DE IDEOLOGÍA, DISNEY, FANTASÍA Y REALIDAD: LA MUJER Y LOS CUENTOS
Norma Miriam RODRÍGUEZ DOMÍNGUEZ*
Introducción:
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*Responsable de Investigación y Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS. Estudió Comunicación en la UNAM y el Doctorado en Comunicación Educativa en la Universidad de Baja California.
Había una vez…. es pequeña la frase con una fuerza tan especial, que con sólo leerla o mencionarla nos remonta a una época que contiene un caudal de sensaciones y recuerdos y que nos trasladan al maravilloso mundo de la imaginación. Pero, ¿son los cuentos algo más que inocentes fantasías destinadas a entretener a los niños y niñas? ¿Se habrán escrito con el propósito de sembrar una falsa ideología en las mentes de los pequeños? Dichos cuentos no sólo sirven para poder dormir, ya que detrás de su fachada inocente se esconden poderosos elementos claves del desarrollo infantil, pues son un espejo mágico en el que se nos invita a entrar para reconocernos.
Para algunas personas, el mundo de los cuentos quedó en la infancia, en la que convivían sin conflictos el mundo real con un universo de fantasía. Para otros, como Walt Disney, Pixar o Dreamworks, se convirtió en un gran negocio que creció a pasos agigantados y con connotaciones globales. Y para algunos más, en material de estudio en los que han encontrado sesgos de un imperialismo cultural e ideológico que exalta e impone valores clasistas, de reproducción de roles y estereotipos sexistas que impulsan la discriminación y sumisión femenina.
Las princesas Disney han sido catalogadas como sexistas ya que representan modelos de feminidad sumisos, adscritos al ámbito doméstico, y con apenas margen para la acción; aunque en las últimas décadas han venido presentado leves cambios, un tanto visibles, en sus características y roles, pues se miran más decididas, sagaces, aventureras y en ciertos casos hasta transgresoras. ¿Será que estas nuevas princesas han dado paso a una mujer distinta, empoderada, o estaremos viendo puros cuentos?
El maravilloso mundo de Disney
Una nueva forma de contar las historias fantásticas nace en un garaje de Kansas City, donde Walt Disney comenzó a crear un mundo de ensueño en el que los personajes son animales o seres fantásticos que se comportan como humanos, donde la imaginación y la fábula no tienen fronteras; así, en 1922 junto con su socio Ubbe Iwerks fundó la empresa Laugh-O-Gram Films, Inc., dedicada a la realización de cortometrajes animados basados en cuentos de hadas populares y relatos para niños, como La Cenicienta o El gato con botas.
En los años cuarenta funda sus nuevos estudios en Burbank y despliega su crecimiento en la producción fílmica; en julio de 1955 abre sus puertas Disneyland en Anaheim, California, considerado como uno de los parques temáticos más visitados enfocado a revivir las fantasías y el mundo mágico de los personajes de sus películas. Para 1971 se abrió al público Disneyworld en Orlando, Florida, un parque adecuado a la diversión de adultos; en 1983, la compañía inauguró en Japón el Tokio Disneyland y en 1992 abrió sus puertas el Euro Disney de París.
En el transcurso de los años Disney adquirió renombre como productor de cine, como innovador en el campo de la animación y como diseñador de parques de atracciones. Junto a su equipo creó algunos de los personajes de animación más famosos, en especial Mickey Mouse, una caricatura de un ratón, a la que el propio Disney puso su voz original. Durante su extensa y exitosa carrera en el cine de animación fue galardonado con 26 premios Óscar de un total de 59 nominaciones, y recibió otros cuatro premios honoríficos, lo que le convierte en la persona que más premios de la Academia ha ganado. También fue honrado con siete premios Emmy.
El imperio de Disney se diversifica en 5 sectores de negocios: Media Networks, parques, resorts, estudios dedicados al cine, productos de consumo y productos interactivos. Según la revista Forbes, este imperio genera cerca de 5.7 billones de dólares en beneficios, sus recursos están valorados en 75 billones de dólares y dispone de más de 165 mil trabajadores en todo el mundo (Andbank, 2013).
