LA PROFESIÓN DOCENTE Y EL CAMBIO SOCIAL:
DE LO HOMOGÉNEO A LO COMPLEJO
Ileana OSUNA BEJARANO
Catedrática del Centro de Idiomas de la Universidad Autónoma de Sinaloa y Maestra en Ciencias de la Educación por la UAS. Actualmente estudia el Doctorado en Educación en la misma institución.
Autores clásicos de las teorías del cambio social han explicado las profesiones y
su origen tomando como base el proceso vivido por las sociedades en una época y
contexto determinado, como el tránsito a la sociedad moderna. Spencer (1992), señala
que esta evolución tiene su origen en el paso de una sociedad militar a una industrial.
En este trabajo se expone brevemente el origen de las profesiones y su evolución a
sociedades más complejas, las cuales han generado una interdependencia entre los
profesionistas y creado sistemas reguladores. Ejemplificamos con la profesión del
maestro, así como en las tradiciones que en sus cambios dinámicos ha engendrado.
Luego, se cuestiona el rol del docente en este cambio que experimenta la sociedad, el cual está permeado por el fenómeno de la globalización y que plantea el reto de una
redefinición de la profesión docente. Finalmente, se plantean una serie de propuestas
para coadyuvar en la reconstrucción de la identidad de esta profesión.
Introducción
Las profesiones, explica Spencer (1992), poetas, bailarines, médicos, abogados,
profesores, arquitectos, y otras, tienen como origen la organización político
eclesiástica primitiva. Ejemplos de estos tipos de organización los encontramos en las
formas de gobierno teocráticas de las primeras civilizaciones, en las que el jefe del
clan, emperador o rey, fungía tanto como líder político y religioso. Los sacerdotes, la
clase educada, eran los poseedores del saber y por ello, se encontraban en una posición
de superioridad y por consiguiente de poder: los sacerdotes en el Imperio Babilónico,
solían ser quienes administraban la justicia, aunque una vez que las leyes de la región
se conjuntaron en el código de Hammurabi, el mismo rey decidió sustituirlos por otros
miembros de la aristocracia y así restarles poder, convirtiéndoles en jueces.
Se observa que al dividirse el elemento eclesiástico, entraña el germen del
profesionalismo, pero a éste le sigue el paso de lo homogéneo a lo heterogéneo, es
decir, que el saber ya no se concentrará en un solo individuo, sino que a “medida que
la sociedad avance y a medida que el tipo militar vaya cediendo su puesto al tipo
industrial, la intervención (...) política y eclesiástica (...) disminuye continuamente en
la evolución social” (Spencer, 1992: 319). Los papeles sociales se van diferenciando,
evolucionando en oficios y profesiones, en tanto el sujeto pacificado puede dedicar
tiempo a la acción intelectual, rasgo que distingue a las profesiones.
Pero el proceso no termina ahí, ya que la profesión no se entiende como resuelta,
pues el organismo individual pasa de “su estado inicial de simplicidad a su estado
último de complejidad” (Spencer, 1992: 320). La profesión no es algo acabado, sino se
pregunta qué sigue: cada profesión tiene una tarea social. La profesión evoluciona con
los saberes de la época y considera las posibilidades que éstos ofrecen en su fin último
que es defender y aumentar la vida. Se crea una interdependencia entre las distintas
profesiones, pues el saber diferenciado las hace vulnerables y se da una dependencia
mutua conforme la sociedad se vuelve más compleja.
En tanto la sociedad se complejiza, las profesiones enfrentan más desafíos y
demandas, como la profesión docente. Dadas sus funciones de enseñanza, transmisión
del saber y de la cultura (primero ejercidas por el sacerdote y después por el maestro),
idealmente deberían tender a evolucionar como lo plantea Braslavsky (2002):
“la evolución de los docentes, como individuos y como grupo profesional, está estrechamente vinculada a la infraestructura proporcionada por la sociedad y a las condiciones impuestas por ésta”
Esta aseveración coincide con la idea de Spencer (1992) de reglamentar lo
atribuible a una profesión por el grupo social que la representa. Sin embargo, esas
condiciones o reglamentaciones vienen impuestas desde el Estado con base al
proyecto de nación que se tiene y al tipo de ciudadano que se quiere formar. Dichas
imposiciones, se encuentran a su vez supeditadas a las exigencias de la sociedad
permeada por la globalización: la economía, la cultura y la política internacional.
