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ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904

ALEGRÍA, HUMOR Y DOLOR: EL ANTIGUO CARNAVAL DE MAZATLÁN, 1900-1904 Rafael SANTOS CENOBIO * *  Catedrático e investigador de l...

jueves, 7 de abril de 2016

ASPECTOS COGNOSCITIVOS EN LA FORMACIÓN Y DESARROLLO DE LA CULTURA POLÍTICA

ASPECTOS COGNOSCITIVOS EN LA FORMACIÓN 

Y DESARROLLO DE LA CULTURA POLÍTICA 


Segundo GALICIA SÁNCHEZ

Sociólogo. El doctor Galicia es profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales. Autor de varios textos sobre metodología, es líder del Cuerpo Académico "Sociedad y Cultura" de la institución. 

Introducción 

     Los estudios tan extensos, variados como intensos e inteligentes de la cultura en general y, sobre la cultura política en especial, no han logrado aportar los saberes y conocimientos, es decir, los elementos cognoscitivos que permitan un tratamiento suficientemente válido como para generar consensos que conduzcan a movimientos de acciones concertadas mediante proyectos de largo alcance, que impacten la vida social de manera más significativa. Los discursos sobre los procesos culturales siguen presentándose tan interesantes como generales y tan vagos como confusos; tan subjetivistas como oscuros y, sobre todo,tan discutibles como prescindibles. 

     Ante tal situación es necesario replantear la reconstrucción de la conceptualización de los estudios de cultura y, especialmente, de cultura política. Nuestra propuesta es que se puede estudiar la cultura desde alguna perspectiva cognoscitiva válida, a base del conocimiento de aspectos estructurales de la sociedad moderna, pero con mayor rigor lógico y mediante razonamientos de carácter científico. En esta perspectiva, sería altamente productivo conocer y utilizar los aportes de las teorías de los sistemas de la complejidad, específicamente la teoría de sistemas autopoiéticos de Niklas Luhmann. 

     Las formas de tratamiento de la problemática de la cultura que prevalecen en nuestro medio no han permitido mayores avances en el conocimiento y comprensión de los fenómenos culturales en México y América Latina. Seguimos, a este respecto, atrapados en círculos viciosos de observación y razonamientos que operan más bien como obstáculos epistemológicos, que impiden lograr avances significativos en el conocimiento de la comprensión de la cultura. Tales círculos viciosos giran en torno a “humanismos” de toda clase, a estos y a aquellos “valores”, a tal o cual “moral”,a “las creencias” antiquísimas, paganas o religiosas, a “las bondades” de las personas que están en alguna dimensión desconocida, y otras tantas subjetividades y metafísicas “espiritualistas” de los individuos. 

     En este trabajo se trata de iniciar un análisis de los elementos cognoscitivos estructurales de la cultura, en tanto que se consideran, hipotéticamente, que dichos elementos estructurales son los determinantes de los aspectos subjetivos de los individuos, incluyendo su subjetividad más personal e íntima, como sus sueños, ideales e ilusiones, sus prejuicios, creencias y mitos, por extraños o extravagantes que parezcan. Tales elementos estructurales radican en la misma vida social y son los que subyacen en las estructuras más profundas de la sociedad, que operan en la vida social como las manifestaciones culturales de las comunidades, los pueblos y civilizaciones. 

La problemática cognoscitiva de la cultura 

“… cuanto más reales son las trasformaciones que amenazan la estructura de las sociedades, tanto más angustiosamente se aferran los hombres a lo que ya conocen, y tanto más probables es que desconozcan las nuevas realidades. En estas circunstancias, incluso los cambios positivos provocan un temeroso rechazo”
(Schulse, Winfreid (2004), citado por Ulrich Beck y Edgar Grande (2006).1 
1 Schulse, Winfreid (2004), citado por Ulrich Beck y Edgar Grande (2006), La Europa cosmopolita, España, Paidós Estado y Sociedad, p. 17. 