De acuerdo a Jiménez (2014) Claudio Chiaromonte, vicepresidente y director general para América Latina y el Caribe de la casa pionera de la animación, dice que hoy la casa Disney está reconfigurando sus estrategias de negocio. Sus baterías apuntan al desarrollo de contenidos online, la producción de series juveniles para televisión, la creación de videojuegos y la comercialización de productos de consumo.
Por tanto, The Walt Disney Company se convierte en la mayor empresa de medios de comunicación y esparcimiento del mundo, en años recientes ha realizado importantes adquisiciones como: Touchstone Pictures, Fox Family Worldwide, Pixar Animation Studios, Vooz Inc. con su personaje Pucca y Marvel Entertainment con cerca de 5,000 personajes como The Avengers, Iron Man, Capitán América, X- Men, Thor, y otros; es dueña de Lucas Film y sus franquicias fílmicas Star Wars e Indiana Jones, convirtiéndola en la industria transnacional más poderosa del entretenimiento.
Es importante señalar que, cuando ya se había hecho de un nombre en la industria de Hollywood, Walt Disney emprendió una iniciativa arriesgada y sin precedentes: producir el primer largometraje de dibujos animados de la historia del cine; así surge Blancanieves y los siete enanitos (1937); mostró no sólo que Disney y su equipo eran unos virtuosos de la animación, sino que los dibujos animados podían ser todo un género cinematográfico y muy rentable.
Fue el primer ejemplo de que el cine de animación de la escuela Disney tenía un sólido procedimiento narrativo: los personajes humanos eran descritos a partir de la mirada de los animales humanizados o de los seres fantásticos. Se hizo patente en los filmes el gusto de Disney por los cuentos clásicos de princesas, que inició una nueva era de los dibujos animados y de las historias de féminas con príncipe azul.
Las producciones Disney, ya varios años antes pero en especial a partir de los setenta y tras la muerte de Walt, comienzan a reflejar ideales cada vez más conservadores y con una nueva imagen de inocencia y diversión, más dirigida al público infantil aunque sin olvidar al adulto. Los filmes Disney con sus personajes dulcificados cuentan historias de buenos y malos, de lo moralmente correcto y lo inapropiado, transmitiendo concepciones conservadoras del mundo (Digón, 2006).
Las películas no sólo son un producto comercial, sino un discurso que responde a un esquema de ideas, valores y una visión particular de la sociedad y cultura. Representan historias provenientes de épocas viejas, que mantienen su vigencia como modelo de referencia por su arraigo en el imaginario colectivo, amén de que sus protagonistas siguen presentes en diversos artículos como mochilas, playeras, muñecas, disfraces y una infinidad de mercancías.
Desde el imperialismo cultural subyacente en las producciones de esta compañía, se influye significativamente en la cultura popular y la cultura infantil de otros países. Disney, como mega compañía que abarca un gran número de sectores de la industria cultural, mediática y de la comunicación, intenta monopolizar importantes ámbitos de nuestras vidas relacionados con el acceso a la información y el ocio.
Del mismo modo, es importante reflexionar lo que Giroux (2001) asevera en torno a Disney, su cultura y sus mensajes, pues no sólo entretiene sino también educa en determinados valores relacionados con el respeto a la autoridad, la jerarquización social, el papel central de la familia nuclear tradicional, el mantenimiento de la ideología patriarcal, el refuerzo de las diferencias raciales y la desigualdad de clase, la defensa del consumismo, el patriotismo, la democracia entendida como libertad individual para elegir entre distintos productos de consumo, etc.
La mundialización de la cultura Disney está presente, si tomamos en cuenta que más de 200 millones de personas visionan cada año un vídeo de Disney o que son 395 los millones de personas que ven sus programas de televisión, sin obviar que 212 millones de personas escuchan su música o que 50 millones de personas deciden pasar sus vacaciones en cualquier parque temático (Ramos, 2006).