¿Cuál es el rol del maestro en la nueva sociedad del conocimiento? Si la
profesión evoluciona a medida que la sociedad se vuelve más compleja, ¿cuál es el
estado de la profesión docente en tanto profesión inacabada? La que se desenvuelve
entre otro cambio social: el de la sociedad industrial productora de bienes materiales a
una sociedad post-industrial, y que produce conocimiento en ciencia, tecnología,
investigación y desarrollo. Esta no es una pregunta fácil de responder. Como dice
Hargreaves (2003), la enseñanza es una profesión paradójica: “se espera que los
profesores construyan comunidades de aprendizaje y desarrollen capacidades para la
innovación, flexibilidad y compromiso, pero por otro lado, que actúen en contra de los
problemas que produce esta sociedad, tales como el consumismo excesivo, la pérdida
de comunidad y la amplia brecha entre pobres y ricos” (Hargreaves, 2003: 22).
Cabe mencionar que los docentes enfrentan las nuevas demandas con un bagaje
de tradiciones las más de las veces impuestas por el Estado y en otras ocasiones
heredadas. Éstas llegan a los maestros a modo de reformas y se entregan en programas
de formación de profesores. Liston y Zeichner (1993), hacen un análisis de cuatro
tradiciones de reforma para la formación del profesorado en el siglo XX en Estados
Unidos: la tradición académica, donde se considera que el dominio de una materia es
lo más importante en la formación de un profesor, dejando de lado la pedagogía y las
perspectivas multiculturales; la tradición de la eficacia social, que pretende sentar las
bases de un currículum para formación de profesores basado en la adquisición de
competencias específicas y observables, como formación apegada a la tradición
conductual; la tradición desarrollista para determinar lo que ha de enseñarse a la
evolución del aprendiz; y la tradición reconstruccionista que defiende una sociedad
más justa con el desarrollo de una filosofía social para reorientar el orden social.
Las tradiciones mencionadas responden a un contexto social y económico
determinado, y han ido permeando de una manera u otra los dogmas en la formación
del profesorado. Nuestro contexto ha cambiado y el profesorado parece atrapado en
varias tradiciones, lo cual provoca en las instituciones educativas que convivan épocas
y tradiciones distintas, enfrentándose y provocando un desfasamiento en la evolución
profesional del docente en concordancia con una sociedad más compleja.
Respuesta del sistema a la complejidad: el docente como culpable universal
La profesión no se entiende como resuelta, argumenta Spencer (1992), ya que
ésta pasa de un estado inicial de simplicidad a un estado último de complejidad. ¿Cuál
es este estado último?, aun no lo sabemos. De lo que si estamos consientes es que nos
encontramos en una época de crisis para la profesión docente en la que diferentes
factores se interrelacionan para hacer su actuación más compleja en un sistema
educativo permeado por políticas internacionales y locales, el cambio social y los
mercados. En este apartado, se analiza la crisis que vive el profesorado en tanto se
encuentra sujeto a las transformaciones de un sistema educativo que intenta sin éxito ir
a la par de los requerimientos de la globalización; y de cómo las políticas educativas
afectan, entre otros elementos del sistema, la imagen del docente, al cual se le ofrece
como un reivindicador la oportunidad de formarse como agente reflexivo.
Al referimos a una adaptación del docente para responder a los requerimientos de
la sociedad, regularmente se piensa en reformas educativas. En ellas, el docente ha
llegado a ser visto no como protagonista sino como antagonista. El porqué de este
papel podría explicarse en los cambios impulsados desde las varias dimensiones de la
globalización1. Ante el cambio, explica Esteve (2006), los profesores como grupo
profesional reaccionan de manera desconcertada y se les culpa de los fallos del
sistema educativo. Al docente se le identifica como tradicionalista y conformista, poco
comprometido con su labor, opuesto al cambio educativo.