     Los procesos sociales como los procesos culturales reales siguen ocurriendo todavía más de formas espontáneas, inclusive diríase, naturales, en el contexto de complejas relaciones sociales que no se alcanzan a conocer, mucho menos a comprender, pero cuyos efectos no deseables, efectos colaterales según Zygmunt Bauman (2011), afectan a los individuos y colectividades, aunque no a todos por igual. Este desconocimiento de los procesos sociales y culturales continúa produciendo controversias y discusiones interminables, en algunas ocasiones, manifestaciones de enfrentamientos irreconciliables, luchas sangrientamente horripilantes, muertes por terrorismos incalificables y ahora con decapitaciones animalescas. 

     En el campo de la cultura política la discusión,la incertidumbre y las luchasno son menores: la claridad brilla por su ausencia, la vaguedad y la confusión son realmente extremas y el subjetivismo se desborda hasta alturas insondables. No son menos las descalificacionesy las propuestas que son abundantes hasta lo inimaginable; esto en lo que se refiere a los aspectos cognoscitivos. En lo que respecta a la cultura política hay que agregar necesariamente la corrupción en muy diversas modalidades, las complicidades en prácticamente todas las actividades y posiblemente en todas las modalidades, la criminalidad de actos políticos, la narco política y el fracaso total de los sistemas de derecho y de justicia. 

     Esta situación respecto de la cultura ha llevado a plantear y replantear una serie de propuestas de análisis para tratar de aportar algunas perspectivas de estudio que permitan superar los estancamientos en el que yacen los análisis sobre la cultura y de la sociedad. Por ejemplo, NiklasLuhmann propone una conceptualización de la cultura como concepto histórico. Pero advierte de grandes dificultades que están presentesen todo el conjunto de las ciencias sociales. Dice a este respecto: 
“¿Por qué es tan difícil en las ciencias sociales ponerse de acuerdo alrededor de un concepto fundamentado de cultura? No es que hayan faltado intentos. Existen de hecho visiones de conjunto sobre la formación de los conceptos de cultura y acerca de sus diferentes definiciones. Y, sobre todo, se ha expandido tanto el espectro del concepto que bien puede considerarse ya demasiado amplio. Abarca desde los fundamentos simbólicos de la acción (Parsons), hasta la totalidad de los artefactos humanos, incluye las máquinas electrónicas más sofisticadas hasta los tatuajes; las altas culturas y la cultura cotidiana, cultura de las tribus arcaicas y cultura de las sociedades modernas.” (Luhmann, Teorías de los sistemas sociales II, pp.191-192). 
     El hecho, histórico también, de que el concepto de cultura se haya expandido tanto, hasta el punto de perder significación relevante, es un indicador de la forma incontrolada de cómo se ha procedido en muchos de los diferentes intentos de formular un concepto fundamentado de cultura, hasta trivializar y vulgarizar extremadamente dicho concepto. Al respecto, se puede advertir la falta de rigor lógico y de razonamientos científicos en el tratamiento de la cultura, por cuanto cada quien se ha creído autorizado para usar cualquier perspectiva, sea ésta vulgar y cotidiana, moralista, “humanista” o espiritualista, teológica o piadosa, trascendentalistas, sentimentalista o subjetivista y hasta místicas, para elaborar sus respectivos conceptualizaciones de cultura, pero en todos los casos, empíricos y prácticos, con mínimos niveles de abstracción. Muy poco se ha recurrido en esos intentos a elementos cognoscitivos de altos niveles de abstracción, y menos aún a criterios de carácter científico, no obstante que provienen de algunas denominadas ciencias sociales. Luhmann advierte, además, los mínimos avances que se han alcanzado al respecto y subraya las dificultades que no han sido superadas. 

     La conceptualización de Luhmann indica que alguna de las características del concepto de cultura es que opera como un duplicador en la vida social, lo cual remite al problema de la identidad problematizando precisamente esa conceptualización; esto permite hacer de las cosas, los símbolos y cualquier actividad, operar como cultura. Desde el punto de vista cognoscitivo se puede volver a observar y, por lo tanto, comparar los diferentes e irreconciliables conceptos de cultura. El carácter duplicador de la cultura se puede advertir en la conformación de las costumbres y tradiciones que han surgido en la historia y que se repiten periódicamente de forma relativamente permanente, a veces por siglos y hasta milenios. Este carácter duplicador de la cultura ha llegado a conformar las estructuras sociales mágico religiosas e ideológicas, los prejuicios y las creencias que posteriormente resultaron sólidamente inconmovibles, muy difíciles de analizar y casi imposibles de superar. 

