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viernes, 15 de mayo de 2015

¿AL ESTILO CULIACÁN? DEL IMAGINARIO DE LA NARCOCULTURA A LA “CANCIÓN” GRUPERA

¿AL ESTILO CULIACÁN? DEL IMAGINARIO DE LA NARCOCULTURA A LA “CANCIÓN” GRUPERA


Luis Ángel GONZÁLEZ FLORES¨

Bastante se ha dicho del Movimiento Alterado,[1] la corriente musical dedicada a cantar elegías del narcotráfico, identificada por la violencia explícita y la crudeza en sus letras, que narran hasta el estilo de vida opulento de sus personajes. No obstante, aquí nos centramos en un ángulo o aspecto de tal producción musical: las llamadas “canciones” dentro del gusto popular del noroeste y en el género “grupero” para el resto del país, o “regional mexicano” en Estados Unidos.


     Por canciones, los seguidores de este tipo de música y los mismos cantantes se refieren a las composiciones que hablan de temas que no son drogas y violencia --al menos no física-- sino de fiesta, “relajo”, amor, desamor; es una forma de distinguirlas de los corridos de narcotráfico.

    Un seguimiento del llamado Movimiento Alterado nos ilustra que, aun con esta supuesta distinción, el imaginario narco y la cultura interiorizada[2] sustentan y dan sentido a estas “canciones” que han logrado instalarse en el gusto popular --con o sin censura de por medio-- y marcar la pauta en la música grupera, abonando a la denominada institucionalización de la narcocultura[3].

      A partir de la evolución del fenómeno del tráfico de drogas y su manifestación en la narcocultura, podemos comprender el proceso de institucionalización desde cuatro mecanismos, que de alguna forma se encuentran representados en los corridos y canciones del Movimiento Alterado.

1. El traslado del narcotraficante y sus hábitos de la sierra a las ciudades.
2. Las condiciones de marginación socioeconómicas de la mayoría de la población de Sinaloa.
3. La corrupción en el combate al tráfico de drogas.
4. La representación del narco como nuevo bandolero social.

De la sierra a las ciudades
Para la década de los 70, tras cuarenta años de la expulsión de la estigmatizada comunidad china, el negocio de la droga logra consolidarse económicamente, en gran parte gracias al aumento del consumo en Estados Unidos y la incorporación de los narcotraficantes mexicanos a las redes mundiales del contrabando, sobre todo de cocaína en detrimento de la producción de goma de opio derivado de la llamada Operación Cóndor, estrategia militar que al incursionar en la sierra sinaloense provocó también la migración de la población rural hacia las ciudades y la de los grandes traficantes y sus operaciones a Guadalajara, como menciona Luis Astorga (2005).

     Este florecimiento vino a la par de un auge simbólico: los hábitos y manifestaciones culturales de esta actividad salieron de la sierra de Sinaloa para manifestarse en ciudades de la periferia, haciendo visible toda una subcultura, hasta ese momento perteneciente sólo a un sector de la sociedad relacionado con esa actividad, notoriedad a la que también colaboraron los mass media, al incorporar a la industria del entretenimiento los corridos de traficantes y sus primeras películas.

     Respecto a los hábitos de un grupo,  Berger y Luckmann (1968, 76) lo consideran el inicio de la gestación de toda institución social, en coincidencia con Pratt (1997) que los define como “actitud adquirida o tendencia a actuar de una manera determinada que ha llegado a ser en cierta medida inconsciente y automática”, de tal suerte que “a veces la costumbre es entendida como el hábito de grupo”.
   Berger y Luckman (1968, 76) establecen en su teoría que la habituación[4] antecede a toda institucionalización, pues ésta “aparece cada vez que se da una tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores”; por tanto, toda tipificación de esa clase es una institución.

   Ambos señalan que habituaciones y tipificaciones se convierten en instituciones históricas, historicidad que les da el carácter de objetivas. Las instituciones que todo grupo social ha consolidado (por ejemplo, la paternidad, el derecho consuetudinario), son experimentadas como algo existente por encima y más allá de quienes la encaran en ese momento. Se presentan como algo con una realidad propia, como un hecho externo y también coercitivo.  Sin embargo, el individuo logra asimilar, mediante esta objetivación del mundo, “internalizar”, estas pautas y ponerlas en juego en su relación con otros agentes.

