del fenómeno en última década,
con énfasis en un importante factor comúnmente ignorado en el discurso oficial:
el lavado de dinero, que junto con la corrupción por parte de importantes
instancias (policiales, fiscales y judiciales) del Estado encargadas de
combatir el narcotráfico, han terminado por ser engranes con labores
específicas del “negocio”.
Precisamente, empresarios del “negocio”
son los protagonistas del corrido alterado, con un supuesto estilo de vida
refinado, dejando atrás al traficante sierreño de los corridos de apenas hace
15 años. El Movimiento Alterado no canta ya las hazañas del que cruza polvo y
yerba hacia Estados Unidos, sino al administrador de las ganancias económicas
del negocio, hijos del viejo traficante.
No
soy mafioso, soy empresario/
los
abogados lo comprobaron/
Ya no
le busquen si no le encuentran/
porque
tal vez un día se revienta/
y a
veces no tengo la paciencia/
me
pongo bravo y ajusto cuentas.
(Brazo derecho, El
Komander)
El narcotraficante como nuevo
bandolero social
Pero este dominio económico no es el
único medio que usó el narcotráfico para lograr la aceptación en la ciudad.
También se valió de la imagen del tipo carismático, representado por la figura
del narco como nuevo bandido-héroe, equiparándose a la figura histórica del
bandido social del Porfiriato y la Revolución, actores que convergen en la
figura de Jesús Malverde; aunado a la idea del narcotráfico como actividad que
garantizaba el ascenso económico y social, perfil reproducido y difundido por
la propia industria cultural, marginal y “oficial”.
Precisamente resulta curioso que hoy el
corrido alterado recurra a la apropiación de esta figura del revolucionario o
del guerrillero. En varias de sus composiciones encontramos una reivindicación
de Pancho Villa por parte de los sicarios protagonistas de estas historias:
Traen mente de varios
revolucionarios/como Pancho Villa peleando en guerrilla/con bazuca y cuerno que
hacen retumbar… (Sanguinarios del M1, Todo el Movimiento Alterado)
El
Macho y los que conforman su gavilla/ atacando de frente estilo Pancho Villa…
(Ajustes Inzunza, Calibre 50)
Se ha resaltado que era tal la
integración de los narcotraficantes a sus comunidades, que en éstas el estigma
atribuido por el Estado a este grupo social se transformó en emblema: los
narcotraficantes para 1970 eran ya figuras atractivas, pues habían logrado salir de las condiciones de rezago económico
y social gracias al narcotráfico; es decir, sin recurrir a las instituciones
legalmente establecidas: escuela y
empleo formal, mismas que no les habrían sido brindadas por el Estado.
Esto, aunado a la realización de obras públicas en sus comunidades y la
violencia hacia quien los desafiara, fue estableciendo normas implícitas de
comportamiento de las comunidades ante la vigilancia y persecución de las
autoridades hacia el narcotraficante.
Así, en las comunidades dedicadas al
cultivo de drogas la cotidianidad ha estado supeditada a una suerte de
“complicidad primaria, que se traduce en norma elemental de sobrevivencia”,
supervivencia que se refleja en interacción, vinculación y socialización
mediante hábitos y pautas de conducta que
terminan construyendo sentido de pertenencia a estos grupos
representativos de la desviación social, como apunta Córdova (2011, 168).
Movimiento
Alterado y música grupera
La relevancia del
Movimiento Alterado también estriba en que marcó la tendencia que habrían de
seguir las agrupaciones que cantaran ya no sólo corridos, sino todas aquellas
del llamado género grupero reciente, que retomaron mucho del imaginario puesto
en circulación por los corridos enfermos,
semántica y musicalmente hablando.
Destacan en estas
composiciones el traslado de toda la semántica de la narcocultura actual, de
todo el imaginario[6] alterado (moda, sociolecto culichi, ideolecto del narco: honor,
machismo, violencia, corrupción) a acciones típicamente cantadas en las baladas
o canciones de corte banda o norteño. No es que antes no se narraran serenatas,
amor, desamor y fiestas en estas composiciones; se hacía, pero no con el
lenguaje y los elementos semánticos de tal crudeza y rudeza.
Esta derivación de la
semántica del corrido alterado en otro subgénero, es una muestra pues de una
parte de la institucionalización de la narcocultura al enunciar y normalizar un
discurso más allá de los dominios tradicionales del corrido de traficantes.
Recordemos que algunas de estas composiciones, al no mencionar explícitamente
pasajes de violencia o tráfico de drogas, pudieron sonar en la radio comercial
e instalarse entre las canciones más populares del género grupero, que goza de
mucha aceptación dentro del gusto popular mexicano. Es un aspecto que cuestiona
en parte la tesis de John Fiske respecto a que la cultura popular, como el
corrido, “no se impone desde arriba” y se realiza fuera de los recursos
materiales del sistema social dominante (Fiske: 2010,
168).