     Albert Einstein, al anotar que “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio,” hace referencia a la extrema persistencia y resistencia de los prejuicios. Cuanto más persistente es una creencia de cualquier tipo, una ilusión mágica, un mito, una ideología o una creencia de connotaciones religiosas. Ello sólo es un indicador de la fuerza persistente de los prejuicios, los cuales pueden durar décadas, siglos y/o milenios. La “desintegración” de los prejuicios es algo que las ciencias sociales no han podido llevar a cabo a pesar del tiempo y de muchos intentos en la historia, pues coexisten y se reproducen por generaciones, llegando inclusive a adquirir el estatus de “verdades” y, además, absolutas, como diría Luhmann. 
“La cultura es, después de todo esto, un duplicador: dobla todo lo que es. Con ello se formula también el problema de la identidad, que no puede resolver para ella misma -y que por eso lo problematiza. Tanto como antes se puede cortar con un cuchillo, se puede rezar ante Dios, viajar al mar, cerrar contratos o hacer versos sobre los objetos. Pero todas estas cosas se pueden observar por segunda vez, sobre todo si se las aprehende como un fenómeno cultural con el que se pueden establecer comparaciones.” 
     El carácter duplicador de la cultura, algo que de alguna manera se sabía antes de Luhmann, no ha operado como un concepto de investigación para pensar la cultura más allá del individuo, como conformando estructuras subjetivas con grandes consecuencias sociales. No se ha reparado en el carácter específico de tales estructuras, ni en la forma como operan a niveles inconscientes y de las cuales los individuos no alcanzan a conocerlas, mucho menos a comprenderlas. 

     Tal situación no ha impedido que hayan surgido grupos e individuos quienes se apoderaron de algunos saberes aunque fueran erróneos y falaces, para convertirse en predicadores de sus supuestos saberes, revistiéndolos de “verdades”, inclusive de verdades sagradas y consagradas por diversas entidades investidas de “poderes” de toda índole, ya sean naturales o sobrenaturales. La cultura siempre tiene implicaciones que los individuos no siempre alcanzan a comprender. Luhmann prosigue: 
“Uno puede después de esto decir que sabe, puede moralizar, criticar, quejarse y con todos estos entendimientos comunicativos operar de manera que se le entienda. Se puede blasfemar, sin confundirse con el sentido de que las blasfemias son formas condicionadas culturalmente (y que esto además se sepa). La sociedad sólo debe ofrecer la posibilidad de comunicar en dos niveles contiguos, a saber, en el modo del primer y segundo orden. De esta manera son posibles las interferencias, las auto implicaciones, y justamente posibles porque las formas de comunicación se diferencian. La única cosa que se necesita es que se queden señaladas de forma particular –como citas, como ironía, como parodia.” (p: 201). 
     Luhmann se refiere a un concepto de cultura pero especifica que se trata de la cultura en la sociedad moderna; no cualquier tipo de sociedad. Utiliza criterios de la teoría de la evolución; y no se refiere a cualquier temporalidad. Introduce, además, conceptos provenientes de la teoría de sistemas autopoiéticos: los conceptos de comunicación, de recursividad y de sentido, para indicar que la cultura moderna puede mirarse y entenderse como la memoria de los sistemas sociales. Así, apunta el teórico, la cultura sería, sobre todo, "la memoria del sistema social llamado sociedad. La cultura es, dicho con otras palabras, la forma de sentido de la recursividad de la comunicación social. Pero esto se puede decir gracias al concepto de cultura moderno. Existen también suplementos a la cultura en los sistemas sociales más primitivos, pero que no tienen la posibilidad de describir esa situación con una representación de la cultura y que por consiguiente están empujados a confiar en el mundo que éste aparece. Se pueden ayudar de distinciones muy conocidas como por ejemplo la de ser o apariencia o verdad o falsedad o, todavía mejor, de la decepción. Pero estas distinciones están asimetrizadas debido a que tienen un lado fuerte, y por eso están concebidas jerárquicamente, ya que uno de los lados de la distinción, el de ser o el de la verdad, es el que conduce a la distinción: ya que la apariencia debe ser en algún lado ser, y también la percepción de los errores debe tener su lado de verdad.” 