1 La palabra globalización, señala Beck (1998), es la peor empleada, la menos definida, la menos comprendida y sin embargo, la más usada en todo tipo de discurso. Ésta puede entenderse mejor si se distinguen sus diferentes dimensiones: “técnicas de comunicación, las dimensiones ecológicas, las económicas, las de organización del trabajo, las culturales, las de la sociedad civil, etc.” (Beck, 1998: 40). Las dimensiones se entretejen para verse reflejadas en cambios que afectan las políticas, los mercados, la sociedad, la cultura y por ende, la educación.
No obstante, culpar al profesor conduce a una explicación reduccionista en el
estudio de los cambios educativos. Como condición para que en realidad exista un
cambio educativo, éste debe considerar los elementos inmersos en los tres contextos
que describen Bowe y Ball (en Esteve, 2006): el macro, en donde las fuerzas sociales,
políticas y económicas influyen en el sistema educativo para que se adapte al cambio
social y a los nuevos sistemas de producción; el contexto político y administrativo,
que mediante leyes y decretos trata de ordenar la realidad, pero no suscita un cambio
en la mentalidad ni en la acción de los profesores en el aula; y el contexto práctico,
que se refiere al trabajo real de los profesores y de los centros educativos.
Un ejemplo de lo anterior se observa en lo que apunta Jardón (2010: 215):
“el cambio social y los retos de enseñar en una modernidad líquida (Bauman, 2005) significa el enfrentarse a un currículum que fue propuesto en función de las necesidades de un mundo que ya prácticamente no existe”.
Mientras que los sistemas educativos pretenden formar ciudadanos globales2 para
responder a las necesidades del mercado y la sociedad, los currículos permanecen
rígidos y con poca o nula adaptación a las necesidades glocales3, sin mencionar la
formación que el docente requeriría para llevar un currículum de este tipo a la acción.
2 Gimeno Sacristán (2002) caracteriza al ciudadano de la polis como aquél que ha desarrollado habilidades de racionalidad, autonomía de pensamiento, virtudes cívicas, pensamiento crítico, conciencia de las diferencias, cooperación, capacidad de diálogo, comprensión de las interdependencias en un mundo globalizado, preocupación de los derechos humanos, etc.
3 Lo glocal se explica desde la lógica de la globalización cultural de Beck, o la llamada glocalización de Robertson (en Beck, 1998), donde lo local tiene relevancia en los procesos culturales de la globalización. Es decir, se necesita “pensar localmente y actuar globalmente” (Beck, 1998: 60). Beck (2007) dice: la globalización cambia la importancia de la relación con lo local y cambia la relación de la gente con lo local. La globalización significa que estamos a la vez actuando a nivel local, pero tenemos que anticipar y reaccionar con base al proceso que está desarrollándose en la esfera global. Diría que necesitamos de una visión cosmopolita, lo que implica utilizar una metáfora: tener raíces y alas a la vez.
Esta es parte de la realidad que viven los docentes en la actualidad, entre un
sistema educativo que transita de la época industrial a la modernidad, y la serie de
cambios que producen: políticas inadecuadas, sin continuidad en las soluciones y con
visiones fragmentarias. Esta forma de operar sobre el sistema educativo, señala Esteve
(2006), trae como consecuencia un cambio en cascada de otros elementos, pues en un
sistema se encuentran interrelacionados todos los elementos que lo componen y se
producen consecuencias muy distintas a las esperadas. Uno de estos muchos
elementos es la identidad profesional del docente.
La imagen de la profesión docente se encuentra minada por los medios de
comunicación, por los padres de familia y la opinión pública. Ello resulta en
detrimento de la reconstrucción de una identidad. Se habla aquí de una reconstrucción
de la identidad, pues Imbernón (2001) recurriendo a Gimeno Sacristán, dice que si
bien la historia ha ido forjado una imagen de profesionalidad que se reproduce, así
como el Estado por medio del sistema educativo dicta la función social del puesto de
trabajo, se requiere de una nueva profesionalidad del docente.