Asimismo resalta la
recuperación del imaginario popular sinaloense y del habla regional como base
de las composiciones. Si bien siempre ha habido una reivindicación del lugar de
origen de estos cantantes (mediante un grito, un saludo o personajes e
historias), la geografía y el habla popular culichi
no habían tenido tanta influencia. Basta revisar las listas de popularidad de
la radio nacional (y algunas de EU) para verificarlo[7], ocupadas en su mayoría por grupos y
composiciones de autores con dicho lugar de origen. De ahí el predominio de
esta reivindicación de Sinaloa, aunque con ella también se haga vigente una
asociación, estereotipada y reduccionista, entre ser nativo del estado y el
narcotráfico y su ideolecto:
Vaya
que hay viejas bien buenas aquí en Culiacán/basta con echar la vuelta por el
boulevard/de preferencia que sea en un carro chingón/ropa de marca pa’que
parezcas buchón/Un fin de semana aquí en Culiacán/es despertar bichi con una edecán/escuchar
la banda tocar mi canción/bailar en la calle un corrido perrón/un fin de semana
aquí en Culiacán pa subir las fotos en el Instagram/presumirle al mundo en
dónde nací/qué viejas tan buenas nacieron aquí/
Carros
de todas las marcas se ven desfilar/gente pesada en blindadas que sale a
pasear/escoltas bien entrenados cuidando al viejón/los antros llenos de juniors
que andan al millón. (Un fin en Culiacán, La Adictiva Banda San José de
Mesillas)
Es evidente que
estamos ante la misma semántica del corrido alterado, la cual vemos es limitada
en cuanto al léxico. No obstante esta limitación, refuerza la visión de la
realidad propia de la narcocultura, cimentada generalmente en posiciones
encontradas, dicotómicas. Para muestra algunos términos presentes en dichas
composiciones:
Enfierrar. En el corrido alterado y en el habla popular sinaloense remite a la
acción de hacerse acompañar con la banda musical para festejar. Pero también se
refiere a la acción de conducir un automóvil a alta velocidad, de ahí que se
use la expresión cuando se quiere denotar prisa y energía, como cuando se le
pide a una banda musical que se arranque
con la música, aunque en los corridos enfermos describe también el arsenal (fierros) y forma de operar de los
sicarios.
Destaca que la
polisemia expresada por estas palabras refleje hábitos característicos en la
cultura del narcotráfico, donde las armas y la banda (fierros) se hacen presentes no sólo para festejar algún
acontecimiento o el éxito en alguna empresa, sino también a la hora de dar
sepultura a alguien (donde pareciera festejarse que el occiso vivió la vida
como se debe: con honor, derrochando y en fiesta permanente). O más aún:
expresa la delgada frontera entre la vida y la muerte que los personajes de
corridos ven tan cerca (sobre todo el sicario y el adicto), el continuo vaivén
entre la fiesta y el luto, expresados en los estereotipos del narcojúnior
y el sicario, siempre presentes en el Movimiento Alterado.
El término arremangar es igual de polisémico y
contrastante, pues lo mismo refiere a violentar, balear, matar, estar eufórico,
consumir drogas, que a tener sexo (“Y quién te va a arremangar por las noches”,
dicen Los Buknas de Culiacán en una de sus canciones). Es casi el equivalente a
chingar, diríamos.
Es el mismo caso de
la palabra “polvaderón”, que cuenta con un anclaje profundo en el imaginario,
pues es común encontrar corridos y canciones en que la palabra es usada como
adjetivo que da cierta cualidad a las acciones descritas, tornándolas en signos
de identidad de los personajes, al recordarnos escenas o hábitos propios de la
ruralidad sinaloense y el tráfico de drogas. Así, las frases “se mira el polvaderón, son señas que
voy llegando” y “se va por terracería, los carros bien empolvados” nos remiten
a eso que Hymes llamó escena psicosocial[8], en este caso la sierra donde estos personajes
imponen su autoridad a bordo de sus trocas.
Qué decir de las
alusiones a las hieleras, que lo mismo son indispensables dentro de las fiestas
narradas por estos corridos (“No me gusta andar muy seco, traigo la hielera
llena”, “Sentado en una hielera y
escuchando un corrido”) que códigos de la comunicación disuasiva del narco (“No
se me atraviesen, pues los voy a trozar y en una hielera los voy a mandar”).