     El concepto de verdad, en Luhmann, está desmitificado y desideologizado, en cuanto es considerado no como verdad en sí, sino más bien “como una pretensión de verdad”, lo cual es un gran avance en el desarrollo del pensamiento científico. Pero, lo más importantes es la referencia al funcionamiento de la verdad en la vida social, no como algo eminente, respetable o imprescindible, sino como uno más de los medios de “comunicación simbólicamente generalizados”, que operan en la vida social moderna, como otros tantos símbolos generales, como el dinero, como Dios, como el amor. Sin embargo, la operatividad de estos símbolos requiere de ciertas condiciones sociales, las cuales solamente están presentes en la sociedad capitalista moderna. 

     En una recapitulación de la conceptualización de cultura, Luhmann enfatiza el fracaso de todos los intentos de definición del concepto de cultura que se han emprendido al respecto. Desde la teoría de sistemas autopoiéticos propone una conceptualización histórica según la cual la cultura es una perspectiva para la observación en los sistemas sociales: desde esta perspectiva histórica referida a fenómenos históricos, tal cuales son los procesos sociales y culturales, abre la posibilidad de pensar los fenómenos culturales de manera más objetiva en relación a la complejidad de la problemática de la vida social. En esta conceptualización de la cultura se puede observar el presente y el futuro, en tanto los observadores pueden ser observados. La cultura no es referida a objetos que yacen entre objetos. 

    “Recapitulando: la cultura es una perspectiva para la observación de la observación. Se dirige siempre a fenómenos ya acontecidos. Los observadores observados pueden ser también observados en una perspectiva de futuro. Con este rodeo, el futuro aparece en la pantalla –y esto es muy importante para la sociedad moderna. Y esto no es válido únicamente para el observador de la cultura, sino para sus observadores y para su autoobservación, por consiguiente para el concepto de cultura lo muestra como un concepto histórico, referido a fenómenos históricos.” 
Finalmente, es de la mayor importancia reparar en algunas observaciones que a manera de conclusión señala Luhmann: 
a) La cultura no es un objeto que pueda pensarse como objeto. 
b) El fracaso de todas las definiciones que han intentado definir la cultura como un objeto, 
c) La perspectiva universal de la cultura tiene raíces históricas. 
“Por eso no es posible que ese acontecimiento llamado cultura quede fijado en el terreno de los objetos y así distinguirlo de otros objetos. El fracaso de todas las definiciones que han intentado esto es, junto al análisis histórico, un argumento muy fuerte para comprobar que la perspectiva universal de la cultura tiene raíces histórico-sociales” (pp: 212-213).
2 Luhmann, Ob. Cit. p. 191. 

     La "observación de la observación" es un instrumento que proporciona nuevas posibilidades de vislumbrar los fenómenos culturales a la luz de nuevas teorías. En este caso, la teoría de sistemas autopoiéticos. 

Elementos cognoscitivos en la formación de la cultura política 

     En la mayoría de los estudios sobre la cultura en general, y en las referencias a ciertas tipologías más específicas, como por ejemplo, cultura política, se señalan insistentemente a los aspectos o elementos subjetivos de los individuos como las características principales o fundamentales de la cultura. Estos elementos subjetivos son conceptualizados a partir de elementos tan empíricos, obvios y evidentes que se pueden observar prácticamente a simple vista, sin mayores complicaciones conceptuales. Pero, además, tales elementos empíricos son atribuidos a los individuos, en tanto se considera que son sujetos y actores sociales y, por lo tanto, forjadores y portadores de cultura, de su cultura; de todas las formas y manifestaciones culturales, de las propias y ajenas e, inclusive, de cualquier tiempo y lugar. 

     Estas formas de tratamiento de la problemática de la cultura no han permitido mayores avances en el conocimiento y comprensión de los fenómenos culturales en México y América Latina. Seguimos, a este respecto, atrapados en círculos viciosos de observación y razonamientos que operan más bien como obstáculos epistemológicos que impiden lograr avances significativos en el conocimiento y de la comprensión de la cultura. Tales círculos giran en torno a los valores, la moral, las creencias, las bondades de los individuos y otras tantas subjetividades y metafísicas individuales. 

     Para no remontarnos a lugares y tiempos muy lejanos y solamente con fines de investigación retomamos algo de la abundante bibliografía reciente. A continuación se expone una referencia que plantea una especie de balance de lo que se ha logrado con respecto a los estudios sobre cultura y cultura política. 