     Atendiendo este proceso de habituación es que autores como Alan Sánchez (2009) mencionan que una vez instalado el narcotraficante en la periferia de la ciudad, junto con sus hábitos, supo gestar poco a poco mediante diversos mecanismos de legitimación, un ethos de significados compartidos, ya no sólo por su sector urbano sino por el citadino, trasmutando así el estigma con el que arribó a la ciudad, en un emblema.
     
    Algunos rasgos que por tradición se han identificado como esas pautas de la cultura del narco a raíz del análisis de sus manifestaciones simbólicas son el culto a la muerte, la resignación a la misma mediante la idea de ser inherente a la actividad delictiva, la valentía, el machismo, la lealtad al grupo, el uso y justificación de la violencia en defensa de los intereses grupales y la objetivación negativa del gobierno y sus representantes, rasgos que se convertirían en el mundo objetivado, realidad predispuesta, con poca resistencia, de gran parte de la sociedad sinaloense.
Marginación socioeconómica

    No obstante, y aquí vale la pena recuperar el concepto de habitus[5] de Bourdieu (1987, 83), para que esta asimilación de los hábitos del narcotraficante por parte de la sociedad citadina empezara a gestarse, debió encontrar un punto de convergencia con la realidad de ésta, un principio generador de prácticas características de la llamada narcocultura y comunes a ambos sectores sociales; esto aunado a las condiciones de vida marginales en muchas de las regiones de Sinaloa, contexto que describe detalladamente Nery Córdova (2011).

    Al respecto Sánchez afirma que a partir de este posicionamiento de la ruralidad representada por el narcotraficante en el imaginario de la ciudad, “el abanico social fue incluyendo no sólo a los narcos sino a una considerable cantidad de clases populares que se identificaban en cuanto a sus anhelos, prácticas, gustos y valores [habitus diríamos]”, que veían en ellos “a los mesías carismáticos que les permitirían salir del extremo olvido por parte de las autoridades”, de tal suerte que este carácter de exclusión y resistencia se convertiría en su vínculo simbólico y principio generador, o habitus, para enfrentar al Estado. Baste recordar que, como ilustra Córdova (2011), la sierra de Sinaloa, particularmente Badiraguato y San Ignacio, ha vivido en la pobreza y marginación político-social, lo mismo que la entonces naciente periferia citadina.

    En este contexto puede mirarse a la aceptación de esta objetivación de la realidad propuesta por la narcocultura a la cultura de la ciudad, al grado que las hazañas del traficante contra la autoridad llegan a convertirse en motivo de orgullo y defensa para una parte de la sociedad.

Si señor yo soy de rancho/soy de botas y a caballo/soy nacido y criado en el monte/en barrancos y brechas me la he navegado/el olor a ganado/costales de yerba/el cantar de los gallos… Pero también me gustan las marcas/vestirme a la moda/comprar buenos carros/y aunque mi dinero sea ranchero/aquí vale lo mismo/no me lo he robado/los cerros forrados de la yerba en greña/costales llenando…
(Soy de rancho, El Komander)

La corrupción en el combate contra las drogas
Otro elemento que jugó un rol fundamental en la expansión del tráfico de drogas y sus hábitos, manifestados a través de producciones simbólicas y prácticas cotidianas en gran parte del noroeste, ha sido la corrupción al interior de las instituciones encargadas de combatirlo. No obstante, la práctica del soborno a la autoridad no surge en el periodo de auge del narcotráfico. El mismo Astorga (1995, 61, 62) ofrece testimonios que datan de 1950, los cuales revelan las concesiones otorgadas por parte de elementos del ejército y diversos cuerpos policiales a los sembradores de amapola y mariguana a cambio de dinero.

    Por su parte, Córdova (2011, 112, 165) ofrece testimonios que revelan la persistencia del fenómeno en última década, con énfasis en un importante factor comúnmente ignorado en el discurso oficial: el lavado de dinero, que junto con la corrupción por parte de importantes instancias (policiales, fiscales y judiciales) del Estado encargadas de combatir el narcotráfico, han terminado por ser engranes con labores específicas del “negocio”.