Estamos ante un
imaginario expresado en un lenguaje que nos remite a los dos extremos que dan
sentido al discurso y acciones de la cultura narco, a su cultura interiorizada:
vida y muerte, donde la primera se asume no muy lejos del estilo promovido por
el discurso del sistema económico imperante (vivir sólo para consumir) y al
acecho constante de la segunda, como bien sintetizan Los Buitres de Culiacán:
“Más vale un año de vacas gordas, que cien de perro en cualquier lugar”.
Cabe destacar el
carácter desafiante hacia eso que Bourdieu (1985, 20) llamó discurso dominante
--cimentado en una lengua oficial, estándar o légítima-- por parte del lenguaje
del corrido alterado, puesto que, a diferencia de las composiciones
precursoras, no se adaptó a un habla más “neutral” en pro de llegar a un
público más allá de lo local. Recicló el habla culichi y dio preferencia a la inventiva de los compositores
locales, continuando con la visión de lo sierreño y sus hábitos como lo
aceptable. Es en el lenguaje del corrido alterado donde estriba su resistencia
más importante, por toda la cultura que representa.
A manera de conclusión
La canción grupera derivada e
influenciada por el Movimiento Alterado supone una actualización para el
análisis de las producciones simbólicas de la narcocultura. Representa una
visión del fenómeno del narcotráfico inserto ya en una dinámica más global,
moderna y compleja, por la que se mezclan imaginarios rurales y urbanos,
legales e ilegales, donde los nuevos protagonistas son herederos del negocio
impulsado hace décadas, personajes que no necesitan justificar su incorporación
a éste por pobreza, como sus antecesores, pues son parte de los eslabones menos
estigmatizados y perseguidos de dicha actividad, “empresarios”, léase lavadores
de dinero, pero no por ello menos importantes.
Visto así, el discurso de estos corridos
verifica la noción de cultura como proceso de producción y actualización de
modelos simbólicos, al menos en su papel de representación. Habría que
comprobar qué tanto éstos orientan la acción de quienes los consumen, ya no sólo
en el noroeste del país sino en el centro y sur, donde gozan de mucha
popularidad. Asimismo corrobora la noción de imaginario como elemento
instituyente de significaciones sociales, pues si bien la violencia, muerte,
ilegalidad, propios del mundo del narcotráfico no son símbolos en sí mismos, sí
son entendidos, valorados y comunicados mediante imágenes que nos remiten a
estos actos, aun sin explicitarlos: una hielera, una “blindada”, un
“polvaderón”, una “loquera”.
Pero mediante la representación --tipificación u objetivación en términos de
Berger y Luckman-- del narco como empresario, del sicario como guerrillero, y
el imaginario asociado a la moda, el corrido alterado continúa la justificación
ideológica de las actividades asociadas al tráfico de drogas ilícitas, al
despojarlas del estigma que las ha acompañado. Así, las canciones derivadas del
Movimiento Alterado representan la consolidación del tránsito del estigma al
emblema.
En este aspecto consideramos el universo
semántico de la moda y el consumo como un recurso más de “lavado social” de la
imagen del narcotraficante, encaminado a desestigmatizarlo y presentarlo como
un miembro de la clase dominante, emparentarlo, como afirma Villarreal (2010),
con los “nuevos ricos de México”: líderes sindicales, estrellas del
espectáculo, futbolistas, políticos caciquiles, también adeptos al alarde y
estridencia del poder despótico, o en términos de Bourdieu, poseedores del
mismo habitus que suma la fuerza y la
ostentación contra las formas.
La resistencia de la narcocultura, vista
desde el corrido, se registra en la resignificación que se hace en ellos, aquí
sí como apuntan Fiske y Silverstone (2004), de los productos o las formas
simbólicas de la industria cultural, de la incorporación de lo global a las
prácticas locales, de la apropiación con fines de distinción de marcas,
Buchanan’s, Ferrari, Armani…, volviéndolas parte de todo el imaginario con el
cual el corrido representa, mantiene y comunica la concepción del mundo,
sentido de la vida, valores, códigos y costumbres por parte del narcotráfico y
sus actores.
Estas coincidencias y resistencias en el
discurso del corrido alterado y sus derivados ilustran la inviabilidad de la
división tajante entre cultura popular y cultura dominante. Antes bien nos
hablan de lo popular frente a lo “dominante” como entrelazamiento de
referentes, complicidades y resistencias.
Para cita del artículo:
GONZÁLEZ FLORES, L. (2015). ¿AL ESTILO CULIACÁN? DEL IMAGINARIO DE LA NARCOCULTURA A LA “CANCIÓN” GRUPERA (U. A. Sinaloa, Ed.) ARENAS 39(39), 105-118.
¨ Profesor universitario, periodista e investigador independiente. Es Maestro
en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la UNAM. Su tesis de grado se tituló: “Bucanas, cerveza y banda: el discurso
del corrido alterado durante la “guerra contra el narcotráfico””.