   “De hecho, el análisis de este tópico (de la cultura política) desde las ciencias antropológicas es una tendencia de estudio reciente, en la que los diversos análisis han tratado de explicar cómo las tradiciones culturales o la interiorización de los valores corresponden a un determinado tipo de cultura política. Cabe señalar que no hay acuerdo sobre la noción de cultura, tampoco de política y menos aún sobre cultura política” (p. 31; subrayado nuestro).3 
3 Castro Domingo, Pablo (2006), Los que ya bailaron que se sienten: cultura política, ciudadanía y alternancia electoral, México, Porrúa – CONACYT. 

     La alusión a las “tendencias recientes” de las ciencias antropológicas no deja de llamar la atención por su generalidad, pero la “falta de acuerdo” sobre las nociones de “cultura”, “política” y “cultura política” es una auténtica confesión de parte, que pone de manifiesto los mínimos o nulos avances, si no de todas las tendencias de las ciencias antropológicas, sí de los muchos estudios que se difunden bajo el amparo de la antropología por muchos de sus cultores. Algo semejante se puede sostener sobres las otras disciplinas sociales, las que a pesar de sus continuos estudios, no logran mayores avances y muestran auténticos estancamientos al respecto.

Por supuesto, esta ejemplificación la retomamos como hipótesis de trabajo y no comoalgo totalmente corroborado, pero es algo que llama poderosamente la atención. 

Las dimensiones cognoscitivas de la cultura Política 

     En la conceptualización de la cultura política, aunque no siempre se han tenido en cuenta los aspectos cognoscitivos que la constituyen, algunos tratadistas si lo han considerado explícitamente, como Almond y Verba en uno de los estudios ya clásicos la cultura. Estos autores establecen que la cultura política tiene tres dimensiones: la dimensión cognitiva, la dimensión afectiva y la dimensión evaluativa. 

     El señalamiento de la dimensión cognitiva de la cultura política es muy importante para los objetivos de este trabajo. Esta dimensión cognitiva puede ser considerada, hipotéticamente, como la dimensión estructurante de las otras dimensiones, por cuanto es el conocimiento el que asigna las funciones de la dimensión afectiva y de la dimensión evaluativa. No se puede tener algún afecto por aquello que no se “conoce” y “comprende” de alguna manera, aunque sea confusa y erróneamente. Tampoco se puede evaluar algo en la medida que no se conoce o se “cree” conocer, aunque tal idea provenga de los tiempos más ancestrales y sea falso. 

     La dimensión cognitiva de la cultura política no está dada de una vez y para siempre; está constituida por saberes que operan según niveles de conocimientos: desde los más simples conocimientos empíricos hasta los más sofisticados conocimientos teóricos. De allí que las otras dimensiones operarán diferencialmente según el nivel de conocimientos que los individuos o las colectividades hayan aprendido y dispongan y, además, hagan uso en determinadas condiciones económicas y sociales. El hecho de que el concepto de cultura sea más utilizado en sus dimensiones afectivas y evaluativas en la investigación empírica de nuestro medio, sólo indica la mínima consideración de los elementos cognoscitivos en los estudios de la cultura política, a pesar de la exposición clara y explícita de Almond y Verba.

5 Almond, Gabriel A y Sidney Verba (1989),The Civic Culture. Political attitudes and democracy in five nations, Newbury Parke, Sage, 1983, (1963). 

Elementos epistemológicos y cultura política 

     Las conductas, comportamientos y motivaciones más profundas de los sujetos son considerados como los aspectos más importantes y, a veces exclusivos, en los estudios sobre la cultura. A tales sujetos se le considera, además, como responsables y causantes de los actos sociales y de la vida social en general y, consecuentemente, de los problemas culturales de la sociedad. Por consiguiente, cualquier posibilidad o alternativa que proponga alguna solución a dichos problemas sociales, pasan necesariamente por cambios o reformas que se consideran también, que radican en el individuo, en el sujeto, en tanto éste es hacedor, portador y responsable de la cultura, de todo tipo y clase de cultura. Por ello, se buscan las posibles soluciones en el interior del individuo, recurriendo a sus sentimientos, moralidad, valores, aspiraciones, sueños e ideales. Poco, o muy poco, se ha logrado en estas búsquedas pero se insiste como las únicas vías para alcanzar soluciones que no llegan o que tardan demasiado, quedando en el tiempo como tirones maltrechos de infinidad de esperanzas perdidas. 