   Precisamente, empresarios del “negocio” son los protagonistas del corrido alterado, con un supuesto estilo de vida refinado, dejando atrás al traficante sierreño de los corridos de apenas hace 15 años. El Movimiento Alterado no canta ya las hazañas del que cruza polvo y yerba hacia Estados Unidos, sino al administrador de las ganancias económicas del negocio, hijos del viejo traficante.

No soy mafioso, soy empresario/
los abogados lo comprobaron/
Ya no le busquen si no le encuentran/
porque tal vez un día se revienta/
y a veces no tengo la paciencia/
me pongo bravo y ajusto cuentas.
(Brazo derecho, El Komander)

El narcotraficante como nuevo bandolero social
Pero este dominio económico no es el único medio que usó el narcotráfico para lograr la aceptación en la ciudad. También se valió de la imagen del tipo carismático, representado por la figura del narco como nuevo bandido-héroe, equiparándose a la figura histórica del bandido social del Porfiriato y la Revolución, actores que convergen en la figura de Jesús Malverde; aunado a la idea del narcotráfico como actividad que garantizaba el ascenso económico y social, perfil reproducido y difundido por la propia industria cultural, marginal y “oficial”.

     Precisamente resulta curioso que hoy el corrido alterado recurra a la apropiación de esta figura del revolucionario o del guerrillero. En varias de sus composiciones encontramos una reivindicación de Pancho Villa por parte de los sicarios protagonistas de estas historias:

Traen mente de varios revolucionarios/como Pancho Villa peleando en guerrilla/con bazuca y cuerno que hacen retumbar… (Sanguinarios del M1, Todo el Movimiento Alterado)
El Macho y los que conforman su gavilla/ atacando de frente estilo Pancho Villa… (Ajustes Inzunza, Calibre 50)

      Se ha resaltado que era tal la integración de los narcotraficantes a sus comunidades, que en éstas el estigma atribuido por el Estado a este grupo social se transformó en emblema: los narcotraficantes para 1970 eran ya figuras atractivas, pues habían logrado  salir de las condiciones de rezago económico y social gracias al narcotráfico; es decir, sin recurrir a las instituciones legalmente establecidas: escuela y  empleo formal, mismas que no les habrían sido brindadas por el Estado. Esto, aunado a la realización de obras públicas en sus comunidades y la violencia hacia quien los desafiara, fue estableciendo normas implícitas de comportamiento de las comunidades ante la vigilancia y persecución de las autoridades hacia el narcotraficante.

     Así, en las comunidades dedicadas al cultivo de drogas la cotidianidad ha estado supeditada a una suerte de “complicidad primaria, que se traduce en norma elemental de sobrevivencia”, supervivencia que se refleja en interacción, vinculación y socialización mediante hábitos y pautas de conducta que  terminan construyendo sentido de pertenencia a estos grupos representativos de la desviación social, como apunta Córdova (2011, 168).

Movimiento Alterado y música grupera
La relevancia del Movimiento Alterado también estriba en que marcó la tendencia que habrían de seguir las agrupaciones que cantaran ya no sólo corridos, sino todas aquellas del llamado género grupero reciente, que retomaron mucho del imaginario puesto en circulación por los corridos enfermos, semántica y musicalmente hablando.

     Destacan en estas composiciones el traslado de toda la semántica de la narcocultura actual, de todo el imaginario[6] alterado (moda, sociolecto culichi, ideolecto del narco: honor, machismo, violencia, corrupción) a acciones típicamente cantadas en las baladas o canciones de corte banda o norteño. No es que antes no se narraran serenatas, amor, desamor y fiestas en estas composiciones; se hacía, pero no con el lenguaje y los elementos semánticos de tal crudeza y rudeza.