Por consiguiente, diversos estudios se han realizado en torno a los contenidos realizados por la industria cinematográfica destinados para el mercado infantil como los dibujos animados y las películas Disney. Desde el feminismo se ha denunciado enérgicamente, cómo la visión androcéntrica es reproducida a través de roles y estereotipos sexistas presentes en dichos contenidos.
El despertar de las mujeres se marca como un movimiento social y político de reivindicación de sus derechos, atropellados desde que se tiene conciencia. Largas han sido las centurias que han pasado y férrea la lucha del feminismo para que la voz de las mujeres se haga escuchar. A lo largo de la historia del pensamiento y movimiento feminista grandes avances conceptuales y políticos se han sucedido, fruto de polémicos debates, encuentros y desencuentros teóricos y luchas sociales encabezadas por las mujeres empecinadas en acabar con el sistema de dominación patriarcal.
Ahora bien, cuando se hace una síntesis al conceptualizar, primero, la diferencia entre sexo y género, y segundo, la división sexual del trabajo, cuestionando el rol reproductivo asignado a las mujeres y el rol productivo asignado a los hombres, se avanza política, social y culturalmente. El feminismo descubre la construcción simbólica del androcentrismo, su producción y reproducción en valores, roles y estereotipos sexistas en los medios de comunicación, que Horkheimer y Adorno (1988) denominan industria cultural, la que provoca la estandarización de la cultura, construyendo estereotipos para facilitar la comprensión del relato a las masas.
Por ello, en las últimas cuatro décadas los medios han sido objeto de numerosas investigaciones centradas en el estudio de los roles y estereotipos de género. Buena parte del conocimiento se debe a las aportaciones llegadas desde disciplinas y ámbitos diversos, como la psicología, la sociología, la antropología, la lingüística, la semiótica y la comunicación. La mayoría de ellas expresan la reiterada presencia de estereotipos tradicionales y la escasa práctica de representaciones no sexistas.
Para Ruble y Ruble (1982) las subjetividades colectivas e identidades de género son constituidas a través de procesos de estructuración, provistos y sustentados en la memoria social que incluye reminiscencias, actitudes y sentimientos, reglas sociales, normas, patrones cognitivos, el conocimiento científico y tecnológico.
Así que las identidades individuales de hombres y mujeres y las identidades colectivas formadas a partir de los papeles y estereotipos masculinos y femeninos son, sin duda, dimensiones analíticas centrales en el debate sobre género e identidad. Para Lamas (2000) la sociedad establece roles diferentes a mujeres y hombres, lo cual está muy vinculado con la división sexual del trabajo: lo privado para las primeras y lo público para los segundos. Así, los roles asignados a la mujeres son de esposa-madre-hijas y para los hombres les atañe las relaciones de poder y de autoridad.
Asimismo, para Bustos (2005) los roles de género marcan una desigualdad en la participación de unas y otros a nivel familiar, económico, político, cultural, laboral, educativo, etc., al poner en serias desventajas a las mujeres en comparación con los hombres, con repercusiones también a nivel de la autoestima de las mujeres. Y Disney los reproduce en sus contenidos infantiles.
En este sentido, Giroux (2001) observó que la mujer es presentada como sumisa y obediente, que se guía por sus emociones, se orienta al amor y matrimonio, es quien cuida de la familia y de la casa y en muchas ocasiones la presentan o en rol de la mujer “malvada” o la de la niña “inocente”.
Los estereotipos han funcionado durante muchos años como fuertes obstáculos para que las mujeres sean tratadas de manera digna y equitativa, y como limitantes de sus derechos a la igualdad de oportunidades en la educación, el trabajo, la familia y la sociedad. Loría (1998) considera que a los varones les ha negado el derecho a expresar sus afectos bajo el supuesto de la fortaleza y la insensibilidad. De tal suerte que los estereotipos se han erigido en agentes de desigualdad y discriminación entre los sexos impidiendo su desarrollo personal e integral.