     Pocos estudios sobre la cultura hacen referencia a aspectos o elementos cognoscitivos más profundos o menos superficiales de la vida social, los cuales radican más allá de las conductas, comportamientos, sentimientos y motivaciones más profundas de los sujetos y son, dichos aspectos estructurales, los factores más esenciales que condicionan y determinan las acciones y hasta las motivaciones más subjetivas de los individuos y las colectividades, que llevan a los individuos a realizar y persistir en algunos o muchos de sus comportamientos, a sostener tales o cuales ideas o creencias, ya sean políticas, religiosas o místicas. 

    Sin embargo, desde otras perspectivas de análisis, es decir, desde perspectivas epistemológicas diferentes, se considera que esos factores no son directamente atribuibles a los individuos, mucho menos como actores causales de sus propios actos y comportamientos, inclusive, de sus ideas y pensamientos, de sus emociones y creencias más íntimas. Los individuos viven su vida social en algún nivel de pseudo concreción o en alguna forma de ilusión, los cuales constituyen directa o indirectamente su entorno social y cultural. 

    Como sujetos sociales, no son hechuras de sí mismos si no que son conformados a imagen y semejanzas de sus respectivas sociedades, en las cuales prevalecen determinadas formas de saberes. Se dice en formas reiterada y “blanda”, que tales saberes son transmitidos de generación en generación y constituyen sus respectivos acervos culturales. Sin embargo, dichos saberes son más bien impuestos a las nuevas generaciones en formas no precisamente “muy humanas”, sino de alguna forma violenta y hasta sangrientas, mediante sus respectivos procesos de socialización. 

    La historia de los estudios sobre la cultura registra múltiples desacuerdos y discusiones respecto de lo que identifica y define esencialmente la cultura en general. Inclusive en los tratados de los clásicos se encuentran diferencias notorias que generan dudas e intensifican los debates. No siempre la cultura se identifica con el conocimiento y a veces, hasta pareciera que en el significado se intenta prescindir de todo conocimiento, principalmente del conocimiento científico y tecnológico, refiriendo lo cultural a las artes, hábitos y costumbres, sobre todo, antiguos y ancestrales. Sin embargo, a pesar de tales restricciones de los elementos cognoscitivos en la conceptualización de cultura, el conocimiento, inclusive todo tipo de conocimiento, es un elemento importante, imprescindible, de todo lo que se denomina como cultura. Con mayor razón, en la sociedad global contemporánea, el conocimiento científico se tendría que considerar como un elemento esencial de todo concepto de cultura, hasta tal punto que en la sociedad contemporánea la cultura se constituye en la sociedad del conocimiento. 

Hacia la construcción de una nueva cultura política 

    “En una sociedad corrompida por la dictadura del beneficio, el conocimiento es la única forma de resistencia. Porque con el dinero se puede comprar cualquier cosa; parlamentarios, políticos, jueces, el éxito, la vida erótica. Sólo hay una cosa que no se compra con dinero: el conocimiento. Si soy un gran magnate y quiero comprar el saber, ni un cheque en blanco me valdría. El precio del saber es el esfuerzo personal. El conocimiento no se compra, se conquista.” 

    Los planteamientos de este trabajo están sujetos a ser valorados y analizados con mayor profundidad y, de ser el caso, replanteados. Las innovaciones propuestas por Luhmann y otros autores son extremadamente complejos y aquí solamente nos hemos referidos a unos pocos aspectos. Pero a partir de las perspectivas abiertas por estos autores podemos esbozar algunas conclusiones, preliminares también, sobre la problemática cultural de México. 

    El desbocamiento de la violencia del crimen organizado ha socavado el antiguo equilibrio metalegal de México. En la jungla de la nueva delincuencia, el submundo de lo impredecible, no hay reglamentos ni límites válidos. Los cárteles reclutan personal a la fuerza, extorsionan, secuestran, desaparecen y asesinan a cualquiera, a cualquier hora y en cualquier lugar. Todo se vale: no hay plazos ni pautas ni limitaciones. Se generan y persisten situaciones de terror y angustia, la vida social parece sitiada, vulnerable, indefensa. 