     Esta derivación de la semántica del corrido alterado en otro subgénero, es una muestra pues de una parte de la institucionalización de la narcocultura al enunciar y normalizar un discurso más allá de los dominios tradicionales del corrido de traficantes. Recordemos que algunas de estas composiciones, al no mencionar explícitamente pasajes de violencia o tráfico de drogas, pudieron sonar en la radio comercial e instalarse entre las canciones más populares del género grupero, que goza de mucha aceptación dentro del gusto popular mexicano. Es un aspecto que cuestiona en parte la tesis de John Fiske respecto a que la cultura popular, como el corrido, “no se impone desde arriba” y se realiza fuera de los recursos materiales del sistema social dominante (Fiske: 2010, 168).

    Asimismo resalta la recuperación del imaginario popular sinaloense y del habla regional como base de las composiciones. Si bien siempre ha habido una reivindicación del lugar de origen de estos cantantes (mediante un grito, un saludo o personajes e historias), la geografía y el habla popular culichi no habían tenido tanta influencia. Basta revisar las listas de popularidad de la radio nacional (y algunas de EU) para verificarlo[7], ocupadas en su mayoría por grupos y composiciones de autores con dicho lugar de origen. De ahí el predominio de esta reivindicación de Sinaloa, aunque con ella también se haga vigente una asociación, estereotipada y reduccionista, entre ser nativo del estado y el narcotráfico y su ideolecto:

Vaya que hay viejas bien buenas aquí en Culiacán/basta con echar la vuelta por el boulevard/de preferencia que sea en un carro chingón/ropa de marca pa’que parezcas buchón/Un fin de semana aquí en Culiacán/es despertar bichi con una edecán/escuchar la banda tocar mi canción/bailar en la calle un corrido perrón/un fin de semana aquí en Culiacán pa subir las fotos en el Instagram/presumirle al mundo en dónde nací/qué viejas tan buenas nacieron aquí/
Carros de todas las marcas se ven desfilar/gente pesada en blindadas que sale a pasear/escoltas bien entrenados cuidando al viejón/los antros llenos de juniors que andan al millón. (Un fin en Culiacán, La Adictiva Banda San José de Mesillas)

     Es evidente que estamos ante la misma semántica del corrido alterado, la cual vemos es limitada en cuanto al léxico. No obstante esta limitación, refuerza la visión de la realidad propia de la narcocultura, cimentada generalmente en posiciones encontradas, dicotómicas. Para muestra algunos términos presentes en dichas composiciones:

     Enfierrar. En el corrido alterado y en el habla popular sinaloense remite a la acción de hacerse acompañar con la banda musical para festejar. Pero también se refiere a la acción de conducir un automóvil a alta velocidad, de ahí que se use la expresión cuando se quiere denotar prisa y energía, como cuando se le pide a una banda musical que se arranque con la música, aunque en los corridos enfermos describe también el arsenal (fierros) y forma de operar de los sicarios.

      Destaca que la polisemia expresada por estas palabras refleje hábitos característicos en la cultura del narcotráfico, donde las armas y la banda (fierros) se hacen presentes no sólo para festejar algún acontecimiento o el éxito en alguna empresa, sino también a la hora de dar sepultura a alguien (donde pareciera festejarse que el occiso vivió la vida como se debe: con honor, derrochando y en fiesta permanente). O más aún: expresa la delgada frontera entre la vida y la muerte que los personajes de corridos ven tan cerca (sobre todo el sicario y el adicto), el continuo vaivén entre la fiesta y el luto, expresados en los estereotipos del  narcojúnior y el sicario, siempre presentes en el Movimiento Alterado.

     El término arremangar es igual de polisémico y contrastante, pues lo mismo refiere a violentar, balear, matar, estar eufórico, consumir drogas, que a tener sexo (“Y quién te va a arremangar por las noches”, dicen Los Buknas de Culiacán en una de sus canciones). Es casi el equivalente a chingar, diríamos.

    Es el mismo caso de la palabra “polvaderón”, que cuenta con un anclaje profundo en el imaginario, pues es común encontrar corridos y canciones en que la palabra es usada como adjetivo que da cierta cualidad a las acciones descritas, tornándolas en signos de identidad de los personajes, al recordarnos escenas o hábitos propios de la ruralidad sinaloense y el tráfico de drogas. Así, las  frases “se mira el polvaderón, son señas que voy llegando” y “se va por terracería, los carros bien empolvados” nos remiten a eso que Hymes llamó escena psicosocial[8], en este caso la sierra donde estos personajes imponen su autoridad a bordo de sus trocas.