[1] Para conocer un análisis más detallado de esta corriente musical y su
imaginario ver: González, Luis Ángel (2014), donde se encuentra el análisis
íntegro de la canción grupera en el Movimiento Alterado.
[2] Término acuñado por Gilberto Giménez (2007, 45), por el cual designa
aquellos esquemas cognitivos, nociones, mentalidades o ideologías que generan o
se materializan en prácticas, costumbres, creencias, ritos, mitos,
manifestaciones simbólicas —como el arte, los discursos, la música, es decir,
cultura objetivada o formas simbólicas— y que dan sentido a las acciones de los
miembros de un grupo determinado.
[3] Cabe destacar que por institucionalización nos referimos al “proceso
de fijación de pautas de conducta que se repiten en acciones habitualizadas, de
manera duradera, compleja, integrada y organizada, por los individuos o
colectivos, mediante las cuales se ejercerá un orden o control social que
determinará las formas de relación, roles, estatus, medios, valores,
significados, códigos de comportamiento”. Mientras que por narcocultura
entendemos el proceso constante de institucionalización y legitimación de
hábitos, prácticas y códigos axiológicos e imaginarios relacionados con el tráfico
de drogas ilícitas.
[4] Ambos sociólogos plantean que todo hábito “genera una pauta que luego
puede reproducirse con economía de esfuerzos y que ipso facto es aprehendida como tal por el que la ejecuta”
[5] Para el autor, el habitus es
a la vez, en efecto, el principio generador de prácticas objetivamente
enclasables y el sistema de enclasamiento (principius
divisionis) de esas prácticas. Es en la relación entre las dos capacidades
que definen al habitus —la capacidad
de producir unas prácticas y unas obras enclasables y la capacidad de
diferenciar y de apreciar esas prácticas (gusto)— donde se constituye el mundo
social representado: el espacio de los estilos de vida. Mas aún: Bourdieu establece el carácter “no
consciente” de la búsqueda de un objetivo en el seguimiento de ese esquema
práctico, a la manera que se hace en un juego.
[6] Entendido el concepto a la manera de Castoriadis (1986): red de
significados compartidos por un grupo social, la cual dirige y orienta la
acción, para dar unidad a dicha sociedad.
[7] Ver http://laz.mx/chart/07-de-marzo-de-2015 http://monitorlatino.com/home/usa/regional-mex/ consultadas
el 12 de marzo de 2015.
[8] Para el autor (citado por Calsamiglia y Tusón, 1999) a través de la
experiencia sociocultural cotidiana, el hombre va incorporando a su manera de
interpretar el entorno, una serie de rasgos de lo que habitualmente se produce
en un determinado lugar y en un determinado tiempo.
Berger, Peter y Thomas Luckman (1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu.
Bourdieu, Pierre (1985). ¿Qué significa hablar? Madrid: Akal.
_______(1987). La distinción, criterios y bases sociales del gusto. Barcelona: Taurus.
Calsamiglia, Helena y Amparo Tusón (1999). Las cosas del decir, manual de análisis del discurso. Barcelona: Ariel.
Castoriadis, Cornelius (1986). El campo de lo social histórico. Recuperado el 10 de agosto de 2013 de http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/estudio04/sec_3.html
Córdova, Nery (2011). La narcocultura: simbología de la transgesión, el poder y la muerte. Sinaloa y la “leyenda negra”. México: Universidad Autónoma de Sinaloa.
Fiske, John (1989). Reading the popular. Nueva York: Routledge.
_________ (2010). Understanding Popular Culture. Nueva York: Routledge.
Giménez, Gilberto (2007). Estudios sobre la cultura y las identidades sociales. México: Conaculta-ITESO.
González, Luis Ángel (2014). Bucanas, cerveza y banda. El discurso del corrido alterado durante la “guerra contra el narcotráfico”, tesis de maestría en Comunicación, FCPyS/UNAM.
Lipovetsky, Gilles (2007, agosto). La sociedad del hiperconsumo. Conferencia impartida en la Cátedra “Alfonso Reyes” del ITESM, Monterrey, México.
Pratt, Henry (1997). Diccionario de sociología. México: FCE.
Sánchez, Alan (2009, enero/junio): Procesos de institucionalización de la narcocultura en Sinaloa. Revista Frontera Norte, 41.
Silverstone, Roger (2004). ¿Por qué estudiar los medios?. Buenos Aires: Amorrourtu.
Villarreal, Héctor (2010) Narcomentarios a la narcocultura narcomexicana. Recuperado el 10 de junio de 2011 de http://revistareplicante.com/narcomentarios-a-la-narcocultura-narcomexicana/
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