Esa mirada a lo que precede al docente es importante para Imbernón pues el
pasado va haciendo al presente, más lo que a él le preocupa es el futuro. El presente se
observa en el hecho educativo: lo que sucede en el momento real y en el contexto
micro. Es necesario según Imbernón (2001) ser capaz de adecuarse al contexto mediante la visión de la enseñanza, aquélla que analiza la educación con valores éticos
y morales, y a través del desarrollo de la persona así como la colaboración entre ellas.
En este contexto micro (contexto educativo determinado y específico), la práctica
es esencial para el análisis, la reflexión y la intervención sobre situaciones de
enseñanza y aprendizaje concretas, lo que en colaboración y diálogo con otros,
permite construir el sentido de cada situación. Empero, el modelo corporativo impide
la colectividad de la profesión docente y el profesorado, señala Imbernón (2001:39),
se convierte en “un instrumento mecánico y aislado de aplicación y reproducción, con
unas competencias que se limitan a la aplicación técnica en su aula”.
En esta misma idea del profesor como investigador reflexivo, Jardón (2010),
coincide con Imbernón, pues la autora dice que la práctica docente ha de estar
integrada en un proceso de reflexión, compartida con otros profesionales. De manera
tal que para estos dos autores, la reflexión le da al profesor autocontrol sobre su
profesión, pues puede ver a través de todos los actores políticos, sociales, históricos e
ideológicos inmiscuidos en cada situación educativa. De esta manera informada el
docente será capaz de tomar responsabilidad de sus acciones.
Si bien el docente se encuentra, como dice Imbernón (2001), en “el ojo de
huracán” dadas las condiciones que se derivan del cambio social y del consecuente
actuar del sistema educativo, la reflexión y la acción colegiada parecen ser una posible
solución, aunque utópica, en la reconstrucción de la imagen e identidad del profesor.
Hacia una redefinición del docente
El docente se encuentra frente al cambio social en una situación de dilemas y
contradicciones: se le ha formado para el trabajo individual, y aunque hoy se le pide
que trabaje en redes, la institución le pide logros frente a los indicadores de manera
individual; esta forma de trabajo individual redunda en una falta de solidaridad y
valoración (se le valora sólo por los indicadores); como una consecuencia, el docente
se refugia en los libros de texto, mientras las TICs ponen a su alcance una gama de
información actualizada a la que los alumnos acceden de manera regular.
El cambio social, entonces, pide que se redefina al docente, más ¿cómo asumirse
como profesionales de la docencia? Diferentes autores hacen referencia a la ética y a
los valores como elementos para ser un buen profesional y su responsabilidad con el
bien público: López Zavala (2013) hace referencia a la ética como un elemento para
dar legitimidad a la profesión; Jardón (2010) hace la propuesta del empoderamiento;
Soto Arango (2009) se enfoca en la responsabilidad ética, científica y social del
docente universitario; en tanto que Hortal (2002) nos habla de la enseñanza de la ética
en la universidad y de una verdadera ética reflexiva y crítica del quehacer profesional.
Se toma a los autores mencionados para sustentar la idea de dar legitimidad a la
profesión docente como otra opción para la reconstrucción de su imagen e identidad.
El supuesto se basa en el concepto que López Zavala toma de Cortina (Adela Cortina
en López Zavala, 2013:16), respecto de que la profesión
“...adquiere legitimidad por varias vías, ya que se logra no sólo con el dominio de competencias para el buen desempeño en la dimensión técnica, cuyo resultado es la obtención de ingresos para la manutención del profesional y de su familia, sino además, y de modo relevante, mediante la construcción de legitimación social, con lo cual el profesional compensa a la sociedad por el bien recibido al haberse formado como tal en una institución educativa creada por el Estado moderno para el bien de los individuos y de la comunidad. Es decir que hay deberes éticos ante la sociedad para hacer el bien común desde los saberes de cada profesión”
Se observa que la legitimación social se construye no sólo a través de los
conocimientos y desempeño técnico, sino también al proporcionar un bien a la
sociedad, en donde los deberes éticos juegan un papel importante en la cultura de la
profesión. López Zavala (2013) se avoca a la formación ética del profesional en la
universidad, en donde el docente es el medio para dar guía en el tipo de prácticas que
pueden ayudar o no para alcanzar la meta de la profesión, los valores y principios que
son precisos internalizar para proporcionar a la sociedad el bien que le es debido.