    Qué decir de las alusiones a las hieleras, que lo mismo son indispensables dentro de las fiestas narradas por estos corridos (“No me gusta andar muy seco, traigo la hielera llena”, “Sentado en una hielera y escuchando un corrido”) que códigos de la comunicación disuasiva del narco (“No se me atraviesen, pues los voy a trozar y en una hielera los voy a mandar”).

     Estamos ante un imaginario expresado en un lenguaje que nos remite a los dos extremos que dan sentido al discurso y acciones de la cultura narco, a su cultura interiorizada: vida y muerte, donde la primera se asume no muy lejos del estilo promovido por el discurso del sistema económico imperante (vivir sólo para consumir) y al acecho constante de la segunda, como bien sintetizan Los Buitres de Culiacán: “Más vale un año de vacas gordas, que cien de perro en cualquier lugar”.

     Cabe destacar el carácter desafiante hacia eso que Bourdieu (1985, 20) llamó discurso dominante --cimentado en una lengua oficial, estándar o légítima-- por parte del lenguaje del corrido alterado, puesto que, a diferencia de las composiciones precursoras, no se adaptó a un habla más “neutral” en pro de llegar a un público más allá de lo local. Recicló el habla culichi y dio preferencia a la inventiva de los compositores locales, continuando con la visión de lo sierreño y sus hábitos como lo aceptable. Es en el lenguaje del corrido alterado donde estriba su resistencia más importante, por toda la cultura que representa.

A manera de conclusión
La canción grupera derivada e influenciada por el Movimiento Alterado supone una actualización para el análisis de las producciones simbólicas de la narcocultura. Representa una visión del fenómeno del narcotráfico inserto ya en una dinámica más global, moderna y compleja, por la que se mezclan imaginarios rurales y urbanos, legales e ilegales, donde los nuevos protagonistas son herederos del negocio impulsado hace décadas, personajes que no necesitan justificar su incorporación a éste por pobreza, como sus antecesores, pues son parte de los eslabones menos estigmatizados y perseguidos de dicha actividad, “empresarios”, léase lavadores de dinero, pero no por ello menos importantes.

      Visto así, el discurso de estos corridos verifica la noción de cultura como proceso de producción y actualización de modelos simbólicos, al menos en su papel de representación. Habría que comprobar qué tanto éstos orientan la acción de quienes los consumen, ya no sólo en el noroeste del país sino en el centro y sur, donde gozan de mucha popularidad. Asimismo corrobora la noción de imaginario como elemento instituyente de significaciones sociales, pues si bien la violencia, muerte, ilegalidad, propios del mundo del narcotráfico no son símbolos en sí mismos, sí son entendidos, valorados y comunicados mediante imágenes que nos remiten a estos actos, aun sin explicitarlos: una hielera, una “blindada”, un “polvaderón”, una “loquera”.

      Pero mediante la representación  --tipificación u objetivación en términos de Berger y Luckman-- del narco como empresario, del sicario como guerrillero, y el imaginario asociado a la moda, el corrido alterado continúa la justificación ideológica de las actividades asociadas al tráfico de drogas ilícitas, al despojarlas del estigma que las ha acompañado. Así, las canciones derivadas del Movimiento Alterado representan la consolidación del tránsito del estigma al emblema.

     En este aspecto consideramos el universo semántico de la moda y el consumo como un recurso más de “lavado social” de la imagen del narcotraficante, encaminado a desestigmatizarlo y presentarlo como un miembro de la clase dominante, emparentarlo, como afirma Villarreal (2010), con los “nuevos ricos de México”: líderes sindicales, estrellas del espectáculo, futbolistas, políticos caciquiles, también adeptos al alarde y estridencia del poder despótico, o en términos de Bourdieu, poseedores del mismo habitus que suma la fuerza y la ostentación contra las formas.