Por ejemplo, los estereotipos que presentan en historias como la de El Rey León o Hércules donde las figuras femeninas o se dedican al hogar y los hijos o aparecen como mujeres con fuertes intereses y atracción por varones físicamente "atractivos", fuertes y musculosos (Digón, 2006). En el análisis de López y de Miguel (2013), se visualiza el surgimiento de diferentes modelos de representación en la historia del cine que vinculan cada filme con un momento histórico y social determinado. Estos cambios sociales también se han visto reflejados en los cambios de las figuras estereotipadas de las princesas Disney.
Se ponen de manifiesto dos cuestiones: tanto la infra-representación de la mujer en ese espacio simbólico, como su representación estereotipada. La mayor parte de las investigaciones desarrolladas en este ámbito destacan que las representaciones que ofrecen los medios de mujeres y hombres se basan, en gran medida, en la inercia de la cultura tradicional, ajustándose tardíamente a los cambios sociales que se vienen produciendo en las últimas décadas (Gallego, 2002, citado por Espinar, 2006).
Las Princesas Disney se transforman…
Había una vez una pequeña princesa que tenía la piel blanca como la nieve, los labios y mejillas rojos como la sangre y los cabellos negros como la noche. Su nombre Blancanieves, la niña era huérfana, vivía con su cruel y malvada madrastra, la Reina Grimhilde, que la vestía con harapos para ocultar su belleza y la obligaba a trabajar como sirvienta del castillo...
Así comienza la historia narrada por los hermanos Grimm en 1812 y que fue llevada magistralmente a la pantalla por Walt Disney en 1937 considerada como el primer largometraje de animación y el primer trabajo fílmico incluido en el canon de clásicos de Disney, pero también la iniciadora de una era de personajes protagónicos femeninos en los que su magia y fantasía fueron y son parte de la imaginación y los sueños de varias generaciones de niñas y niños que crecieron con los roles y estereotipos sexistas presentes en dichos cuentos.
Al respecto, tres son las películas clásicas que ha trascendido en el tiempo y que ponderan a la imagen femenina, formando parte del canon de las princesitas Disney, Blancanieves (1937), Cenicienta (1950) y La Bella Durmiente (1959); representan modelos de feminidad sumisos, amables, adscritos al ámbito doméstico, y con apenas margen para la acción. Son las protagonistas de las historias, pero necesitan de un príncipe que las salve y dote a sus vidas de significado.
Es cierto que Blancanieves, Cenicienta y la Bella Durmiente son modelos clásicos de princesas caracterizadas por la dulzura, el candor, una vida sacrificada y en espera de su príncipe azul al rescate; estos modelos de princesas han transitado de viejos a nuevos escenarios acordes a las exigencias y demandas que la sociedad actual, el mercado o la percepción crítica de su target femenino demanda.
La imagen femenina se tornó más audaz. Recordemos a Mary Poppins (1964) una joven niñera, trabajadora y libre que marcaba las reglas del juego en su relación cuasi sentimental con el deshollinador y que al final se elevaba por el cielo londinense hacia un futuro elegido por ella, quizá a cuidar a los niños de otra madre rica.
Con el trascurso de los años, las princesas fueron adquiriendo nuevas formas de empoderamiento como “La Sirenita” (1989). En este filme, aunque parece mostrarse a la mujer en un papel más rebelde e independiente, la rebeldía se reduce a lograr el amor de un hombre, siendo capaz de dar su voz para conseguirlo. En “La bella y la bestia” (1991) la hija de un comerciante viudo, desempeña un rol hogareño, protector y maternal, cuyo destino es salvar primero a su padre del castigo por robar una rosa del castillo encantado de la bestia, y segundo salvar a la bestia del hechizo.
Por otra parte, en la película “Los Increíbles” (2008), madre e hija se convierten en las heroínas de la historia, y en “La Princesa y el sapo” (2009), y aparece Tiana, la primera princesa negra protagonista de la historia; es una chica contemporánea que trabaja en un restaurante en Nueva Orleans, una historia que presenta al príncipe Naveen transformado en rana y en espera a que una chica lo bese y rompa el hechizo.