Si bien esta forma de legitimación social se plantea para las profesiones, el
docente en su papel de mediador entre los saberes éticos y los alumnos, y en la
condición de redefinir su profesión, requiere de reflexionar sobre su quehacer
profesional y su orientación social. Por ello asumimos otros conceptos que coadyuvan
en la idea de la reconstrucción de la identidad de la profesión docente:
El empoderamiento. Jardón (2010), hace una propuesta de empoderamiento del
profesional docente como una ruta de convocatoria para obtener herramientas que
ayuden al docente a desempeñarse con dignidad. Con empoderamiento no se refiere
Jardón al poder en sí, sino a construir valores de responsabilidad hacia la comunidad y
hacia el docente mismo, capacidades dialógicas, de no exclusión y de colaboración.
Solidaridad y cooperación. Soto Arango (2009), visualiza los valores personales
del docente en la solidaridad y la cooperación para contrarrestar la individualidad.
Estos dos elementos se proponen para el trabajo en comunidad en la universidad del
siglo XXI, pensando en el docente como un educador-científico, para lo cual se busca
desarrollar el diálogo crítico y práctico, interdisciplinario, con una visión internacional
y con la misión de innovar.
Beneficencia, autonomía y justicia. Hortal (2002) ofrece a los códigos
deontológicos4 los principios de beneficencia, autonomía y justicia para reflexionar en
torno a los aspectos éticos de la profesión. El principio de beneficencia consiste en
realizar bien la labor del profesionista con la idea de proporcionar bienes y servicios
para bienestar de la comunidad; en el principio de autonomía el usuario tiene derechos
que deben ser respetados; y, el principio de justicia, cumplir con las obligaciones
dentro del marco institucional.
4 Conjunto de normas y deberes éticos que rigen la conducta y el ejercicio del profesionista. Lo que debe regir para todas y cada una de las profesiones, su deber ser (Hortal, 2002).
Los conceptos presentan, sin embargo, contrapuestos: el docente es un sujeto
envuelto en un sinfín de cuestiones administrativas: ¿cómo el docente puede hacer un
espacio para la investigación?, ¿cómo lograr lo que Soto Arango (2009) propone como
una docencia digna, de calidad, investigativa, ética, de servicio e inclusión?; cómo
hablar también del principio de autonomía de Hortal (2002) en la práctica del docente,
pues respetar los derechos del alumno implica también respetar los del docente, cómo
hacerlo en su condición de trabajador del Estado.
Frente a esta serie de contradicciones se antoja pensar también en una ética
institucional que apoye las necesidades y el bienestar del docente cuando se toman
decisiones de carácter político con fines de reformas educativas. El sistema educativo,
en su carácter de sistema, reiteramos, reciente cualquier acción en todas sus partes.
Conclusión
La evolución de la profesión docente, fundamentada en Spencer (1992), expone
que el sacerdote, en su carácter de individuo educado es suplantado por el profesor,
una vez que la sociedad vive en paz y va creando un orden al margen de lo
eclesiástico. Sin embargo, en sociedades más complejas, se observa que lo político
permanece y permea, por lo menos en la profesión docente, en la formación que según
el Estado y la sociedad requieren. Ello se hace presente en las tradiciones analizadas
por Liston y Zeichner (1993), que dan cuenta de la dificultad que implica para la
profesión adaptar su formación a los requerimientos sociales y culturales. Esto sucede
de manera especial en lo que Esteve describe como el cambio social, el cual demanda
una redefinición de la profesión docente, ya desvalorizada por la sociedad y producto
de reformas educativas descontextualizadas. En un intento por reconstruir la identidad
de la profesión se recurre a la figura del profesor investigador, la reflexión sobre su
práctica y a una legitimación social a través de la ética y los valores. No obstante, se
concluye con la necesidad de una ética institucional que regule las decisiones políticas
educativas para que el sistema se vea afectado de manera positiva.
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