     La resistencia de la narcocultura, vista desde el corrido, se registra en la resignificación que se hace en ellos, aquí sí como apuntan Fiske y Silverstone (2004), de los productos o las formas simbólicas de la industria cultural, de la incorporación de lo global a las prácticas locales, de la apropiación con fines de distinción de marcas, Buchanan’s, Ferrari, Armani…, volviéndolas parte de todo el imaginario con el cual el corrido representa, mantiene y comunica la concepción del mundo, sentido de la vida, valores, códigos y costumbres por parte del narcotráfico y sus actores.

     Estas coincidencias y resistencias en el discurso del corrido alterado y sus derivados ilustran la inviabilidad de la división tajante entre cultura popular y cultura dominante. Antes bien nos hablan de lo popular frente a lo “dominante” como entrelazamiento de referentes, complicidades y resistencias.


  Para cita del artículo: 
 GONZÁLEZ FLORES, L.  (2015). ¿AL ESTILO CULIACÁN? DEL IMAGINARIO DE LA NARCOCULTURA A LA “CANCIÓN” GRUPERA  (U. A. Sinaloa, Ed.) ARENAS 39(39), 105-118.     






¨ Profesor universitario, periodista e investigador independiente. Es Maestro en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Su tesis de grado se tituló: “Bucanas, cerveza y banda: el discurso del corrido alterado durante la “guerra contra el narcotráfico””.
[1] Para conocer un análisis más detallado de esta corriente musical y su imaginario ver: González, Luis Ángel (2014), donde se encuentra el análisis íntegro de la canción grupera en el Movimiento Alterado.
[2] Término acuñado por Gilberto Giménez (2007, 45), por el cual designa aquellos esquemas cognitivos, nociones, mentalidades o ideologías que generan o se materializan en prácticas, costumbres, creencias, ritos, mitos, manifestaciones simbólicas —como el arte, los discursos, la música, es decir, cultura objetivada o formas simbólicas— y que dan sentido a las acciones de los miembros de un grupo determinado.
[3] Cabe destacar que por institucionalización nos referimos al “proceso de fijación de pautas de conducta que se repiten en acciones habitualizadas, de manera duradera, compleja, integrada y organizada, por los individuos o colectivos, mediante las cuales se ejercerá un orden o control social que determinará las formas de relación, roles, estatus, medios, valores, significados, códigos de comportamiento”. Mientras que por narcocultura entendemos el proceso constante de institucionalización y legitimación de hábitos, prácticas y códigos axiológicos e imaginarios relacionados con el tráfico de drogas ilícitas.

[4] Ambos sociólogos plantean que todo hábito “genera una pauta que luego puede reproducirse con economía de esfuerzos y que ipso facto es aprehendida como tal por el que la ejecuta”
[5] Para el autor, el habitus es a la vez, en efecto, el principio generador de prácticas objetivamente enclasables y el sistema de enclasamiento (principius divisionis) de esas prácticas. Es en la relación entre las dos capacidades que definen al habitus —la capacidad de producir unas prácticas y unas obras enclasables y la capacidad de diferenciar y de apreciar esas prácticas (gusto)— donde se constituye el mundo social representado: el espacio de los estilos de vida. Mas aún: Bourdieu establece el carácter “no consciente” de la búsqueda de un objetivo en el seguimiento de ese esquema práctico, a la manera que se hace en un juego.

[6] Entendido el concepto a la manera de Castoriadis (1986): red de significados compartidos por un grupo social, la cual dirige y orienta la acción, para dar unidad a dicha sociedad.
[8] Para el autor (citado por Calsamiglia y Tusón, 1999) a través de la experiencia sociocultural cotidiana, el hombre va incorporando a su manera de interpretar el entorno, una serie de rasgos de lo que habitualmente se produce en un determinado lugar y en un determinado tiempo.
Astorga, Luis (1995). Mitología del narcotraficante en México. México: Plaza y Valdés, UNAM.
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_______(1987). La distinción, criterios y bases sociales del gusto. Barcelona: Taurus.
Calsamiglia, Helena y Amparo Tusón (1999). Las cosas del decir, manual de análisis del discurso. Barcelona: Ariel.
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Córdova, Nery (2011). La narcocultura: simbología de la transgesiónel poder y la muerteSinaloa y la “leyenda negra”. México: Universidad Autónoma de Sinaloa.
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