Así, entre otros personajes femeninos aguerridos tenemos a Mulan (1998) la audaz guerrera travestida que lucha contra la deshonra que implica trascender su destino de casadera; además, Brave (2012) rompe con las convenciones del cine principesco femenino de Disney. Una princesa casadera que no acepta su destino. Si bien no existe un príncipe, hay tres pretendientes herederos de los clanes vecinos: los Macintosh, McGuffin y Dingwall que no se adscriben al modelo de príncipe azul.
Por otro lado, aparece una nueva Rapunzel inquieta y deseosa de experimentar el mundo, en la película “Enredados” del 2010. Por azares del destino conoce al amor de su vida: Flynn Rider, un ladronzuelo que junto a otros, roba la corona de la princesa perdida, Rapunzel; viven una serie de aventuras y compartirán su vida felizmente.
Frozen (2013) es diferente. Las protagonistas son mujeres (dos hermanas princesas): Elsa y Anna. No dudan en seguir su destino en ningún momento. Elsa, la mayor, se hace cargo del reino. Cuando ve que sus extraños poderes de hielo le imposibilitan reinar, no pide ayuda a nadie; se marcha a la montaña a crear con sus manos su propio reino de hielo. Sin embargo, su hermana Anna no está conforme con su decisión y resuelve salir a buscarla con valentía y determinación. En esta película Disney se abre a otras posibilidades como el amor fraternal.
La evolución de los roles y estereotipos sexistas es clara. En los primeros filmes la mujer es sumisa y obediente, se guía por sus emociones, se orienta al amor y al matrimonio, es la que cuida de la familia y de la casa; actualmente vemos que el rol de la mujer “malvada” como en el caso de las madrastras y las brujas en los cuentos de Disney se moderniza. En las películas recientes, las madrastras son sofisticadas y las brujas ya no son tan maquiavélicas como en las anteriores. En Maléfica (2014) se rompe el esquema tradicional de las brujas o hadas malvadas, ahora resulta toda una redención del personaje maligno de las historias clásicas, se dulcifica la maldad y se justifica ante una historia donde la villana también es heroína.
En su caso, Cenicienta (2015), la reciente historia romántica de Disney, hechiza con su estilo arrebatador y su atemporal mensaje de resiliencia, decencia y bondad que triunfa al final. Una historia que se apega al cuento original de Charles Perrault y donde los roles femeninos adquieren un aire de modernidad. Ella (cenicienta) de ser niña consentida pasa a sufrir estoicamente duras humillaciones, que se recompensan con el amor del príncipe Kit. Interesante es el papel de la madrastra, la Señora Tremaine, una villana épica, modernamente estilizada, glamorosa y bien justificado el porqué de su crueldad; ya no es el revanchismo por la belleza sino, por la ley de la supervivencia, para proteger a sus hijas y no perder su estatus social.
Cenicienta se marca como una de las películas más encantadoras vistas en mucho tiempo. Emotiva, sentimental, llena de valores y mejores intenciones y sin renunciar al sentido del humor y al romanticismo. Los clásicos roles sexistas están presentes pero con un dejo de modernismo acorde a las demandas de las nuevas princesas. ¿Estaremos presenciando el empoderamiento femenino en la industria de las fantasías?
Los Cuentos, cuentos son….
Los cuentos son relatos antiguos que pasaron de generación en generación como tradición oral y que fueron compilados como tradiciones y leyendas del folklore europeo por escritores como Perrault, Andersen, Dickens y los Hermanos Grimm, entre otros. Estas historias que fueron escritas hace siglos se encuentran presentes en todas las culturas, tanto en Occidente como en África y Asia.
De acuerdo con Zipes (1991), como tradición oral o tradición literaria, el cuento popular hunde sus raíces en la historia: los cuentos representan batallas contra la bestialidad y la barbarie, fuerzas éstas que han aterrorizado nuestras mentes y también comunidades concretas, amenazando con destruir la libertad y la compasión humanas.
Para Yolen (2002) el cuento constituye un intento de vencer este terror por medio de metáforas; esos cuentos no eran en un principio como ahora los conocemos. Tatar (1987) explica cómo estos cuentos de transmisión oral no eran historias para niños, sino para adultos, e incluían elementos relacionados con el sexo y la violencia. Después, los cuentos fueron re-escritos por los Hermanos Grimm, entre otros, que crearon un híbrido entre la literatura popular y la literatura infantil.