    Ante la ciudadanía, y el público en general, la política se considera cada vez más decepcionante, falaz, voraz y a veces aterradora. La conducta política se percibe como corrupción generalizada, como uso abusivo del poder y es signo inequívoco de enriquecimiento ilícito de la denominada clase política. 

    La justicia parece existir solamente para la defensa de los intereses de grupos minoritarios, en tanto, según información disponible, solamente el 20 %de delitos son juzgados y sentenciados, lo que significa que el 80 % se queda sin ser dictaminados. 

    Algunos analistas atribuyen esta situación de la política y la justicia a la pérdida, debilitamiento o alejamientos de valores, creencias y costumbres y, consecuentemente, proponen una vuelta a los valores del pasado más o menos lejanos o remotos de la cultura de un pueblo o nación; otros análisis se refieren a una decadencia moral y claman por cambiar o volver a las moralidades antiguas o pasadas. Otros tantos, que no son pocos, culpan a la familia, a la cual califican de no ser atendida por los padres como se debiera, y exigen que los padres asuman con mayor responsabilidad la formación de sus hijos, que los vigilen y no evadan sus deberes de padres. Todo esto, agravado por la situación económica de las familias, se torna difícil de llevar a cabo, dado que las nuevas generaciones de jóvenes no tienen mayores horizontes de vida y de futuro, lo cual se traduce en frustración y violencia. 

    Otros consideran a la falta de cierto tipo de educación y señalan que ésta es la causa de los males que proliferan en el país y desde esta perspectiva postulan las reformas educativas. Y las reformas proliferan, vienen y van, pero al poco tiempo se puede constatar que no sirvieron de mucho o que empeoraron los problemas sociales. 

    No faltan los predicadores de siempre que acuden a las creencias o el debilitamiento de éstas. Estos predicadores de siempre recetan insistentemente que creer, orar o perdonar solucionarán los graves problemas de la vida social. ¡Vaya simpleza de estas antiguas, milenarias, formas de pensar! 

Muchos indicadores de la compleja vida social moderna muestran la necesidad de construir una nueva cultura política, diferente y hasta opuesta a la tradicional y con vista a cambios radicales en las formas de pensar, concebir y practicar el quehacer político. La nueva cultura política requiere nuevos saberes, conocimientos científicos corroborados, que impacten la vida social y reorienten la organización social hacia la conformación de una vida más civilizada, es decir, más igualitaria y más justa, con más oportunidades de vida para todos, diferente también a como ha sido en el pasado. 

Bibliografía 

Almond, Gabriel A y Sidney Verba (1989),The Civic Culture. Political attitudes and democracy in five nations, Newbury Parke, Sage, 1983, (1963). 
Baca Olamendi, Laura y otros (Coordinadores), (2004), Léxico de la política, México, FLACSO, CONACYT, Fundación Henrich Bol, Fondo de cultura económica. 
Beck, Ulrich y Edgar Grande (2006) La Europa cosmopolita, sociedad, y Política en la segunda modernidad, España, Paidós. 
Castro Domingo, Pablo (2006), Los que ya bailaron que se sienten: cultura política, ciudadanía y alternancia electoral, México, Porrúa – CONACYT. 
Galicia Sánchez, Segundo (2008), Introducción al estudio del conocimiento científico, México, UAS – Plaza y Valdés. 
Galicia Sánchez, Segundo (2014), Elementos de epistemología de las ciencias Sociales, México, UAS – Plaza y Valdés. 
Luhmann, Niklas (1999), Teoría de los sistemas sociales II (artículos), Chile, Universidad Iberoamericana, Universidad de los Lagos, Instituto de Estudios Superiores de Occidente. 
Luhmann, Niklas (1996), La ciencia de la sociedad, México, Anthropos, Universidad Iberoamericana, Iteso. 
Maturana, Humberto y Varela, Francisco (1984), El árbol del conocimiento, Debate, España. 
Olmos, Héctor y Ricardo Santillán (2008), Cultura: las formas del desarrollo, Argentina, Ediciones CICCUS. 
Piaget, Jean (1985), Biología y conocimiento, México, Siglo XXI editores. 

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