Las alteraciones continuaron en el siglo XX, reflejando los prejuicios de cada sociedad a lo largo del tiempo. Sin embargo, según Windling (2000), lo mejor de estos cuentos radica en la mezcla de elementos opuestos, no sólo en la luz sino también en la tenebrosa oscuridad que los cuentos originales contienen.
Hoy, gracias a Disney, los cuentos de hadas se dulcificaron y tienen un valor significativo, puesto que ofrecen a la imaginación de la niñez nuevas dimensiones a las que les sería imposible llegar por sí solos. Y algo muy importante: la forma y la estructura de los cuentos de hadas sugieren a los infantes imágenes que les servirán para estructurar sus propios ensueños y canalizar mejor su vida dentro de la cultura patriarcal. Bettelheim (1994) considera que cuando un niño lee o escucha un cuento popular, pone en juego el poder de su fantasía y hasta puede reconocerse en el personaje central, en sus peripecias y en la solución de sus dificultades, en virtud de que los temas le permiten trabajar con los conflictos de su fuero interno.
La industria Disney como pionera en los largometrajes de animación y máximo referente en la industria del entretenimiento infantil, crea una serie de relatos, gran parte adaptados de cuentos clásicos. Sus personajes, convincentes por su fuerza moral, propagan ideales y valores a la audiencia, aunque también son reproductores de roles y estereotipos que impulsan la discriminación y sumisión femenina. En suma, Disney es una “filosofía” de ocio que ha sabido superar las diferencias culturales de los cientos de países donde está presente y contar con la confianza de millones de personas que no dudan de su idoneidad para contar las más bellas historias, erigiéndose en el albacea de los cuentos clásicos populares (Ramos, 2006).
Disney ha hecho de las princesas una industria que transnacionaliza patrones culturales, estilo de vida, conductas y prototipos amorosos. Los cuentos expresan muy claro los valores y contexto social patriarcal que ya imperaba en la época en la que se crearon las historias. Disney las retoma y adapta; es decir, reproduce los roles sexistas con un afán mercantilista. Las princesas y su príncipe azul son historias vigentes.
Ejemplos: seguimos las noticias de las bodas reales de Diana Spencer y el príncipe Carlos, o el matrimonio del príncipe William y Kate Middleton y los nacimientos de los herederos al trono. La monarquía y sus historias románticas sólo se comercializan.
En esta idea, para Tatar (2012) la llegada de un príncipe, o el ascenso a un trono, podría leerse en los cuentos como la gratificación de un esfuerzo, de una aventura, la recompensa tras un intenso viaje personal. Los niños no ven a la monarquía como algo histórico. Deberíamos ver ese ascenso al trono como algo similar al éxito profesional o el ascenso social, al alcance de cualquiera, donde el esfuerzo se recompensa.
La solución no está en acabar con el mundo de la ilusión y la fantasía. La problemática estriba en cómo derribar los estereotipos del romanticismo sentimental, los clichés del flechazo, las escenas de castos abrazos, suspiros y miradas encendidas, los sueños acerca de un hombre tierno y adinerado, ya que se han convertido, en el siglo XX, en una evasión y un consumo femenino de masas (Lipovetsky, 1997).
Mientras siga prevaleciendo la asimetría sexual de los roles afectivos; es decir, predomine la desigualdad amorosa entre hombres y mujeres, aunque avancen las costumbres igualitarias en la esfera política, social o cultural, seguirá prevaleciendo el manejo emocional y sentimental de las féminas porque el amor, de acuerdo a Lipovetsky (1997) permanece como una pieza constitutiva de la identidad femenina.
Finalmente, si las mujeres quieren un cambio en la representación de las figuras femeninas de los cuentos de hadas, hay que incentivar la creación y realizar obras con un discurso renovado donde la mujer, sin renunciar al romanticismo, no sea objeto de sumisión o empoderamiento equivoco. Pero de seguir así serían puros cuentos.
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